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martes, diciembre 30, 2008

DISCERNIMIENTO VOCACIONAL (La experiencia “fundante”)

JOAO. B. LIBANIO. Teólogo. Brasil
1985

Hay algunos hechos que merecen nuestra reflexión.

Algunas Congregaciones Religiosas tienden a identificarse con sus obras. Sus propios miembros y las personas de fuera que las observan, las asocian con las actividades concretas que desempeñan: labor educativa, obras de misericordia, trabajo parroquial, etc.

Pero las obras caducan, y las Congregaciones entran en problemas. Por eso muchas viven en crisis, a causa de la rapidez del cambio de las actividades.

Otro hecho: En un joven o una joven se despierta una vocación de servicio a los hermanos. Ve que puede realizar mejor ese servicio dentro de la estructura de una Congregación Religiosa. Entra en la Congregación, pero percibe que la cosa no es tan sencilla. Se siente frecuentemente cohibido en sus actividades o en sus planes apostólicos. Entra en crisis.

Estos hechos nos obligan a ir más al fondo, hasta la raíz de la vocación a la Vida Religiosa. Con el fin de encontrar un poco de luz, haré uso del instrumento teórico de "modelos". Consciente de sus límites y riesgos, creo, sin embargo, que podrán ayudarnos, con tal de que los consideremos en su función de ayuda metodológica para iluminar la realidad. No se trata de aplicarlos rígidamente a la realidad; son pistas que nos ayudan a situarnos dentro de ella.

1. La Vida Religiosa y la experiencia “Fundante”

a) Descripción del modelo

Hay una vocación a la Vida Religiosa que nace en primera instancia de una profunda experiencia espiritual, diríamos mística, de que Dios es el Absoluto y de que todo nuestro ser tiene su referencia última a Él. No se trata de un conocimiento teórico de esa realidad, que pertenece al abc de la teología trinitaria. Es vivencia, experiencia. Primero se da esa atracción profunda, radical, casi irresistible, hacia Dios.

Hay una totalidad afectiva en relación a Dios. El llena plenamente nuestra afectividad. Aun en la duda, en la oscuridad de la fe, se percibe una certeza inefable, indefinible: Dios es todo. Esta experiencia está en el origen de la vocación a la Vida Religiosa. Impulsa a la persona a entrar en ella.

Experiencia de paz, de alegría creciente. En esa exuberancia mística la Vida Religiosa encuentra sentido; de allí brota la fuerza para vivir la vida alegremente. Es fuente de dinamismo. Se hace presente donde uno esté. No está necesariamente ligada a una misión, a una tarea, a un lugar, a una ocupación, como tales. Esta realidad en el fondo es don de Dios, que puede y debe ser cultivado por la oración, la contemplación y la vida interior.

Experiencia “fundante", a la que se recurre a través de todas las crisis, dudas y angustias. Piedra fundamental, inamovible. En las infidelidades, desánimos, desvíos, ella es siempre un llamado a la conversión, al fervor primero, al retorno, con tal de que no se haya extinguido del todo por nuestra negligencia. En las crisis afectivas es la fuerza de superación. En la soledad del corazón es la tranquilidad profunda de amado (por El).

Experiencia termómetro de nuestro caminar en la Vida Religiosa. No se mide por la eficacia de las actividades, por los éxitos, por el desarrollo de los propios talentos o por el uso más racional y eficiente de los mismos. Es algo que ilumina y anima cualquier situación. Tiene agua abundante para regar cualquier desierto.

Experiencia que está en el origen del carisma de los fundadores, al menos en el nivel personal del fundador. Puede que sea poco captada, identificándose con la Congregación o con la obra predilecta del fundador. Pero la obra es consecuencia de tal experiencia, nunca su causa ni su sustituto. Es posible que en la fundación de una Congregación no se tenga en cuenta y se mire más a la necesidad apostólica. Entonces es la mediación concreta de la experiencia "fundante".

Las tareas, las misiones, las ocupaciones, la entrega a los demás brotan de esa experiencia. Ella las alimenta constantemente. No se identifica con ninguna de esas mediaciones, de modo que nunca se llegará al "impasse" de tener que abandonar la Vida Religiosa porque alguien no se siente valorado en sus talentos o piense que pueda ser más eficiente "apostólicamente" en otra parte.

