SIUNA
José Luis Rocha
ENVÍO, Universida CentroAmericana, Managua, Nicaragua
Junio, 2001
Siuna ha sido siempre un territorio de violencia donde impera la ley de las balas. El fenómeno de los rearmados y la crisis que hoy vive Siuna tienen una historia. Cien años de soledades y abandonos.
La desidia y el terror recorren Siuna. Los promotores de los programas de desarrollo han paralizado sus visitas al campo. Los comerciantes se comen las uñas viendo llegar a cuenta gotas a compradores con poco dinero y menos ganas de gastar. Pobres y acomodados, profesionales e iletrados, ganaderos y asalariados, todos vaticinan más hambre y miedo para Siuna. Los hoteles y pensiones albergan escasos huéspedes y toman las medidas de seguridad a su alcance para disminuir el riesgo. Al menos, registran la identidad de sus clientes. El abultado contingente del ejército, acantonado por ya demasiado tiempo en la zona, evita adentrarse en la montaña y lanza suspicaces miradas a los transeúntes, en quienes acaso husmean el olor a pólvora de los rearmados.
La indolencia del resignado, el cansancio del perseguido, la tensión del acorralado se expanden en Siuna. Los ciudadanos están cansados de las inquinas internas y de la imagen deteriorada que carga hoy esta tierra. Con la condición de municipio adquirida el 22 de agosto de 1969, Siuna abarca casi la mitad del territorio del Triángulo Minero, acoge al 13% de la población de la Región Autónoma del Atlántico Norte (RAAN) y ocupa el 28% de su territorio. En el Triángulo Minero, con una extensión de más de 13 mil kms², Siuna tiene 5,039.
Donde los rearmados no se extinguen.
En estos últimos años, y por prolongadas temporadas, el Triángulo Minero ha ocupado primeras planas en los diarios y radios nacionales. Y en el Triángulo, Siuna va a la cabeza. Es evidente su "colombianización": focos de armados con reivindicaciones sociales, rearmados sin ideología bien definida, grupos paramilitares, cultivo de marihuana, corredor del narcotráfico, donde ésta y otras drogas se mueven hacia el Norte. Zona poco atractiva para los inversionistas, excepto para los de colmillo retorcido que se dedican a actividades depredatorias, llegando posiblemente a componendas con los rearmados.
Siuna está a sólo 75 kilómetros de donde estuvo ubicada la famosa base militar de Mulukukú, que en los años 80 sirvió de escuela de entrenamiento para los jóvenes que prestaban su servicio militar en el Ejército Sandinista. En la carretera de Mulukukú a Siuna se ubican Lisawe, Sarawa, Santa Rita, La Bodega, El Guineo, Labú y Tadazna, testigos de múltiples enfrentamientos y vendetas políticas y familiares. Los alrededores de esta zona todavía están sembrados de minas. Abunda la PMN, un tipo de mina antipersonal de fabricación soviética y también se pueden encontrar algunos ejemplares de la famosa "saltarina".
Los grupos de rearmados parecen entender que no hay ley que valga en esta región excepto la de las balas. La podredumbre institucional se los confirma: un alcalde que al dejar su cargo se lleva hasta las sillas, un juez apodado "Cinco mil pesos" en alusión a la tarifa habitual de sus sobornos, los funcionarios del Instituto Forestal implicados en el tráfico ilegal de madera, y un número y categoría aún desconocidos de personas implicadas en el narcotráfico. En este caldo de cultivo, los rearmados están siempre resurgiendo, alimentando sus filas y encontrando colaboradores forzados o voluntarios. En un operativo que inició el 1 de octubre de 1999 -durante el secuestro por el Frente Unido Andrés Castro (FUAC) de Manley Guarducci, ciudadano canadiense e ingeniero de la empresa minera HEMCO-, el ejército aseguró haber desmontado 26 de las 45 bandas que operaban en el Triángulo Minero y sus alrededores, y haber capturado a 440 delincuentes. Año y medio después, la actividad de los grupos armados no se ha extinguido. A ratos adquiere una virulencia feroz.
Una zona militarizada bajo la ley de las balas.
Según el informe oficial de la Policía de Siuna, en lo que va del año 2001 se reportan 5 policías asesinados, 7 soldados muertos en combates, 1 policía herido, 2 miembros del ejército secuestrados, 5 civiles heridos y 18 civiles muertos, entre ellos dos adolescentes de 15 años. Los asesinatos de cuatro miembros de la familia Herrera y de Agustín Mendoza, identificados como activistas del Partido Liberal Constitucionalista, se convirtieron en abril en un eficiente combustible para la hoguera de la polarización política de este tenso año electoral. Esas "pasadas de cuentas" por conflictos de tierras y vendetas familiares, a veces por sospechas de colaborar con algún grupo de rearmados o con la policía, son recicladas en la maquinaria política para producir mártires partidarios, imaginar persecuciones, sembrar la paranoia y desempolvar el fantasma de la guerra y del servicio militar de los años 80. Esta táctica, que algunos estiman de elevada rentabilidad política, lo que provoca es disparar la escalada de violencia, muertos, armados e inviabilidad económica en esta desolada Siuna.
