5 de mayo de 2008
A la opinión pública:
En Tijuana han sucedido al menos 22 secuestros de compañeros médicos, una ola de violencia inaceptable, muertes y secuestros diarios como parte habitual de nuestra vida, amenazas telefónicas, extorsiones y una cultura que promueve la pérdida de valores y la corrupción.
¿Cuál ha sido nuestra actitud ante estos hechos?:
INDIFERENCIA, CRÍTICAS SIN ACCIÓN, APATÍA, INSENSIBILIDAD Y MIEDO.
Vemos pasar los acontecimientos como las noticias de Palestina, donde se suicidan jóvenes todos los días sin que nos afecte en nada la muerte de tantas personas, ahora el secuestro y la muerte están muy cerca de tocar nuestras puertas.
El caso del empresario tijuanense, conocido por su honestidad, y su esposa, reconocida Doctora por su entrega a los pacientes y su siempre consideración a los más necesitados nos lo demuestran; les secuestraron a su hijo Celso de 33 años desde hace 10 meses, les enviaron fotos de él golpeado, después uno de sus dedos y ante las amenazas y con el temor de que lo mataran no dieron aviso a las autoridades, como tantas otras familias de secuestrados. PAGARON EN 2 OCASIONES EL RESCATE, tuvieron que vender su casa para el pago del TERCER RESCATE. CUANDO EL PASADO 2 DE MAYO LOS SECUESTRADORES SE COMUNICARON CON ELLOS, la familia pidió una prueba de vida, en respuesta recibieron insultos y amenazas, fueron 10 llamadas exigiéndoles el pago, al no darles una prueba de vida se negaron a dar el dinero por lo que los amenazaron con matarlos a todos, intento que llevaron a cabo esa misma noche, donde al no poder entrar a la casa que había rentado la familia, “rafagearon” la propiedad con lujo de violencia ante el pánico de ellos y de los vecinos. Por cierto, al día siguiente de este trágico evento el papá de Celso falleció de un infarto a los 63 años de edad, como consecuencia de la angustia y desesperación que durante meses vivieron él y sus familiares con la esperanza de recuperar a su hijo y que ahora se perdió con el ataque de los criminales.
¿Cómo es posible que se permitan estas atrocidades?, donde ahora no sólo se priva de la vida al secuestrado, sino como en un régimen fascista, los narcotraficantes pueden eliminar a personas honestas con una vida de trabajo, a excelentes padres de familia y ciudadanos ejemplares sin que nadie se los impida, protegidos como se ha demostrado en múltiples ocasiones por los cuerpos policíacos y autoridades estatales. Falta mencionar cómo quedan arruinadas sus vidas en lo económico, pero lo más grave en lo psicológico donde nunca se recuperarán de esta pesadilla.
Ante qué circunstancias pueden justificar matar y torturar a gente inocente, qué tipo de ciudad queremos tener construyéndola sobre los cadáveres de ciudadanos asesinados con el apoyo de ciertas autoridades, a quienes no les importa la sangre de tantos inocentes a cambio del dinero que reciben y que disfrutan mientras nosotros rezamos a nuestros muertos.
¿HASTA CUÁNDO LO PERMITIREMOS?
NO NOS LAMENTEMOS SI NO ACTUAMOS CADA UNO DE NOSOTROS EN ESTA GUERRA, DONDE ELLOS TIENEN PERMISO PARA MATAR Y NOSOTROS SOMOS LAS VÍCTIMAS.
NO PERMITAMOS QUE DESTRUYAN NUESTRA PAZ, NUESTRO PATRIMONIO, NUESTRAS FAMILIAS PORQUE NADIE PUEDE VENCER A UN PUEBLO UNIDO Y APOYADO POR SU EJÉRCITO.
Hagamos contacto con las autoridades militares para diseñar una ayuda mutua y podamos RECONQUISTAR NUESTRA LIBERTAD.
Ciudadano Presidente de la República Felipe Calderón comandante en jefe del ejército mexicano: estamos en una guerra muy desigual e injusta porque los delincuentes cuentan con armas, nosotros no.
No sabemos donde se esconden, ello si saben todo sobre nosotros, a ellos los protegen funcionarios públicos corruptos a nosotros no.
