Mi foto
Nombre: Alforja Calasanz
Ubicación: Valencia, Malvarrosa, Spain

domingo, julio 13, 2008

LA PROVINCIA DE LAS ESCUELAS PIAS DE VALENCIA (1833–2008)

Enric Ferrer, escolapio

la unidad de tiempo para los escolapios es el curso. Pautada así la vida, puede resultar complicado ir más allá de esa inmediata referencia y remontarse a épocas alejadas del ajetreo cotidiano de la escuela. Conviene, sin embargo, de vez en cuando, alzar la vista y contemplar el camino recorrido, y a su luz analizar o comprender el presente, con el fin de proyectar un futuro más coherente con los propios ideales escolapios. En mayo del presente año se han cumplido los 175 años de la erección canónica de nuestra Provincia. Aunque sea un aniversario con escaso eco, sea por la misma falta de rotundidad de la efeméride, siempre será útil, aunque sea a través de una breve aproximación histórica, sentir el pulso todavía vivo de nuestra Escuela Pía valenciana.

La etapa anterior a la erección de la Provincia, precedida por la creación de la Viceprovincia en 1826, corresponde a la Provincia de Aragón. Los tres colegios Valencia (1738), Albarracín (1731) y Gandía (1807) formaron la Viceprovincia independiente, erigida por el P. Joaquín Esteve, Vicario General de España, residente en Valencia, de donde había sido Rector. El primer Vicario Provincial fue el P. Lorenzo Ramo. Este ilustre escolapio, siendo Prepósito General, por título alternativo con Roma, erigió la Provincia de Valencia el día 7 de mayo de 1833, con las tres casas ya aludidas y el llamado Colegio Reunido de Valencia (1830– 1847). El primer provincial (1833-1845) fue el P. Fernando Maestre (1778– 1846).

Nacía la Provincia en las postrimerías del reinado de Fernando VII, todavía dentro de lo que historiadores liberales designaron como Década Ominosa (1823 – 1833). En septiembre moría el monarca y, tras las indecisiones de su sucesión, comenzaba la primera Guerra Carlista. Apenas había habido tiempo para organizar la naciente demarcación, cuando desde el terrible verano de 1835, el giro político liberal dictaría las leyes de exclaustración y supresión de Congregaciones religiosas, y la desamortización de sus bienes, sobre todo con la de 29 de julio de 1837. Se hizo una excepción con la Escuela Pía, pero únicamente se le autorizó a seguir existiendo por su carácter de escuela pública reconocida y no por ser congregación religiosa, de tal manera que no tenía propiamente superiores y noviciados. Le salvó, por tanto, su ministerio y su pobreza. Comienzo difícil, con defecciones sonadas y casos como los del poeta Juan Arolas. Los responsables se limitaron a mantener, como pudieron, las casas y los religiosos que seguían.

Recién estrenada la Década Moderada llegó una restauración con cortapisas. Por la ley de 5 de marzo de 1845, aprobada por las Cortes, se vuelve a la situación anterior a los decretos de extinción y desamortización, pero “quedando sujeto (el Instituto de las Escuelas Pías), en la parte relativa a la enseñanza, a las disposiciones generales sobre Instrucción pública y a las órdenes especiales del Gobierno”. Comenzaban así dos procesos de gran calado: el control estatal de la enseñanza y la necesidad de adaptarse a las exigencias oficiales. Se viven años de penuria y de lenta recuperación, aunque desaparece el Colegio Reunido (1847). La monarquía hará las paces con el papa en el Concordato de 1851 y se reconocerá el control eclesiástico de la enseñanza, en lo que toca a fe y costumbres. En 1857, la ley Moyano establecía una distinción clara entre la enseñanza pública y privada. Se iba desdibujando el carácter público de la Escuela Pía, aunque tuviera conciertos económicos de carácter municipal en algunas localidades.

Con el destronamiento de Isabel II en 1868 comenzaba el llamado Sexenio revolucionario: época de ensayos políticos, de avanzar en la separación Iglesia – Estado, aunque conservando el Concordato de 1851. Años de teórica libertad de enseñanza, pero de dificultades principalmente económicas. Se llegaba al límite de la posibilidad de sobrevivir como institución escolar. Los escolapios de España, a través del P. General, pidieron y obtuvieron un rescripto pontificio en 1873, por el cual se atenuaba, entre otras cosas, la gratuidad de las escuelas. Se abría así un camino cada vez más transitado hacia la casi desaparición de la gratuidad. Todavía, sin embargo, hubo fuerzas para aceptar la fundación de Utiel (1868).

Con la Restauración monárquica se iniciaba, desde 1875, la que algunos han dado en llamar la época dorada de la Provincia. Se aceleraron las fundaciones: Xàtiva (1877–1881), Alzira (1876), Castelló de la Plana (1897), Algemesí (1908), Grao de Valencia (1911-1936), Albacete (1924). La Masía del Pilar (Godelleta) de finca rústica pasó a ser casa de formación desde 1904 hasta 1958.