Es esa experiencia la que explica la actitud de un Pedro Canisio -gran teólogo de la época tridentina-, dispuesto a ser cocinero o portero de algún Colegio de la Compañía de Jesús. O de un Teilhard escribiendo sin ver sus publicaciones. Explica cómo hombres en plena actividad apostólica, arrancados por orden de sus Superiores, se refugiaban en el silencio del exilio o de un trabajo escondido. Permanecen firmes, tranquilos en esa nueva actividad. No se preguntan si, saliendo, podrían continuar con el mismo éxito el trabajo hasta entonces realizado.

Entre éstos encontramos profesores, investigadores, a quienes se les prohibió escribir, enseñar, y asumieron con paz, no sin lucha, ese nuevo silencio. ¿Por qué? "¡Sólo Dios basta!". ¿Cómo entender la vida del hermano o la hermana que pasa años detrás de la mesa de una portería o en la cocina, feliz, tranquilo en su entrega? "¡Sólo Dios basta!".

Es una experiencia gratuita, que debe ser cultivada y ayudada por las estructuras de la Vida Religiosa. Y si miramos el comienzo de la Vida Religiosa, veremos que ella nació para alimentar dicha experiencia. La "fuga del mundo" de los eremitas es una búsqueda de Dios en la soledad. Los cenobitas crearon comunidades en las que todos se ayudaban a vivir la primacía incontestable del absoluto de Dios. La pobreza, como despojo y desprendimiento, creaba condiciones para tal entrega. La obediencia al "padre espiritual" se hacía en vistas a la educación para tal vida de entrega a Dios. Era la obediencia "pedagógica": aprender de quien trilló o recorrió los caminos de la intimidad de Dios antes que el novicio inexperto; tener siempre alguien con quien se pueda confrontar la autenticidad y la verdad del camino de la vida espiritual. Por "vida espiritual" se entiende, sobre todo, esa relación personal, íntima, con Dios. Expresión de la experiencia-base.

En ese contexto se capta el sentido y la relevancia de la castidad. No era ejercicio de pura ascesis o represión, sino expresión de esa totalidad afectiva con relación a Dios. Castidad tranquila y feliz. Lo cual no significa que no haya lucha ni que se dispense de la guarda del corazón y el control de los afectos. No es esa vigilancia o control del corazón o de los afectos lo que la produce. Nace de la experiencia-base. Hay, por tanto, una prioridad existencial de la presencia de Dios en relación a los esfuerzos ascéticos. Hay una irrupción mística que se continúa en la disciplina. Por lo menos en forma embrionaria.

Esa experiencia-base es la fuente última y el origen mismo de la Vida Religiosa. Lo mismo vale del celibato por causa del Reino de Dios. Este no existe en vista de la funcionalidad del ministerio sacerdotal o por razones prácticas de mayor movilidad... etc. Estos son elementos bien secundarios y que en el fondo no justifican un celibato libre y feliz. Por tanto, sin la experiencia-base, también el celibato sufre de las ambigüedades de eventuales conveniencias. ¿Quién garantiza que es más conveniente un ministerio o una actividad apostólica realizados por un célibe que por un casado? A veces las razones pesan más sobre éste. Por eso ni la Vida Religiosa, ni el celibato consagrado pueden ser garantía de estabilidad o fuerza de perseverancia sin esa experiencia "fundante".

Usamos comúnmente el término "vocación" para el celibato. El término llevaría a equívocos si el objeto directo del verbo "llamar" fuese una tarea, un ministerio como tal. La vocación es para una vida de exclusividad en relación con Dios; desde dentro de esa experiencia nace el deseo de entregarse a servicios concretos a los hermanos; ministerio sacramental, compromiso con la transformación de la sociedad, etc. Vocación es la de aquella novicia que, en la ingenuidad de su pureza al entrar al noviciado, después de dejar los encantos de una vida que su condición financiera le posibilitaba, se acerca a la Maestra y dice: "háblame de Dios". Por más lindo que sea el trabajo educativo, por más seductora que sea la experiencia de inserción, éstas no son la raíz de la Vida Religiosa. Tiene que ser el deseo de "escuchar a Dios" y vivir de Él en su interior. Dejarlo ocupar el espacio de la afectividad. De ahí brota todo lo demás.

