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martes, abril 24, 2007

El murmullo del viento en los abetos... (F. Cubells)


Francisco Cubells Salas
Boletín de la Asociación Española de Amigos del Libro Infantil y Juvenil
Año VIII, Nº 13, Junio 1990

El Premio Andersen ha sido otorgado esta vez a un escritor noruego que no era desconocido entre nosotros. Tres libros suyos andan en manos de nuestros niños: uno de ellos desde 1984. Sus títulos castellanos son: Los pájaros de la noche, Secretos detrás de las puertas, y Zepelín. Los tres editados por Juventud. Con motivo de la presentación del último de ellos en su traducción española, tuvimos ocasión de conversar con Tormod Haugen en un acto celebrado con este motivo en Madrid, el 22 de Mayo de 1989. En el coloquio con el público se manifestó como sagaz conocedor de la psicología del lector infantil y juvenil, pero, sobre todo, dejó patentes una arrolladora simpatía y su competencia y exquisita sensibilidad no sólo para la literatura sino también en un extenso ámbito de las bellas artes.

Haugen nació el 12 de mayo de 1945, en la boscosa Trysil, a pocas millas de la frontera con Suecia, zona de la que son oriundos muchos escritores noruegos, entre ellos varios autores de libros infantiles y juveniles. Tormod sugiere que este fenómeno tiene su causa en un hecho singular que él formula de esta manera: «El murmullo del viento entre los abetos y el impacto que causó entre la población la inmigración de los finlandeses». Estudió Literatura e Historia del Arte, además de la lengua alemana, en la Universidad de Oslo. Durante varios años trabajó en el Museo de Munch. Pudo permitirse vivir del producto de sus obras desde la publicación de la primera en 1973, si bien dedica además su pluma a la traducción de obras extranjeras y es asesor de casas editoriales. Sus obras han sido editadas en los siguientes países: Alemania, Dinamarca, Suecia, Finlandia, Islandia, Suiza, Holanda, Francia, Inglaterra, USA, Japón, Israel, Italia y España. Le han sido otorgados los siguientes galardones: Pájaros en la noche ha obtenido el Premio Real del Ministerio de Cultura de Noruega y el Deutschen Jugendbuchpreis (Premio del Libro Juvenil Alemán, 1979); Secretos detrás de las puertas consiguió el Premio Sarpsborg (1979), el de los Bibliotecarios Infantiles (1979) y el de la Crítica Literaria Noruega (1979); Zepelín le ha merecido por segunda vez el Premio del Real Ministerio de Cultura. También cuenta en su haber el Premio Nórdico de Literatura para niños, otorgado por los Bibliotecarios Escolares Nórdicos. Además, ha sido seleccionado para el Premio de la Literatura Juvenil Alemana y fue nominado para el Premio Nórdico 1983. A estos se ha sumado el Andersen, calificado de Pequeño Premio Nobel de la Literatura Infantil y Juvenil.

Otras obras suyas son: Vinterstedet (Un lugar de invierno), Slottet Detlzvite (El castillo blanco), Dagen Son Forsvant (El día que desapareció) Merquel Hanssen y Donna Winter.

En sus libros plantea la problemática originada en las difíciles relaciones de los niños con los adultos, especialmente con sus progenitores.

Un giro de 180º han dado las imágenes que de la familia y de la escuela nos ha venido emitiendo la literatura infantil y juvenil. Las que hoy nos ofrece están muy alejadas de aquellas familias apacibles de Luisa May y de la Condesa de Segur y de aquella escuela ideal de Edmondo de Amicis: cada miembro, cada escolar, cada enseñante debía mantenerse dentro de su estricto rol y, si los pequeños se atrevían a sobrepasarlo, eran obligados, con dulzura o con dureza, a recluírse dentro de sus propios límites. Muy distinta es la imagen que de la escuela y de la familia dan hoy algunos autores de libros infantiles; entre ellos destacan Peter Härtling, María Gripe y Christine Nöstlinger. La familia que suelen presentar es una familia problematizada, que podría tener como paradigma la del pequeño Antoine Doinel de «Los cuatrocientos golpes», la famosa película de François Truffaut.

Ciertamente la convivencia familiar y la escolar plantean, lo mismo hoy que ayer, problemas cualitativamente análogos. El complicado entorno que les brinda la sociedad actual tan sólo multiplica su número, los agudiza, los combina y entremezcla hasta el punto de darles una fisonomía aparentemente distinta. El afán moralizador de la literatura infantil de antaño llegó hasta absorber el ser en el deber ser en lo que a padres, maestros y niños se refiere. Una visión tal vez kantiana e inspirada en la Crítica de la Razón Práctica del filósofo de Königsberg, pretendía explicitar y reforzar el imperativo categórico de las conciencias. El psicoanálisis nos vendría a decir que las cosas no se presentan tan claras ni mucho menos. Grandes incoherencias siempre han pululado en el seno de las relaciones familiares y escolares, bastantes más de las que fuera de desear. Y estas incoherencias son traumatizantes; por lo que requieren adecuadas terapias. Entre éstas juega un importante papel rehabilitador la verbalización de los propios conflictos. No todas las personas son capaces de explicitarlos mediante el habla y mucho menos los niños. Existe, no obstante, para ello un excelente auxiliar: la biblioterapia o curación por la lectura. Esta no gozaría de toda su eficacia si sólo contara con los recursos de una narrativa estrictamente lógica y racional en lo que al comportamiento de los personajes se refiere. Desde la catarsis de la tragedia griega hasta la interpretación onírica freudiana, pasando por la narración y escucha de mitos y de los cuentos mágicos del folklore, se le han ido proporcionando al hombre instrumentos no racionales para abordar la realidad en su naturaleza y en sus anomalías, tanto la realidad de la persona como la del cosmos y la de aquélla mediante la de éste en muchos casos.

