ARTÍCULOS

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Nombre: Alforja Calasanz
Ubicación: Valencia, Malvarrosa, Spain

viernes, abril 27, 2007

Desesperación, dolor y confusión por atentado (de la Penca)

A LA LUZ DE LA VERDAD
Colegio Calasanz
junio, 1984
EDITORIAL

Siete muertos y veintisiete heridos, fue el saldo causado por una bomba colocada en una casa, localizada en la Penca a orillas del río San Juan, en la cual se realizaba una rueda de prensa con el comandante Edén Pastora, (líder de A.R.D.E) conocido también como el Comandante Cero.

Entre los muertos se encontraban dos periodistas que laboraban en Costa Rica: uno, camarógrafo del Canal Seis y una periodista del ¨The Tico Time”. Los heridos se encuentran en San Carlos, Costa Rica, los más graves en San José capital de la misma.

Los muertos y heridos eran personas que cumplían su trabajo, con el fin de mantener informado al país.

La noticia cobró interés ante nosotros a causa de la muerte y dolor que ocasionó el artefacto explosivo.

Nos sentimos afligidos ante tan lamentable hecho y condenamos enérgicamente a quien ha sido capaz de colocar tan funesto artefacto.
Esperemos que el culpable sea hallado y juzgado como es debido.

Como vemos la política y la guerra siempre tienen sus consecuencias tanto y tanto inocentes como culpables son víctimas del terrorismo.

A la luz de la verdad;

Colegio Calasanz, San José;
junio, 1984

Mi Dios está escupido y da asco de ver. (AGD Chinchachoma)



Alejandro García Durán, (Chinchachoma)
(Sacado de El Cristo del Chinchachoma, cap. I)


Una de las características de mi Cristo, de las más relevantes, es que está escupido.

Hay una anécdota de Murillo, que viendo a un maestro pintar un Cristo maravilloso le dijo que cómo podría él pintar muy bien y le respondió el pintor: Ama mucho lo que pintes. Pues Murillo amó mucho a María y la pintó.

Sólo he pintado un cuadro del Cristo. Es el Cristo Escupido. Tiene la cara tapada (los ojos) y el rostro lleno de salivazos. Recuerdo que cuando lo estaba pintando un niño se acercó al cuadro y quiso quitar la venda de los ojos.

Como no soy pintor, recurrí al gran remedio y pequé la venda en el cuadro.

No, no es un Cristo bello. No, no es un Cristo hermoso, pero ¡qué Cristo! Firme, potente, la cabeza recta, como quien es dueño de la situación, y está vejado, escupido.

Este es mi Cristo. EL CRISTO ESCUPIDO.

Si, ya sé, me dirás lector amigo, que por qué me fijé en este pasaje de la Escritura. Que por qué doy y empiezo mi visión del Cristo Escupido como la primera.

Ya verás, ya verás, sigue atento.

Un día, me acuerdo, me acerqué en el Consejo Tutelar de Menores a los niños y les hice una encuesta.

Mis encuestas son curiosas y vivenciales y, entre las preguntas, una muy importante fue ésta "¿A cuántos de ustedes les han escupido en la cara?" Levantaron la mano unos 15 ó 20, un porcentaje de aproximadamente un 10 a un 15%.

Estaban escupidos. Les dije: "A Jesús lo escupieron, y saben por qué?" No sabían responder, uno dijo: "Porque nos han escupido a nosotros". "Sí, así es, porque les han escupido a ustedes, porque los ama".

He visitado muchos y variados penales y cárceles desde el tiempo de mi seminario y, desde que conocí a mi Cristo Escupido, siempre pregunto: "¿A cuántos los han escupido?", y siempre me encuentro algunos parejos a mi Cristo que también los han escupido, normalmente los pobres.

Me gusta decirles, "te amo a Ti porque te escupieron y te pareces a mi Dios, a mi Jesús Escupido". ES BELLO.

Una vez en un sermón a gente muy, muy religiosa, les estaba anunciando mi Cristo y les dije:

"Mi Dios da asco, es como una mierda, de la que todo el mundo huye, se parece más a un gusano que a un hombre" (Esto lo dice la Escritura) "Mi Dios, mi Cristo está escupido, es un rey de burla y de pitorreo. No sé si ustedes conocen a Jesús, pero quiero que sepan que está escupido y da asco de ver. Mucha gente se va de su lado porque lo quieren ver en un trono, pero no lo quieren ver escupido y les pasa como al bueno de Pedro, que lo niegan.

A MIS HERMANOS ESCOLAPIOS (Jorge Fernández, 8, IV, 2007)



A Jorge Fernández Castro.
Pfa. Liliana Esquivel


Nos conocimos comenzando la segunda mitad del siglo pasado en el año 1961 cuando fuimos compañeros de Estudios Generales en la Universidad de Costa Rica, después dejé de verlo por muchos años hasta el año 1987 que comencé a trabajar en esta Institución y tuve la dicha de encontrarlo de nuevo para poder apreciar su calidad humana, su compañerismo y su afabilidad. ¿Quién no recuerda este año?. Su saludo de buenos días. Seguido de su abrazo cariñoso y de una frase bonita para comenzar la jornada diaria. Corno madre de exalumnos también pude apreciar sus dotes de excelente profesor, consejero y cooperador de la verdad.

Hoy quiero rendir tributo al entrañable amigo, compañero de hacer crucigramas, quien después de largos años de trabajo se retira para disfrutar de su merecida pensión en compañía de su familia.

Que Dios te bendiga hoy y siempre mi querido compañero del B-4.

Pfa. Liliana Esquivel


A NUESTRO COMPAÑERO Y AMIGO PROF. JORGE FERNÁNDEZ
Pfra. Grettel Moreno

Por más de 36 años nuestro querido Jorge trabajó acá en el Colegio como profesor de Español alegrándonos los días con una sonrisa y una gran disposición para ayudar a cualquier persona. A lo largo de estos años de dedicación a la noble labor de educar, siempre motivó a sus alumnos a descubrir la pasión por las palabras y las normas de la Real Academia y en innumerables ocasiones instó a sus queridos estudiantes a compartir su gran vicio la lectura.