Ninguna estrategia del ejército ha acabado con la actividad de los rearmados, y todas han contribuido a que se perpetúe la militarización del municipio. Y en una zona militarizada, mandan los militares, apunta un promotor del Programa Campesino a Campesino, harto del trasiego de tropas y de supeditar las actividades de su programa a la agenda bélica. El gobierno habla de 1 mil 100 soldados en la zona. Pero a ellos se suma la policía del campo, o policías auxiliares: grupos de campesinos que, sin recibir entrenamiento militar o policial, son armados por los llamados "agentes del orden". Al amparo de su investidura paramilitar, aprovechan las ocasiones para ejecutar impunemente venganzas personales.
Es otro resorte de la violencia: las inquinas familiares consagradas por el aparato de la violencia legal. Otra pésima -y reciente- táctica del ejército: ofrecer 150 mil córdobas por la cabeza de José Luis Marenco y 100 mil por la de Domingo Quintero, Tinieblas, dos cabecillas del remanente del FUAC, que permaneció armado en la montaña después de la firma de los acuerdos para su desmovilización en diciembre de 1997, como mecanismo de garantía del cumplimiento de esos acuerdos. La base social del FUAC, ese grupo de campesinos que permite a los rearmados sobrevivir pese a lo adverso de las circunstancias, y los mismos rearmados, podrían reaccionar ante la oferta "limpiando" la zona de posibles "soplones".
Palabras incendiarias sobre un cóctel molotov.
La fugaz visita que hizo a Siuna el Presidente Alemán el 16 de mayo, su primer paseo por el Triángulo Minero en este año, sólo vino a poner en evidencia el tipo de política que el gobierno ha diseñado para esta región: las mismas y nunca cumplidas ofertas socioeconómicas de siempre (crédito, mejora de los servicios sociales, institutos de capacitación técnica) y la muy cuestionable promesa de aniquilar a los rearmados. Palabras devaluadas y palabras incendiarias. En contradicción con las amenazas iniciales, días después de la visita presidencial emergió la oferta de cumplirle al FUAC los acuerdos de hace más de dos años. Una de cal y otra de arena, porque la política del gran garrote también requiere de palabras suaves y de ofrecer una que otra zanahoria.
Siuna se ha convertido en una ciudadela militarizada, en un caso emblemático para analizar la paranoia típica de los políticos caudillistas, que eleva a la enésima potencia conflictos que, con un mínimo de sensatez y habilidad negociadora, resultarían más manejables. La situación actual obedece a engranajes socioeconómicos y culturales que vienen de muy atrás y que la impericia y corrupción gubernamental sólo han sabido agravar. El abandono, el volumen de la inmigración, la frontera agrícola, los grandes beneficios que obtienen las compañías maderas y mineras extranjeras sin que los lugareños participen en ellos, la muy acendrada tradición armada, la poca capacidad del gobierno local y lo nada operativo del sistema judicial son los ingredientes de un cóctel molotov en incesante estallido.
¨Lugar de aguas insalubres".
La historia parece haber marcado a Siuna para este arduo destino. Vestigios poblacionales indican que el pueblo de los mayagnas -mal llamados sumos- fueron los primeros pobladores de la región. Aunque algunas tribus se asentaron en la zona desde la época precolombina, su número se engrosó con otros grupos, empujados hasta allí por las persecuciones de piratas, corsarios y bucaneros que, aliados con los mískitos, los cazaban para cambiarlos por armas, ron y otros "tesoros". Según la leyenda, los blancos y los mestizos se acercaron a esta zona después de que un mayagna que estaba en Bluefields atrajo la atención de un tendero porque llevaba pepitas de oro como plomadas de anzuelo y una mirilla áurea en su rifle. Guiados por el nativo y navegando por el río Prinzapolka, los mestizos llegaron hasta un riachuelo llamado Siuna. Algunos creen que se trata de un vocablo mayagna que significa lugar de aguas insalubres o lugar malsano. Otros sostienen que se le atribuye este significado por su semejanza con la palabra suampo (área pantanosa).
Los documentos escritos certifican que los ricos yacimientos auríferos del municipio fueron descubiertos a fines del siglo XIX por José Dámaso Valle, buscador de oro originario de León, quien descubrió catorce minas y las inscribió como propias en las Oficinas de Registro de Bluefields. Al momento de su muerte en 1931, había amasado una cuantiosa fortuna, que incluía propiedades mineras en Siuna y Wani, y propiedades urbanas en Siuna y Matagalpa.
La fiebre del oro acaba con los mayagnas.
En la vida tradicional y retirada de los mayagnas irrumpió de forma brutal la agitación de la industria minera. Los mayagnas vivían en pequeños asentamientos de grupos familiares y tenían una idea muy vaga de lo que era el Estado nicaragüense. Las autoridades que les eran más cercanas se encontraban a varios días de viaje. Y no fueron éstas, sino los empresarios mineros, quienes llegaron hasta ellos, por supuesto que con la venia del gobierno nicaragüense y sólo para extraer el oro, sin el menor respeto por los territorios que tradicionalmente habían sido ocupados por ellos.
