Sobre Ética y Ciudadanía
12 de marzo de 2007
La charla fue dada en el contexto de un Foro sobre Educación convocado por la Fundación PROCESOS y el Ministerio de Educación Pública. Los destinatarios eran los Asesores Regionales de Educación de todo el país y profesores universitarios de Educación, Filosofía y Ciencias sociales
Quiero agradecer la invitación que me ha hecho PROCESOS para participar esta tarde con ustedes, escuchando las distintas reflexiones y aportando algunos criterios que, a mi juicio, resultan fundamentales para educar en la Ética y en la Ciudadanía.
Pero quiero aproximarme al tema desde la realidad que probablemente más conozco: la de la niñez y la juventud. Por motivos de la labor que realizo en mi Congregación Religiosa, estoy en estrecho contacto con la situación socioeducativa de los niños y jóvenes en distintas naciones de Latinoamérica, constatando que lo peculiar del mundo de hoy no es tanto la diversidad (que siempre ha existido) como la tendencia a la homologación. En este sentido, la globalización es un fenómeno que llegó para quedarse durante mucho tiempo. No se trata de que nos guste o no, la actual generación de niños, jóvenes y adultos jóvenes no ha conocido ya otra cosa y se encuentra expuesta a casi los mismos estímulos culturales, al mismo tiempo y en cada sitio. Desde lugares tan dispares como la Guanabacoa cubana, el Cañar ecuatoriano y la San José marginal se perciben fenómenos culturales muy semejantes.
En este sentido, y salvando particularidades obvias de los pueblos, destaco dos problemáticas de raíz que siento, son indispensables de estudiar y calibrar a la hora de aproximarnos al tema que se nos sugiere, desde mi modesta experiencia en Latinoamérica: Por un lado, todo el tema de la identidad y pertenencia (a nivel personal, familiar, comunitario, etc.). Por otro, la dificultad objetiva que se tiene para mirar, diseñar y sostener proyectos estables y de largo plazo.
Saboteadas las bases y debilitadas las instancias de plausibilidad por una sociedad que pone en duda casi todo, la capacidad de crecer, de reeducarse y de curarse, se vuelve poco menos que imposible, a pesar de que nunca como ahora la sociedad civil y política desarrollan instituciones, grupos y programas de ayuda. Confundida la propia vida y disponiendo de un mercado infinito de recursos de diverso e inverso valor, la persona tiene enormes dificultades para la coherencia propositiva y la sólida opción de vida. Si el ritmo económico se ha vuelto intensísimo, el mundo de las relaciones, imágenes, opiniones e ideas se ha vuelto bipolar. ¡Sí! La construcción de todo lo que significa convivencia y ciudadanía, está bajo la tormenta bipolar que experimenta una sociedad con raíces de identidad poco profundas o dañadas, y con horizontes fragmentados y confusos.
Bajo este marco, mencionaré algunas realidades dolorosas y desintegradoras de la vida y sociedad, que percibo en la niñez y juventud. Aunque no las desarrollaré, sobra decir que sin atender a las mismas no es posible si quiera plantearnos el como educar para la Ética y la Ciudadanía. Veamos:
La soledad real y existencial (Niños y jóvenes hijos de la soledad)
La fragilidad personal y de identidad en casi todos los niveles
La ausencia de utopías
Las crisis de pertenencia
El individualismo y el consumo como respuesta relacional
Lo “Light” como talante existencial
El desconcierto ético: Más allá del bien y el mal
Porque creo en los enormes recursos de la juventud y en las posibilidades reales de este país y sus ciudadanos, es que estoy convencido que la Escuela tiene un papel fundamental a la hora de impulsar procesos que reviertan el impacto de estas tendencias desintegradoras de la persona y la sociedad. Es más, entiendo que las instituciones no siempre pueden esperar que sean otros los que tomen la iniciativa en dar respuestas adecuadas. Así, por ejemplo, una familia en particular no puede “depender” del sistema escolar; ni éste, del colectivo de todas las familias, para comenzar a plantearse la resolución de los problemas. Por lo tanto, es urgente que el sistema educativo nacional responda a los retos ciudadanos (que le corresponde por naturaleza y función) e impulse con claridad una serie de líneas convergentes de respuesta, que permitan a los educandos:
Fortalecer el sano reconocimiento de la condición humana, en su dimensión individual y social; aceptando la propia identidad y respetando las diferencias con los otros. Aceptar la diversidad desde una clara identidad propia.