Nuestra admiración y profundo respeto al general Aponte Polito y sus soldados, no nos abandonen, son parte de nuestra esperanza. Muchas gracias a los buenos policías, quienes arriesgando sus vidas están en la lucha a pesar de estas corporaciones infiltradas por criminales vestidos de policías.
Sr. C. Presidente Felipe Calderón:
¡USTED TIENE LA ÚLTIMA PALABRA! ¡CUMPLA CON SU DEBER!
EL PUEBLO DE BAJA CALIFORNIA
Hola familia y amigos:
Como muchas ya saben tengo muy buenos amigos en Tijuana y ayer pude comprobar la angustia en que viven muchas familias por la inseguridad y la plaga de los secuestros que a veces terminan en asesinato. Pocas familias de Tijuana se ven libres de que un ser querido o familiar o amigo no haya sido secuestrado o este retenido. Se plantean alejarse de la ciudad donde han crecido y trabajado pues no pueden resistir la presión de sentirse algún día él o un ser querido presos del chantaje criminal.
Los documentos que le adjunto son unos testimonios de personas que han vivido en su propia carne estos trágicos acontecimientos.
Hace unas semanas les mandé una súplica de oración por unos muchachos secuestrados y el desenlace feliz del caso. Hoy les pido pues esta cadena de solidaridad espiritual para que el pueblo de Tijuana y todos nuestros pueblos podamos llevar una vida tranquila y en paz y concordia donde nos respetemos los valores que nos hacen personas.
Con un gran abrazo y amistad especialmente para los que sufren. Dios nos bendice.
Ramón Novell
Es desgarrador leer la carta completa, imaginar lo sucedido... por desgracia estamos en el país de 'no pasa nada' y vamos en camino a ser una ciudad como Medellín o Bogota, en donde la gente rica vivirá en ghetos y la ley del mas armado es la única que vale, la policía no existe y es parte del problema, los civiles ya vivimos en estado de terror, que pena, en verdad, que pena....
Revela familia drama por secuestro
TIJUANA, Baja California (PH)
La familia Enríquez Nishikawa ha conocido el infierno en vida y ahora que todo se ha perdido para ellos, han decidido romper el silencio.
Celso Katzuo Enríquez Nishikawa, ingeniero cibernético de 35 años y padre de una pequeñita de 4 años, fue secuestrado el 24 de julio del 2007; han pasado nueve meses y siete días y su familia jamás volvió a verlo.
Hoy, tras estos eternos meses de angustia y terror, Aiko Enríquez Nishikawa, hermana de Celso, tuvo el valor de narrar en una carta el horror que ha vivido su familia, que ha perdido su patrimonio, sus esperanzas y su paz. 'Cuando me dijeron que lo habían secuestrado sentí como que me quitaban el piso. Mi vida y la de mi familia cambió por completo', narra Aiko.
Dos veces pagaron el rescate exigido, al pie de la letra siguieron todas las instrucciones que les dieron los plagiarios y jamás pudieron volver a ver a Celso ni a hablar con él.
El pasado 1 de mayo los secuestradores exigieron un tercer rescate, pero a diferencia de lo sucedido en las dos ocasiones anteriores, no ofrecieron una prueba de vida. Como la familia se negaba a pagar el rescate hasta no obtener la prueba de vida, los secuestradores cambiaron el tono de sus palabras y amenazaron con matar a toda la familia.
Minutos después, la casa de la familia Enríquez Nishikawa era rafagueada por un comando de sicarios, que por fortuna no pudieron ingresar en la vivienda.
Un día después, la familia huía hacia los Estados Unidos escoltada por policías ministeriales llevando únicamente una maleta. Pero el horror no había terminado; desgastado por los nervios y la angustia, un paro cardiaco acabó con la vida del padre de Celso, un comerciante de 63 años.
Cuando todo se ha perdido y la última esperanza se ha muerto, lo único que le queda a la familia es narrar su calvario, decirle para siempre adiós a la ciudad.
'Yo amo a México y a Tijuana, es el lugar donde nací, es mi país, pero ya no se puede vivir aquí. Adiós Tijuana', expresó Aiko.
Carta íntegra de un familiar de una víctima de secuestro en esta ciudad
Quiero escribir lo que le sucedió a mi familia.