En 1892 el territorio ancestral de los mayagnas recibió entre 500 y 800 migrantes. Y con ellos llegó hasta allí el Estado. En 1896 se instaló el primer cuartel de policía en Siuna, cuyo comandante era ante todo un colaborador de Valle, dueño y fundador de la mina La Luz, situada donde ahora se ubica uno de los barrios más populosos de la ciudad de Siuna. De entonces data la tradición de complicidad entre las autoridades estatales y los propietarios de las minas. En este contexto de rápidas transformaciones los mayagnas se encontraron muy pronto en el último peldaño de la escala social. Ya en 1904 la aldea Wani tenía 200 habitantes, todos mestizos y extranjeros. Toda esta realidad llevó al misionero evangélico Reichelt a escribir: Los sumus se encuentran en proceso de desaparición y la Misión llega ya demasiado tarde a su funeral. En 1905, Grossmann, un viajero alemán que visitó un distrito de Siuna, observó que los ríos ya estaban infectados por los productos químicos que las compañías utilizaban en la extracción del oro. Siuna seguía ganándose su mal nombre. Mientras, la invasión de nuevos productos había distorsionado el patrón de consumo de los mayagnas, antes autosuficientes. Para pagar sus deudas con los comerciantes, se veían obligados a trabajar en las minas.
Destino fatal: en las encrucijadas de la historia.
En la primera década del siglo XX, algunas propiedades mineras -entre ellas, la mina La Luz, sin duda uno de los yacimientos de oro más importantes- fueron adquiridas por estadounidenses. Las primeras exportaciones de oro a los Estados Unidos fueron transportadas a los puertos por mujeres, bueyes y mulas. La Luz se convirtió en el típico enclave extranjero donde se saqueaban los recursos naturales del país. En 1905, como parte de Los Angeles Mining Company, La Luz pertenecía a un consorcio de Pittsburg. Para entonces, casi la totalidad de la industria minera nicaragüense había caído en manos estadounidenses. En el primer cuarto de siglo las empresas gringas invirtieron unos 20 millones de dólares en este negocio. Tras una crisis generalizada en la minería, La Luz fue una de las seis mayores empresas que sobrevivieron en Nicaragua.
La mina La Luz adquirió un mayor valor simbólico porque en ella trabajó, como contador, Adolfo Díaz, quien aprovechó esa circunstancia para establecer magníficos contactos con los Estados Unidos, que le permitieron desempeñar un papel protagónico en la guerra civil de 1909-1910 hasta instalarse en la silla presidencial en 1911. Durante el mandato presidencial de Díaz, las finanzas de Nicaragua fueron manejadas por funcionarios norteamericanos, los marines permanecieron ocupando el país y se firmó el Tratado Chamorro-Bryan, que concedió al gobierno de los Estados Unidos derechos exclusivos para la construcción de un canal interoceánico a través del territorio nicaragüense. En aquella época era vox populi que Philander Knox, Secretario del Departamento de Estado norteamericano, cuya ominosa e inapelable carta -la famosa Nota Knox- provocó la dimisión del presidente liberal José Santos Zelaya en 1909, poseía acciones en el consorcio propietario de la mina La Luz. Desde entonces, Siuna padecía ya por el fatal destino de estar situada en las encrucijadas de la historia.
Tiempos de Sandino: en el ojo del huracán.
El valor simbólico de la mina La Luz, unido a su importancia financiera, la convirtieron en un objetivo militar en la guerra que libró Sandino, que finalmente se decidió a destruirla en 1928. Desde fines de 1927 el ejército de Sandino venía padeciendo un bombardeo incesante que se había cebado sobre su cuartel general en El Chipote, en Las Segovias, a gran distancia de Siuna. Mil 400 marines permanecían en Nicaragua y habían obligado a que las columnas guerrilleras de Sandino se replegaran hacia el norte.
La mina La Luz era un objetivo desprotegido militarmente y de difícil acceso. Situada a 150 kilómetros de la carretera más próxima, a La Luz sólo se podía llegar con pipantes y tras muchas horas de camino en la espesura de la montaña. Por eso le resultó fácil a una columna de sandinistas, apoyados por indígenas mískitos de Bocay y el río Coco, tomarse la mina el 12 de abril de 1928 y volarla con 25 cajas de dinamita después de haber incautado el dinero, las reservas de oro y el mercurio, un botín cuyo valor se calculó en 50 mil dólares.
Los marines llegaron a la mina el 9 de mayo, muchos días después de que se hubiera extinguido el humo de la dinamita del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional. La nota que dejó allí Sandino advertía, entre otras cosas, que hasta que el gobierno de los Estados Unidos no ordene el repliegue de los piratas de nuestro territorio, no habrá en este país ganancia alguna para los norteamericanos. Un planteamiento de mucha sensatez: Sandino no estaba dispuesto a permitir que las empresas norteamericanas siguieran financiando la guerra a cuenta de la explotación de las riquezas nicaragüenses. El ataque a la mina La Luz fue la primera acción del ejército de Sandino en la región atlántica. Ya desde entonces Siuna estaba siendo arrastrada hacia el ojo del huracán.
Declive minero para transnacionales y güiriseros.
Años después de terminada la guerra de Sandino, asesinado por Somoza siguiendo órdenes del gobierno de Estados Unidos, La Luz reanudó labores en 1938, ahora como propiedad de Ventures Limited, una corporación canadiense que la vendió en 1962 a la Falconbridge Nickel Mines Limited, también canadiense y propietaria de las minas de Rosita. Cuando en 1968 la explotación minera en Siuna se hizo inviable tras reventarse el dique de la presa hidroeléctrica que le suministraba energía a la planta procesadora, la compañía se concentró en la explotación del cobre en Rosita. Más del 60% de los 1 mil 100 empleados de Siuna fueron despedidos.