Por eso, tal vez podemos decir que la experiencia-básica de los fundadores de las Congregaciones Religiosas tiene un aspecto de generalidad. Los carismas se confunden en cierta forma, porque todos ellos arrancan de una misma experiencia "fundante" y quieren expresarla, aunque bajo formas diversas. Tales formas nunca son el carisma fundamental; lo es la experiencia evangélica de Jesús con relación al Padre, que se nos da a vivir por la presencia del Espíritu. Esta experiencia es anterior a las misiones, que están en general unidas a ella. El término "anterior" debe ser bien entendido. Pido licencia para usar una distinción técnica de la filosofía escolástica. Hay una anterioridad lógica se refiere a nuestra percepción, a nuestro conocimiento. Así, puede haber una anterioridad lógica y otra ontológica. La anterioridad de vocación para la misión, para una actividad concreta a la entrada a la Vida Religiosa. Anterioridad de percepción, de conocimiento lógico. Pero debe haber una anterioridad ontológica, que se puede descubrir más tarde. Anterioridad que se refiere a la naturaleza de la cosa, al ser mismo, a la realidad como tal. La realidad misma de la Vida Religiosa se constituye por la experiencia de la exclusividad de Dios. En este sentido es anterior. Pero alguien puede percibir primero -anterioridad lógica- un deseo de trabajo apostólico, y descubrir más tarde que, en su ungen, la fuerza e inspiración de ese trabajo brotan de su entrega a Dios -anterioridad ontológica-, a pesar de venir después lógicamente.

K. Rahner, al tratar de la actitud de indiferencia que Ignacio pide a aquellos que quieren decidir su vocación, la define como un sentimiento agudo del Absoluto de Dios, de modo que todas las otras cosas -aun sagradas, actividades apostólicas- son relativas. Sólo Dios es Absoluto. Y a partir de la experiencia del Absoluto de Dios se relativiza el resto. Esta es la experiencia de base de la Vida Religiosa.

Con el surgimiento de las órdenes presbiterales se perdió, tal vez, la claridad de la distinción entre el carácter estrictamente ministerial y la experiencia de base de la Vida Religiosa. Recuerdo que mi padre instructor de tercera probaci6n en Paray-le Monial nos decía que el hermano lego es la expresión más clara de la Vida Religiosa. En el sacerdote fácilmente se confunde el carisma central con el ejercicio de los ministerios, que podrían perfectamente ser prestados por cristianos casados, como en el comienzo del cristianismo. La ligazón práctica entre la obligación del celibato y el ejercicio del sacerdocio ministerial hace difícil percibir la radical diferencia entre esas dos realidades. Esto vale también, y aún más, de ciertas actividades apostólicas de las Congregaciones Religiosas que pueden muy bien ser realizadas por no religiosos y mejor aún.

La experiencia-base es, en el fondo, gracia. Es expresión de la totalidad y exclusividad de Dios en nuestra vida. Santa Teresa lo expresó en estos sencillos y maravillosos versos:

"Nada te turbe, Nada te espante. Todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta; SOLO DIOS BASTA."

Por ser gracia, es también colaboración del hombre. Supone cultivo, porque el don de Dios hecho a un ser libre, racional, responsable, es dialogal. Sólo fructifica en el diálogo responsable. Para eso existen las estructuras de apoyo.

b) Estructuras de posibilidad y de apoyo

Es válido aquí el axioma clásico de la teología escolástica: "La gracia supone la naturaleza. La vocación mística no brota normalmente en cualquier estructura psíquica, ni persevera sin cultivo".

Condición Teológica

Evidentemente, antes que todo es gracia de Dios. Sólo hay experiencia mística, si Dios nos atrae. "Sólo Dios basta", porque El se hace percibir así. No se trata de un conocimiento racional, teológico, sino de una experiencia. Supone una atención especial a la presencia de Dios. Por tanto, toda vocación religiosa tiene su última raíz en la gracia de Dios. El se deja percibir como el único, el absolutamente necesario y suficiente, el que ocupa la totalidad de nuestra vida afectiva en su última profundidad.

La tradición mística entra aquí de lleno. Es el dato primigenio. Esa atracción radical de Dios seduce al místico, al religioso, en totalidad. Así entiende Amós su vocación: "el león ruge; ¿quién no temerá? El Señor Yahvé habla; ¿quién no profetizará? (Am. 3, 8)". Así como el rugido del león causa temor de manera espontánea, así el llamado de Dios es irresistible.

