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miércoles, julio 30, 2008

EL PADRE BRUNO, UN ESCOLAPIO CAMINO DE LA SÁNTIDAD

Alberto Soldado
Fiestas de agosto, Godelleta, 2007


Los escolapios llegaron a Centroamérica en 1949 por solicitud del obispo de Managua al padre general P. Vicente Tomeck, en una visita a Roma. Debían hacerse cargo del Colegio Seminario Tridentino de la ciudad León. Desde entonces la presencia de religiosos escolapios valencianos en Nicaragua, pues a esta provincia escolapia se le encomendó la tarea, no se ha interrumpido. Los padres Barberá Ferris y José Sanfeliu fueron los primeros que plantaron la semilla del lema escolapio: “Piedad y Letras¨ que ha florecido en diversos países de la región. Uno de ellos, el P. Bruno, turolense de nacimiento, pero formado en el postulantado Godelleta, dejó una huella tan profunda que nadie duda de su futura santidad.

El padre Bruno Martínez nació en Moscardón, un pequeño pueblo de la Serranía de Albarracín, el 10 de noviembre de 1907 y se formó como escolapio en la Masía del Pilar, en Godelleta, por donde pasaron todos los religiosos valencianos de la orden de Calasanz hasta finales de los años cincuenta. “El padre Bruno era de pequeña estatura pero un gigante en el trabajo y en la caridad”, comenta Vicente Caballero, un viejo trabajador de aquella Masía que, como todos los lugareños que le conocieron, guarda de él un recuerdo imborrable. Todos reconocen en él a un hombre de gran corazón, especialmente sensibilizado con los más necesitados.

Estuvo en Godelleta hasta el año 1949, fecha en que fue destinado como Superior de la Casa de Gandía, donde desarrolló una intensa labor pedagógica y de predicación por todos los pueblos de La Safor. De allí, y a fin de impulsar los primeros pasos de los escolapios en aquellas tierras, fue destinado a Nicaragua.

Veinte años después, un 29 de diciembre de 1972, fallecía como consecuencia de las graves heridas sufridas en el demoledor terremoto que asoló Managua. Tenía 65 años. Fueron dos décadas donde desarrolló una intensa actividad creadora. “Era un hombre de una actividad frenética; parecía no dormir. Muchas veces nos preguntábamos cómo era posible que soportara tal ritmo de trabajo”, nos dice el padre Manuel Antequera, de Rafelbuñol, otro de los escolapios guiados por el carisma calasancio y el afán misionero que llegó a Centroamérica para ayudar a levantar el Colegio Calasanz de San José de Costa Rica: “El padre Bruno nos encargó la tarea y guió nuestros pasos para superar todas las dificultades, que fueron tremendas. Los escolapios en Centroamérica han vivido en la más estricta pobreza. Creamos colegios desde la nada; hemos vivido en las casas más pobres, a veces sin una silla donde sentarnos y dirigimos nuestra labor a los más necesitados. En nuestros centros hay escuelas gratuitas y en las de pago sólo nosotros sabemos las becas que otorgamos a los más necesitados. El padre Bruno derramó santidad por donde pasó. Siempre disponía de tiempo para acercarse a los niños de los barrios más pobres y enseñarles la doctrina. Era su actividad preferida. Para todos los que le conocimos no nos cabe la menor duda de que era un santo; un hombre sin un ápice de malicia”. En el Colegio de Managua hay una inscripción que dice: “Y todo lo hizo bien...”

OTROS TESTIMONIOS

“Su sencillez de carácter trascendía todos los actos de su vida, siempre usaba solamente un par de zapatos, no hay para qué tener más. Nunca tuvo un reloj propio, salía de su habitación a ver la hora que marcaba el que estaba en la pared de la comunidad. Era pobre de cosas personales, para vivir con intensidad su amor a Cristo, no necesitaba de nada más que su inmenso talento, su sencillez y su intensa vida espiritual”, comenta José Media, secretario de la Asociación de Ex alumnos del Colegio Calasanz de Nicaragua

SUS ÚLTIMAS HORAS

El padre Bruno se encontraba durmiendo en uno de los colegios creados por los escolapios la noche del terremoto. “El y yo nos quedamos dentro del colegio, ya que los demás salieron para pasarla noche en un autobús por miedo a los continuos temblores”, ha relatado el padre Barberá, ya fallecido. Tras el seísmo: “me desperté sepultado por los escombros y no podía ni gritar porque me había cortado la lengua, mientras que al padre Bruno nadie lo podía encontrar”. Finalmente, los compañeros de los escolapios pudieron rescatarlos gravemente heridos. “Había un puesto médico y cuando le llegó el turno al padre Bruno se lo cambió a un niño, a pesar de que por dentro estaba reventado”. Después, ambos fueron trasladados a un hospital donde, el misionero ahora en proceso de beatificación, ‘momentos antes de morir, comenzó a oficiar una misa por un ex alumno fallecido años antes. Hizo toda la misa de memoria y hasta una hermosísima homilía”, señaló el padre Barberá. Instantes después murió.

En el Vaticano, el día 2 de abril de 1982, el Cardenal Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos aceptaba abrir la Causa del padre Bruno.


Artículo publicado en el diario Levante-EMV el día 2 de abril de 2006

ADDENDA

Los últimos años del padre Bruno en Godelleta coincidieron con la parcelación de las tierras de los escolapios y su venta a muchos vecinos de nuestro pueblo en condiciones excepcionalmente favorables para su adquisición. Aquéllos que las compraron gozaron de créditos a largo plazo y bajo interés con precios muy asequibles. De hecho, la mayoría pudieron pagarlas con el valor de la leña arrancada o con la primera cosecha. Muchos jornaleros pasaron a ser propietarios. El recuerdo de los Padres Escolapios sigue entrañablemente unido a la vida de Godelleta, y permanecerá entre las nuevas generaciones. Una de las plazas de la localidad fue dedicada a esta orden religiosa católica gracias a la propuesta del concejal de IU, Pablo Rodríguez, ex alumno escolapio, con el apoyo del alcalde socialista, Miguel Tarín. Hoy, el padre Bruno se sentiría consolado y orgulloso al comprobar cómo la semilla de caridad plantada con su testimonio de entrega a los pobres y necesitados ha brotado en el reconocimiento a los escolapios por parte de los hombres y mujeres del pueblo en el que se formó, y en el que impregnó su alma para entregarla a Dios y a sus semejantes.

Alberto Soldado

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