Los recién desocupados buscaron la sobrevivencia en la güirisería (extracción artesanal de oro) y en la incipiente ganadería y agricultura, o migraron a otras regiones del país en busca de mejores oportunidades. Desde mediados de los años 70 la ganadería se perfiló claramente como el rubro productivo más importante del municipio, seguido de los granos básicos y el café. La minería pasó a un cuarto lugar y desde entonces no ha levantado cabeza.
En 1973 la empresa Rosario Mining of Nicaragua, subsidiaria de la compañía estadounidense Rosario Resources Corporation, adquirió La Luz y la mina de Rosita. Fue una mala decisión. Las dificultades financieras no se hicieron esperar. Las pérdidas acumuladas en el período 1974-78 fueron de 33.5 millones de córdobas. La Rosario Mining había planeado revertir esta situación rehabilitando la mina La Luz, pero la nacionalización de las minas decretada por el gobierno sandinista en 1979 sorprendió a la empresa antes llevar a cabo su proyecto.
Desde entonces únicamente se ha estado aprovechando la broza superficial, procesada artesanalmente por los güiriseros. Además de nacionalizar las minas, el gobierno sandinista creó la PEMIN (Pequeña Empresa Minera) para captar el oro de producción artesanal. La PEMIN estableció comisariatos para estimular la búsqueda de oro abasteciendo a la población de artículos de primera necesidad. Pero los magros precios con que pagaba a los güiriseros el oro le impidieron controlar la producción. Gran parte se fugaba hacia el mercado negro.
La guerra: terror para la gente y tregua para el bosque.
En 1988 el cierre de la empresa minera dejó sin trabajo a más de cien trabajadores. La minería seguía declinando. Desde 1983 la guerra se había convertido en principal protagonista en el siempre agitado escenario de Siuna. La historia económica se convierte entonces en historia bélica. Hubo una ventaja: la guerra frenó el avance de la frontera agrícola. Y así la guerra puso a salvo a Bosawás.
El territorio de Siuna abarca buena parte de la esplendorosa y valiosísima reserva biológica de Bosawás -llamada así por sus límites: río Bocay, cerro Saslaya y río Waspuk-. Veinte mil kilómetros cuadrados -7% del territorio nicaragüense- de la mayor superficie de bosque tropical húmedo de Centroamérica. La estrategia militar del Ejército sandinista decidió desalojar a todos los habitantes de Bosawás y sus alrededores, reubicándolos en cooperativas agrícolas beneficiarias de la reforma agraria que sirvieron de cordón de seguridad, constituyendo así una frontera militar -que también actuó como frontera ambiental- delineada por el río Kum y la carretera de Siuna a Waslala. Los campesinos renuentes a la reubicación migraron a Makingale, Kinowás, Las Minas y Honduras o se integraron a la Resistencia como combatientes, correos y vigilantes de puestos de refrescamiento en la selva. La guerra fue terror para el hombre y tregua para el bosque. Las inmediaciones de Siuna, donde la espesa montaña inhóspita de Bosawás servía de refugio, se convirtió para "los contras" en canal obligado para llegar a Matagalpa y Chontales.
La militarización indujo identidades polarizadas: o se plegaban a las exigencias del Ejército sandinista o eran etiquetados como "contras". Los campesinos cooperativizados conformaron los batallones de reserva, pero muchos de ellos, considerando que estaban haciendo de militares casi a tiempo completo y que, como reservistas no tenían derecho a salario, decidieron integrarse de manera permanente al Ejército sandinista, de cuyas filas salieron durante los planes de reducción del Ejército en los primeros años del gobierno de Violeta de Chamorro.
Con la paz llegó la devastación.
Antes de los años 80, sin carretera, era una hazaña llegar hasta Siuna y pensar en instalarse allí. A partir de 1990, con la firma de los acuerdos de paz, miles de ex-combatientes y repatriados buscaron rehacer su vida en esta región, imantados por el proceso de pacificación que concedió a los combatientes de la Resistencia Nicaragüense el control de ciertos espacios y recursos para su seguridad y reintegración a la vida económica. Dentro del municipio de Siuna, Mulukukú fue uno de los llamados Polos de Desarrollo donde se aplicó esta política. Hasta allí llegaron muchos desmovilizados. También retornaron a recuperar sus tierras muchos de los desplazados por la guerra. Y llegaron muchos más de muchas partes del país.
Hubo un boom de inmigrantes. Nuevos pobladores fueron atraídos por los servicios sociales que se prometían y por la oportunidad de reconectarse con antiguos jefes, patrones y compañeros ex-combatientes. La presión demográfica derivada de este proceso activó "frentes pioneros" muy agresivos que dispararon la depredación del bosque y que actualmente avanzan en dirección a la reserva natural Bosawás. El avance de la frontera agrícola, frenado por la guerra y por las dificultades de acceso a la zona, se activó con acelerados bríos. Y el decreto Presidencial que en 1991 constituyó a Bosawás como área de reserva natural vino a complicar aún más las ya complejas relaciones de los distintos grupos políticos y étnicos que convivían en el territorio.