Condiciones Psicosociales

La raíz de la experiencia mística es la conciencia de Dios como relevancia última. Ahora bien, cuanto más se vive en una cultura religiosa en la que Dios ocupa de hecho el centro de referencia, tanto más fácilmente se dará, socialmente hablando, tal experiencia. El ambiente circundante la propicia en la medida en que habla de Dios. No se vive, no se experimenta, sino aquello que se oye, se conversa, se testimonia. En una sociedad en que la cultura está impregnada de Dios, la vocación religiosa puede florecer más espontánea y fácilmente, las personas ya están habituadas a ver a Dios en su posición de Absoluto, de Excelencia.

A medida que la cultura se seculariza, es de prever, como de hecho está sucediendo, que esas vocaciones disminuyan y la Vida Religiosa entre en descenso, en cuanto tal Vida Religiosa. Ese fenómeno puede ser compensado por otro tipo de entrega de sí, pero que se definirá antes por la tarea y misión que por la experiencia mística.

Este hecho socio-cultural toca las estructuras psíquicas de las personas. Así, una afectividad que evoluciona dentro de un ambiente de amor, de piedad, de relación sensible y afectuosa con Dios, puede más fácilmente experimentar esa radicalidad de entrega a Dios... En términos más técnicos, una socialización primaria de piedad, de profundo amor y respeto a Dios, permite que se pueda vivir sólo para él en la edad adulta. "Sólo Dios basta", porque, de hecho, tal experiencia se vivió de modo subliminar, a nivel de estructuras emocionales, en la primera infancia, a través de las actitudes y comportamiento de los padres. La influencia del periodo de infancia es fundamental para tal experiencia. Aunque nunca determinante. Hay, por así decir, "milagros de la gracia".

Además de esto, se supone que esta experiencia religiosa se desarrolla en una sana relación con los padres. En otros términos: el niño crece rodeado de afecto, de modo que no sufrirá a lo largo de su vida ninguna carencia irremediable. La angustiosa carencia afectiva puede convertirse en impedimento psicológico para una experiencia mística, como venimos hablando. Para experimentar que "sólo Dios basta", es necesario que obstaculizada por inseguridad afectiva, sino cimentada en experiencias de tranquilidad afectiva en la infancia. La persona suficientemente amada en la infancia puede más fácilmente entregarse a Dios de modo radical, sin necesitar de otra fuente básica para sostener su afectividad.

Naturalmente, esa experiencia mística no excluye la afectividad humana, en el sentido de entregarse o de acoger. Pero sí permite a la persona percibir que, en último análisis, en última instancia, en lo más profundo de sí, hay una "suficiencia de Dios", de la cual brotan los movimientos de su afectividad hacia los otros, y que se refuerza con afectos recibidos. Esa suficiencia de Dios sólo se construye sobre una psicología afectivamente "satisfecha" por experiencias pasadas, sobre todo de infancia, de amor tranquilo y seguro. Y no es sustitución compensatoria de frustraciones de la infancia ni represión -miedo del amor humano-. No vale, en esa experiencia mística, la irónica frase del pensador francés: "ellos dicen amar a Dios, porque son incapaces de amar a los hombres". Por el contrario, aman a Dios porque se levantaron en una atmósfera de amor recibido y ofrecido. También puede darse el caso de que se perciban las carencias que, conscientemente confrontadas con la experiencia de Dios, y evidentemente captadas en las diversas mediaciones humanas, puedan ir siendo superadas o, al menos, mantenidas en grado satisfactorio de soportabilidad.

Evidentemente, toda esta reflexión tiene un cierto grado de relatividad. Ante todo, la fuerza de la gracia de Dios puede irrumpir dentro de alguien de modo tan absoluto, en cualquier momento de la vida, que transforme esa afectividad. Juana de Chantal, viuda, con hijos pequeños, no duda en dejarlos dramáticamente, pasando sobre sus cuerpos en el quicio de la pueda, donde los habían colocado para impedirle salir; y se encerró en un convento, donde se entregó a la mística.

Además, nuestra afectividad puede evolucionar. Ciertos niveles de carencia pueden ser trabajados, superados. Uno de los papeles imponentes en la formaci6n de los jóvenes religiosos y religiosas es la educación de su afectividad. Pero tal formación supone no sólo la experiencia base, sino unas mínimas condiciones psíquicas.

