Chinchoma, educar por el amor
“Chingar no es amar”
Reyes Muñoz Tónix, escolapio
Hogares Calasanz, VIII.2009
En la obra de Octavio Paz, El laberinto de la soledad, se afirma que “chingar es hacer violencia sobre otro. Es un verbo masculino, activo y cruel: pica, hiere, desgarra, mancha. Y provoca una amarga, resentida satisfacción en quien lo ejecuta”. (1) En términos coloquiales en México, chingar es sinónimo de “joder”, “molestar”, “fastidiar”, realizar una acción en perjuicio de alguien, buscar su mal hasta herirlo. El que chinga es el que daña, lastima, se deja llevar por sus impulsos buscando el daño de un tercero; lo hiere o lastima psíquica y físicamente. El que chinga, por lo tanto, sólo piensa en ejecutar mal a alguien.
Con base en este contexto es justificable y sostenible la afirmación “el que chinga no ama”. Con este lenguaje directo no hay modo de equivocarse: el que ama no chinga. Así de claro, así de simple. Porque el que ama busca el bien, no el mal; porque el que chinga, no busca el bien, hace el mal. El que ama busca la verdad, el que chinga no le importa la verdad, sino su verdad. El que ama procede con justicia, el que chinga sólo se mueve por deseo de venganza o desquite. El que ama piensa rectamente, el que chinga, torcidamente…
Las actitudes y acciones del ser humano pueden oscilar entre estos dos verbos de acción. Basta saber el cómo procedemos para saber si estamos en uno o en otro lado; lo que no podemos es caer en el autoengaño. Es verdad que toda la vida humana es buscar un equilibrio; se dice que la virtud consiste en buscar el justo medio. De hecho, no hay seres humanos perfectos, sino perfectibles. Pero en el proceso de irnos realizando, lo que no podemos negar es que claramente podemos amar o chingar.
Esta frase que retomo de las muchas intuiciones del Chincha que he ido comentado en mis artículos pasados, ilustra bien cómo la actitud de una persona puede dañar o aliviar, construir o derrumbar, dignificar o hundir. El amor cura, el que chinga provoca una herida muy grande de cerrar.
El amor busca la armonía, el que chinga vive en el desorden interno, en su propia maldad. En pocas palabras, el que chinga no sabe lo que es el amor, nunca lo ha conocido, por eso chinga, ya que si lo hubiera conocido y experimentado, sabría que la vida no consiste en chingar sino en amar.
Sin embargo, un bebé que nace hoy, ¿en qué mundo nace?, ¿en el que ama o en el que chinga? Si suponemos que en uno que ama, entonces desde pequeño sus padres le dan amor, lo tratan con cariño; atienden sus necesidades con ternura, con sentimientos encantadores porque lo aman; lo corrigen porque lo aman; lo alientan porque lo aman; desde antes de venir al mundo ya lo amaban, ya lo esperaban, ya lo querían tener entre sus brazos. El niño creció seguro porque le proporcionaba seguridad el entorno afectivo que tenía a su alrededor. Esto no significó que no sufriera un regaño o una experiencia propiciada por los problemas entre sus padres, pero al final reinó el amor. Este niño, a medida que se haga hombre, irá creciendo y perfeccionándose en el amor, si al modo que una planta se siembra en la tierra fértil se riega y se cuida, y no se deja al abandono (que es una de las circunstancias posibles en este mundo global).
Por otra parte, un bebé nace siendo no querido. Desde el seno de su madre lo único que recibe es rechazo, maltratos psicológicos propiciados por frases hirientes.