Hoy la reserva está en peligro, especialmente los 12 mil kilómetros cuadrados de su zona de amortiguamiento -8 mil kilómetros cuadrados tiene el núcleo central-, aun cuando Bosawás fue declarada en 1997 por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad. El avance sobre la frontera agrícola se está dando hoy bajo una nueva modalidad: la "explotación minera" del bosque. Este devastador método es la única vía para la recapitalización de muchos productores agrícolas, debido al sesgo anticampesino de la política crediticia y a la iliquidez de los productores, que han visto reducirse su hato ganadero. Aun así, la ganadería sigue siendo el principal rubro productivo del municipio y Siuna el municipio más ganadero de la RAAN, con un hato que en 1998 sobrepasaba las 30 mil cabezas de ganado y un área de pastos que cubría el 36% de la superficie de las fincas.
En esta última etapa ha surgido un empresariado ganadero-cafetalero que acumula y reconcentra la propiedad a costa de la descapitalización del campesinado y de las cooperativas. Los acaparadores de tierras se agrupan en todas las vertientes de "derecha" y de "izquierda": ex-confiscados o grandes productores que abandonaron sus fincas en los años 80 y ex-funcionarios del Ministerio de Reforma Agraria sandinista y chamorrista, hijos de la burguesía agraria, capitalizados con la "piñata" sandinista y con el saqueo del BANADES y otras instituciones.
Explosión demográfica: un volcán en erupción.
No obstante haber jugado un papel tan estelar en la historia de Nicaragua, Siuna ha cosechado frutos muy amargos. Según datos del FISE, el 84% de la población vive en la pobreza. Entre 1994 y 1998 más del 75% del territorio del municipio ha sido concedido a siete compañías mineras extranjeras: una concesión para explotación y seis para exploración. De esta mesa transnacional caerán sólo migajas para los oriundos de Siuna.
En la última década Siuna ha sido un municipio receptor de una avalancha de inmigrantes. En los últimos 23 años la densidad poblacional pasó de 2.13 a 12.5 habitantes por kilómetro cuadrado. En 1977 la población era de 10 mil 714 habitantes, que en apenas 14 años se triplicaron hasta sumar unos 36 mil en 1991. En 1995, según el Instituto Nicaragüense de Estadísticas y Censos la población llegó a 53 mil 218 habitantes. Y el estimado del Consejo Supremo Electoral para el 2000 era de 63 mil 92 (10,113 población urbana y 52,979 población rural). En una región con tanta inseguridad sobre la tenencia de la tierra, esta explosión demográfica alimenta un volcán en permanente erupción. Y ha implicado una recomposición vertiginosa de las ubicaciones sociales y una redistribución del peso de las distintas etnias en beneficio de los mestizos. Actualmente el 98% de la población de Siuna es mestiza, 1% es mískita y 1% es mayagna. Los mayagnas viven en la comunidad de Sikilta, cerca de la reserva Bosawás.
Alcaldía: sin recursos.
A esta creciente masa poblacional debe prestar servicios una Alcaldía de palmaria debilidad financiera. En 1999, el ingreso de la alcaldía fue de 1 millón 975 mil 218 córdobas, de los cuales 644,144 provenían del gobierno central. Con este magro presupuesto, ¿qué poder puede tener la alcaldía frente al ejército, qué legitimidad frente a una población plena de necesidades y qué capacidad de monitoreo sobre la explotación de los recursos naturales en el territorio bajo su jurisdicción?
El gobierno central saca partido de esta debilidad financiera y pasa por encima de las autoridades locales para otorgar las concesiones de exploración y explotación mineras y las cuotas de extracción de madera. Y las autoridades locales, buscando a toda costa -y a todo costo para el municipio- tomar su parte en el botín, alimentan los engranajes del tráfico ilegal de madera y duermen el sueño de los injustos sobre los laureles de la impunidad. Así se explica que la destitución de Rufino Chow, liberal elegido alcalde en 1996 nunca se hiciera efectiva y que éste continuara en su cargo hasta el último día saqueando las arcas municipales y participando en el tráfico ilegal de madera.
Corrupciones aparte, las finanzas de la Alcaldía de Siuna presentan un cuadro clínico con los signos vitales al mínimo. En 1999, la Alcaldía contó con disponibilidad para invertir 2.6 dólares por persona en todo el año. Los ingresos de la Alcaldía llegan apenas al 50% del salario anual de Luis Durán, Secretario Técnico de la Presidencia y artífice de la Estrategia de Reducción de la Pobreza, y son menos de la mitad del ingreso anual que percibe Noel Ramírez, Presidente del Banco Central. Con este ingreso, la Alcaldía debe prestar servicio a una población de más de 60 mil habitantes.
Sin luz, sin agua, sin salud, sin educación.
Este presupuesto explica el desfalleciente estado de los servicios. El servicio de energía eléctrica no está conectado a la red nacional. En el municipio existen cerca de 74 plantas, que cubren aproximadamente al 12% de la población. Las de la ciudad de Siuna tenían 10 días de haber dejado de funcionar cuando se dio en abril la visita del Presidente Alemán. Y con él se fue la planta que alumbró fugazmente la ciudad durante las escasas horas que el mandatario invirtió en su visita.
El agua no llega a muchos barrios aun cuando exista la infraestructura necesaria. Ana Lazo, ex miembro del Consejo Regional de la RAAN, asegura que en los 14 años que tiene de vivir en su barrio, jamás le ha llegado una gota de agua. Las tuberías -la mayoría instaladas en 1940 y con una capacidad para 1 mil 500 personas- permanecen vacías, como un mudo monumento a la ineficiencia. La poca agua que llega a alguna parte es de pésima calidad, con una tonalidad negruzca y lodosa. Según el Ministerio de Salud, su nivel de contaminación es del 98%.