Cultivo

Esta experiencia es gracia. Supone, en general, condiciones psicosociales, como se ha dicho. Además, toda experiencia histórica puede tener mayor o menor durabilidad, conforme sea o no cultivada. Somos tiempo y espacio, y por eso la fe y el amor se acaban si no se cultivan. Por más mística y profunda que sea la experiencia, es hecha por alguien que es materia, tiempo y espacio. Se diluye si no es continuamente alimentada.

El tema es, por lo demás, conocido. A modo de ejemplo, indico algunas maneras más imponentes de cultivar la experiencia-base: os ejercicios espirituales ignacianos (u otros), la oración y las mediaciones concretas para vivir el compromiso religioso con atención a lo teologal. En todas estas formas, lo fundamental es la continua referencia explícita interior a "lo teologal" de la realidad, esto es, el aspecto de presencia de Dios en determinados hechos. En este punto se sitúa el desafío para los religiosos comprometidos n una lucha liberadora. Si ellos se entienden como "religiosos" en el sentido de la experiencia-base, todo su compromiso se relaciona con ella, arranca de ella. Por eso tal experiencia debe ser alimentada dentro de las prácticas. Esto sólo será posible si hay una atención especial al aspecto teologal de las acciones, directamente espirituales o no. No basta el aspecto intrínseco de la caridad que existe en toda acción en favor de los otros. Es necesario que se cultive explícitamente ese aspecto de presencia e Dios. Solamente así se alimenta la experiencia de Dios. Pues tal experiencia supone siempre atención a la realidad; no basta vivirla como tal en su materialidad. Evidentemente, esa atención teologal en medio de las acciones o se hará de la misma manera que en la interioridad de la acción litúrgica o del culto en sentido monacal.

Pero las formas nuevas no a dispensan; de ahí la necesidad de la intencionalidad explícita de esa esencia de Dios. Para esto, según la filosofía clásica, se necesita una "reflexión completa" donde el sujeto pensante no sólo como conciencia del pensamiento, sino también de estar pensando el pensamiento. Traduciendo esto a nuestro tema, se trata de que el religioso se sepa, se experimente invadido por Dios en su obrar liberador, por un acto de libertad, de amor, de entrega, que pasa necesariamente por el conocimiento. La práctica del discernimiento espiritual que impregne las prácticas concretas, que tome siempre l ejemplo de Cristo como parámetro, permitirá mantener viva esa experiencia. Y ella, a su vez, irradiará su fuerza espiritual dentro de las acciones concretas.

2. La Vida Religiosa y la experiencia ministerial

Hasta aquí tratamos del primer modelo de Vida Religiosa: la Vida Religiosa que nace de la experiencia-base del Absoluto del Amor de Dios a nosotros y que nos atrae a Él. La experiencia nos ha mostrado que otras personas entran y permanecen en la Vida Religiosa desde otra perspectiva. Veamos:

a. Descripción del Modelo

La fuente primera y fundamental de la Vida Religiosa es el servicio apostólico. Se entra en la Vida Religiosa porque se quiere cumplir en el interior de la Iglesia determinado ministerio, realizar un trabajo concreto: ser profesor, educador de la juventud, insertarse en medio de los pobres, ejercer funciones parroquiales, etc.

Lo fundamental en este modelo es la práctica pastoral. La Vida Religiosa, las exigencias del celibato, son vistas como estructuras de apoyo, ayudas para tal trabajo misionero. También la vida comunitaria nos ayuda a mantener viva la llama del entusiasmo en el servicio. Nos dispensa de muchas preocupaciones que impedirían una entrega más completa. El apoyo afectivo de los hermanos ejerce función de equilibrio emocional para mayor eficiencia apostólica.

En este modelo de Vida Religiosa también los votos son vistos en función de la misión. Dedicación, generosidad, actividad, disponibilidad para la acción, son virtudes que ocupan un primer plano. El perfeccionamiento de las cualidades humanas, la valoración de los talentos, la ocupación en función del mayor rendimiento, son elementos fundamentales en este modelo.