Es una persona admirable, un gran educador, moldeador de mentes, una persona muy sabia que tiene muchas cosas que ofrecer, además es un ratoncillo de biblioteca devora cada libro que le llega a las manos, fiel admirador de Pavarotti, ni se diga de su afición por el fútbol español y el equipo de sus amores Saprissa siempre lo llenan de gozo cada vez que juegan.

Te vamos a extrañar mucho, siempre te recordaremos por lo gran persona que sos.

TQM.

Y para terminar que más que dejar un pensamiento:

“Nunca digo adiós a nadie.
Nunca dejo que las personas más cercanas a mí se vayan.
Me las llevo conmigo adonde vaya.”

Pfra. Grettel Moreno




A MIS HERMANOS ESCOLAPIOS
Jorge Fernández Castro

8 de abril de 2007


Corría el mes de febrero de 1970 y me encontraba impartiendo un curso de “refrescamiento” para profesores en servicio en la Escuela Normal Superior, en la ciudad de Heredia.

Tenía entonces cuatro años de servicio en la enseñanza de la lengua y la literatura y tres de ellos transcurrieron en el Colegio de Limón, lugar en el que comencé mi servicio como profesor.

En dicho curso conocí a un colega de apellido Quijano, quien me comunicó que aspiraba al cargo de Asesor Supervisor de Español en el Ministerio de Educación Pública, por lo que tendría que dejar unas lecciones en el colegio en que trabajaba. Me preguntó si yo podría tomar esas lecciones y me dijo el nombre del colegio: Calasanz. Yo recordaba un rótulo con ese nombre en San Pedro de Montes de Oca, cuando viajaba en tren hacia Limón, pero nada más. Tampoco sabía, en ese entonces, que mi profesor de Religión de cuarto y quinto años de Bachillerato en el Instituto de Alajuela, había sido un sacerdote escolapio: el P. León Gómez (dato suministrado por Vicente Climent, muchos años después).

Acepté la propuesta de Quijano y un buen día de ese mes de febrero del 70 asistí a la cita que me concedió el Director de la Institución: P. Dióscoro Diago, quien me recibió amablemente, anotó los datos requeridos y me dijo que me avisaría posteriormente. Pocos días después recibí la comunicación aceptando mi currículo e instándome a presentarme a reuniones previas al inicio del curso lectivo que se iniciaría el primer lunes de marzo.

Así se inició mi matrimonio con las Escuelas Pías, el segundo de mi vida, porque el primero, con Martha Eugenia, tuvo celebración dos meses antes (diciembre del 69), en el que celebró la misa y fue testigo preferente el P. Roberto Retana Sandí, Cura Párroco de Limón, con quien participé en muchos actos de apostolado durante mi permanencia en el puerto del Atlántico.

Y comenzó el curso lectivo. Los integrantes de la comunidad religiosa –espero no olvidar a nadie- eran Dióscoro, Urbano, mi querido Francisco Ibiza, mi recordado Pepe Llombart, el “hermano” Severino y el P. Peris, con quien no tuve mucha relación.

Los alumnos, solo varones, uniforme con camisa de manga larga, corbata y las profesoras y profesores lo más emperifollados que permitiera el clima.

Eran grupos numerosos de muchachos con la fogosidad típica de la adolescencia pero manejables, ya que gustaban del estudio, eran respetuosos y casi todos obtenían buenas calificaciones.

Y pasaron los años: nuevos alumnos, cambios constantes en la planta física y nuevos escolapios.

Somoza no lo quiso más en su feudo y nos mandó a Juan Álvarez (el hermano que no tuve), quien poco después sería designado Director de la Institución. Por cierto que Juan contribuyó, con sus obsequios, a que mi biblioteca se ampliara ostensiblemente, ya que satisfacía mi “vicio” con generosidad.
Y mi recordado y polifacético José Molins.

También llegó de Valencia un mozalbete, a quien había que “traducirle” los chistes para, a cambio, disfrutar de sus sabrosas carcajadas: Vicente Climent.

Luego el colegio se transformó en mixto; el proceso comenzó en primaria con niñas hermanas o familiares de los jóvenes de secundaria.

Y llegaron nuevos sacerdotes: Mariano Ochagavía, a quien he saludado recientemente en la residencia de la Malvarrosa; el P. Escrivá, quien estuvo con nosotros muy poco tiempo y con quien conversaba de las habilidades futbolísticas de Emilio Butragueño, exalumno escolapio, que causaba furor por ese entonces en el primer equipo del Real Madrid; Manolo Nebot, a quien dirijo estas líneas como Secretario del Viceprovincial; Alberto Cárcel, consumado calígrafo; Luis Gregori y su pasión por las aves; Miguel Gabaldón, actual compañero de Juan en el Hogar.

Al mismo tiempo la planta física se iba ampliando y embelleciendo, gracias a la decisión de la Orden y al trabajo de los compañeros de mantenimiento. Por cierto que el aspecto físico del Colegio ha impactado tremendamente a los visitantes, desde esa época hasta el momento presente.

Había olvidado mencionar la ordenación sacerdotal de Enrique Gras (Quique), en la cual participé, en nuestra capilla, y estuvo a cargo del Obispo de Alajuela: Monseñor Enrique Bolaños.

Preocupada por los nuevos sacerdotes de la Viceprovincia, la Orden estableció la casa de formación, a la vera de la cancha de fútbol; sitio por el cual han pasado muchos jóvenes con excelente resultado para las Escuelas Pías. Destaco, entre otros, a Yáder, Léster, Héctor, Flavio, Absalón…

Por cierto que a la casa de formación han llegado excelentes sacerdotes, con quienes no tuve una relación estrecha o directa por razones obvias, pero con quienes mantengo una amistad y los saludo cariñosamente, sea en San José o en Valencia. Me refiero a Ángel Martínez, Bernardo, Julio Mínguez (quien nos atendió por todo lo alto cuando lo visitamos en Algemesí), Vicente Sacedón, Pepe Duart, Manolo Antequera.

A Vicente Sacedón le correspondió nombrarme Coordinador Pedagógico de Secundaria y Subdirector en la época en que Vicente Climent fue director. Ya muchos años antes, Pepe Llombart me había distinguido como profesor guía de una sección de cuarto año. Y esa ha sido mi estela en el colegio: profesor, guía y subdirector.