El sistema de salud de Siuna es mínimo e ineficiente. No hay hospital, sólo un centro de salud atendido por 32 personas, apenas un auxiliar de salud para cada 297 habitantes. Esta cobertura no permite hacer frente a las epidemias. La población sufre semanalmente de 10 a 15 casos de hepatitis. El estado del sistema educativo no es menos patético. Las escuelas sólo absorben al 20% de los niños y niñas en edad escolar.
Récord de devastación ecológica.
Antes de los años 70 por la falta de carretera, y en los años 80 por la guerra, la deforestación en Siuna avanzó a cuenta gotas e incluso llegó a detenerse. Con la firma de la paz en 1990 comenzó el flujo migratorio, provocando una presión creciente sobre la cubierta forestal. La densidad poblacional va desplazando la frontera agrícola y devorando árboles. En sólo 10 años Siuna ha sido rasurada. Un récord en devastación ecológica.
En 1997 los bosques de Siuna estaban siendo explotados oficialmente por dos grandes compañías, a las que se autorizó un volumen de extracción de 183 mil 206 metros cúbicos de madera y por un grupo de 63 pequeños madereros con permisos para extraer 6 mil 582 metros cúbicos. Las áreas más explotadas están en la zona noreste del municipio. No existe capacidad institucional para controlar y dar seguimiento a los planes de manejo de las concesiones. No se consulta a las instancias locales para estudiar la autorización de las concesiones. Esta acelerada deforestación ha hecho que la zona sea más propensa a los incendios forestales. En 1997, el 85% del territorio presentaba una frecuencia de incendios de 82 a 107 eventos anuales.
Una explotación minera del bosque.
La información oficial disponible permite calcular un volumen de corte anual de 7 mil 313.51 metros cúbicos de madera, el 90% de ellos transportados hacia los municipios del Pacífico, principalmente hacia Managua. Según datos del INAFOR hay actualmente 35 mil metros cúbicos de madera tumbados legalmente en Siuna, y posiblemente otro tanto tumbado ilegalmente. Toda la explotación se orienta a vender madera simplemente como materia prima. No existe ningún proyecto de procesamiento industrial que genere valor agregado. El boom de la exportación de madera en rollo coincide con el declive de la industria maderera. Aunque parezca mentira, a pesar de los elevados volúmenes de extracción, en el municipio sólo existe un aserrío, ubicado en la ciudad de Siuna.
La actividad forestal sólo tiene carácter extractivo. El bosque se explota como si fuera una mina. A pesar de los denodados esfuerzos del Programa Campesino a Campesino y de otras instituciones que procuran un manejo sostenible de los recursos naturales, la plantación de árboles es una actividad exclusiva de mutantes culturales. Los finqueros no tienen ningún estímulo para conservar los árboles y les es en exceso tentadora la estrategia de mejorar su liquidez vendiendo madera. No existe ninguna contrapropuesta de manejo forestal basada en incentivos que frenen la extracción sin caer en un conservacionismo ortodoxo del bosque.
Los avales y permisos se otorgan al por mayor. Y se multiplican los cobros ilegales por los permisos. Pese a las denuncias de la Contraloría, no se remueve a los funcionarios corruptos de sus cargos. Algunos incluso son ascendidos, como Rosendo Meléndez Blandón, concejal regional del PLC y quien se desempeña como delegado del INAFOR en Rosita, promocionado como inspector forestal de los tres municipios mineros, Siuna, Rosita y Bonanza. Al concluir su período, los alcaldes del PLC han ido directamente a trabajar a la delegación del INAFOR como premio a sus ímprobos esfuerzos por multiplicar el tráfico ilegal de madera. Los nombramientos del Instituto Nacional Forestal, con algunas excepciones, se hacen con criterios políticos, sin tomar en cuenta la formación profesional de las personas ni tomar en cuenta su trayectoria laboral. El PLC quiere ubicar a sus cuadros en puestos clave para aprovechar en las campañas electorales las ventajas que representan esos cargos, señala Antonio Flores Hernández, originario de la zona.
Y así, son precisamente los funcionarios más vinculados a la extracción de madera quienes acaban trabajando en la institución que debería frenar la deforestación. Cuando las cosas salen mal, y las pruebas son irrefutables, los funcionarios corruptos que han falsificado avales de extracción sólo se enfrentan a una pena máxima de tres años de cárcel, y siempre tienen la opción de solicitar una fianza. Untando las codiciosas manos de los representantes del sistema judicial pueden continuar operando en la más descarada impunidad. Así, el triángulo minero se transforma en un triángulo de las Bermudas donde el bosque es devorado: rearmados-madereros-funcionarios estatales del Ejército, la Policía, el INAFOR y la Alcaldía.
Un oro que se agota.
