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Nombre: Alforja Calasanz
Ubicación: Valencia, Malvarrosa, Spain

miércoles, julio 30, 2008

CONSIDERACIONES EN TORNO A LA FORMACIÓN

José Luis Zanón
ALBADA VI.08

En el cine del Hollywood clásico, el del studio system entre otras cosas, era frecuente calificar algunos films como “películas de encargo”. Los grandes estudios cinematográficos, verdaderas factorías del cine, producían films constantemente porque bajo ningún concepto se podía tener inactivos a miles de trabajadores. La denominación “de encargo” encerraba un matiz peyorativo: nos encontrábamos ante una obra menor cuando no rutinaria. El director de la película frecuentemente era calificado de “artesano”, calificativo que en todo caso podía matizarse, y mejorarse, añadiendo que “conocía su oficio”. Viene esto a cuento porque este artículo es también “de encargo”, y por ello un poco forzado y de modestas pretensiones. En todo caso no me molesta considerarme un artesano con el conocimiento del oficio que conlleva una trayectoria de cuarenta años en la escuela. Hay abundante bibliografía sobre la formación permanente y a ella remito a quien desee saber algo con cierto rigor sobre el tema. Mi pretensión es simplemente la de ofrecer unas consideraciones a partir de la experiencia.

¿de qué experiencia hablamos?

Llegados a este punto reparo en que he mencionado la palabra “experiencia”. Como cualquier persona habré utilizado y escuchado cientos de veces esta palabra. Estoy seguro de que tanto mis interlocutores como yo mismo sabíamos qué queríamos decir con ella. Es posible, no obstante, que sucediera lo que San Agustín decía sobre la palabra “tiempo”, cuyo significado todos sabemos mientras no nos lo preguntan, pero lo ignoramos cuando se nos pide que lo expliquemos. Las palabras están ahí para que podamos comunicarnos y entendernos, pero hay casos en los que podemos utilizarlas para todo lo contrario, porque no es posible entenderse cuando “recreamos” la palabra y le damos un significado marcadamente personal desde la propia subjetividad. Más aún, no es posible comunicarse cuando las “redefiniciones” personales de las palabras tienen como finalidad su utilización a modo de arma arrojadiza o de mecanismo de exclusión.

¿A qué me estoy refiriendo cuando hablo de arma arrojadiza o mecanismo de exclusión?. La palabra experiencia, según la redefinición que últimamente se viene haciendo de ella, se está contraponiendo a “ideología”, y ello de tal manera que más allá del significado descriptivo que se le quiera dar a ambas palabras, éstas dejan de ser “neutrales” y su uso sirve para discriminar o excluir: “lo que yo digo lo afirmo desde la experiencia –por consiguiente es incuestionable- lo que el otro dice es ideología-por consiguiente es cuestionable-”.

Pero, ¿son dos conceptos distintos?. Sí, al menos en teoría. En el Diccionario de la Real Academia Española encontramos las siguientes acepciones de la palabra experiencia: “advertimiento, enseñanza que se adquiere por el uso, la práctica o solo con el vivir; acción y efecto de experimentar (experimentar = probar y examinar prácticamente la virtud y propiedades de una cosa; hablando de impresiones, sensaciones o sentimientos, tenerlos”. La palabra ideología viene definida como “conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad, época, movimiento cultural, religioso o político, etc”. La unidad de la persona concreta hace difícil, no obstante, mantener una neta diferenciación en la realidad. Mi experiencia, sea lo que sea en sí, tal como yo la vivo no es independiente de la percepción que tengo de ella, lo cual es tanto como decir que entenderla y hablar de ella –aunque sea solo “hablarme a mí mismo”- supone interpretarla, categorizarla, evaluarla... En definitiva, lo que yo experimento, y no digamos ya lo que comunico a los demás acerca de ello, no es independiente de mis categorías mentales -hablando desde la filosofía-, o de mis esquemas cognitivos -hablando desde la psicología-. Es decir, mi más o menos rico “conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona” –según la definición recogida anteriormente- afecta profundamente a eso que yo llamo mi experiencia. Y todo ello es mucho más evidente cuando pretendo comunicarla a los demás, porque entonces he de recurrir a las palabras que expresan conceptos o ideas. Es verdad que se podrá aducir siempre el carácter inefable de las experiencias personales y la imposibilidad de expresarlas mediante palabras. Pero entonces la comunicación de las experiencias personales no tiene el carácter de intersubjetividad necesario para posibilitar el entendimiento con los otros, y por supuesto nos situamos en un terreno de lo absolutamente subjetivo e inverificable, incapaz por ello de garantizar un diálogo mínimamente inteligible y en absoluto susceptible de propiciar acuerdos corporativos. Y otro tanto cabría afirmar de lo que llamamos ideología. A estas alturas la sociología del conocimiento ha puesto de manifiesto la dependencia que el mundo de nuestras ideas tiene respecto de la realidad concreta, o experiencias, de nuestra vida cotidiana. El conocimiento no es producto de un sujeto individual, trascendental e intemporal sino de sujetos colectivos, empíricos e históricos.

Lo que yo pienso y creo, el mundo de mis ideas, se conecta con mi vida pasada y presente, con mi experiencia en definitiva. Es decir, lo que yo llamo mi experiencia es experiencia “ideologizada”, y lo que yo llamo ideología es ideología “experienciada”. Y en cualquier caso, el conocimiento y la percepción que yo tengo de mi experiencia, por muy evidente y contundente que se presente a mi conciencia como es lógico –es mi experiencia y es mi conciencia- no me garantiza el mismo grado de evidencia y contundencia para conocer y percibir la experiencia del otro. La misma privacidad que reclamo para lo que yo siento y vivo la reclaman los otros para ellos mismos.

aquellos orígenes tan lejanos...

He dicho más arriba que quería ofrecer unas consideraciones desde mi experiencia. Siendo consecuente con lo dicho hasta aquí he de reconocer que se trata de una experiencia “ideologizada”, pero experiencia al fin. La importancia de la formación no es un tema nuevo entre nosotros, evidentemente, aunque pueda serlo hasta cierto punto la denominación de formación permanente. Lo recuerdo como una de las preocupaciones de los jóvenes que allá hacia el final de los años 60 empezábamos, ilusionados y críticos, nuestro ministerio colegial. Especialmente recuerdo dos cosas. En primer lugar la constatación de la escasez de “intelectuales” en nuestra Orden. Ciertamente podrán aducirse casos concretos excepcionales, algo que nosotros reconocíamos también, pero hablando en términos generales creo que nuestra apreciación no era exagerada (recuerdo a alguien definirnos como “ordo aldeanorum”). La intelectualidad parecía concentrada en las Casas Centrales, pero aquello no nos servía por dos razones. La primera porque con la filosofía y la teología no se cubría todo el amplio panorama que debía abarcar una Orden dedicada a la educación. La segunda porque algunos –y recalco lo de algunos- de nuestros profesores teólogos y filósofos acabaron siendo mimetizados por el medio rural en el que se encontraban y dedicaron más esfuerzos y entusiasmo a las alubias, los garbanzos, las fresas, las cerezas, las gallinas y los cerdos de nuestra explotación agropecuaria que a la investigación y la actualización filosófico - teológica. El panorama en cada una de las Provincias, por otra parte, era poco estimulante al respecto. Basta fijarse en aspectos tales como las publicaciones –mejor, las no publicaciones; en todo caso pocas y de escasa repercusión- el reducido número de titulados universitarios y la casi nula presencia de escolapios como profesores en el mundo universitario. Hay que reconocer, no obstante, el ambicioso proyecto de la Orden con el naciente ICCE, lamentablemente devaluado con el tiempo. De aquellos “conventículos” salió alguna conclusión: la necesidad de realizar estudios universitarios con urgencia y de que cada cual, a su manera, supiera si no mucho de algo sí algo de muchas cosas. En segundo lugar recuerdo haber usado entre nosotros frecuentemente la expresión “cuadratura del círculo” para referirnos a la práctica imposibilidad de atender con el rigor adecuado a la formación necesaria en los diferentes ámbitos de nuestra actividad ministerial: teológico, pastoral, pedagógico, psicológico, profesional... Atender a tal complejidad era algo que excedía las posibilidades individuales de cada cual.