Cuando Manolo Antequera, junto a otras distinguidas personas, fundó nuestro colegio, yo estudiaba en la U. C. R., pero muchos años después lo conocí y disfruté de su amistad. En mi último viaje a Valencia, el año anterior, pude comprobar que, a pesar de su edad provecta, se comporta como un chaval y atiende a los chicos del Andriani y colabora con el Provincial en aspectos administrativos.

Un aspecto importante que recuerdo de mi permanencia en el colegio es el de los grupos de estudio o profundización que inició Pepe Llombart y continuaron Vicente Climent, Chema Sacedón y Paco Fuster. Nos reuníamos periódicamente, por la tarde, a estudiar textos bíblicos, libros de formación escolapia y otros temas.

Durante muchos años, los funcionarios laicos del Colegio no conocimos a los encargados de la Orden o de la Provincia. Sin embargo, poco a poco las Escuelas Pías sintieron la necesidad de que sus funcionarios se enteraran de quiénes eran las personalidades responsables de la Orden.

Por esa razón conocimos a Gonzalo Carbó, José María Balcells, José Ramón Pérez, a quien saludé recientemente en Algemesí, Enrique Signes y Paco Montesinos.

Creo necesario anotar que la gestión de Provincial de Enrique ha sido estupenda por la relación que ha tenido con la Viceprovincia, por la amistad y bonhomía que lo caracterizan y por la manera de recibirlo a uno en Valencia.

Por supuesto que hay una consonancia en la Viceprovincia: Rudy, quien ha sido reelegido para su segundo período, con la complacencia de las personas que, de una u otra forma, tienen relación con las Escuelas Pías. Todavía recuerdo con entusiasmo la ceremonia de ordenación sacerdotal de Rudy, ya que participé haciendo una de las lecturas.

En 1995 llegó, procedente de Valencia, Paco Fuster, designado Director del Colegio a partir del curso siguiente y quien permanece todavía con nosotros. A Paco lo he conocido como jefe, amigo y compañero de viaje. En cada una de esas facetas reconozco su valía y su don de gentes.

La última adquisición valenciana ha sido Rogelio, quien se caracteriza por su jovialidad y capacidad de trabajo y lleva delante el Departamento de Pastoral.

Y la historia ha llegado a su fin. Han sido 37 años de servicio en forma ininterrumpida (más de la mitad de mi vida). Bellísimos recuerdos archivo en mi corazón y solo espero que ustedes puedan decir lo mismo de este su servidor, amigo y hermano.

A M P I

Alajuela, octava de la Pascua de Resurrección del 2007.

martes, abril 24, 2007

El murmullo del viento en los abetos... (F. Cubells)


Francisco Cubells Salas
Boletín de la Asociación Española de Amigos del Libro Infantil y Juvenil
Año VIII, Nº 13, Junio 1990

El Premio Andersen ha sido otorgado esta vez a un escritor noruego que no era desconocido entre nosotros. Tres libros suyos andan en manos de nuestros niños: uno de ellos desde 1984. Sus títulos castellanos son: Los pájaros de la noche, Secretos detrás de las puertas, y Zepelín. Los tres editados por Juventud. Con motivo de la presentación del último de ellos en su traducción española, tuvimos ocasión de conversar con Tormod Haugen en un acto celebrado con este motivo en Madrid, el 22 de Mayo de 1989. En el coloquio con el público se manifestó como sagaz conocedor de la psicología del lector infantil y juvenil, pero, sobre todo, dejó patentes una arrolladora simpatía y su competencia y exquisita sensibilidad no sólo para la literatura sino también en un extenso ámbito de las bellas artes.

Haugen nació el 12 de mayo de 1945, en la boscosa Trysil, a pocas millas de la frontera con Suecia, zona de la que son oriundos muchos escritores noruegos, entre ellos varios autores de libros infantiles y juveniles. Tormod sugiere que este fenómeno tiene su causa en un hecho singular que él formula de esta manera: «El murmullo del viento entre los abetos y el impacto que causó entre la población la inmigración de los finlandeses». Estudió Literatura e Historia del Arte, además de la lengua alemana, en la Universidad de Oslo. Durante varios años trabajó en el Museo de Munch. Pudo permitirse vivir del producto de sus obras desde la publicación de la primera en 1973, si bien dedica además su pluma a la traducción de obras extranjeras y es asesor de casas editoriales. Sus obras han sido editadas en los siguientes países: Alemania, Dinamarca, Suecia, Finlandia, Islandia, Suiza, Holanda, Francia, Inglaterra, USA, Japón, Israel, Italia y España. Le han sido otorgados los siguientes galardones: Pájaros en la noche ha obtenido el Premio Real del Ministerio de Cultura de Noruega y el Deutschen Jugendbuchpreis (Premio del Libro Juvenil Alemán, 1979); Secretos detrás de las puertas consiguió el Premio Sarpsborg (1979), el de los Bibliotecarios Infantiles (1979) y el de la Crítica Literaria Noruega (1979); Zepelín le ha merecido por segunda vez el Premio del Real Ministerio de Cultura. También cuenta en su haber el Premio Nórdico de Literatura para niños, otorgado por los Bibliotecarios Escolares Nórdicos. Además, ha sido seleccionado para el Premio de la Literatura Juvenil Alemana y fue nominado para el Premio Nórdico 1983. A estos se ha sumado el Andersen, calificado de Pequeño Premio Nobel de la Literatura Infantil y Juvenil.

Otras obras suyas son: Vinterstedet (Un lugar de invierno), Slottet Detlzvite (El castillo blanco), Dagen Son Forsvant (El día que desapareció) Merquel Hanssen y Donna Winter.

En sus libros plantea la problemática originada en las difíciles relaciones de los niños con los adultos, especialmente con sus progenitores.