La virginidad consagrada también es interpretada en este horizonte de servicio. Se justifica como propiciadora de mayor disponibilidad de locomoci6n, de actividades, etc... Se cree que el matrimonio y la familia son impedimento para una entrega apostólica más radical y total. Se respeta la clásica fórmula: "el matrimonio es la sepultura del revolucionario". Pero en el sentido de que la virginidad permite mayor disponibilidad para la construcción del Reino.

Se insiste en el carácter de construcción del Reino. Las estructuras de Vida Religiosa están pensadas con miras a proteger la opción apostólica y garantizar la perseverancia, la continuidad y eficiencia. En forma exagerada, diríamos: la Vida Religiosa es una "empresa apostólica", y todo está pensado en función de ella y de las estructuras que se articulan con ella.

Cada vez se encuentra menos espacio, por ejemplo, para la vocación de un hermano lego analfabeto. Se buscan hermanos bien cualificados, aptos para un rendimiento apostólico. Para trabajos no especializados existen empleados asalariados. No tiene sentido colocar a un religioso en oficios inútiles para la empresa apostólica. Y, de hecho, tales vocaciones escasean cada vez más.

En un análisis superficial, se podría pensar que las órdenes mendicantes, y tal vez aún más claramente la Compañía de Jesús, inauguraron ese modelo en oposición al modelo anterior, vivido por las grandes órdenes contemplativas. Pero en verdad, sólo por hablar de la Compañía de Jesús, ella parte no de un servicio concreto como tal, sino de una experiencia mística de Ignacio. Experiencia que él desea comunicar a sus discípulos por la vía de los Ejercicios Espirituales.

Ignacio los propone como primera gran "experiencia", test de la vocación del candidato. Del entusiasmo de esta experiencia brotaba el celo por la salvaci6n de las almas.

b) Problema al interior de este Modelo

Cuando, de hecho, las personas o los mismos grupos religiosos piensan en la Vida Religiosa a partir de la actividad apostólica como su última fuente, tienen crisis y problemas. Surgen verdaderos "impasses".

Este modelo encuentra solución definitiva cuando se integra con el anterior. Deja de ser, por tanto, un modelo rígido, autónomo. En otras palabras, las personas que entraron en la Vida Religiosa por razones apostólicas, descubren en el noviciado o a lo largo de la formación que hay una razón aún más profunda que les justifica la Vida Religiosa: su entrega radical a Dios. Es decir, partiendo de la experiencia apostólica se llega a la experiencia-base. Las actividades apostólicas adquieren aquella sabia relatividad a partir de la experiencia "fundante". Tenemos entonces el primer modelo, donde se da la verdadera Vida Religiosa original.

Ese modelo puede también, coyunturalmente, funcionar bien hasta el fin de la vida y sostener grupos durante largo tiempo. Esto acontece cuando la actividad apostólica responde a las necesidades psíquicas, espirituales y humanas de los religiosos. La actividad se experimenta como realización afectiva. En un clima de tranquilidad afectiva, difícilmente surgen cuestionamientos y problemas. La persona camina serenamente hacia adelante. Tal práctica pastoral, apostólica, es experimentada como servicio real a una situación de necesidad. Tal experiencia nutre y sustenta la afectividad. Compensa, a nivel de la afectividad, las otras experiencias, sobre todo en relación con el celibato. Se anota, como camino de integración de la afectividad, ese acontecimiento apostólico. Se trata de una especie de sublimación de los impulsos de la afectividad por medio de la acción. Y la Vida Religiosa transcurre sin crisis, con tal de que las obras perduren con sentido apostólico. Por eso se experimenta frecuentemente pavor, casi inconsciente, ante las críticas a las obras o ante tentativas de cambios o de cerrarlas. Tal vez no se percibe claramente que el soporte de la vocación a la Vida Religiosa son las obras en su eficiencia y en su sentido apostólico. Tocar este punto es herir el núcleo de la vocación del religioso.

Crisis

El problema surge cuando esa actividad apostólica pierde su sentido en si misma o deja de ser el sentido de la vida del religioso o de la religiosa. Inmediatamente se manifiesta a nivel de la afectividad. Tal situación puede desencadenarse de muchas maneras.