A este niño no se le espera, no se le ama; desde el vientre materno sufre, aún no ha nacido y ya sufre. Cuando nace su historia es una historia de dolor. En pocas palabras, no nació en un clima de amor, sino en un ambiente en donde se chinga. En conclusión, no sabe amar, sólo sabe lo que es chingar. Para conocer lo que es el amor necesita recibir amor. Este niño, a medida que se haga hombre, si nadie le enseña lo que es amar, sólo repetirá lo que sabe hacer. Claro está que no es justificable todo el dolor que cause, sólo afirmo que la causa del chingar está ligada a la historia de vida personal del chingar. Para cortar con este círculo vicioso, debe haber un momento en la cadena en donde el amor transforme las heridas y el dolor para no seguir propiciando más heridas (en este mundo global e individualista –en su mayoría- el amor auténtico no es una virtud real, sino un sentimiento ideal ligado al bienestar).
Esto es lo que se refiere al ámbito familiar, sin entrar en matices particulares, ya que existe un universo de relaciones que se dan al interior de una familia, no sólo existen los dos polos antes mencionados. En el ámbito de la cultura y de la sociedad en general, tanto el amor como la acción de chingar, también tienen cabida. ¡Y que si la tienen! El “aire” que respiramos está contaminado por las acciones que lastiman y hieren. Sin el afán de ser negativo ni pesimista, muchas relaciones humanas en nuestra sociedad están impregnadas del deseo de chingar, no de amar: el gobernante, el comerciante, el prelado, el cura, el judicial, el policía, el político, el campesino, el empresario, el hijo de puta, el violador, el torturar, el asesino, el ladrón, el padre o madre de familia, el hijo o hija, que no saben de amor, que buscan su propio interés o la satisfacción de sus instintos más bajos, el poder y el dominio, aunque hablen de amor, sólo saben chingar. Y el que busca chingar no ama en resumidas cuentas. Así pueda tener los argumentos más engañosos, los discursos literariamente mejor construidos, los ideales escritos con el más pulcro de los papeles, la vestimenta más blanca que la nieve, o la actitud hipócrita a flor de piel,…, si sus actos van acompañados de maldad y de hacer daño, no saben lo que es el amor, sino lo que es chingar. El que no respeta la dignidad de otra persona, sino que la usa, chinga; el que maltrata física y psicológicamente, chinga; el que se mete en la vida de los demás sin buscar el bien, chinga; el que actúa con interés sin importarle nada o nadie más, chinga; el que condena en nombre de Dios, chinga; el que fastidia por el color o la raza, chinga; el que excluye con base en el poder adquisitivo, chinga; el que se envicia y a causa de su vicio hiere, chinga; el que jode, chinga; el que mata, chinga; el que viola, chinga; el usurero, chinga; el hipócrita, chinga; el que obstaculiza todo proceso de comunicación, chinga; el que se enriquece de manera ilícita, chinga; el que viola, chinga; el que maltrata, chinga; el que se burla, chinga; el que se aprovecha de las debilidades y fragilidades de otro, chinga; el que se aprovecha de los pecados de los demás y no hace nada por ayudar, chinga; el que tortura, chinga; el que miente, chinga; el que encarcela injustamente, chinga; el que se viste de cuello blanco y vive de la apariencia, pensando que nadie sabe su triste pasado, chinga; el que no busca la verdad, chinga; el que tuerce el derecho, chinga;…, el que no sabe amar chinga.
Todas las actitudes humanas tienen un impacto sobre uno y sobre los demás.
El Chincha supo intuir de dónde procedía el dolor humano que causaba otros dolores a los demás. El espiral de violencia que se respira en el mundo tiene su causa en lo mal que hemos entendido la capacidad de amar del hombre. El hombre es bueno por naturaleza, la cualidad o virtud del amor está implícita en su razón de ser. Pero es una cualidad que se alimenta y se incrementa con cada acto de amor. No basta tenerla, hay que alimentarla. Pero para alimentarla, hay primero que creerla.
Hoy en los medios masivos de comunicación de todo el mundo se palpan las acciones que chingan. El amor no vende. Las heridas tienen mayor demanda. Y el hombre cree que así debe vivir. Los niños y los jóvenes viven inmersos en una cultura violenta, agresiva e indiferente y creen que es parte de lo humano. Cuando se habla a ellos del amor, oyen un lenguaje que no entienden.