Hubiera sido necesaria una planificación institucional que permitiera abarcar entre todos las distintas dimensiones de nuestra actividad educadora y evangelizadora, completándola con una inquietud personal que nos hubiera llevado a estar mínimamente informados de otros aspectos más allá de la propia “especialización” de cada cual. No hubo tal planificación, y todo se redujo a una voluntarista iniciativa personal. Cuarenta años después algo hemos mejorado, creo.

Dos pivotes de la formación:

Vida...

Recuerdo a uno de mis profesores de Teología recoger una cita no sé qué teólogo alemán recomendando preparar las homilías teniendo a la vista dos cosas: la Biblia y el periódico. Vida y estudio podría ser el equivalente en el tema de la formación. Vida es experiencia, conocimiento de lo concreto, contacto con la realidad, percepción atenta, empatía, salir del ensimismamiento, “descentrarnos”, capacidad de relativización..., y todo ello a través de dos vías: los medios de comunicación y el contacto personal. Los medios nos dicen qué hay ahí, esa realidad tozuda que a veces nos empeñamos en no ver o en querer ver de otra manera, como nosotros quisiéramos. Evidentemente nadie a estas alturas es tan ingenuo como para creer en la objetividad de los medios de comunicación. Pero esto es precisamente lo que debe llevar a poder acceder a una variedad y pluralidad de ellos y no encerrarnos en la sesgada selección que encontramos en algunas de nuestras comunidades. A este respecto, me da la impresión de que los jóvenes escolapios no están valorando lo que los medios aportan en este momento, al menos los medios más convencionales como la prensa escrita.

Contacto personal, por supuesto. Y como en el caso de los medios, abierto y plural. El colectivo que forman los educadores y familias de nuestros colegios nos ofrece en estos momentos una marcada pluralidad e incluso multiculturalidad. Pero hay que evitar reducir nuestra relación personal al círculo de afines o “adictos”, porque entonces nuestra percepción es sesgada. La realidad es la que es, no la que nosotros quisiéramos que fuese. Y en esa realidad hay que moverse, a esa realidad hay que ofrecer respuestas, y desde esa realidad hay que intentar transitar a otra realidad mejor. La vida cotidiana, las personas concretas, sus problemas, sus proyectos, sus fracasos... van a hacernos poner en crisis mucha respuesta prefabricada, mucho consejo fácil, y cierta orientación y acompañamiento de “salón” o de laboratorio, concebidos desde contextos ajenos y quizá atemporales, y nos impulsarán a buscar otras respuestas, a abandonar dogmatismos, a relativizar muchas cosas... (qué fácil resulta aconsejar a veces desde nuestra vida regular, pautada y sin sobresaltos).

... y estudio

La redacción de estas reflexiones ha coincidido con la lectura, por necesidades derivadas de la clase de filosofía, de Francis Bacon, quien en su pretensión de articular la nueva ciencia se ocupa en primer lugar de lo que él llama “ídolos”, que son errores y prejuicios que impiden al hombre llegar a un conocimiento cabal de las cosas. Distingue entre los “idola tribus”, comunes a todos, y los “idola specus”, propios de cada individuo. El primer paso antes de adentrarse en el estudio de la naturaleza es purificar de ídolos el entendimiento. En nuestro caso, la formación debiera ir precedida de un análisis y purificación, en su caso, de los ídolos, de tal manera que afrontáramos la formación del modo más abierto posible.

Cada cual puede examinar sus propios ídolos, pero voy a atreverme a describir algunos ídolos que pueden aquejarnos como “tribu” y distorsionar nuestra formación, entendida ahora como lectura y estudio.

el ídolo de la clase

Somos herederos de una larga y valiosa tradición que no sólo ha situado en el centro de nuestra actividad la acción educativa con los alumnos en la clase, sino que la ha privilegiado y magnificado hasta el punto de considerar que ese era para nosotros casi el único trabajo digno de tal nombre. El número de horas de clase ha sido motivo de orgullo personal y autojustificación. La dedicación a otras tareas ha llegado a considerarse a veces como huida o incapacidad. Y a este llamémosle “prejuicio”, que yo descubro también en mí mismo, se une la deriva activista que a todos nos ha afectado antes o después. Son tantos los frentes colegiales o extracolegiales a atender, tantas las demandas eclesiales y educativas, que hemos podido pasar días y días, años incluso, sin atender a la lectura y al estudio sosegados, a las abundantes ofertas formativas que se han planteado a nuestro alrededor.

el ídolo del “monofisismo” intelectual

Las disputas cristológicas del siglo V darían lugar, entre otras cosas, al monofisismo que afirmaba la existencia de una sola naturaleza en Cristo. Si el símbolo Niceno-Constantinopolitano afirmaba la existencia de la naturaleza humana y divina sin separación y sin confusión, el monofisismo mantenía la “confusión” de ambas de forma que la naturaleza humana se perdía, absorbida, en la divina. La afirmación de una sola naturaleza en Cristo, menoscabando su realidad humana, vaciaba peligrosamente lo propiamente humano de su existencia histórica concreta. No creo que haya monofisitas entre nosotros, pero determinados posicionamientos espirituales, pastorales e incluso antropológicos pudieran ir en esa dirección. En Cristo Jesús encuentra el ser humano el sentido último de su existencia, pero ello no anula los sentidos “penúltimos” y “antepenúltimos”.

Desde la encarnación no debe hablarse tan sólo de que el hombre se diviniza, sino de que Dios se humaniza. La teología, la catequesis, la sacramentalización, la pastoral explícita en definitiva, no convierten en superfluas la antropología, la psicología, la pedagogía, las ciencias humanas y sociales en general. Pudiera ocurrir que tras reconocer que la curación de las enfermedades físicas no está en la fe de las personas, etapa ya superada, estuviéramos reteniendo el ámbito de las “enfermedades” o trastornos mentales o conductuales e incluso el de la orientación personal como el ámbito en el que solo la fe puede sanar, o en el que su virtud curativa sobrepasa cualquier otra “terapia”, cuando no la hace inútil.

No hace demasiado tiempo en uno de nuestros colegios se ha menoscabado ante nuestros alumnos el trabajo del psicólogo afirmando la inanidad de la psicología y situando la genuina orientación en las manos del catequista. Además de la instrumentalización de la fe que esto supone y el menosprecio del trabajo de otros educadores, estamos sentando las bases para otro retroceso vergonzante, futuro y ya presente, de la religión ante los progresivos avances de las ciencias humanas.

En la Gaudium et Spes del Vaticano II encontramos una clara e inequívoca afirmación de la legítima autonomía de las realidades terrenas que gozan de sus propias leyes y valores. El mundo de la cultura, el mundo de las ciencias tiene sus propios principios y sus métodos que hay que respetar, valorar y aprovechar en sus aportaciones. En nuestro caso particular, en nuestra acción educativa y en nuestra formación, no deberíamos caer en ese deslizante “monofisismo” que menoscaba lo humano. Piedad si, por supuesto, pero también Letras. Naturalmente que es posible caer en otro “monofisismo” a la inversa, que diluya la fe en la cultura y la ciencia. Pero no creo que este sea nuestro caso ahora.

el ídolo de la “ escuela”

La historia del pensamiento y de la ciencia es pródiga en escuelas. Los pitagóricos, la academia platónica, el liceo aristotélico son ejemplos antiguos de escuelas de pensamiento. Una escuela nos habla de un maestro, de una autoridad intelectual, de una intuición más o menos genial, de un proyecto compartido, de unas líneas de pensamiento e investigación en torno a las cuales se articulan y cobran sentido aspectos concretos y aportaciones singulares, de unos lazos humanos que van más allá de la pura colaboración intelectual.