Alguien puede percibir, en determinado momento, que su actividad apostólica podría ser más eficiente fuera del marco de la Vida Religiosa. La experiencia nos ha mostrado que ciertos casados logran una vida de compromiso en inserción más radical que los religiosos. Precisamente gracias a la ayuda afectiva que se dan mutuamente. Entonces la joven o el joven religioso se pregunta: ¿Para qué permanecer en la Vida Religiosa si puedo hacer lo mismo, y tal vez mejor, saliendo y casándome? El enriquecimiento y aburguesamiento de tantas estructuras de la Vida Religiosa, con mil justificaciones de servicio, han producido la sensación de empequeñecimiento y no de ayuda al servicio apostólico. Las personas que entraron en vista de ese compromiso radical no ven por qué continuar. Como laicos casados serían auténticos. Lo mismo sucede en relación a la tarea educativa

¿Cuántos laicos desempeñan el papel de educadores, aun en el campo religioso, de manera superior al religioso? Ya no se consigue ver ninguna diferencia entre esos laicos y los religiosos en lo que respecta a la actividad apostólica. Entonces, ¿por qué ser religioso?

Hay casos aún más elocuentes. Algunos ex-religiosos, después de dejar la Vida Religiosa, desempeñan en obras apostólicas de su propia Congregación un trabajo apostólico más explícito y eficiente que el que hacían antes y que el de muchos de sus ex-colegas que están actualmente más absorbidos por tareas administrativas, económicas, sin irradiación pastoral. Los contrastes se vuelven chocantes: laicos encargados de la formación religiosa de los alumnos, y religiosos ocupados en administración de casas y fincas. El desestímulo a la perseverancia de religiosos idealistas es enorme, si entraron a la Vida Religiosa sólo por la perspectiva apostólica.

El término normal de la crisis es la salida. Así, aquellos que comprueban, al término de cierta experiencia y reflexión, que podrían realizar el mismo o mejor servicio apostólico fuera de la Vida Religiosa, terminan poco motivados y desisten.

El precio de la renuncia al matrimonio es demasiado grande para hacer un trabajo igual o peor apostólicamente. Tal Vida Religiosa ya no parece justificarse.

Esta crisis ha sido fatal para muchos religiosos. Y las congregaciones que se habían estructurado en esa perspectiva sufren un agotamiento rápido e inevitable. Da la impresión de que sólo quedaron aquellos que, por razones psicológicas u otras de menor monta, no quisieron arriesgar el cambio y prolongan un ritmo rutinario ya establecido, o también aquellos para quienes la razón de ser de la Vida Religiosa estaba más allá de la mediación de la actividad apostólica. Funciona más la ley de la inercia que el impulso apostólico.

Este modelo ha sufrido también el conflicto inevitable entre las estructuras apostólicas creadas, algunas muy pesadas y de poca agilidad, y la natural creatividad apostólica de las nuevas generaciones.

Como el fundamento último de la Vida Religiosa en este momento es el apostolado, el peso de las estructuras apostólicas acaba por generar crisis y salidas, a veces en masa, de religiosos y religiosas. No se consigue detenerlos con recomendaciones de paciencia ni con invocación de autoridades que repiten discursos laudatorios de las obras tradicionales o de confianza en las estructuras por encima de la visibilidad de sus resultados, etc. Este tipo de argumentación refuerza el modelo de la Vida Religiosa a partir únicamente de la eficiencia apostólica, y revela así su vulnerabilidad profunda.

Evidentemente, hay religiosos que perseveran aunque ya no creen en la razón última de su entrada: la eficiencia apostólica. Pero continúan bajo el impacto censurador del super-ego o de las presiones de los condicionamientos socio-culturales. Salir significa desmoronarse completamente.

En este modelo es frecuente que la virginidad consagrada, cuando ya no está sostenida por el impulso apostólico, tenga que ser mantenida a base de ascesis y aun de represión. Se trata de una ascesis más cercana a la disciplina que al amor.

Algunas Congregaciones buscan soluciones coyunturales en una verdadera farándula de nuevas obras apostólicas. Viven cambiando las actividades. Y la novedad va manteniendo el entusiasmo. ¿Hasta cuándo? Así se ha visto cómo algunas que tenían colegios salieron para Parroquias. Fue un entusiasmo. Cansadas de parroquias, fueron a la inserción. Resucitó de nuevo el entusiasmo. Y cuando se cansen de la inserción, ¿a dónde irán?