Un giro de 180º han dado las imágenes que de la familia y de la escuela nos ha venido emitiendo la literatura infantil y juvenil. Las que hoy nos ofrece están muy alejadas de aquellas familias apacibles de Luisa May y de la Condesa de Segur y de aquella escuela ideal de Edmondo de Amicis: cada miembro, cada escolar, cada enseñante debía mantenerse dentro de su estricto rol y, si los pequeños se atrevían a sobrepasarlo, eran obligados, con dulzura o con dureza, a recluírse dentro de sus propios límites. Muy distinta es la imagen que de la escuela y de la familia dan hoy algunos autores de libros infantiles; entre ellos destacan Peter Härtling, María Gripe y Christine Nöstlinger. La familia que suelen presentar es una familia problematizada, que podría tener como paradigma la del pequeño Antoine Doinel de «Los cuatrocientos golpes», la famosa película de François Truffaut.

Ciertamente la convivencia familiar y la escolar plantean, lo mismo hoy que ayer, problemas cualitativamente análogos. El complicado entorno que les brinda la sociedad actual tan sólo multiplica su número, los agudiza, los combina y entremezcla hasta el punto de darles una fisonomía aparentemente distinta. El afán moralizador de la literatura infantil de antaño llegó hasta absorber el ser en el deber ser en lo que a padres, maestros y niños se refiere. Una visión tal vez kantiana e inspirada en la Crítica de la Razón Práctica del filósofo de Königsberg, pretendía explicitar y reforzar el imperativo categórico de las conciencias. El psicoanálisis nos vendría a decir que las cosas no se presentan tan claras ni mucho menos. Grandes incoherencias siempre han pululado en el seno de las relaciones familiares y escolares, bastantes más de las que fuera de desear. Y estas incoherencias son traumatizantes; por lo que requieren adecuadas terapias. Entre éstas juega un importante papel rehabilitador la verbalización de los propios conflictos. No todas las personas son capaces de explicitarlos mediante el habla y mucho menos los niños. Existe, no obstante, para ello un excelente auxiliar: la biblioterapia o curación por la lectura. Esta no gozaría de toda su eficacia si sólo contara con los recursos de una narrativa estrictamente lógica y racional en lo que al comportamiento de los personajes se refiere. Desde la catarsis de la tragedia griega hasta la interpretación onírica freudiana, pasando por la narración y escucha de mitos y de los cuentos mágicos del folklore, se le han ido proporcionando al hombre instrumentos no racionales para abordar la realidad en su naturaleza y en sus anomalías, tanto la realidad de la persona como la del cosmos y la de aquélla mediante la de éste en muchos casos.

¿Una literatura «paidoterapéutica»?.

Esta verbalización -necesaria para combatir la conflictividad intrapsíquica e interrelacional- consigue, a mi entender, las cotas más altas hasta el presente alcanzadas en letra impresa, en las tres obras traducidas al castellano del escritor noruego Tormod Haugen: Los pájaros de la noche, Secretos detrás de las puertas y Zepelín. Consciente de que la literatura realista no alcanza a describir toda la realidad, pues los sueños, los símbolos y las quimeras también forman parte de nuestro mundo real, Haugen se introduce en el interior de sus personajes, niños y adultos -por lo general adultos infantilizados- para proporcionarnos sus peculiares percepciones de la realidad. Percepciones a menudo contradictorias, pero también irreductibles a la visión maniquea del bien siempre triunfante del mal, que viene a ser el final feliz de los cuentos de hadas. La imaginación pesa enormemente en estos relatos de Haugen, pero éste se niega a escapar de la realidad por la consabida tangente de la literatura llamada fantástica o realismo mágico. Los monstruos y los fenómenos irreales tienen realidad plena en los personajes de Tormod, en sus mentes enfermizas o todavía ancladas en el período infantil del egocentrismo piagetiano.

La verbalización biblioterapéutica de estos libros de Haugen tiene, además, unas características peculiares y hasta cierto punto discutibles. Con un magistral dominio de la expresividad nos presenta los conflictos intrapsíquicos y relacionales como a cámara lenta y enormemente explicitados: como si los colocara uno a uno en la platina de un microscopio de grandes aumentos en cuyo nítido ocular mantuviera situado el ojo estupefacto del lector. Alguien, tal vez, podría acusar a Haugen de parcialidad o reduccionismo, por seleccionar para esta minuciosa exploración solamente casos patológicos y problematizados y dejar al margen a los sujetos, que, aunque nadie esté exento de problemas, ellos saben resolverlos sin traumas o con sólo saludables microtraumas: todos aquellos que consiguen disiparlos o por lo menos controlarlos, pues cuentan con eficaces recursos energéticos, como pueden ser, entre otros: sus creencias de carácter trascendente, una actitud de sereno estoicismo ante la vida, un saludable sentido del humor, etc. Pero, es de suponer que Haugen sólo ha querido mostrarnos determinados sectores -especiales aunque muy amplios- del mundo familiar y de la infancia.

Respecto al libro Zepelín, diré que si en hondura problemática y en valores literarios puede en justicia equipararse a cualquiera de los otros dos libros del autor editados en España -Los pájaros de la noche y Secretos detrás de las puertas-, los supera en poesía y en delicada expresión de sentimientos. Presenta dos familias antitéticas respecto a su problemática conyugal y a dejar traslucir a sus hijos niños el conocimiento de estos conflictos. La una, excesivamente protectora de su hija; la otra, ampliamente permisiva respecto a su hijo. Ambos estilos educativos producen, sin embargo, idénticos efectos en sus respectivos hijos: Nina de 10 años y el denominado «Zepelín», algo mayor. Y estos efectos hasta el momento en estado de latencia, tienen su manifestación cuando a ambos niños les llega el momento de pasar de una moral heterónoma, basada en criterios y paradigmas del mundo de los adultos más cercanos, a una moral autónoma, en la que el niño analiza y enjuicia las imposiciones del Super-yo y obrando en consecuencia va consolidando su propio yo personal. «No, no -decía Martín (el padre) dentro de su cabeza (la de su hija Nina)». Por otra parte actúan en ella con enorme intensidad las pulsiones del Ello: «Se oyó a sí misma decir: no quiero ir»; «había alguien que contestaba» en ella cuando mentía a sus padres. Por su parte «Zepelín», el de los padres permisivos, roba cien coronas -«las tomé prestadas dice él- y sus padres que se dieron cuenta no se enojaron, dijeron que lo entendían: «Seguramente sí -comenta el chico desanimado-, siempre lo entienden». Y a esto reaccionan sus pulsiones de un modo diametralmente opuesto al de Nina: «Me gustaría que no me dejasen hacer lo que quisiera... Me gustaría que se metieran más conmigo».