Pero las escuelas también tienen sus sombras. Cuando el maestro se convierte en mito intocable, en gurú objeto de adoración y de escucha acrítica, cuando se acallan discrepancias, cuando no se favorecen las iniciativas personales, cuando se consideran sospechosas las críticas, cuando se absolutiza lo propio y se menosprecia lo ajeno..., entonces la escuela adquiere características de secta, su producción es cada vez menor, el empobrecimiento cada vez mayor, el aislamiento va en aumento, las objeciones externas se perciben como ataques malintencionados que autorrefuerzan la convicción de estar en la verdad y las posibilidades de colaborar con otras personas y otros colectivos son inexistentes. La historia de Freud y sus primeros discípulos es interesante al respecto. Personalmente algo podría decir también de quienes fuimos formados en la psicología conductista más radical, estuvimos convencidos de ella, miramos por encima del hombro a otras escuelas, y luego hemos tenido que reconocer y asumir nuestras lagunas y abrirnos a otras perspectivas. Cuentan que el califa Omar, interrogado acerca de cómo proceder con la Biblioteca de Alejandría, afirmó lo siguiente: una de dos, o los libros de esta biblioteca contienen lo que dice el Corán o contienen cosas contrarias; si contienen lo que dice el Corán entonces son inútiles, y si contienen cosas contrarias al Corán son nocivos, por consiguiente lo que debe hacerse es quemar los libros. Éste era un ejemplo que la lógica clásica ofrecía para mostrar un uso falaz de los dilemas a la hora de argumentar. Pero es también un ejemplo de los peligros de encerrarse en una escuela de pensamiento o de ciencia. Aquello que guarda semejanza con lo mío no me hace falta, porque ya tengo lo mío –que, por supuesto, es mejor-, y lo que es distinto a lo mío contradice mis convicciones, por consiguiente no puedo aceptarlo.

sobre la Universidad

El legendario doctor Gregorio Marañón dijo algo así como que “en medicina, lo poco que se sabe lo sabemos los médicos”. No quiero hacer una trasposición sin más de esta frase a la Universidad, recabando para ella la exclusividad del saber. Pero se acabaron ya los tiempos de aquellos venerables escolapios autodidactas que fueron ejemplo de estudio e investigación en tiempos ya lejanos. Aun con todas las limitaciones que se quiera las personas y los recursos de la Universidad ofrecen posibilidades y realizaciones que sería temerario despreciar. Y cuando hablo de la Universidad no me refiero únicamente a la docencia, de la que algo puedo decir, sino a algo de lo que lamentablemente menos puedo decir como es el estudio y la investigación. Me sorprenden algunas descalificaciones hacia la Universidad emitidas por algunos de los nuestros.

Nota final

Como he indicado más arriba es imposible pensar y escribir sin condicionante alguno, y por ello cuanto acabo de decir está marcado, lo reconozco, por nuestra realidad provincial. Existen diversidad de planteamientos entre nosotros en muchos órdenes. Sería bueno que pudiéramos escucharnos de modo razonado y no dogmático.

Pero tengo una gran dificultad, quizá imposibilidad, para aceptar puntos de vista excluyentes, planteamientos que se presentan como los mejores -¿o únicos?-, planteamientos supuestamente avalados por la voluntad de Dios –lo cual implica considerar como opuestos a la voluntad de Dios a todos los demás-, planteamientos que se justifican porque se busca el bien –lo que parece suponer que los demás no lo buscan-, planteamientos autosuficientes y dogmáticos carentes de la sencillez, modestia y apertura que han caracterizado siempre la verdadera sabiduría.

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EL PADRE BRUNO, UN ESCOLAPIO CAMINO DE LA SÁNTIDAD

Alberto Soldado
Fiestas de agosto, Godelleta, 2007


Los escolapios llegaron a Centroamérica en 1949 por solicitud del obispo de Managua al padre general P. Vicente Tomeck, en una visita a Roma. Debían hacerse cargo del Colegio Seminario Tridentino de la ciudad León. Desde entonces la presencia de religiosos escolapios valencianos en Nicaragua, pues a esta provincia escolapia se le encomendó la tarea, no se ha interrumpido. Los padres Barberá Ferris y José Sanfeliu fueron los primeros que plantaron la semilla del lema escolapio: “Piedad y Letras¨ que ha florecido en diversos países de la región. Uno de ellos, el P. Bruno, turolense de nacimiento, pero formado en el postulantado Godelleta, dejó una huella tan profunda que nadie duda de su futura santidad.

El padre Bruno Martínez nació en Moscardón, un pequeño pueblo de la Serranía de Albarracín, el 10 de noviembre de 1907 y se formó como escolapio en la Masía del Pilar, en Godelleta, por donde pasaron todos los religiosos valencianos de la orden de Calasanz hasta finales de los años cincuenta. “El padre Bruno era de pequeña estatura pero un gigante en el trabajo y en la caridad”, comenta Vicente Caballero, un viejo trabajador de aquella Masía que, como todos los lugareños que le conocieron, guarda de él un recuerdo imborrable. Todos reconocen en él a un hombre de gran corazón, especialmente sensibilizado con los más necesitados.

Estuvo en Godelleta hasta el año 1949, fecha en que fue destinado como Superior de la Casa de Gandía, donde desarrolló una intensa labor pedagógica y de predicación por todos los pueblos de La Safor. De allí, y a fin de impulsar los primeros pasos de los escolapios en aquellas tierras, fue destinado a Nicaragua.

Veinte años después, un 29 de diciembre de 1972, fallecía como consecuencia de las graves heridas sufridas en el demoledor terremoto que asoló Managua. Tenía 65 años. Fueron dos décadas donde desarrolló una intensa actividad creadora. “Era un hombre de una actividad frenética; parecía no dormir. Muchas veces nos preguntábamos cómo era posible que soportara tal ritmo de trabajo”, nos dice el padre Manuel Antequera, de Rafelbuñol, otro de los escolapios guiados por el carisma calasancio y el afán misionero que llegó a Centroamérica para ayudar a levantar el Colegio Calasanz de San José de Costa Rica: “El padre Bruno nos encargó la tarea y guió nuestros pasos para superar todas las dificultades, que fueron tremendas. Los escolapios en Centroamérica han vivido en la más estricta pobreza. Creamos colegios desde la nada; hemos vivido en las casas más pobres, a veces sin una silla donde sentarnos y dirigimos nuestra labor a los más necesitados. En nuestros centros hay escuelas gratuitas y en las de pago sólo nosotros sabemos las becas que otorgamos a los más necesitados. El padre Bruno derramó santidad por donde pasó. Siempre disponía de tiempo para acercarse a los niños de los barrios más pobres y enseñarles la doctrina. Era su actividad preferida. Para todos los que le conocimos no nos cabe la menor duda de que era un santo; un hombre sin un ápice de malicia”. En el Colegio de Managua hay una inscripción que dice: “Y todo lo hizo bien...”

OTROS TESTIMONIOS

“Su sencillez de carácter trascendía todos los actos de su vida, siempre usaba solamente un par de zapatos, no hay para qué tener más. Nunca tuvo un reloj propio, salía de su habitación a ver la hora que marcaba el que estaba en la pared de la comunidad. Era pobre de cosas personales, para vivir con intensidad su amor a Cristo, no necesitaba de nada más que su inmenso talento, su sencillez y su intensa vida espiritual”, comenta José Media, secretario de la Asociación de Ex alumnos del Colegio Calasanz de Nicaragua

SUS ÚLTIMAS HORAS

El padre Bruno se encontraba durmiendo en uno de los colegios creados por los escolapios la noche del terremoto. “El y yo nos quedamos dentro del colegio, ya que los demás salieron para pasarla noche en un autobús por miedo a los continuos temblores”, ha relatado el padre Barberá, ya fallecido. Tras el seísmo: “me desperté sepultado por los escombros y no podía ni gritar porque me había cortado la lengua, mientras que al padre Bruno nadie lo podía encontrar”. Finalmente, los compañeros de los escolapios pudieron rescatarlos gravemente heridos. “Había un puesto médico y cuando le llegó el turno al padre Bruno se lo cambió a un niño, a pesar de que por dentro estaba reventado”. Después, ambos fueron trasladados a un hospital donde, el misionero ahora en proceso de beatificación, ‘momentos antes de morir, comenzó a oficiar una misa por un ex alumno fallecido años antes. Hizo toda la misa de memoria y hasta una hermosísima homilía”, señaló el padre Barberá. Instantes después murió.

En el Vaticano, el día 2 de abril de 1982, el Cardenal Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos aceptaba abrir la Causa del padre Bruno.