Otros encuentran solución en un conformismo escéptico. Ya es demasiado tarde para salir. Van llevándola... casi de manera fatalista. Pero sufren la angustia latente del constatado fracaso de una vocación que tuvo un día sentido y hoy carece de él.

Otros, sin embargo, permanecen porque la Vida Religiosa les ofrece una existencia cómoda, burguesa, mediocre. La comunidad no pasa de ser un "hotel de solterones" que ya no creen en la razón de ser de la vida que llevan o, en caso menos trágico, aceptan el pequeño bien apostólico que hacen, sabiendo que en otra parte podrían hacer mucho más, pero ya no tienen valor para tanto.

3. Conclusión

El problema fundamental no está en saber cuál fue la experiencia primera que nos llevó a la Vida Religiosa. Si fue la experiencia-base, tenemos ahí una garantía de la autenticidad de la Vida Religiosa, con tal de que sea alimentada, cultivada. Si fue una razón apostólica la que nos llevó a la Vida Religiosa, tenemos que preguntarnos si nos detuvimos ahí. Si esa experiencia no evoluciona hacia la experiencia-base, las garantías de perseverancia y felicidad en la Vida Religiosa son pocas.

Por tanto, la conclusión más importante está en el sentido de que todos debemos procurar cultivar la experiencia-base, sea porque ya estuvo presente desde el comienzo, sea porque fue surgiendo a lo largo de la Vida Religiosa. El compromiso con el hermano, el entusiasmo apostólico, pueden ser mediaciones valiosas para descubrir la dimensión "fundante" del "Sólo Dios Basta". Este trabajo parece ser fundamental en el tiempo de la formación. Si no se cultiva la experiencia-base o si no se lleva al joven religioso a descubrirla en otras mediaciones que a primera vista lo atraían, estaremos preparando crisis futuras y deserciones.

Si una Congregación está especialmente centrada en las actividades pastorales, necesita referir sus reflexiones a la experiencia "fundante", para después sacar de ahí luz, fuerza, entusiasmo para las actividades. Esta sería la verdadera vuelta a la fuente original de la vida y del carisma. Sin ese retorno, toda actualización carece de seriedad y profundidad.

En el fondo, no hay dos modelos de Vida Religiosa. Hay uno solo: aquel que arranca de la experiencia-base. Pero hay dos maneras de llegar a tal experiencia: haberla hecho desde el comienzo o ir lentamente aproximándose a ella, a partir de las mediaciones apostólicas. No se pueden ver las mediaciones pastorales como si fuesen el último constitutivo de la Vida Religiosa, sino como expresiones de la experiencia-base.

Como vivimos en un mundo secularizado donde, ante todo, se valoran las acciones, la eficacia, el trabajo, es normal que las vocaciones surjan a partir del interés por la actividad. Será fatal para ellas si se detienen en esa motivación. La formación deberá llevarlas al núcleo de la Vida Religiosa: disponibilidad radical a Dios en la entrega de sí desde dentro y envolviendo a profundidad la afectividad. Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio son, sin duda, excelente ayuda para descubrir esa experiencia espiritual en profundidad. Y el ritmo de oración la alimenta. Son recursos tradicionales que no caducarán. Cada día se muestran más necesarios, sobre todo para jóvenes en cuya infancia el elemento religioso no estuvo tan presente.

La existencia de la experiencia-base no es garantía exclusiva de perseverancia. Ante todo, se tiene que probar, constatar, la autenticidad de tal experiencia. En términos espirituales: discernirla. Como toda experiencia humana, lleva consigo ciertamente elementos ambiguos, deficiencias psíquicas y otras impurezas. Sólo el trabajo, cultivo y purificación van profundizándola y dándole consistencia. Sin duda, la opción por los pobres se presenta hoy como una de las mediaciones privilegiadas para profundizar esa experiencia-base.

"Sólo Dios Basta" es la raíz. Las ramas pueden ser muchas y estarán vivas en la medida en que participen de la savia que viene de la raíz. Una raíz que no crece y no se ramifica puede también morir. Por tanto, la riqueza de la Vida Religiosa está en mantener siempre clara su experiencia-base y articularla con las formas de servicio a los hermanos. De modo explícito, con la reflexión, el estudio y la oración.

(Libanio, Joao-B. SAL-TERRAE/88/06. Págs. 465-479; “Boletín de la CLAR” 23 -1985-, Nº 9)

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