Dos fallos fundamentales aparecen en los progenitores de ambos niños: falta de adecuado amor y falta de auténtica comunicación. Están convencidos de que aman a sus hijos y hasta cierto punto es verdad. Pero se hallan de tal manera inmersos en sus propios mundos que son incapaces de proporcionar a sus hijos todo el amor que éstos necesitan. A los padres de Nina estereotipa Haugen con una frase para cada uno: «A Eva le bastaba con Eva. A Martín le bastaba con Martín». «He intentado hacer que comprendan que tienen hijos» -dice Zepelín refiriéndose a los autores de sus días. No es, pues, de extrañar que la falta de afecto -lo mismo que ocurre con Jake, con Tommy y con Karl en Los Pájaros de la Noche y con Roger, en Secretos detrás de las puertas-, lleve a Nina y a Zepelín al robo. Unos cometen hurtos por el simbolismo propio del acto en sí, en cuanto compensatorio de un vacío afectivo. Jake y Nina roban para ganarse amigos, pues acusan ausencia de ellos. La soledad de uno y otra les obliga a una búsqueda ansiosa de amistades infantiles: «Tuvo miedo (Nina) cuando Zepelín escondía el pie detrás de las hojas (del arce en el que estaba subido). Como si el chico nunca más tuviera que volver. Como si estuviera a punto de perder a un amigo».

Comunicación y semiología pedagógicas.

Otro aspecto, entre los muchos a destacar del libro de Zepelínes la falta de comunicación entre los padres y los hijos. Esta suele ser más grave cuando se trata de un hijo único, como es el caso de Nina. El autor presenta esta situación con expresivas pinceladas: «La tranquilidad del mediodía. Martín pintaba el bando del jardín en medio del césped. Eva arrancaba las malas hierbas de los macizos que había a lo largo de la pared de la casa. Nina no hacía nada en concreto. Pero era como debía ser. Nada que hacer. Nadie con quién jugar. Como siempre...» No es pues de extrañar que los códigos de referencia de Nina y de sus padres sean distintos. Para éstos Zepelín era un malvado, un ladrón, una amenaza terrorífica. Para Nina era un niño, el único amigo cuando el veraneo la alejó de Silvia y Jorunn. Pero, la interferencia de los distintos códigos consigue en un momento que Nina llegue a identificar a Zepelín con el hombre de la capa negra de sus malos sueños, el que una vez por ella apaleado y sangrante muestra simbólicamente el rostro de Martín, su padre. Es entonces cuando delata a éste la presencia de Zepelín subido al arce. La comunicación requiere unidad de código referential. Para llegar a ella es indispensable que aquél que debería dominar más recursos comunicativos se allane hasta empatizar con el menos dotado, en este caso, el niño, el hijo pequeño. El adulto debe establecer una plataforma igualitaria donde pueda empezar a fluir la comunicación. Y esta plataforma, según Tormod Haugen, consiste en hacérseles patentes al niño los fallos y debilidades del adulto y reconocer que éstos son análogos a los suyos. De este modo no experimentará los traumas que le ocasiona la incoherencia entre las actitudes y decires de los padres y adultos en general y lo que el niño les oye hablar a través de las puertas cerradas o lo que adivina por señales inequívocas, como cuando Nina se da cuenta de que sus padres siempre sonrientes «raras veces sonríen con los ojos».

Con un excelente empleo del símbolo, Tormod Haugen prolonga la emisión de sus mensajes hasta más allá de su tan ceñida relación de los hechos. El estilo cortado y la generalización del punto y aparte adoptan también carácter simbólico al acrecentar el suspense y transmitir con gran fidelidad sensación de ansiedad y misterio.

Sin duda son de gran utilidad para padres y educadores los aspectos pedagógicos de este libro, aunque ni de un modo expreso ni primordialmente sean intentados por Haugen, quien como literato se opuso por encima de todo escribir una obra bella, utilizando los recursos que le brindan las anomalías familiares. El libro, por tanto, merecería ser comentado y discutido en una escuela de padres. Pero también estos aspectos pedagógicos han de ser de gran utilidad para los lectores niños. De éstos los que han controlado o están controlando análogos problemas, tomarán conciencia de que existen otras vidas no tan afortunadas como la suya. Para los problematizados de un modo análogo al de Zepelín y Nina, aparte de proporcionarles los beneficios biblioterapéuticos antes mencionados, les convencerá de que no son unos seres excepcionalmente anómalos ni unos bichos raros, ya que el libro les pone en alentador contacto con niños aquejados de unos traumas similares.

Sólo me resta felicitar a Tormod Haugen y desearle que prosiga con similar fortuna su empeño en dilucidar esta problemática tan delicada que plantean las relaciones de los niños con los adultos, ya que según hacia donde estas deriven pueden servir de catalizador o de handicap en el desarrollo personal del niño hacia una auténtica madurez, si nunca plenamente alcanzada, por lo menos cada día más cercana, aunque sólo se pueda llegar a ella por caminos difíciles y a través de enrevesados laberintos.

Francisco Cubells

miércoles, abril 11, 2007

CALASANZ Y LOS NIÑOS (OrlandoBH, 17 VIII 1997)

Orlando Benito Hernández
Eco Católico, Costa Rica
17 de agosto de 1997

En nuestros días, hablar de niños, es hacer referencia a una serie de connotaciones positivas, con las que todos, por igual, estamos de acuerdo.

Al decir niño, decimos, por un lado, esperanza, vida, nueva sociedad, vitalidad; por otro lado, pensamos en la responsabilidad de la educación, en lo que significa la salud, tanto física, como espiritual. Pensamos en necesidades básicas que debe tener cubiertas, así corno en los derechos que al niño se le debe respetar. No cabe duda, que lodo esto constituye un gran avance en la humanidad.


El niño en tiempos de Calasanz

Calasanz vive entre la segunda mitad del s. XVI y la primera mitad del s. XVII (1557-1648). Para los adultos de aquella época, el niño carecía de racionalidad, de ahí le viene la inquietud y que actúa de acuerdo a sus instintos. Por tanto había que ser duro con él para que aprendiera, poco a poco, las normas correctas de comportamiento.