Cierto es que no en todas partes reina esta tendencia pesimista. Sin embargo, no se puede entender como en pleno siglo XXI, con todos los progresos y avances, vivamos sumidos en el chingar más que en el amar. Aunque, con lo que hemos dicho, si podamos afirmar que el hombre camina con muchas heridas del alma que no le dejan experimentar lo que es el verdadero amor, por eso ponemos nuestra seguridad en lo que aparentemente nos da una pasajera felicidad, aunque sea a costa de los demás, es decir, chingándolos.
¿Puede ser que el hombre actúe sin lastimar? La respuesta es sí. Viendo a Jesús, los que creemos en él, vemos al hombre pleno. Jesús no conoció el verbo citado tantas veces en este artículo, pero no dudo que hubiera llegado a utilizarlo para reprender a todos los que se aprovechaban del dolor humano en su tiempo, que eran muchos y de muchos sectores sociales. De hecho si algo le causó un profundo dolor a Jesús fue el dolor del hombre, pero no sólo el dolor que lastima, sino el dolor de vivir en el desamor, lejos de Dios, honrándolo con los labios pero negándolo con sus actitudes, hablando de un Dios ideal, pero no traduciéndolo en actos concretos de amor, compasivos y misericordiosos, para con los demás al modo de Dios Padre, el Dios de Jesús.
El que ama no chinga, y esto se entiende en cualquier cultura y en cualquier idioma.
Reyes Muñoz Tónix, Sch. P.
Nota
1. Octavio PAZ, ‘El laberinto de la soledad. Postdata. Vuelta al laberinto de la soledad’, Fondo de Cultura Económica (FCE), México 20043, p. 85. En el capítulo “los hijos de la Malinche” el autor extiende su comentario, aludiendo al término y sus significados en otras culturas de América Latina.
Reyes Muñoz Tónix, escolapio
Hogares Calasanz, VIII.2009
En la obra de Octavio Paz, El laberinto de la soledad, se afirma que “chingar es hacer violencia sobre otro. Es un verbo masculino, activo y cruel: pica, hiere, desgarra, mancha. Y provoca una amarga, resentida satisfacción en quien lo ejecuta”. (1) En términos coloquiales en México, chingar es sinónimo de “joder”, “molestar”, “fastidiar”, realizar una acción en perjuicio de alguien, buscar su mal hasta herirlo. El que chinga es el que daña, lastima, se deja llevar por sus impulsos buscando el daño de un tercero; lo hiere o lastima psíquica y físicamente. El que chinga, por lo tanto, sólo piensa en ejecutar mal a alguien.
Con base en este contexto es justificable y sostenible la afirmación “el que chinga no ama”. Con este lenguaje directo no hay modo de equivocarse: el que ama no chinga. Así de claro, así de simple. Porque el que ama busca el bien, no el mal; porque el que chinga, no busca el bien, hace el mal. El que ama busca la verdad, el que chinga no le importa la verdad, sino su verdad. El que ama procede con justicia, el que chinga sólo se mueve por deseo de venganza o desquite. El que ama piensa rectamente, el que chinga, torcidamente…
Las actitudes y acciones del ser humano pueden oscilar entre estos dos verbos de acción. Basta saber el cómo procedemos para saber si estamos en uno o en otro lado; lo que no podemos es caer en el autoengaño. Es verdad que toda la vida humana es buscar un equilibrio; se dice que la virtud consiste en buscar el justo medio. De hecho, no hay seres humanos perfectos, sino perfectibles. Pero en el proceso de irnos realizando, lo que no podemos negar es que claramente podemos amar o chingar.