Artículo publicado en el diario Levante-EMV el día 2 de abril de 2006

ADDENDA

Los últimos años del padre Bruno en Godelleta coincidieron con la parcelación de las tierras de los escolapios y su venta a muchos vecinos de nuestro pueblo en condiciones excepcionalmente favorables para su adquisición. Aquéllos que las compraron gozaron de créditos a largo plazo y bajo interés con precios muy asequibles. De hecho, la mayoría pudieron pagarlas con el valor de la leña arrancada o con la primera cosecha. Muchos jornaleros pasaron a ser propietarios. El recuerdo de los Padres Escolapios sigue entrañablemente unido a la vida de Godelleta, y permanecerá entre las nuevas generaciones. Una de las plazas de la localidad fue dedicada a esta orden religiosa católica gracias a la propuesta del concejal de IU, Pablo Rodríguez, ex alumno escolapio, con el apoyo del alcalde socialista, Miguel Tarín. Hoy, el padre Bruno se sentiría consolado y orgulloso al comprobar cómo la semilla de caridad plantada con su testimonio de entrega a los pobres y necesitados ha brotado en el reconocimiento a los escolapios por parte de los hombres y mujeres del pueblo en el que se formó, y en el que impregnó su alma para entregarla a Dios y a sus semejantes.

Alberto Soldado

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SAN POMPILIO MARÍA PIRROTTI, UNA VIDA MISIONERA.

Léster Sánchez, escolapio

En el 242 aniversario de la glorificación de nuestro hermano Pompilio deseo retomar algunos datos sobre su vida y obra como escolapio en el camino de la sabiduría y de la santidad.

Nació el 29 de Septiembre de 1710 en la localidad de Montecalvo Irpino (Centro sur de la península Itálica). Fue bautizado con los nombres de Domingo Miguel Juan Bautista. Al vestir la sotana escolapia adoptó el nombre de Pompilio María de San Nicolás. Nació de Jerónimo Pirrotti y Ursula Bozzuti, una familia religiosa que tuvo once hijos siendo el sexto nuestro San Pompilio.

A los cuatro años recibió el sacramento de la confirmación. Más tarde demostró una gran devoción al sacramento de la Eucaristía hasta el punto de que atraía a otros niños y les enseñaba la doctrina cristiana y reproducía con ellos con sencillez y profundidad las ceremonias litúrgicas. Era un niño que sentía a Dios en su vida desde siempre. Desde su infancia y adolescencia fue desprendido y desinteresado; el despego de lo material le fue siempre connatural y fue la base humana de su santidad posterior. (1)

Se destacó rápidamente en el estudio y en la oración, animado en ambos aspectos principalmente por su padre, con quien tenía un gran parecido físico-psíquico y espiritual. Esta educación estaba inspirada en la caballerosidad y la gentileza, enraizadas estas en una profunda caridad cristiana. De niño se mantenía entregado al estudio y a la oración, y sus padres convencidos de que Dios le guiaba por caminos distintos a los demás niños le permitían sus fervorosas muestras de fe con penitencias, privaciones y largas horas de oración durante la noche que solía practicar.

A sus quince años, dos acontecimientos hacen aflorar su apertura a Dios: sus primeros ejercicios espirituales y la celebración de la Cuaresma de 1726. Estos marcaron su impulso de optar por la vida religiosa escolapia. Ya en estos ejercicios, sus temas preferidos de meditación, en los que alcanzó un alto grado de profundización eran: -el contraste entre la vida presente y la futura; la captación de las consecuencias eternas de la vida presente; su atención a la vida de Cristo y de la Virgen; y su pronta disposición a dejar lo presente para asegurar lo eterno-. (2)

En esta Cuaresma fue a Montecalvo a predicar un escolapio, el P. Nicolás María Severino a quien acudía a escuchar todos los días y después con quien hablaba entretenidamente. Cuando acabó aquella Cuaresma había tomado la determinación de seguir el camino de vida del P. Nicolás en las Escuelas Pías. Para distraer la atención del joven y apartarlo de su objetivo, sus padres, que cifraban todas sus esperanzas en Domingo (sus tres hermanos mayores ya habían sido entregados a la Iglesia y los dos siguientes a Él habían fallecido), descargaron en Él todo el cuidado de la casa y con ruegos intentaban desviarlo de esta obsesión que tenía su alma. Pero Domingo tenía la idea clara de que Dios le llamaba. Dejó una carta con la intención de despedirse de su familia y amigos, y huyó a Benevento a iniciar su caminar religioso; de donde luego pasó a Nápoles para prepararse a iniciar el Noviciado (2 de febrero de 1727). Su P. maestro de Novicios fue el P. Domingo Mazzela. Profesó el 25 de Marzo de 1728. Fue enviado a Chieti a realizar estudios de retórica y filosofía, y más tarde trasladado a Melfi (1731), cerca de Montecalvo su tierra natal. Aquí nuestro santo descubrió la esencia del ser escolapio: "rehusó a ser o sólo santo o sólo sabio; deseo ser a la vez santo y sabio". (3) Más tarde pasa por Turi(1732), Francavilla(1733), Brindis(1736) y Ortona(1739), permaneciendo en esta última hasta 1744, ejerciendo el ministerio especifico escolapio, "santificando a muchos y devolviendo la alegría a muchos hogares". (4)

El 20 de marzo de 1734 el arzobispo de Brindis le confirió el orden sacerdotal. Debido a su competencia y celo en el campo de la dogmática, la teología, la moral y la patrística, los superiores, en el Capítulo Provincial de 1736 lo designaron para predicar la Palabra de Dios. Siguió ejerciendo en las escuelas hasta 1744, año en que se entrega por completo por obediencia a la predicación. Los colegios donde vivió en santo: Francavilla, Ortona, Anzano, Chieti, Lanciano, Nápoles, Ancona, Lugo, Manfredonia y Campi, fueron testigos de su prodigiosa elocuencia y no sólo estas poblaciones sino también las poblaciones de alrededor donde Pompilio extendía su labor apostólica. Pero su acción no se limitó al púlpito y al confesionario; también se valió de sus escritos para animar la fe de sus fieles. Se conservan obras como su "Novena y Meditaciones para el Nacimiento del Redentor, un Vía Crucis, Meditaciones para Semana Santa, Mes y Novena al Sagrado Corazón de Jesús y otros escritos como El Año consagrado a María y el Mes consagrado al Sagrado Corazón de María.

La misión de San Pompilio, como seguidor de Calasanz, va a ser distinta ya que este tratará de responder a una necesidad de su tiempo y de su sociedad, según su propio carisma. En esta época se da un desprecio hacia lo sobrenatural y una rebelión contra el principio de obediencia y sumisión a las verdades, es la idea del Liberalismo que da pie a la Revolución Francesa. En las palabras de Pompilio relucía diáfanamente la verdad, eran un reto contra el racionalismo y la paganización del orden social. Además de los múltiples signos de Providencia de Dios que por la misión del santo se extendían y fecundaban la fe de los pueblos.

A principios de julio de 1766, Pompilio contrajo la enfermedad que lo llevaría a la muerte y la sufrió sin comunicar a nadie su padecer, según testimonio del P. Rector de Campi, Antonio María Albanese, del párroco, D. Pedro Mazzota y de D. Ignacio Guerrero. El día 13 de Julio, después de haber celebrado la misa, sentado en el confesionario sufrió un desmayo, fue llevado a su habitación, ya resignado en las manos de Dios en los caminos de la austeridad. Al día siguiente, lunes, bajó a la iglesia para recibir la eucaristía ya que no podía celebrarla, el superior le mandó acostarse en su lecho, pero más tarde este insistió en levantarse. El 15 de julio recibió la comunión en su aposento, mientras la noticia de su muerte cercana se extendía en la zona. Finalmente (según testimonio de D. Ignacio) a las 23 horas y media falleció; su rostro era alegre. Echado sobre una silla estaba descalzo, sus pies hinchados, la estola al cuello y en la mano una imagen de Jesucristo. Los pueblos se despoblaron para rendir tributo por su veneración.

Hoy en día en que nos encontramos con un replanteamiento en nuestra vida religiosa desde la dimensión de la misión, la figura de San Pompilio debe decirnos bastante a los escolapios, especialmente porque él comprendió que la capilla y el púlpito podían y debían ser escuela para el escolapio. Y el testimonio de este hermano nuestro debe llenarnos de profunda alegría, por su lucha constante y por su incansable comunicación con Dios que en todo suple las deficiencias humanas. "...Sobre todos esos sucesos extraordinarios está el milagro de su vida y de su comunicación mística con Dios. Esto es lo único imitable y provechoso para nosotros y las generaciones futuras." (5)

Notas


1 P. Salvador López Ruiz. "San Pompilio María Pirrotti", Salamanca, 1984. Págs. 33 y 34.
2 Cf. p. 35.
3 Cf. p.49.
4 P. Demetrio Velasco, "Vida de San Pompilio María Pirrotti", Córdoba, Argentina. 1934. p. 27.
5 Cf. Salvador López, p. 495.