Hasta los 6 - 7 años el niño pertenecía fundamentalmente al mundo de las mujeres. Además se le debía tener muy vigilado para poder corregirle con dureza, pues solo de esta manera daba resultado.

En Roma, ciudad en la que nace la Escuela Pía, además de lo dicho anteriormente, se apreciaba el cruel rostro de la pobreza extrema y la falta de escuelas y maestros para tantos niños. Todo esto tenía consecuencias indeseables: ocio, vicios, actitudes negativas, ignorancia, pobreza de espíritu, analfabetismo, y ninguna posibilidad de ganarse la vida y superar su pobreza. Esto no quiere decir que no existieran escuelas en Roma. En cada barrio de Roma había una escuela del gobierno, el único problema es que tenían que pagar, y solo muy pocos lo hacían.

Todo esto fue calando con mucha profundidad en el corazón de Calasanz hasta que un día decidió tomar la tarea de educar a estos niños pobres en la piedad y las letras, cumpliendo con esto la voluntad de Dios


El niño según Calasanz.

En 1592 Calasanz viaja de España a Roma. Las últimas investigaciones hacen sospechar que tuvo que salir de Barcelona los primeros días de febrero. Desde estas fechas hasta 1597 se dedica a servir en las distintas cofradías existentes en la Urbe. En la cofradía de los Doce Apóstoles desempeña el cargo de visitador, que le dejó en una posición inmejorable para conocer más de cerca la realidad de los barrios de Roma.

De esta manera, Calasanz constata personalmente la ignorancia religiosa y la vida viciosa de los niños pobres. Ellos no van a las escuelas públicas porque sus padres no pueden pagar a los maestros, por tanto, eran pocos los niños que asistían a dichas escuelas.

De esto se desprende el gran aporte que Calasanz hace a la sociedad de su tiempo: ve en el niño, no sólo el futuro de una nueva sociedad, sino el mismo rostro de Jesús pobre. El está convencido de la reforma de la sociedad pero comenzando por los más pequeños, desde los niños, puesto que a esa edad pueden ser formados en su espíritu y en su mente. Cuando crezcan, serán personas de bien, decididas a crear un mundo mejor, más justo, mas fraterno.

Ante todo, Calasanz, ve en la persona del niño pobre, abandonado e indefenso una oportunidad para servir al mismo Jesús, que se ha hecho pequeño con los pequeños y pobre con los pobres.


De lo dicho anteriormente podemos destacar lo siguiente:

—La gran importancia del niño para Calasanz
  • No hay Escuela Pía sin niño. El niño constituye el primer centro configurador del ministerio eclesial de Calasanz. Es decir, el niño se encuentra en el centro del origen de la Escuela Calasancia. El mismo Calasanz, en sus escritos nos dice que de los niños depende todo el resto del bien o del mal vivir de la sociedad.

  • Calasanz luchó en todo momento por la defensa de los niños frente a los adultos. La opción es clara: dedicarse a los niños y a su buena educación. En este sentido es conveniente precisar que el término niño, en latín ¨puer¨ utilizado para llamar a los pequeños abarcaba las edades ente 7 y 17 años. Además este vocablo en el siglo XVI designa a todos los alumnos de las escuelas elementales, aun cuando ya no eran niños.


—Toda la misión de las Escuelas Pías ha de estar centrada en el niño. Mencionamos tres elementos importantes:
  • Al niño se le debe atender en todo, tanto a nivel espiritual como humano.

  • Los religiosos deben, comprender y ser consciente de la importancia de este ministerio.

  • Todo lo que hagan les religiosos debe estar encaminado a lograr el bien de los niños en el santo temor de Dios, en las letras y cuidado de su espíritu.

—El ministerio de las Escuelas Pías se centra, sobre todo, en el niño, principalmente pobre. Calasanz se ha sentido llamado por Dios para ayudar a los niños pobre «En ninguna circunstancia tendremos en menos a los pobres» —dice Calasanz—. El Fundador ve en el niño pobre el rostro de Jesús pobre. Ayudarle a un niño es hacerle bien a Jesús.

—La Iglesia reconocía q u e las Escuelas Pías dedicadas a los niños eran un Dios para la sociedad y para la Iglesia de aquel tiempo.

—Uno de los elementos mas importante que configura la obra de Calasanz es la educación. Una educación en todo integral, es decir, que toma en cuenta a la persona en su dimensión espiritual, intelectual - humana. Solo en este camino cree Calasanz cumplir la voluntad de Dios sobre él y su obra.

Todo esto nos hace comprender la presión de Calasanz que nos muestra su opción y su fe en el Dios de los niños. ¨He encontrado en Roma el mejor modo de servir a Dios haciendo el bien a estos pobres muchachos y no lo por dejaré por nada del mundo¨. No cabe duda que en el fondo de todo esto, se encuentra una profunda experiencia de Dios que le ha llevado incluso a entregar su vida.

Orlando Hernández

El imperio del consumo (EGaleano, IV 2007)

Eduardo Galeano

El derecho al derroche, privilegio de pocos, dice ser la libertad de todos. Esta civilización no deja dormir a las flores, ni a las gallinas, ni a la gente. En los invernaderos, las flores están sometidas a luz continua, para que crezcan más rápido. En las fábricas de huevos, las gallinas también tienen prohibida la noche. Y la gente está condenada al insomnio, por la ansiedad de comprar y la angustia de pagar.

La explosión del consumo en el mundo actual mete más ruido que todas las guerras y arma más alboroto que todos los carnavales. Como dice un viejo proverbio turco, quien bebe a cuenta, se emborracha el doble.

La parranda aturde y nubla la mirada; esta gran borrachera universal parece no tener límites en el tiempo ni en el espacio. Pero la cultura de consumo suena mucho, como el tambor, porque está vacía; y a la hora de la verdad, cuando el estrépito cesa y se acaba la fiesta, el borracho despierta, solo, acompañado por su sombra y por los platos rotos que debe pagar.