El 24 de julio del 2007 secuestraron a mi hermano Celso Katzuo Enríquez Nishikawa. Él tenía 35 años, era padre de una niña de 4 años, y tenía una familia que lo amaba.
Siempre fue un hombre muy recto, trabajador, honrado y cariñoso. Estudió ingeniería cibernética electrónica en Mexicali, tenía su propio negocio de subensamble. Era cinta negra tercer dan en aikido, y segundo de su maestro.
Le gustaba andar en moto.
Siempre fue una persona dispuesta a ayudar a los que estábamos a su alrededor: Si le llamabas y le pedías algo, desde arreglar la computadora hasta mover un mueble o escuchar tus problemas, él estaba ahí.
Nunca le hizo daño a nadie. Fue una persona muy querida por todos quienes lo conocimos.
Cuando me dijeron que lo habían secuestrado sentí como que me quitaban el piso. Mi vida y la de mi familia cambiaron por completo. Fueron 9 meses y 7 días.
Esto es lo que recuerdo: Al principio el terror te paraliza, luego te desgasta poco a poco, pierdes la noción de la seguridad, la tranquilidad, la normalidad.
Pasas el tiempo pensando ¿pasará calor?, ¿pasará frío, padecerá hambre?, ¿qué comerá?, ¿se podrá bañar?, ¿lo picarán los bichos?, ¿está amarrado?, ¿le pegan? ¿lo torturan? ¿tendrá ropa? ¿usará siempre la misma ropa?... ¡¿Cuándo lo van a soltar?!
Y luego las llamadas, las exigencias totalmente irracionales de reunir cantidades imposibles, y la presión de mantener en secreto lo del secuestro bajo la amenaza de matar a mi hermano, mucha presión y tortura sicológica.
Tengo en presente el grito de mi mamá cada vez que sonaba el teléfono; la palidez del rostro de mi padre, y el secuestrador con claro acento norteño, insultando, presionando y exigiendo. A veces sonaba tomado o drogado, a veces sólo se mostraba como aburrido mientras decía sin reparo todas las atrocidades que le pensaba hacer a mi hermano, o amenazaba con hacerme daño a mí –su hermana– o venir por mi hijo adolescente.
Queríamos oír la voz de mi hermano, queríamos saber que estaba bien; pero cuando nos lo comunicaron fue sólo para que escucháramos cómo lo lastimaban.
No hay palabras para describir el terror, no las hay. No son suficientes.
Luego, el 9 de noviembre llegó el día del pago. Aparentemente los
secuestradores habían aceptado la cantidad que habíamos podido reunir, todos nuestros ahorros, el remate de lo que pudimos vender y los préstamos de todos nuestros familiares y amigos.
Seguimos las instrucciones al pie de la letra, el pago lo hizo un ahijado de mi papá a quien estimamos muchísimo y le tenemos toda la confianza. Y esperamos.
Pasamos la noche en vela pensando que en cualquier momento regresaría Celso.
Pero no regresó. Al día siguiente llamaron los secuestradores para decirnos que el dinero reunido no era suficiente, que querían más, y nos comunicaron a Celso para que supiéramos que estaba vivo.
La pesadilla continuó; las llamadas, la búsqueda de liquidez, las mentiras nuestras hacia los demás para ocultar la ausencia de Celso y proteger su vida; las noches esperando la llamada: '¡¿Cuánto llevas?!...
'¡No júntale más, eso no me sirve de nada. Apúrate pa'que te lo lleves en Navidad!'
Unos días antes de Navidad hicimos el segundo pago. No nos comunicaron con Celso pero nos respondieron una pregunta que sólo el podía contestar, era la preciada 'prueba de vida'.
Como la vez anterior, el ahijado de mi papá fue quien hizo el pago siguiendo todas las instrucciones.
Le dijeron a mi papá: 'En media hora vas a ver a tu morro…' Pasamos la noche en vela. El siguiente día estuvimos esperando, mi primo y mi prima –que son como hermanos– se quedaron en la casa varias noches haciendo guardia, día y noche esperando a que llegara Celso. Pero cada mañana era la desilusión de un día más sin ver a mi hermano regresar.
Si sonaba el teléfono, si tocaban al timbre, todo ponía la casa en alerta.