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Entrevista a Francisco Franco en Tetuán

Autor/a: Jay Allen
Lugar: Palacio del Alto Comisionado, Tetuán
Fecha: 29/07/1936
Publicación: News Chronicle (Reino Unido)
Asunto:
Primera entrevista concedida por Franco a un medio de comunicación.

Entrevista con el jefe rebelde español.

El general Franco insiste en que vencerá.

¿Tendrá que matar a la mitad de España?
Triunfaré cueste lo que cueste.
Un hombre desesperado.

De nuestro enviado especial. Tánger, martes

Acabo de llegar de Tetuán, donde he tenido una entrevista sensacional con el general Francisco Franco, jefe de los rebeldes españoles. Salí de su caluroso cuartel general con dos convicciones:

1º. Realmente cree que tiene todavía la posibilidad de dominar a la República.
2°. Si considera posible el fracaso cercano tendrá la tentación de provocar un incidente internacional de la mayor gravedad.

A mi pregunta:
¿Ahora que el golpe ha fracasado en sus objetivos, por cuánto tiempo seguirá la matanza?, contestó tranquilamente: "No habrá compromiso ni tregua, seguiré preparando mi avance hacia Madrid. Avanzaré —gritó—, tomaré la capital. Salvaré España del marxismo, cueste lo que cueste."

Le pregunté si no había llegado el momento de las tablas. Me miró con lo que creo era auténtica sorpresa y dijo: "No, no ha llegado. He tenido dificultades, la deserción de la flota fue un duro golpe, pero seguiré avanzando. Pronto, muy pronto, mis tropas habrán pacificado el país y todo eso (el general movió sus manos en la dirección de España) será pronto algo como una pesadilla."

Pregunta:
¿Eso significa que tendrá que matar a la mitad de España? El general Franco sacudió la cabeza con sonrisa escéptica, pero dijo: "Repito, cueste lo que cueste."

En la conversación que duró más de una hora tocó algunos de los peligros internacionales de esta guerra civil: "Francia —dijo— ya ha entregado armamentos al Gobierno hermano del Frente Popular."

Mostré mi escepticismo. "No, créame —dijo— Francia ha enviado veinticinco aviones y doce mil bombas para que las usen contra nosotros."

(El Gobierno francés ha negado categóricamente haber mandado municiones a España.)

"Europa —siguió— tiene que procurar que España no llegue a ser la segunda potencia comunista en Europa usando su posición estratégica para diseminar propaganda roja en Marruecos, Argelia, Túnez e incluso América. Las potencias tienen que darse cuenta de ello. Francia tiene que darse cuenta de ello."

Pregunta:
Queipo, en sus emisiones desde Sevilla, insinúa que la intervención de Alemania e Italia es posible.

General Franco:
"¿Eso dijo?; ninguna potencia europea puede permitirse que España se vuelva roja. Queipo tiene razón sobre Tánger. Se está estableciendo un peligroso precedente internacional al permitir que un puerto garantizado con un estatuto de neutralidad se use como base para bombardear las costas hispanoamericanas. Esto no puede seguir así."

Pregunta:
¿Qué haría su Gobierno si venciera?

General Franco:
"Yo establecería una dictadura militar y más tarde convocaría un plebiscito nacional para ver lo que el país quiere. Los españoles están cansados de política y de políticos."

Pregunta:
¿Qué les pasaría a los políticos de la República?

General Franco:
"Nada, excepto que tendrían que ponerse a trabajar."

(Supe mientras estaba en Tetuán que cien miembros del Frente Popular estaban, efectivamente, trabajando encadenados en carreteras africanas bajo el fuerte sol.)

Pregunta:
¿Cómo consiguió usted colaborar con la República con aparente lealtad durante tanto tiempo? (Franco fue jefe de Estado Mayor en 1934 y 1935.)

General Franco:
"Colaboré lealmente todo el tiempo en que pensé que la República representaba la voluntad popular."

Pregunta:
Y las elecciones de febrero, ¿no representaron la voluntad popular?

General Franco:
"Las elecciones nunca la representan."

Pregunta:
¿Cuántas tropas han cruzado España por avión?

General Franco:
"Hoy sólo doscientos sesenta, pero cada día que pasa trabaja en nuestro favor. No pueden resistir."

Pregunta:
¿Usted cree que soltando a los moros y a la Legión Extranjera en el continente está preparando la pacificación?

General Franco:
"Era necesario. Azaña lo hizo en 1932 cuando la revuelta del general Sanjurjo."

Pregunta:
¿Pero cómo va a pacificar a España si la matanza sigue? ¿No teme que una guerra civil prolongada destruirá a la República, destruirá el Ejército y la Marina y dejará el camino abierto al comunismo?

General Franco:
"No. Los Ejércitos se forjan en la guerra. Ésta es la lucha entre la verdadera España y los marxistas."

El jefe rebelde parecía cansado cuando se despidió. Al dejar el palacio vi a oficiales en mangas de camisa bebiendo jerez.

Necesité varios días para arreglar esta entrevista. Hasta hoy, el general Franco había dado solamente comunicados oficiales a la prensa. Tras mandarle una lista de preguntas, vía Algeciras, sonó el timbre de mi teléfono. El que llamaba era el oficial de Estado Mayor de Algeciras. "¿Le gustaría ver al general?", preguntó. Siguiendo sus instrucciones me dirigí a Tánger. Cuando llegué a la zona española, dos moros armados me detuvieron, y mi coche, incluido el neumático de repuesto, fue registrado. En la garita de la frontera, fascistas de camisa azul lo registraron de nuevo.

Después de esperar una hora, se me comunicó que podía ir a Tetuán con escolta. Antes de llegar al palacio del alto comisario en Tetuán fui cacheado dos veces. Después de esperar un rato en el elegante despacho del alto comisario, un hombre de poca estatura entró en la habitación. Era el general Franco, vestido de uniforme completo con fajín, con borlas rojo y amarillo.

Es asombrosamente pequeño (otro enano que quiere ser dictador). Sus ojos son amables, su nariz aguileña, sus manos y pies muy pequeños. Tendrá barriga muy pronto.

A los cuarenta y tres años es el general-niño de España. También fue el capitán más joven y el más joven teniente.

Es evidente que sus hombres le adoran.
(News Chronicle, Londres, 29 de julio de 1936)

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La escuela del Mundo al revés

Eduardo Galeano

Los alumnos

Día tras día, se niega a los niños el derecho a ser niños. Los hechos, que se burlan de ese derecho, imparten sus enseñanzas en la vida cotidiana. El mundo trata a los niños ricos como si fueran dinero, para que se acostumbren a actuar como el dinero actúa. El mundo trata a los niños pobres como si fueran basura, para que se conviertan en basura. Y a los del medio, a los niños que no son ricos ni pobres, los tiene atados a la pata del televisor, para que desde muy temprano acepten, como destino, la vida prisionera. Mucha magia y mucha suerte tienen los niños que consiguen ser niños.

Los de arriba, los de abajo y los del medio

En el océano del desamparo, se alzan las islas del privilegio. Son lujosos campos de concentración, donde los poderosos sólo se encuentran con los poderosos y jamás pueden olvidar, ni por un ratito, que son poderosos. En algunas de las grandes ciudades latinoamericanas, los secuestros se han hecho costumbre, y los niños ricos crecen encerrados dentro de la burbuja del miedo. Habitan mansiones amuralladas, grandes casas o grupos de casas rodeadas de cercos electrificados y de guardias armados, y están día y noche vigilados por los guardaespaldas y por las cámaras de los circuitos cerrados de seguridad. Los niños ricos viajan, como el dinero, en autos blindados. No conocen, más que de vista, su ciudad.