La expansión de la demanda choca con las fronteras que le impone el mismo sistema que la genera. El sistema necesita mercados cada vez más abiertos y más amplios, como los pulmones necesitan el aire, y a la vez necesita que anden por los suelos, como andan, los precios de las materias primas y de la fuerza humana de trabajo. El sistema habla en nombre de todos, a todos dirige sus imperiosas órdenes de consumo, entre todos difunde la fiebre compradora; pero ni modo: para casi todos, esta aventura comienza y termina en la pantalla del televisor. La mayoría, que se endeuda para tener cosas, termina teniendo nada más que deudas para pagar deudas que generan nuevas deudas, y acaba consumiendo fantasías que a veces materializa delinquiendo.

El derecho al derroche, privilegio de pocos, dice ser la libertad de todos. Dime cuánto consumes y te diré cuánto vales. Esta civilización no deja dormir a las flores, ni a las gallinas, ni a la gente.

En los invernaderos, las flores están sometidas a luz continua, para que crezcan más rápido. En las fábricas de huevos, las gallinas también tienen prohibida la noche. Y la gente está condenada al insomnio, por la ansiedad de comprar y la angustia de pagar.

Este modo de vida no es muy bueno para la gente, pero es muy bueno para la industria farmacéutica.

EEUU consume la mitad de los sedantes, ansiolíticos y demás drogas químicas que se venden legalmente en el mundo, y más de la mitad de las drogas prohibidas que se venden ilegalmente, lo que no es moco de pavo si se tiene en cuenta que EEUU apenas suma el cinco por ciento de la población mundial.

«Gente infeliz, la que vive comparándose», lamenta una mujer en el barrio del Buceo, en Montevideo. El dolor de ya no ser, que otrora cantara el tango, ha dejado paso a la vergüenza de no tener. Un hombre pobre es un pobre hombre. «Cuando no tenés nada, pensás que no valés nada», dice un muchacho en el barrio Villa Fiorito, de Buenos Aires. Y otro comprueba, en la ciudad dominicana de San Francisco de Macorís: «Mis hermanos trabajan para las marcas. Viven comprando etiquetas, y viven sudando la gota gorda para pagar las cuotas».

Invisible violencia del mercado: la diversidad es enemiga de la rentabilidad, y la uniformidad manda. La producción en serie, en escala gigantesca, impone en todas partes sus obligatorias pautas de consumo. Esta dictadura de la uniformización obligatoria es más devastadora que cualquier dictadura del partido único: impone, en el mundo entero, un modo de vida que reproduce a los seres humanos como fotocopias del consumidor ejemplar.

El consumidor ejemplar es el hombre quieto. Esta civilización, que confunde la cantidad con la calidad, confunde la gordura con la buena alimentación. Según la revista científica The Lancet, en la última década la «obesidad severa» ha crecido casi un 30 % entre la población joven de los países más desarrollados. Entre los niños norteamericanos, la obesidad aumentó en un 40% en los últimos dieciséis años, según la investigación reciente del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Colorado. El país que inventó las comidas y bebidas light, los diet food y los alimentos fat free, tiene la mayor cantidad de gordos del mundo. El consumidor ejemplar sólo se baja del automóvil para trabajar y para mirar televisión. Sentado ante la pantalla chica, pasa cuatro horas diarias devorando comida de plástico.

Triunfa la basura disfrazada de comida: esta industria está conquistando los paladares del mundo y está haciendo trizas las tradiciones de la cocina local. Las costumbres del buen comer, que vienen de lejos, tienen, en algunos países, miles de años de refinamiento y diversidad, y son un patrimonio colectivo que de alguna manera está en los fogones de todos y no sólo en la mesa de los ricos. Esas tradiciones, esas señas de identidad cultural, esas fiestas de la vida, están siendo apabulladas, de manera fulminante, por la imposición del saber químico y único: la globalización de la hamburguesa, la dictadura de la fast food. La plastificación de la comida en escala mundial, obra de McDonald's, Burger King y otras fábricas, viola exitosamente el derecho a la autodeterminación de la cocina: sagrado derecho, porque en la boca tiene el alma una de sus puertas.

El campeonato mundial de fútbol del 98 nos confirmó, entre otras cosas, que la tarjeta MasterCard tonifica los músculos, que la Coca-Cola brinda eterna juventud y que el menú de McDonald's no puede faltar en la barriga de un buen atleta. El inmenso ejército de McDonald's dispara hamburguesas a las bocas de los niños y de los adultos en el planeta entero. El doble arco de esa M sirvió de estandarte, durante la reciente conquista de los países del Este de Europa. Las colas ante el McDonald's de Moscú, inaugurado en 1990 con bombos y platillos, simbolizaron la victoria de Occidente con tanta elocuencia como el desmoronamiento del Muro de Berlín.

Un signo de los tiempos: esta empresa, que encarna las virtudes del mundo libre, niega a sus empleados la libertad de afiliarse a ningún sindicato. McDonald's viola, así, un derecho legalmente consagrado en los muchos países donde opera. En 1997, algunos trabajadores, miembros de eso que la empresa llama la Macfamilia, intentaron sindicalizarse en un restorán de Montreal en Canadá: el restorán cerró. Pero en el 98, otros empleados de McDonald's, en una pequeña ciudad cercana a Vancouver, lograron esa conquista, digna de la Guía Guinness.

Las masas consumidoras reciben órdenes en un idioma universal: la publicidad ha logrado lo que el esperanto quiso y no pudo. Cualquiera entiende, en cualquier lugar, los mensajes que el televisor transmite. En el último cuarto de siglo, los gastos de publicidad se han duplicado en el mundo. Gracias a ellos, los niños pobres toman cada vez más Coca-Cola y cada vez menos leche, y el tiempo de ocio se va haciendo tiempo de consumo obligatorio. Tiempo libre, tiempo prisionero: las casas muy pobres no tienen cama, pero tienen televisor, y el televisor tiene la palabra. Comprado a plazos, ese animalito prueba la vocación democrática del progreso: a nadie escucha, pero habla para todos.

Pobres y ricos conocen, así, las virtudes de los automóviles último modelo, y pobres y ricos se enteran de las ventajosas tasas de interés que tal o cual banco ofrece.