A Siuna la hizo el oro. Durante más de medio siglo el gran atractivo de Siuna fue la extracción del oro. Siuna tuvo su fiebre del oro, hoy declinante y ya curada, tanto para la gran empresa internacional como para los procesadores artesanales, los güiriseros. En 1991, los 5 mil 800 güiriseros de las tres minas -3,600 eran de Siuna- producían 2 mil gramos semanales, equivalentes a 66.67 onzas. Ese año, los güiriseros recibieron unos 70 mil córdobas semanales y aportaron 21 mil 334 dólares semanales a la economía nacional. Su aporte anual fue de 1 millón 338 mil dólares, un aporte sostenido a punta de muchos esfuerzos, porque se trata de una industria que se debate entre el elevado costo ambiental por la contaminación de los ríos y el creciente costo financiero debido a los menores rendimientos de onzas de oro por volumen de broza.
Para la gran industria transnacional la situación no parece ser mejor. Las minas reabrieron operaciones en 1995, pero sólo en Bonanza se instauró un régimen de explotación industrial. En Siuna la mayoría de las concesiones son de carácter exploratorio. Durante el gobierno Chamorro, entre 1992 y 1996, casi 5 millones de hectáreas fueron objeto de concesiones mineras. Cerca de medio millón de hectáreas le fueron asignadas en concesión a la HEMCO (Hunt Exploration and Mining Company). Inscrita el 4 de abril de 1994, esta compañía canadiense opera en todo el Triángulo Minero. Uno de sus ingenieros fue secuestrado en septiembre de 1999 por rearmados de remanentes del FUAC.
Las concesiones de los años 90 han sido empleadas fundamentalmente con fines especulativos. Las empresas exploran únicamente las áreas que les fueron concedidas para explotación, mientras buscan mejorar su posición en la bolsa de valores para absorber más capital. Quizás mantienen también cierta cautela debido a los rendimientos descendentes. En 1968 se calculó que las reservas de Siuna eran de 3 millones de toneladas de broza de oro en el subsuelo, con leyes de 0.09 onzas troy de oro por tonelada, y de 3.5 millones de toneladas de broza en el tajo abierto, con leyes de 0.06 onzas troy oro por tonelada. A principios de los años 80, la empresa estatal INMINE trabajó el tajo abierto, aprovechando lo que en ese momento era explotable. Actualmente se estima que la reserva del tajo abierto descendió a leyes promedio de 0.04 onzas troy de oro por tonelada.
Los rendimientos van en declive. La producción también. Aunque en la última década ha aumentado gradualmente, pasando de 34 mil onzas troy en 1990 a 62 mil onzas troy en 1997. Buscando una perspectiva de más largo plazo la visión es pesimista: en 1954 la producción era de 232.2 mil onzas troy, en 1968 fueron 190.1 mil onzas troy y en 1978 llegaron a ser sólo 62.6 mil onzas troy. Pese a tan colosales concesiones, la producción actual es semejante a la de 1978. En Siuna, y en general en todo el Triángulo minero, la minería se debate entre los gigantes especuladores y los minúsculos artesanos que recurren a la güirisería como una fuente de capital para otras inversiones. En ambas vías la tendencia de largo plazo es a reducir la mano de obra. La muy ominosa calentura del desempleo ha sustituido a la tan activa fiebre del oro.
Hombres de montaña: "hasta luego" a las armas.
Siuna fue siempre un territorio muy convulso, violento. En Siuna siempre ha habido grupos armados, asegura Fabián Saavedra, quien en su propia vida ha experimentado la seducción y el poder de las armas. Aburrido de trabajar para otros, en los años 80 se integró al Ejército Popular Sandinista, donde alcanzó el rango de Teniente Primero. Recientemente fue apuñalado en plena ciudad por Eugenio Ortega, uno de los cabecillas del grupo armado de más reciente formación. Aquí quien manda es el ejército -continúa Fabián-. Nosotros decimos que nos quitaron de encima la bota jungla norteamericana y nos pusieron la bota chontal nicaragüense.
Aplastados por las botas o usándolas ellos mismos, los pobladores de Siuna tienen una larga trayectoria de convivencia con las armas. La zona de montaña reclama hombres duros. El historiador francés Fernand Braudel -en un enfoque que retoma los condicionamientos geográficos como dispositivos causales de largo plazo- contrapone los rasgos del hombre del llano con los del hombre de la montaña para destacar el carácter indómito de los de la montaña. Mientras a juicio de Braudel, los historiadores se han entretenido morosamente en los acontecimientos de las planicies, han descuidado las montañas, alejadas de las ciudades y de sus archivos, pero perfiladas como regiones donde el hombre brota como una planta vivaz, rebelde y a veces diabólica. Las montañas, encumbradas actrices de la historia, son criaderos de bandoleros en rebeldía frente al sistema del Estado moderno. La montaña es una barrera para las leyes y un refugio para los hombres que no se rigen por ellas. Los países de la vendeta son países de montaña. Como Córcega y Albania, donde la Edad Media no echó raíces ni llegó a penetrar con sus ideas de justicia feudal.
Los "vuelatiros" y la ley del revólver.
Siuna también es tierra de montaña, selvática e impermeable a las leyes. El 15% del municipio, en el extremo noroeste, se encuentra en la reserva natural Bosawás. La población rural -muy dispersa- se ubica principalmente en la zona norte, cerca del eje vial Waslala-Siuna-Rosita y está distribuida en 135 comunidades, la mayoría con menos de 500 habitantes. El migrante, el pionero, el hombre que desbroza montañas y se aclimata a la tierra virgen es seleccionado por el medio. La montaña sólo permite sobrevivir a los más fieros y favorece la ley del revólver. De ahí que algunos en la zona se perciban a sí mismos como "vuelatiros", desmovilizados de un ejército en el que durante años hicieron la carrera de las armas en su versión más ruda: permanecer en la línea de fuego.