Ellos no viven en la ciudad donde viven. Tienen prohibido ese vasto infierno que acecha su minúsculo cielo privado. Más allá de las fronteras, se extiende una región del terror donde la gente es mucha, fea, sucia y envidiosa. En plena era de la globalización, los niños ya no pertenecen a ningún lugar, pero los que menos lugar tienen son los que más cosas tienen: ellos crecen sin raíces, despojados de identidad cultural, y sin más sentido social que la certeza de que la realidad es un peligro. Su patria está en las marcas de prestigio universal, que distinguen sus ropas y todo lo que usan, y su lenguaje es el lenguaje de los códigos electrónicos internacionales. En las ciudades más diversas, y en los más distantes lugares del mundo, los hijos del privilegio se parecen entre sí, en sus costumbres y en sus tendencias, como entre sí se parecen los shopping centers y los aeropuertos, que están fuera del tiempo y del espacio. Educados en la realidad virtual, se deseducan en la ignorancia de la realidad real, que sólo existe para ser temida o para ser comprada.

Fast food, fast cars, fast life: desde que nacen, los niños ricos son entrenados para el consumo y para la fugacidad, y transcurren la infancia comprobando que las máquinas son más dignas de confianza que las personas. Cuando llegue la hora del ritual de iniciación, les será ofrendada su primera coraza todo terreno, con tracción a cuatro ruedas. Durante los años de la espera, ellos se lanzan a toda velocidad a las autopistas cibernéticas y confirman su identidad devorando imágenes y mercancías, haciendo zapping y haciendo shopping. Los ciberniños navegan por el ciberespacio con la misma soltura con que los niños abandonados deambulan por las calles de las ciudades.

Mucho antes de que los niños ricos dejen de ser niños y descubran las drogas caras que aturden la soledad y enmascaran el miedo, ya los niños pobres están aspirando gasolina o pegamento. Mientras los niños ricos juegan a la guerra con balas de rayos láser, ya las balas de plomo amenazan a los niños de la calle.

En América latina, los niños y los adolescentes suman casi la mitad de la población total. La mitad de esa mitad vive en la miseria. En América latina mueren cien niños, cada hora, por hambre o enfermedad curable, Y entre todos los rehenes del sistema, ellos son los que peor la pasan. La sociedad los exprime, los vigila, los castiga, a veces los mata: casi nunca los escucha, jamás los comprende.

Esos niños, hijos de gente que trabaja salteado o que no tiene trabajo ni lugar en el mundo, están obligados, desde muy temprano, a vivir al servicio de cualquier actividad, deslomándose a cambio de la comida, o de poco más, todo a lo largo y a lo ancho del mapa del mundo. Después de aprender a caminar, aprenden cuáles son las recompensas que se otorgan a los pobres que se portan bien: ellos, y ellas, son la mano de obra gratuita de los talleres, las tiendas y las cantinas caseras, o son la mano de obra a precio de ganga de las industrias de exportación que fabrican ropa deportiva para las grandes empresas multinacionales. Trabajan en las faenas agrícolas o en los trajines urbanos, o trabajan en su casa, al servicio de quien allí mande. Son esclavitos o esclavitas de la economía familiar o del sector informal de la economía globalizada, donde ocupan el escalón más bajo de la población activa al servicio del mercado mundial.

Son incontables los niños pobres que trabajan, en su casa o afuera, para su familia o para quien sea. En su mayoría, trabajan fuera de la ley y fuera de las estadísticas. ¿Y los demás niños pobres? De los demás, son muchos los que sobran. El mercado no los necesita, ni los necesitará jamás. No son rentables, jamás lo serán. El mismo sistema productivo que desprecia a los viejos, teme a los niños. La vejez es un fracaso, la infancia es un peligro. Cada niño contiene una posible corriente de El Niño, y es preciso prevenir la devastación que puede provocar.

¿Qué destino tienen los nadies, los dueños de nada, en países donde el derecho de propiedad se está convirtiendo en el único derecho? ¿Y los hijos de los nadies? según UNICEF, en 1995 había ocho millones de niños abandonados, niños de la calle, en las grandes ciudades latinoamericanas; según la organización Human Rights Watch, en 1993 los escuadrones parapoliciales asesinaron a seis niños por día en Colombia y a cuatro por día en Brasil.

Entre una punta y la otra, el medio. Entre los niños que viven prisioneros de la opulencia y los que viven prisioneros del desamparo, están los niños que tienen bastante más que nada, pero mucho menos que todo. Cada vez son menos libres los niños de clase media. "Que te dejen ser o que no te dejen ser: ésa es la cuestión", supo decir Chumy Chúmez, humorista español. El miedo del medio: el piso cruje bajo los pies, ya no hay garantías, la estabilidad es inestable, se evaporan los empleos, se desvanece el dinero, llegar a fin de mes es una hazaña. Bienvenida, clase media, saluda un cartel a la entrada de uno de los barrios más miserables de Buenos Aires. La clase media sigue viviendo en estado de impostura, fingiendo que cumple las leyes y que cree en ellas, y simulando tener más de lo que tiene; pero nunca le ha resultado tan difícil cumplir con esta abnegada tradición. Está la clase media asfixiada por las deudas y paralizada por el pánico, y en el pánico cría a sus hijos. Pánico de vivir, pánico de caer: pánico de perder el trabajo, el auto, la casa, las cosas, pánico de no llegar a tener lo que se debe tener para llegar a ser. En el clamor colectivo por la seguridad pública, amenazada por los monstruos del delito que acecha, la clase media es la que más alto grita. Defiende el orden como si fuera su propietaria, aunque no es más que una inquilina agobiada por el precio del alquiler y la amenaza del desalojo.

Atrapados en las trampas del pánico, los niños de clase media están cada vez más condenados a la humillación del encierro perpetuo. En la ciudad del futuro, que ya está siendo ciudad del presente, los teleniños, vigilados por niñeras electrónicas, contemplarán la calle desde alguna ventana de sus telecasas: la calle prohibida por la violencia o por el pánico a la violencia, la calle donde ocurre el siempre peligroso, y a veces prodigioso, espectáculo de la vida.

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domingo, julio 13, 2008

LA PROVINCIA DE LAS ESCUELAS PIAS DE VALENCIA (1833–2008)

Enric Ferrer, escolapio

la unidad de tiempo para los escolapios es el curso. Pautada así la vida, puede resultar complicado ir más allá de esa inmediata referencia y remontarse a épocas alejadas del ajetreo cotidiano de la escuela. Conviene, sin embargo, de vez en cuando, alzar la vista y contemplar el camino recorrido, y a su luz analizar o comprender el presente, con el fin de proyectar un futuro más coherente con los propios ideales escolapios. En mayo del presente año se han cumplido los 175 años de la erección canónica de nuestra Provincia. Aunque sea un aniversario con escaso eco, sea por la misma falta de rotundidad de la efeméride, siempre será útil, aunque sea a través de una breve aproximación histórica, sentir el pulso todavía vivo de nuestra Escuela Pía valenciana.

La etapa anterior a la erección de la Provincia, precedida por la creación de la Viceprovincia en 1826, corresponde a la Provincia de Aragón. Los tres colegios Valencia (1738), Albarracín (1731) y Gandía (1807) formaron la Viceprovincia independiente, erigida por el P. Joaquín Esteve, Vicario General de España, residente en Valencia, de donde había sido Rector. El primer Vicario Provincial fue el P. Lorenzo Ramo. Este ilustre escolapio, siendo Prepósito General, por título alternativo con Roma, erigió la Provincia de Valencia el día 7 de mayo de 1833, con las tres casas ya aludidas y el llamado Colegio Reunido de Valencia (1830– 1847). El primer provincial (1833-1845) fue el P. Fernando Maestre (1778– 1846).

Nacía la Provincia en las postrimerías del reinado de Fernando VII, todavía dentro de lo que historiadores liberales designaron como Década Ominosa (1823 – 1833). En septiembre moría el monarca y, tras las indecisiones de su sucesión, comenzaba la primera Guerra Carlista. Apenas había habido tiempo para organizar la naciente demarcación, cuando desde el terrible verano de 1835, el giro político liberal dictaría las leyes de exclaustración y supresión de Congregaciones religiosas, y la desamortización de sus bienes, sobre todo con la de 29 de julio de 1837. Se hizo una excepción con la Escuela Pía, pero únicamente se le autorizó a seguir existiendo por su carácter de escuela pública reconocida y no por ser congregación religiosa, de tal manera que no tenía propiamente superiores y noviciados. Le salvó, por tanto, su ministerio y su pobreza. Comienzo difícil, con defecciones sonadas y casos como los del poeta Juan Arolas. Los responsables se limitaron a mantener, como pudieron, las casas y los religiosos que seguían.