¿Una literatura «paidoterapéutica»?.

Esta verbalización -necesaria para combatir la conflictividad intrapsíquica e interrelacional- consigue, a mi entender, las cotas más altas hasta el presente alcanzadas en letra impresa, en las tres obras traducidas al castellano del escritor noruego Tormod Haugen: Los pájaros de la noche, Secretos detrás de las puertas y Zepelín. Consciente de que la literatura realista no alcanza a describir toda la realidad, pues los sueños, los símbolos y las quimeras también forman parte de nuestro mundo real, Haugen se introduce en el interior de sus personajes, niños y adultos -por lo general adultos infantilizados- para proporcionarnos sus peculiares percepciones de la realidad. Percepciones a menudo contradictorias, pero también irreductibles a la visión maniquea del bien siempre triunfante del mal, que viene a ser el final feliz de los cuentos de hadas. La imaginación pesa enormemente en estos relatos de Haugen, pero éste se niega a escapar de la realidad por la consabida tangente de la literatura llamada fantástica o realismo mágico. Los monstruos y los fenómenos irreales tienen realidad plena en los personajes de Tormod, en sus mentes enfermizas o todavía ancladas en el período infantil del egocentrismo piagetiano.

La verbalización biblioterapéutica de estos libros de Haugen tiene, además, unas características peculiares y hasta cierto punto discutibles. Con un magistral dominio de la expresividad nos presenta los conflictos intrapsíquicos y relacionales como a cámara lenta y enormemente explicitados: como si los colocara uno a uno en la platina de un microscopio de grandes aumentos en cuyo nítido ocular mantuviera situado el ojo estupefacto del lector. Alguien, tal vez, podría acusar a Haugen de parcialidad o reduccionismo, por seleccionar para esta minuciosa exploración solamente casos patológicos y problematizados y dejar al margen a los sujetos, que, aunque nadie esté exento de problemas, ellos saben resolverlos sin traumas o con sólo saludables microtraumas: todos aquellos que consiguen disiparlos o por lo menos controlarlos, pues cuentan con eficaces recursos energéticos, como pueden ser, entre otros: sus creencias de carácter trascendente, una actitud de sereno estoicismo ante la vida, un saludable sentido del humor, etc. Pero, es de suponer que Haugen sólo ha querido mostrarnos determinados sectores -especiales aunque muy amplios- del mundo familiar y de la infancia.

Respecto al libro Zepelín, diré que si en hondura problemática y en valores literarios puede en justicia equipararse a cualquiera de los otros dos libros del autor editados en España -Los pájaros de la noche y Secretos detrás de las puertas-, los supera en poesía y en delicada expresión de sentimientos. Presenta dos familias antitéticas respecto a su problemática conyugal y a dejar traslucir a sus hijos niños el conocimiento de estos conflictos. La una, excesivamente protectora de su hija; la otra, ampliamente permisiva respecto a su hijo. Ambos estilos educativos producen, sin embargo, idénticos efectos en sus respectivos hijos: Nina de 10 años y el denominado «Zepelín», algo mayor. Y estos efectos hasta el momento en estado de latencia, tienen su manifestación cuando a ambos niños les llega el momento de pasar de una moral heterónoma, basada en criterios y paradigmas del mundo de los adultos más cercanos, a una moral autónoma, en la que el niño analiza y enjuicia las imposiciones del Super-yo y obrando en consecuencia va consolidando su propio yo personal. «No, no -decía Martín (el padre) dentro de su cabeza (la de su hija Nina)». Por otra parte actúan en ella con enorme intensidad las pulsiones del Ello: «Se oyó a sí misma decir: no quiero ir»; «había alguien que contestaba» en ella cuando mentía a sus padres. Por su parte «Zepelín», el de los padres permisivos, roba cien coronas -«las tomé prestadas dice él- y sus padres que se dieron cuenta no se enojaron, dijeron que lo entendían: «Seguramente sí -comenta el chico desanimado-, siempre lo entienden». Y a esto reaccionan sus pulsiones de un modo diametralmente opuesto al de Nina: «Me gustaría que no me dejasen hacer lo que quisiera... Me gustaría que se metieran más conmigo».