Los expertos saben convertir a las mercancías en mágicos conjuntos contra la soledad. Las cosas tienen atributos humanos: acarician, acompañan, comprenden, ayudan, el perfume te besa y el auto es el amigo que nunca falla. La cultura del consumo ha hecho de la soledad el más lucrativo de los mercados. Los agujeros del pecho se llenan atiborrándolos de cosas, o soñando con hacerlo. Y las cosas no solamente pueden abrazar: ellas también pueden ser símbolos de ascenso social, salvoconductos para atravesar las aduanas de la sociedad de clases, llaves que abren las puertas prohibidas. Cuanto más exclusivas, mejor: las cosas te eligen y te salvan del anonimato multitudinario. La publicidad no informa sobre el producto que vende, o rara vez lo hace. Eso es lo de menos. Su función primordial consiste en compensar frustraciones y alimentar fantasías: ¿En quién quiere usted convertirse comprando esta loción de afeitar?

El criminólogo Anthony Platt ha observado que los delitos de la calle no son solamente fruto de la pobreza extrema. También son fruto de la ética individualista. La obsesión social del éxito, dice Platt, incide decisivamente sobre la apropiación ilegal de las cosas. Yo siempre he escuchado decir que el dinero no produce la felicidad; pero cualquier televidente pobre tiene motivos de sobra para creer que el dinero produce algo tan parecido, que la diferencia es asunto de especialistas.

Según el historiador Eric Hobsbawm, el siglo XX puso fin a siete mil años de vida humana centrada en la agricultura desde que aparecieron los primeros cultivos, a fines del paleolítico. La población mundial se urbaniza, los campesinos se hacen ciudadanos. En América Latina tenemos campos sin nadie y enormes hormigueros urbanos: las mayores ciudades del mundo, y las más injustas.

Expulsados por la agricultura moderna de exportación, y por la erosión de sus tierras, los campesinos invaden los suburbios. Ellos creen que Dios está en todas partes, pero por experiencia saben que atiende en las grandes urbes. Las ciudades prometen trabajo, prosperidad, un porvenir para los hijos. En los campos, los esperadores miran pasar la vida, y mueren bostezando; en las ciudades, la vida ocurre, y llama.

Hacinados en tugurios, lo primero que descubren los recién llegados es que el trabajo falta y los brazos sobran, que nada es gratis y que los más caros artículos de lujo son el aire y el silencio.

Mientras nacía el siglo XIV, fray Giordano da Rivalto pronunció en Florencia un elogio de las ciudades. Dijo que las ciudades crecían «porque la gente tiene el gusto de juntarse». Juntarse, encontrarse. Ahora, ¿quién se encuentra con quién? ¿Se encuentra la esperanza con la realidad? El deseo, ¿se encuentra con el mundo? Y la gente, ¿se encuentra con la gente? Si las relaciones humanas han sido reducidas a relaciones entre cosas, ¿cuánta gente se encuentra con las cosas?.

El mundo entero tiende a convertirse en una gran pantalla de televisión, donde las cosas se miran pero no se tocan. Las mercancías en oferta invaden y privatizan los espacios públicos. Las estaciones de autobuses y de trenes, que hasta hace poco eran espacios de encuentro entre personas, se están convirtiendo ahora en espacios de exhibición comercial.

El shopping center, o shopping mall, vidriera de todas las vidrieras, impone su presencia avasallante. Las multitudes acuden, en peregrinación, a este templo mayor de las misas del consumo. La mayoría de los devotos contempla, en éxtasis, las cosas que sus bolsillos no pueden pagar, mientras la minoría compradora se somete al bombardeo de la oferta incesante y extenuante. El gentío, que sube y baja por las escaleras mecánicas, viaja por el mundo: los maniquíes visten como en Milán o París y las máquinas suenan como en Chicago, y para ver y oír no es preciso pagar pasaje. Los turistas venidos de los pueblos del interior, o de las ciudades que aún no han merecido estas bendiciones de la felicidad moderna, posan para la foto, al pie de las marcas internacionales más famosas, como antes posaban al pie de la estatua del prócer en la plaza. Beatriz Solano ha observado que los habitantes de los barrios suburbanos acuden al center, al shopping center, como antes acudían al centro. El tradicional paseo del fin de semana al centro de la ciudad, tiende a ser sustituido por la excursión a estos centros urbanos. Lavados y planchados y peinados, vestidos con sus mejores galas, los visitantes vienen a una fiesta donde no son convidados, pero pueden ser mirones. Familias enteras emprenden el viaje en la cápsula espacial que recorre el universo del consumo, donde la estética del mercado ha diseñado un paisaje alucinante de modelos, marcas y etiquetas.

La cultura del consumo, cultura de lo efímero, condena todo al desuso mediático. Todo cambia al ritmo vertiginoso de la moda, puesta al servicio de la necesidad de vender. Las cosas envejecen en un parpadeo, para ser reemplazadas por otras cosas de vida fugaz. Hoy que lo único que permanece es la inseguridad, las mercancías, fabricadas para no durar, resultan tan volátiles como el capital que las financia y el trabajo que las genera. El dinero vuela a la velocidad de la luz: ayer estaba allá, hoy está aquí, mañana quién sabe, y todo trabajador es un desempleado en potencia.

Paradójicamente, los shoppings centers, reinos de la fugacidad, ofrecen la más exitosa ilusión de seguridad. Ellos resisten fuera del tiempo, sin edad y sin raíz, sin noche y sin día y sin memoria, y existen fuera del espacio, más allá de las turbulencias de la peligrosa realidad del mundo.

Los dueños del mundo usan al mundo como si fuera descartable: una mercancía de vida efímera, que se agota como se agotan, a poco de nacer, las imágenes que dispara la ametralladora de la televisión y las modas y los ídolos que la publicidad lanza, sin tregua, al mercado. Pero, ¿a qué otro mundo vamos a mudarnos? ¿Estamos todos obligados a creernos el cuento de que Dios ha vendido el planeta a unas cuantas empresas, porque estando de mal humor decidió privatizar el universo? La sociedad de consumo es una trampa cazabobos. Los que tienen la manija simulan ignorarlo, pero cualquiera que tenga ojos en la cara puede ver que la gran mayoría de la gente consume poco, poquito y nada necesariamente, para garantizar la existencia de la poca naturaleza que nos queda. La injusticia social no es un error a corregir, ni un defecto a superar: es una necesidad esencial. No hay naturaleza capaz de alimentar a un shopping center del tamaño del planeta.