Recién estrenada la Década Moderada llegó una restauración con cortapisas. Por la ley de 5 de marzo de 1845, aprobada por las Cortes, se vuelve a la situación anterior a los decretos de extinción y desamortización, pero “quedando sujeto (el Instituto de las Escuelas Pías), en la parte relativa a la enseñanza, a las disposiciones generales sobre Instrucción pública y a las órdenes especiales del Gobierno”. Comenzaban así dos procesos de gran calado: el control estatal de la enseñanza y la necesidad de adaptarse a las exigencias oficiales. Se viven años de penuria y de lenta recuperación, aunque desaparece el Colegio Reunido (1847). La monarquía hará las paces con el papa en el Concordato de 1851 y se reconocerá el control eclesiástico de la enseñanza, en lo que toca a fe y costumbres. En 1857, la ley Moyano establecía una distinción clara entre la enseñanza pública y privada. Se iba desdibujando el carácter público de la Escuela Pía, aunque tuviera conciertos económicos de carácter municipal en algunas localidades.

Con el destronamiento de Isabel II en 1868 comenzaba el llamado Sexenio revolucionario: época de ensayos políticos, de avanzar en la separación Iglesia – Estado, aunque conservando el Concordato de 1851. Años de teórica libertad de enseñanza, pero de dificultades principalmente económicas. Se llegaba al límite de la posibilidad de sobrevivir como institución escolar. Los escolapios de España, a través del P. General, pidieron y obtuvieron un rescripto pontificio en 1873, por el cual se atenuaba, entre otras cosas, la gratuidad de las escuelas. Se abría así un camino cada vez más transitado hacia la casi desaparición de la gratuidad. Todavía, sin embargo, hubo fuerzas para aceptar la fundación de Utiel (1868).

Con la Restauración monárquica se iniciaba, desde 1875, la que algunos han dado en llamar la época dorada de la Provincia. Se aceleraron las fundaciones: Xàtiva (1877–1881), Alzira (1876), Castelló de la Plana (1897), Algemesí (1908), Grao de Valencia (1911-1936), Albacete (1924). La Masía del Pilar (Godelleta) de finca rústica pasó a ser casa de formación desde 1904 hasta 1958.

La Enseñanza Secundaria se potenció en detrimento de la Primaria. El Bachillerato se dotará de laboratorios, museos didácticos, espacios para la educación física, métodos de renovación pedagógica, enseñanza de lenguas modernas, etc. La casi única presencia de la Escuela Pía en el terreno educativo, tenía ahora que compartir espacio no sólo con las escuelas laicas y la enseñanza oficial, sino la de otras Congregaciones religiosas dedicadas a la educación. Se afianzaron así, a su vez, las clases separadas para gratuitos. El nivel del profesorado escolapio alcanzó una considerable calidad, como lo demuestran sus abundantes publicaciones de todo tipo e iniciativas de gran calado pastoral, aunque con su inevitable tributo apologético, tan característico de aquellos años. La huella de las Casas Centrales de Formación se iba dejando sentir.

La proclamación de la República en abril de1931 fue como un despertar brusco a la más dura de las realidades. Muy pronto la Constitución republicana, en su artículo 26, prohibía a las Congregaciones religiosas ejercer la enseñanza. Se arbitraron soluciones adaptadas a la nueva legislación y los colegios fueron reconvertidos en academias privadas, aunque con limitaciones para seguir ejerciendo de profesores en Bachillerato. Tras el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936, los colegios, uno tras otro, fueron clausurados a la fuerza. Los religiosos, a veces agrupados en alguna casa alquilada, sobrevivieron con sus ahorros o dando clases particulares. El comienzo de la guerra civil produjo la dispersión de los religiosos y el inicio de unos meses de extrema violencia contra todo lo que tuviera que ver con la Iglesia. El asesinato de 38 escolapios y la desaparición de los colegios, abrían la etapa más incierta y dolorosa para la Provincia.

Con el final de la guerra en 1939, comenzó la compleja tarea de la restauración. Se contaba con pocos religiosos, con muy escasos medios económicos, pero se optó, antes de asegurar lo mínimo para los religiosos (vivienda, manutención, etc.), volver a abrir las escuelas, incluso antes de acabar el inexistente curso 1938–39. Se limpiaron y adecentaron los edificios, con curas de urgencia para restañar las heridas más profundas. En lo religioso se produjo una reafirmación de la identidad católica, que llevó, en alguna ocasión, a cuidar más las manifestaciones externas de la fe que el cultivo interior.

Una tarea sobrehumana para tan pocos, que fue dejando secuelas en la salud de algunos religiosos, la falta de preparación, el comienzo de las defecciones. Hubo que atender a las nuevas exigencias oficiales sobre titulaciones académicas, planes de estudio, orientaciones ideológicas, etc. Más allá de las clases de Religión y Catequesis, de la vida sacramental, se potenciaron nuevos rumbos para la Pastoral: grupos juveniles, ejercicios espirituales, actividades apostólicas, etc. La aplicación de los grandes cambios nacidos de la Ley General de Educación (1970) significó casi un volver a empezar.

Por fin llegó la hora de América. Nicaragua, República Dominicana y Costa Rica, se convirtieron en nuevas zonas para el ministerio escolapio, a pesar de la penuria de religiosos, las dificultades de las casas de formación, la escasez de medios humanos y económicos, a veces suavizados por las aportaciones de los internados, a costa de multiplicar horas de trabajo. Se cierran las casas de Alzira (1950), Yecla (1950-1959), Albarracín (1976), la Residencia Universitaria, La Masía del Pilar. Se fundan el Colegio Calasanz (1954), con su gran internado, Malvarrosa (1963), el COPP, Buñol (1988 – 2005), las parroquias, las nuevas casas de formación, etc. Desde el comienzo de los años 70 del siglo XX, el número de religiosos baja. Los colegios ven aumentar su profesorado seglar, que exige nuevas estrategias, nuevos esfuerzos que sumar a los de cada día.

Y ya en crónica apresurada: más leyes, conciertos económicos con la Administración, desconcierto ante los cambios tan apresurados en todos los terrenos, el pluralismo social, la secularización... Pero también el aumento de religiosos desde finales del pasado siglo, el afianzamiento de la Escuela Pía americana, las nuevas iniciativas pastorales, la demanda de puestos escolares en nuestros centros...

Mirando hacia atrás, excusando lo que hay de debilidad y limitación, el hilo fuerte y tenaz que ha dado coherencia y continuidad a nuestra Provincia ha sido la fidelidad al ministerio educativo calasancio, con todo lo que implica. Defenderlo, como se ha podido, ha sido el designio vertebrador de nuestra Comunidad provincial, junto con el recuerdo agradecido a los que nos han precedido, a los que plantaron aquel árbol ad majus pietatis incrementum.

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Política ignota – Costa Rica, 2008


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jueves, julio 10, 2008

LA PROVINCIA DE LAS ESCUELAS PIAS DE VALENCIA (1833–2008)

Enric Ferrer
ALBADA VII, 2008

la unidad de tiempo para los escolapios es el curso. Pautada así la vida, puede resultar complicado ir más allá de esa inmediata referencia y remontarse a épocas alejadas del ajetreo cotidiano de la escuela. Conviene, sin embargo, de vez en cuando, alzar la vista y contemplar el camino recorrido, y a su luz analizar o comprender el presente, con el fin de proyectar un futuro más coherente con los propios ideales escolapios. En mayo del presente año se han cumplido los 175 años de la erección canónica de nuestra Provincia. Aunque sea un aniversario con escaso eco, sea por la misma falta de rotundidad de la efeméride, siempre será útil, aunque sea a través de una breve aproximación histórica, sentir el pulso todavía vivo de nuestra Escuela Pía valenciana.