Dos fallos fundamentales aparecen en los progenitores de ambos niños: falta de adecuado amor y falta de auténtica comunicación. Están convencidos de que aman a sus hijos y hasta cierto punto es verdad. Pero se hallan de tal manera inmersos en sus propios mundos que son incapaces de proporcionar a sus hijos todo el amor que éstos necesitan. A los padres de Nina estereotipa Haugen con una frase para cada uno: «A Eva le bastaba con Eva. A Martín le bastaba con Martín». «He intentado hacer que comprendan que tienen hijos» -dice Zepelín refiriéndose a los autores de sus días. No es, pues, de extrañar que la falta de afecto -lo mismo que ocurre con Jake, con Tommy y con Karl en Los Pájaros de la Noche y con Roger, en Secretos detrás de las puertas-, lleve a Nina y a Zepelín al robo. Unos cometen hurtos por el simbolismo propio del acto en sí, en cuanto compensatorio de un vacío afectivo. Jake y Nina roban para ganarse amigos, pues acusan ausencia de ellos. La soledad de uno y otra les obliga a una búsqueda ansiosa de amistades infantiles: «Tuvo miedo (Nina) cuando Zepelín escondía el pie detrás de las hojas (del arce en el que estaba subido). Como si el chico nunca más tuviera que volver. Como si estuviera a punto de perder a un amigo».

Comunicación y semiología pedagógicas.

Otro aspecto, entre los muchos a destacar del libro de Zepelínes la falta de comunicación entre los padres y los hijos. Esta suele ser más grave cuando se trata de un hijo único, como es el caso de Nina. El autor presenta esta situación con expresivas pinceladas: «La tranquilidad del mediodía. Martín pintaba el bando del jardín en medio del césped. Eva arrancaba las malas hierbas de los macizos que había a lo largo de la pared de la casa. Nina no hacía nada en concreto. Pero era como debía ser. Nada que hacer. Nadie con quién jugar. Como siempre...» No es pues de extrañar que los códigos de referencia de Nina y de sus padres sean distintos. Para éstos Zepelín era un malvado, un ladrón, una amenaza terrorífica. Para Nina era un niño, el único amigo cuando el veraneo la alejó de Silvia y Jorunn. Pero, la interferencia de los distintos códigos consigue en un momento que Nina llegue a identificar a Zepelín con el hombre de la capa negra de sus malos sueños, el que una vez por ella apaleado y sangrante muestra simbólicamente el rostro de Martín, su padre. Es entonces cuando delata a éste la presencia de Zepelín subido al arce. La comunicación requiere unidad de código referential. Para llegar a ella es indispensable que aquél que debería dominar más recursos comunicativos se allane hasta empatizar con el menos dotado, en este caso, el niño, el hijo pequeño. El adulto debe establecer una plataforma igualitaria donde pueda empezar a fluir la comunicación. Y esta plataforma, según Tormod Haugen, consiste en hacérseles patentes al niño los fallos y debilidades del adulto y reconocer que éstos son análogos a los suyos. De este modo no experimentará los traumas que le ocasiona la incoherencia entre las actitudes y decires de los padres y adultos en general y lo que el niño les oye hablar a través de las puertas cerradas o lo que adivina por señales inequívocas, como cuando Nina se da cuenta de que sus padres siempre sonrientes «raras veces sonríen con los ojos».

Con un excelente empleo del símbolo, Tormod Haugen prolonga la emisión de sus mensajes hasta más allá de su tan ceñida relación de los hechos. El estilo cortado y la generalización del punto y aparte adoptan también carácter simbólico al acrecentar el suspense y transmitir con gran fidelidad sensación de ansiedad y misterio.

Sin duda son de gran utilidad para padres y educadores los aspectos pedagógicos de este libro, aunque ni de un modo expreso ni primordialmente sean intentados por Haugen, quien como literato se opuso por encima de todo escribir una obra bella, utilizando los recursos que le brindan las anomalías familiares. El libro, por tanto, merecería ser comentado y discutido en una escuela de padres. Pero también estos aspectos pedagógicos han de ser de gran utilidad para los lectores niños. De éstos los que han controlado o están controlando análogos problemas, tomarán conciencia de que existen otras vidas no tan afortunadas como la suya. Para los problematizados de un modo análogo al de Zepelín y Nina, aparte de proporcionarles los beneficios biblioterapéuticos antes mencionados, les convencerá de que no son unos seres excepcionalmente anómalos ni unos bichos raros, ya que el libro les pone en alentador contacto con niños aquejados de unos traumas similares.

Sólo me resta felicitar a Tormod Haugen y desearle que prosiga con similar fortuna su empeño en dilucidar esta problemática tan delicada que plantean las relaciones de los niños con los adultos, ya que según hacia donde estas deriven pueden servir de catalizador o de handicap en el desarrollo personal del niño hacia una auténtica madurez, si nunca plenamente alcanzada, por lo menos cada día más cercana, aunque sólo se pueda llegar a ella por caminos difíciles y a través de enrevesados laberintos.

Francisco Cubells