Esta frase que retomo de las muchas intuiciones del Chincha que he ido comentado en mis artículos pasados, ilustra bien cómo la actitud de una persona puede dañar o aliviar, construir o derrumbar, dignificar o hundir. El amor cura, el que chinga provoca una herida muy grande de cerrar.
El amor busca la armonía, el que chinga vive en el desorden interno, en su propia maldad. En pocas palabras, el que chinga no sabe lo que es el amor, nunca lo ha conocido, por eso chinga, ya que si lo hubiera conocido y experimentado, sabría que la vida no consiste en chingar sino en amar.
Sin embargo, un bebé que nace hoy, ¿en qué mundo nace?, ¿en el que ama o en el que chinga? Si suponemos que en uno que ama, entonces desde pequeño sus padres le dan amor, lo tratan con cariño; atienden sus necesidades con ternura, con sentimientos encantadores porque lo aman; lo corrigen porque lo aman; lo alientan porque lo aman; desde antes de venir al mundo ya lo amaban, ya lo esperaban, ya lo querían tener entre sus brazos. El niño creció seguro porque le proporcionaba seguridad el entorno afectivo que tenía a su alrededor. Esto no significó que no sufriera un regaño o una experiencia propiciada por los problemas entre sus padres, pero al final reinó el amor. Este niño, a medida que se haga hombre, irá creciendo y perfeccionándose en el amor, si al modo que una planta se siembra en la tierra fértil se riega y se cuida, y no se deja al abandono (que es una de las circunstancias posibles en este mundo global).
Por otra parte, un bebé nace siendo no querido. Desde el seno de su madre lo único que recibe es rechazo, maltratos psicológicos propiciados por frases hirientes.
A este niño no se le espera, no se le ama; desde el vientre materno sufre, aún no ha nacido y ya sufre. Cuando nace su historia es una historia de dolor. En pocas palabras, no nació en un clima de amor, sino en un ambiente en donde se chinga. En conclusión, no sabe amar, sólo sabe lo que es chingar. Para conocer lo que es el amor necesita recibir amor. Este niño, a medida que se haga hombre, si nadie le enseña lo que es amar, sólo repetirá lo que sabe hacer. Claro está que no es justificable todo el dolor que cause, sólo afirmo que la causa del chingar está ligada a la historia de vida personal del chingar. Para cortar con este círculo vicioso, debe haber un momento en la cadena en donde el amor transforme las heridas y el dolor para no seguir propiciando más heridas (en este mundo global e individualista –en su mayoría- el amor auténtico no es una virtud real, sino un sentimiento ideal ligado al bienestar).
Esto es lo que se refiere al ámbito familiar, sin entrar en matices particulares, ya que existe un universo de relaciones que se dan al interior de una familia, no sólo existen los dos polos antes mencionados. En el ámbito de la cultura y de la sociedad en general, tanto el amor como la acción de chingar, también tienen cabida. ¡Y que si la tienen! El “aire” que respiramos está contaminado por las acciones que lastiman y hieren. Sin el afán de ser negativo ni pesimista, muchas relaciones humanas en nuestra sociedad están impregnadas del deseo de chingar, no de amar: el gobernante, el comerciante, el prelado, el cura, el judicial, el policía, el político, el campesino, el empresario, el hijo de puta, el violador, el torturar, el asesino, el ladrón, el padre o madre de familia, el hijo o hija, que no saben de amor, que buscan su propio interés o la satisfacción de sus instintos más bajos, el poder y el dominio, aunque hablen de amor, sólo saben chingar. Y el que busca chingar no ama en resumidas cuentas. Así pueda tener los argumentos más engañosos, los discursos literariamente mejor construidos, los ideales escritos con el más pulcro de los papeles, la vestimenta más blanca que la nieve, o la actitud hipócrita a flor de piel,…, si sus actos van acompañados de maldad y de hacer daño, no saben lo que es el amor, sino lo que es chingar. El que no respeta la dignidad de otra persona, sino que la usa, chinga; el que maltrata física y psicológicamente, chinga; el que se mete en la vida de los demás sin buscar el bien, chinga; el que actúa con interés sin importarle nada o nadie más, chinga; el que condena en nombre de Dios, chinga; el que fastidia por el color o la raza, chinga; el que excluye con base en el poder adquisitivo, chinga; el que se envicia y a causa de su vicio hiere, chinga; el que jode, chinga; el que mata, chinga; el que viola, chinga; el usurero, chinga; el hipócrita, chinga; el que obstaculiza todo proceso de comunicación, chinga; el que se enriquece de manera ilícita, chinga; el que viola, chinga; el que maltrata, chinga; el que se burla, chinga; el que se aprovecha de las debilidades y fragilidades de otro, chinga; el que se aprovecha de los pecados de los demás y no hace nada por ayudar, chinga; el que tortura, chinga; el que miente, chinga; el que encarcela injustamente, chinga; el que se viste de cuello blanco y vive de la apariencia, pensando que nadie sabe su triste pasado, chinga; el que no busca la verdad, chinga; el que tuerce el derecho, chinga;…, el que no sabe amar chinga.