La etapa anterior a la erección de la Provincia, precedida por la creación de la Viceprovincia en 1826, corresponde a la Provincia de Aragón. Los tres colegios Valencia (1738), Albarracín (1731) y Gandía (1807) formaron la Viceprovincia independiente, erigida por el P. Joaquín Esteve, Vicario General de España, residente en Valencia, de donde había sido Rector. El primer Vicario Provincial fue el P. Lorenzo Ramo. Este ilustre escolapio, siendo Prepósito General, por título alternativo con Roma, erigió la Provincia de Valencia el día 7 de mayo de 1833, con las tres casas ya aludidas y el llamado Colegio Reunido de Valencia (1830– 1847). El primer provincial (1833-1845) fue el P. Fernando Maestre (1778– 1846).

Nacía la Provincia en las postrimerías del reinado de Fernando VII, todavía dentro de lo que historiadores liberales designaron como Década Ominosa (1823 – 1833). En septiembre moría el monarca y, tras las indecisiones de su sucesión, comenzaba la primera Guerra Carlista. Apenas había habido tiempo para organizar la naciente demarcación, cuando desde el terrible verano de 1835, el giro político liberal dictaría las leyes de exclaustración y supresión de Congregaciones religiosas, y la desamortización de sus bienes, sobre todo con la de 29 de julio de 1837. Se hizo una excepción con la Escuela Pía, pero únicamente se le autorizó a seguir existiendo por su carácter de escuela pública reconocida y no por ser congregación religiosa, de tal manera que no tenía propiamente superiores y noviciados. Le salvó, por tanto, su ministerio y su pobreza. Comienzo difícil, con defecciones sonadas y casos como los del poeta Juan Arolas. Los responsables se limitaron a mantener, como pudieron, las casas y los religiosos que seguían.

Recién estrenada la Década Moderada llegó una restauración con cortapisas. Por la ley de 5 de marzo de 1845, aprobada por las Cortes, se vuelve a la situación anterior a los decretos de extinción y desamortización, pero “quedando sujeto (el Instituto de las Escuelas Pías), en la parte relativa a la enseñanza, a las disposiciones generales sobre Instrucción pública y a las órdenes especiales del Gobierno”. Comenzaban así dos procesos de gran calado: el control estatal de la enseñanza y la necesidad de adaptarse a las exigencias oficiales. Se viven años de penuria y de lenta recuperación, aunque desaparece el Colegio Reunido (1847). La monarquía hará las paces con el papa en el Concordato de 1851 y se reconocerá el control eclesiástico de la enseñanza, en lo que toca a fe y costumbres. En 1857, la ley Moyano establecía una distinción clara entre la enseñanza pública y privada. Se iba desdibujando el carácter público de la Escuela Pía, aunque tuviera conciertos económicos de carácter municipal en algunas localidades.

Con el destronamiento de Isabel II en 1868 comenzaba el llamado Sexenio revolucionario: época de ensayos políticos, de avanzar en la separación Iglesia – Estado, aunque conservando el Concordato de 1851. Años de teórica libertad de enseñanza, pero de dificultades principalmente económicas. Se llegaba al límite de la posibilidad de sobrevivir como institución escolar. Los escolapios de España, a través del P. General, pidieron y obtuvieron un rescripto pontificio en 1873, por el cual se atenuaba, entre otras cosas, la gratuidad de las escuelas. Se abría así un camino cada vez más transitado hacia la casi desaparición de la gratuidad. Todavía, sin embargo, hubo fuerzas para aceptar la fundación de Utiel (1868).

Con la Restauración monárquica se iniciaba, desde 1875, la que algunos han dado en llamar la época dorada de la Provincia. Se aceleraron las fundaciones: Xàtiva (1877–1881), Alzira (1876), Castelló de la Plana (1897), Algemesí (1908), Grao de Valencia (1911-1936), Albacete (1924). La Masía del Pilar (Godelleta) de finca rústica pasó a ser casa de formación desde 1904 hasta 1958.

La Enseñanza Secundaria se potenció en detrimento de la Primaria. El Bachillerato se dotará de laboratorios, museos didácticos, espacios para la educación física, métodos de renovación pedagógica, enseñanza de lenguas modernas, etc. La casi única presencia de la Escuela Pía en el terreno educativo, tenía ahora que compartir espacio no sólo con las escuelas laicas y la enseñanza oficial, sino la de otras Congregaciones religiosas dedicadas a la educación. Se afianzaron así, a su vez, las clases separadas para gratuitos. El nivel del profesorado escolapio alcanzó una considerable calidad, como lo demuestran sus abundantes publicaciones de todo tipo e iniciativas de gran calado pastoral, aunque con su inevitable tributo apologético, tan característico de aquellos años. La huella de las Casas Centrales de Formación se iba dejando sentir.

La proclamación de la República en abril de1931 fue como un despertar brusco a la más dura de las realidades. Muy pronto la Constitución republicana, en su artículo 26, prohibía a las Congregaciones religiosas ejercer la enseñanza. Se arbitraron soluciones adaptadas a la nueva legislación y los colegios fueron reconvertidos en academias privadas, aunque con limitaciones para seguir ejerciendo de profesores en Bachillerato. Tras el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936, los colegios, uno tras otro, fueron clausurados a la fuerza. Los religiosos, a veces agrupados en alguna casa alquilada, sobrevivieron con sus ahorros o dando clases particulares. El comienzo de la guerra civil produjo la dispersión de los religiosos y el inicio de unos meses de extrema violencia contra todo lo que tuviera que ver con la Iglesia. El asesinato de 38 escolapios y la desaparición de los colegios, abrían la etapa más incierta y dolorosa para la Provincia.

Con el final de la guerra en 1939, comenzó la compleja tarea de la restauración. Se contaba con pocos religiosos, con muy escasos medios económicos, pero se optó, antes de asegurar lo mínimo para los religiosos (vivienda, manutención, etc.), volver a abrir las escuelas, incluso antes de acabar el inexistente curso 1938–39. Se limpiaron y adecentaron los edificios, con curas de urgencia para restañar las heridas más profundas. En lo religioso se produjo una reafirmación de la identidad católica, que llevó, en alguna ocasión, a cuidar más las manifestaciones externas de la fe que el cultivo interior.

Una tarea sobrehumana para tan pocos, que fue dejando secuelas en la salud de algunos religiosos, la falta de preparación, el comienzo de las defecciones. Hubo que atender a las nuevas exigencias oficiales sobre titulaciones académicas, planes de estudio, orientaciones ideológicas, etc. Más allá de las clases de Religión y Catequesis, de la vida sacramental, se potenciaron nuevos rumbos para la Pastoral: grupos juveniles, ejercicios espirituales, actividades apostólicas, etc. La aplicación de los grandes cambios nacidos de la Ley General de Educación (1970) significó casi un volver a empezar.

Por fin llegó la hora de América. Nicaragua, República Dominicana y Costa Rica, se convirtieron en nuevas zonas para el ministerio escolapio, a pesar de la penuria de religiosos, las dificultades de las casas de formación, la escasez de medios humanos y económicos, a veces suavizados por las aportaciones de los internados, a costa de multiplicar horas de trabajo. Se cierran las casas de Alzira (1950), Yecla (1950-1959), Albarracín (1976), la Residencia Universitaria, La Masía del Pilar. Se fundan el Colegio Calasanz (1954), con su gran internado, Malvarrosa (1963), el COPP, Buñol (1988 – 2005), las parroquias, las nuevas casas de formación, etc. Desde el comienzo de los años 70 del siglo XX, el número de religiosos baja. Los colegios ven aumentar su profesorado seglar, que exige nuevas estrategias, nuevos esfuerzos que sumar a los de cada día.

Y ya en crónica apresurada: más leyes, conciertos económicos con la Administración, desconcierto ante los cambios tan apresurados en todos los terrenos, el pluralismo social, la secularización... Pero también el aumento de religiosos desde finales del pasado siglo, el afianzamiento de la Escuela Pía americana, las nuevas iniciativas pastorales, la demanda de puestos escolares en nuestros centros...

Mirando hacia atrás, excusando lo que hay de debilidad y limitación, el hilo fuerte y tenaz que ha dado coherencia y continuidad a nuestra Provincia ha sido la fidelidad al ministerio educativo calasancio, con todo lo que implica. Defenderlo, como se ha podido, ha sido el designio vertebrador de nuestra Comunidad provincial, junto con el recuerdo agradecido a los que nos han precedido, a los que plantaron aquel árbol ad majus pietatis incrementum.

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