La Enseñanza Secundaria se potenció en detrimento de la Primaria. El Bachillerato se dotará de laboratorios, museos didácticos, espacios para la educación física, métodos de renovación pedagógica, enseñanza de lenguas modernas, etc. La casi única presencia de la Escuela Pía en el terreno educativo, tenía ahora que compartir espacio no sólo con las escuelas laicas y la enseñanza oficial, sino la de otras Congregaciones religiosas dedicadas a la educación. Se afianzaron así, a su vez, las clases separadas para gratuitos. El nivel del profesorado escolapio alcanzó una considerable calidad, como lo demuestran sus abundantes publicaciones de todo tipo e iniciativas de gran calado pastoral, aunque con su inevitable tributo apologético, tan característico de aquellos años. La huella de las Casas Centrales de Formación se iba dejando sentir.

La proclamación de la República en abril de1931 fue como un despertar brusco a la más dura de las realidades. Muy pronto la Constitución republicana, en su artículo 26, prohibía a las Congregaciones religiosas ejercer la enseñanza. Se arbitraron soluciones adaptadas a la nueva legislación y los colegios fueron reconvertidos en academias privadas, aunque con limitaciones para seguir ejerciendo de profesores en Bachillerato. Tras el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936, los colegios, uno tras otro, fueron clausurados a la fuerza. Los religiosos, a veces agrupados en alguna casa alquilada, sobrevivieron con sus ahorros o dando clases particulares. El comienzo de la guerra civil produjo la dispersión de los religiosos y el inicio de unos meses de extrema violencia contra todo lo que tuviera que ver con la Iglesia. El asesinato de 38 escolapios y la desaparición de los colegios, abrían la etapa más incierta y dolorosa para la Provincia.

Con el final de la guerra en 1939, comenzó la compleja tarea de la restauración. Se contaba con pocos religiosos, con muy escasos medios económicos, pero se optó, antes de asegurar lo mínimo para los religiosos (vivienda, manutención, etc.), volver a abrir las escuelas, incluso antes de acabar el inexistente curso 1938–39. Se limpiaron y adecentaron los edificios, con curas de urgencia para restañar las heridas más profundas. En lo religioso se produjo una reafirmación de la identidad católica, que llevó, en alguna ocasión, a cuidar más las manifestaciones externas de la fe que el cultivo interior.

Una tarea sobrehumana para tan pocos, que fue dejando secuelas en la salud de algunos religiosos, la falta de preparación, el comienzo de las defecciones. Hubo que atender a las nuevas exigencias oficiales sobre titulaciones académicas, planes de estudio, orientaciones ideológicas, etc. Más allá de las clases de Religión y Catequesis, de la vida sacramental, se potenciaron nuevos rumbos para la Pastoral: grupos juveniles, ejercicios espirituales, actividades apostólicas, etc. La aplicación de los grandes cambios nacidos de la Ley General de Educación (1970) significó casi un volver a empezar.

Por fin llegó la hora de América. Nicaragua, República Dominicana y Costa Rica, se convirtieron en nuevas zonas para el ministerio escolapio, a pesar de la penuria de religiosos, las dificultades de las casas de formación, la escasez de medios humanos y económicos, a veces suavizados por las aportaciones de los internados, a costa de multiplicar horas de trabajo. Se cierran las casas de Alzira (1950), Yecla (1950-1959), Albarracín (1976), la Residencia Universitaria, La Masía del Pilar. Se fundan el Colegio Calasanz (1954), con su gran internado, Malvarrosa (1963), el COPP, Buñol (1988 – 2005), las parroquias, las nuevas casas de formación, etc. Desde el comienzo de los años 70 del siglo XX, el número de religiosos baja. Los colegios ven aumentar su profesorado seglar, que exige nuevas estrategias, nuevos esfuerzos que sumar a los de cada día.

Y ya en crónica apresurada: más leyes, conciertos económicos con la Administración, desconcierto ante los cambios tan apresurados en todos los terrenos, el pluralismo social, la secularización... Pero también el aumento de religiosos desde finales del pasado siglo, el afianzamiento de la Escuela Pía americana, las nuevas iniciativas pastorales, la demanda de puestos escolares en nuestros centros...

Mirando hacia atrás, excusando lo que hay de debilidad y limitación, el hilo fuerte y tenaz que ha dado coherencia y continuidad a nuestra Provincia ha sido la fidelidad al ministerio educativo calasancio, con todo lo que implica. Defenderlo, como se ha podido, ha sido el designio vertebrador de nuestra Comunidad provincial, junto con el recuerdo agradecido a los que nos han precedido, a los que plantaron aquel árbol ad majus pietatis incrementum.

Etiquetas: , ,