Todas las actitudes humanas tienen un impacto sobre uno y sobre los demás.
El Chincha supo intuir de dónde procedía el dolor humano que causaba otros dolores a los demás. El espiral de violencia que se respira en el mundo tiene su causa en lo mal que hemos entendido la capacidad de amar del hombre. El hombre es bueno por naturaleza, la cualidad o virtud del amor está implícita en su razón de ser. Pero es una cualidad que se alimenta y se incrementa con cada acto de amor. No basta tenerla, hay que alimentarla. Pero para alimentarla, hay primero que creerla.
Hoy en los medios masivos de comunicación de todo el mundo se palpan las acciones que chingan. El amor no vende. Las heridas tienen mayor demanda. Y el hombre cree que así debe vivir. Los niños y los jóvenes viven inmersos en una cultura violenta, agresiva e indiferente y creen que es parte de lo humano. Cuando se habla a ellos del amor, oyen un lenguaje que no entienden.
Cierto es que no en todas partes reina esta tendencia pesimista. Sin embargo, no se puede entender como en pleno siglo XXI, con todos los progresos y avances, vivamos sumidos en el chingar más que en el amar. Aunque, con lo que hemos dicho, si podamos afirmar que el hombre camina con muchas heridas del alma que no le dejan experimentar lo que es el verdadero amor, por eso ponemos nuestra seguridad en lo que aparentemente nos da una pasajera felicidad, aunque sea a costa de los demás, es decir, chingándolos.
¿Puede ser que el hombre actúe sin lastimar? La respuesta es sí. Viendo a Jesús, los que creemos en él, vemos al hombre pleno. Jesús no conoció el verbo citado tantas veces en este artículo, pero no dudo que hubiera llegado a utilizarlo para reprender a todos los que se aprovechaban del dolor humano en su tiempo, que eran muchos y de muchos sectores sociales. De hecho si algo le causó un profundo dolor a Jesús fue el dolor del hombre, pero no sólo el dolor que lastima, sino el dolor de vivir en el desamor, lejos de Dios, honrándolo con los labios pero negándolo con sus actitudes, hablando de un Dios ideal, pero no traduciéndolo en actos concretos de amor, compasivos y misericordiosos, para con los demás al modo de Dios Padre, el Dios de Jesús.
El que ama no chinga, y esto se entiende en cualquier cultura y en cualquier idioma.
Reyes Muñoz Tónix, Sch. P.
Nota
1. Octavio PAZ, ‘El laberinto de la soledad. Postdata. Vuelta al laberinto de la soledad’, Fondo de Cultura Económica (FCE), México 20043, p. 85. En el capítulo “los hijos de la Malinche” el autor extiende su comentario, aludiendo al término y sus significados en otras culturas de América Latina.
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