Ayudar a desarrollar, expresar y manejar adecuadamente los sentimientos y emociones, propiciando el diálogo y la resolución adecuada de conflictos.
Ayudar a potenciar la iniciativa personal, la participación y la corresponsabilidad social
Promover contenidos y experiencias en clave de los derechos humanos, que también desnuden los estereotipos y prejuicios como formas de violencia
Promover el aprecio por la propia historia, ayudando a saber quiénes somos y de donde venimos. El propio ser e historia en familia, comunidad y nación.
Promover el reconocimiento de una ciudadanía global en clave de corresponsabilidad ecológica (en su sentido más amplio de convivencia)
Acercar a los fundamentos teóricos y prácticos de un modo de vida democrático, exponiendo con claridad los derechos y deberes ciudadanos
Favorecer el desarrollo del pensamiento crítico y la formación del propio criterio; utilizando adecuada fundamentación y valorando las opiniones de otros.
Pero, con todo lo bueno y sano que sería, a mi juicio, intentar desde la educación dar una respuesta seria a los dilemas existenciales, conductuales y éticos resaltados al principio, no puedo dejar de señalar algunos criterios preventivos.
La pluralidad y participación, buenas y necesarias para la sociedad, no pueden estar por encima, “libre y llanamente” de ciertos criterios de convivencia mayoritaria y estado de derecho. La corporativización exagerada de la sociedad civil, podría estar propiciando nuevas formas (cada vez más atomizadas) de autoritarismo, clientelismo y violencia.
La Escuela debe dar una especial atención para detectar y promover las aptitudes de los educando de una manera plural, corrigiendo responsablemente desde la amorosa personalización. De lo contrario, la niñez y juventud que tenemos crecerá en frustraciones y contradicciones. El educando es el sujeto activo central del proceso educativo.
La construcción de vínculos fraternos de identidad y pertenencia no pueden hacerse desde el prejuicio o el estereotipo; pero mucho menos desde la simple novedad. Desmontar estructuras mentales es un “juego” arriesgado que no corresponde únicamente a las autoridades públicas, sino a toda la sociedad en un diálogo prudente y respetuoso. Nunca por simple oposición o arbitrariedad. Pues esta es la causa de todos los fundamentalismos
La Escuela tiene que recuperar su lugar comunitario, social. Debe ser un espacio realacional y de encuentro mucho más abierto, que integre las necesidades propias de su comunidad educativa, con niveles básicos de autonomía, experiencias significativas escolares y “extraescolar”, acción social y voluntariado. De lo contrario estará cada vez más ausente de la realidad y continuará perdiendo significatividad. Servirá para ascender escaños resultadistas y hasta profesionales, pero nunca para impulsar valores.
No se debe menospreciar los espacios de identidad religiosa y apertura a la trascendencia como medios extraordinarios para profundizar raíces y ampliar horizontes. En este sentido, debemos propiciar y cultivar con esmero la interioridad de los educandos (reflejo final de sus vidas)
El favorecimiento en el desarrollo de hábitos no puede ir en menoscabo de la reflexión profunda de los conocimientos. El aprendizaje de la conducta y los valores, deberán responder integralmente a la evolución y complejidad cognitiva de la niñez y juventud. En este sentido, echamos de menos lo experiencial en los primeros años y lo reflexivo en los últimos años del sistema educativo.
El aparente fracaso de la transversalidad a la hora de responder a muchos (casi todos) de los temas señalados, podría no ser resultado del proyecto, cuanto de los múltiples “currículos ocultos” que transmite sin proponérselo el sistema educativo (Desorden, poca planificación, centros educativos “cerrados” y ajenos a la vida; poco atractivo frente a otros medios; centralismo excesivo y casi absurdo; etc.). Por ello, no descartaría la validez de los ejes transversales, apoyados en la actual estructura curricular.
Pienso que independientemente de todos los esfuerzos de calidad que se realizan en educación y en su estructura organizacional, debemos poner nuestra mirada y acento en la realidad de nuestros niños y jóvenes. ¡En los de verdad y no en los que no existen! Atentos a sus características y necesidades básicas, podremos ofrecer con ellos el adecuado acompañamiento y la mejor formación, para abrir mayores y mejores oportunidades en nuestra sociedad.
Muchas gracias.
P. Rodolfo Robert, Sch.P.
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