Pasó Navidad, pasó Año Nuevo y ni una palabra.
Cada día la expectativa se tornaba en desilusión. Cada día el desaliento se apoderaba de todos. Cada quien llorábamos de miedo por nuestra cuenta, yo donde nadie me viera; mis padres abrazados, no nos mirábamos a los ojos, para no reconocer en el otro lo que estábamos pensando.
La casa nunca se quedó sola en esas seis semanas, pensando que en cualquier momento mi hermano podía regresar. Nunca nos perdimos las noticias, todas las versiones, todos los días, todos los periódicos.
Preguntamos en Semefo, en hospitales, en la Cruz Roja.
Cada noche, en punto de las 20:00 horas, familiares y amigos, rezábamos por mi hermano dondequiera que estuviéramos.
Después de seis semanas de silencio se reanudaron las llamadas, mucho más esporádicas que antes, pero menos agresivas. Decían cosas como: 'A tu hijo le decimos El Chino', 'es muy buena onda', 'está muy deprimido, ¡apúrate pa'que te lo lleves!'. Pero en cada ocasión mi papá les pidió prueba de vida y todas las veces se rehusaron a darla, al tiempo que decían cosas para tratar de convencerlo de que aún lo tenían.
Cuando llegó la llamada de ayer, 1 de mayo, en la que pedían un tercer pago, todo se preparó de acuerdo con las instrucciones de los secuestradores. Nos pidieron hasta una cobija para Celso y una sudadera.
Nos dijeron que prácticamente iba a ser un intercambio, que se saliera el muchacho que hace los pagos en carro y se parara en la parte más oscura y sola de la colonia Chapultepec California, en la segunda salida un poco antes del banco, y que cuando él estuviera ahí nos comunicarían a Celso.
Mi papá les dijo que haría lo que le pidieran y que sólo le comunicaran a su hijo; pero se negaron. Pidió que entonces le hicieran una pregunta determinada, pero también se negaron.
Continuaron las llamadas, fueron unas ocho veces más, insistiendo que querían el carro con el dinero donde lo habían pedido. Todas las veces mi papá les dijo: 'Aquí está el carro y el dinero listo, sólo quiero saber que mi hijo está vivo, y mi ahijado llegará a donde usted quiere en un minuto'.
Pero todas las veces se negaron y luego comenzaron las amenazas: 'Abraza a tu hija, porque es la última vez que la ves', 'si no me pones el dinero donde te dije, voy a ir a matar a toda tu familia, y te voy a dejar vivo para que sufras'.
Desde que vimos que no nos querían dar la prueba de vida, supimos lo que había pasado. Ya nos lo habían explicado diferentes personas enteradas en estos temas varias veces: Si no te dan prueba de vida, quiere decir que ya mataron a la víctima, no hay razón para que ellos no den la prueba de vida si ya tienen todo listo para cobrar.
Sabíamos que no podíamos poner en peligro al ahijado de mis papás y que no íbamos a recompensar a estas personas después de lo que habían hecho.
Además, ese mismo día nos dimos cuenta de que afuera de la casa rondaban dos autos grandes (después supimos que eran tres). Así que, después de la última llamada de esa noche, apagamos las luces y nos dispusimos a esperar.
Veíamos afuera las luces de los dos autos que se movían hacia enfrente, hacia atrás, y nosotros nos mantuvimos vigilando.
Al poco tiempo de haber apagado las luces escuchamos que alguien intentaba meterse a la casa. Pero no pudieron, y empezó la balacera. Nunca en mi vida pensé estar en esa situación, nunca.
Mi papá nos defendió y nos salvó la vida, al igual que su ahijado. Entre los dos lograron repelerlos. A él, le estaremos por siempre agradecidos. Estas personas venían dispuestas a matarnos a todos; ni siquiera se habían tomado la molestia de taparse la cara. Después se fueron.
Cuando la amenaza era inminente yo llamé a los militares, me hicieron un sinnúmero de preguntas y hasta escucharon los balazos. A la persona que respondió la llamada le hice asegurarme que mandarían a alguien inmediatamente, pero nadie llegó. Me comuniqué también a la Policía Municipal, pero sólo hasta que les dije que había un cuerpo afuera de la casa acudieron.
A las pocas horas huimos de Tijuana, escoltados por la Policía Ministerial y con una maleta cada quien, dejando la vida, el trabajo, los amigos, nuestras cosas; absolutamente todo lo tuvimos que dejar atrás.
Ahora, –lo queda de mi familia– viviremos como refugiados de casa en casa; con miedo a que nos vean o nos encuentren.
Y les pregunto a ustedes, secuestradores: ¡¿Por qué?!
Mi familia es gente de trabajo. Todo lo que teníamos lo habíamos obtenido por nuestro trabajo de manera honesta. No hemos heredado, ni robado, ni nos sacamos la lotería. Mi papá llegó a Tijuana sin nada y todo lo hizo a base de esfuerzo y trabajo honesto durante 45 años. Mi mamá, médico general, miembro del Colegio Médico de Tijuana, ejerce desde hace más de 25 años por vocación, porque le gusta lo que hace; incluso, la mitad de las consultas que da ni siquiera las cobra. Entre ellos dos han pagado la escuela o la universidad a más de 20 jóvenes.
Son muchos los que han contado con la ayuda económica, moral y de todo tipo que mis papás les han brindado. Nunca negaron la ayuda a nadie. Ellos no fueron de lujos ni de apariencias, siempre trabajaron por lo que tenían, y siempre estuvieron dispuestos a ayudar.
Mi hermano tenía su propio negocio y yo me dedicaba a la construcción. Quien nos conoce sabe que somos gente honesta, gente de trabajo y gente buena. No es justo. No es justo.
Sé que a mi hermano no me lo van a regresar, y ¡cómo le pones precio a una vida!, al amor de mis padres por su hijo. La maldad de los secuestradores deja a una huérfana de 4 años, que quedará marcada para siempre por sus actos; dejan una comunidad temblando.
Somos humanos, sufrimos igual que ustedes, ninguna cantidad de dinero arrancada de esa forma les va a aprovechar, ¿cómo van a cambiar por beneficios para ustedes todo lo que nos hicieron sufrir?
Cómo les explico que yo quería tener a mi hermano toda la vida, que recuerdo su sonrisa cuando era niño y tenía unos dientotes, cuando se ponía capa para volar, cuando estaba embobado viendo la tele.
Cómo entenderán que siempre voy a extrañar el sonido de su risa y su voz haciendo bromas, y su mirada limpia, y cómo se quejaba igual que mi mamá, y se ponía serio de repente igual que mi papá.
Cómo explicarles que yo hubiera hecho cualquier cosa por evitarles este dolor a mis papás, que ustedes no tienen derecho de destrozar nuestras vidas tan cuidadosamente construidas.
Mi hermano, un poco antes de que lo secuestraran, le dijo a mi papá que le proponía dejar el país y se fuera al extranjero, por tanta inseguridad.
Después de todo lo sucedido el día de ayer, otra fuerte pérdida llegó, como consecuencia del gran impacto por la situación en la que estuvimos.
Este escrito representa el dolor, la angustia, el coraje que sentimos. Es un grito desesperado por una respuesta, una explicación, una esperanza, por exigir nuestras garantías, las cuales nunca tuvimos al vivir este infierno que no le deseamos a nadie, más aún cuando no pudimos acudir a quienes se les paga por proteger y servir, por combatir y cuidar, por velar que la seguridad de la ciudadanía no corra riesgos; pero desgraciadamente son los que protegen y ayudan a los criminales a lograr sus cometidos.
¿Hasta cuándo van a actuar? ¿Cuándo van a depurar a las distintas corporaciones municipales, estatales y federales de manera real y contundente? ¿Cuándo habrá verdaderas leyes que castiguen el delito de secuestro y el mal comportamiento de los elementos corruptos, y con penas que sirvan como ejemplo para que esto no se siga dando?
¿Qué va a pasar con nuestro país, con su gente buena?, ¿cuándo vamos a dejar de vivir acobardados y empezaremos a luchar por un futuro mejor para los hijos de México?
Yo amo a México y a Tijuana, es el lugar donde nací, es mi país, pero ya no se puede vivir aquí.
Adiós Tijuana.
Ing. Aiko Enríquez Nishikawa
Nota Publicada: 08.V.2008
Etiquetas: Impunidad, Secuestro, Tijuana