Muchos de los campesinos-cooperativistas, beneficiados por la reforma agraria, fueron primero reservistas y luego permanentes del Ejército sandinista. Las cooperativas hicieron las veces de cordón militar de contención de la Resistencia. Con la firma de la paz, llegaron en los años 90 al municipio otros "vuelatiros": los beneficiarios de los Polos de Desarrollo.
Pero tras el incumplimiento de los acuerdos -tierras debidamente legalizadas y servicios básicos (agua, energía eléctrica, teléfono, educación, salud, red vial)-, el desencanto político generalizado y la brusca entrada del país a una economía de mercado para la que no estaban preparados y en cuya arena lucharían en palmaria desventaja, algunos desmovilizados retornaron a la actividad que mejor conocían: "volar tiros". El Frente Norte 3-80 y el Frente Unido Andrés Castro (FUAC) fueron los más beligerantes. Pero incluso antes de la aparición del FUAC, Siuna se había convertido ya en un hormiguero de bandas delincuenciales armadas -sin credo político- que, de hecho, el FUAC contribuyó a eliminar.
Una vez palpado el carácter avieso y depredador de la mano invisible del mercado y no perturbados por la mano distante del Estado, rápidamente se rearticuló el código del fusil y se reinstauró la moral de la guerra. El comportamiento tradicional dejó nuevamente de ser lo socialmente conveniente y se aplicaron reglas del juego de vida o muerte donde son mil los dispositivos que activan la violencia: los campesinos solicitan a los rearmados su colaboración en venganzas personales por conflictos de tierras, por robo de ganado, por violaciones a las mujeres, mientras los paramilitares explotan su condición para castigar a sus enemigos políticos y personales. Todo esto se abona con olas de inmigración, que traen conflictos de propiedades y desarraigos, debilitan el tejido social y construyen solidaridades frágiles y tácticas..
Una típica sociedad de frontera.
Siuna es una característica sociedad de frontera. Y lo es en dos sentidos: militar y agrícola. En su colección de ensayos reunidos bajo el título de Rebeldes primitivos, el historiador inglés Eric J. Hobsbawm describe el patrón de estas sociedades, plagadas de bandoleros armados y de rebeldes con o sin causa, donde las mujeres sólo cuentan para parir y para ser violadas.
Lo típico de las sociedades de frontera es el resquebrajamiento del mundo tradicional, la indefinición de las propiedades, la delimitación pendiente de los terrenos comunales, las bruscas transformaciones socioeconómicas, la frontera agrícola, montañas que demandan hombres fieros para terrenos feraces y que brindan condiciones para huir, camuflarse y sobrevivir, un sistema de justicia débil y sobornable, un aparato policial exiguo en relación a las dimensiones del territorio, una intensa inmigración y una clase media rural que busca ascenso abriéndose paso en la selva social y adquiriendo o conservando tierra a punta de pistola, una clase media rural excluida de los grandes beneficios que da la explotación de los recursos naturales. Rasgo por rasgo, es éste el retrato de Siuna.
En esta frontera, quienes arriesgaron el pellejo defendiendo el territorio se ven hoy desplazados de su estatus -conseguido con balas-, excluidos de los crecientes beneficios que se extraen de la zona, y hasta ven cuestionada la legitimidad de sus posesiones. Lo extraño sería que Siuna fuera un lugar de paz, sin violencia y ajeno a la convulsión social.
En esta sociedad de frontera es lógico que se formen grupos que, sin llegar a se revolucionarios, traducen al código de la violencia un malestar generalizado, fruto del abandono y de la incertidumbre ante el futuro, fruto de la falta de oportunidades. Grupos con armas y con esta conciencia prosperan en zonas como Siuna, donde los grandes cambios socioeconómicos privilegian a los últimos en llegar, los poderosos y los extranjeros.
La propiedad de la tierra: ¿de quién es Siuna?.
Todos los saldos que la historia de Siuna ha ido acumulando explican su actual crisis. La población entiende el malestar como efecto del aumento de la densidad poblacional. La avalancha de migrantes, muchos de los cuales son etiquetados como de curriculum poco recomendable, es visto por muchos pobladores de Siuna como la raíz de todos los males. A Siuna han llegado delincuentes, gente que "tiene deudas con las autoridades", suelen decir. Esa incomodidad ante el creciente flujo de advenedizos -que acaparan propiedades- refleja una mayor y desconocida presión sobre la tierra, en una región en donde poseer 50 manzanas ha sido tradicionalmente despreciable.
Con tantos llegando, la pregunta es quién posee Siuna, quién se va quedando con sus tierras. En una atmósfera cargada con esta pregunta el recurso a las balas se impone. Porque en Nicaragua armarse sigue siendo el mecanismo para adquirir y conservar tierras, dada la historia reciente y el frágil estatus legal de tantas propiedades. Las cooperativas saben que la revisión de sus tierras en litigio pasará a un segundo plano mientras los rearmados ocupen las primeras planas de los medios. Con la presencia de rearmados en la zona resulta más atractivo el reclamo de indemnizaciones que la demanda de una devolución de tierras confiscadas.
La cooperativa Miguel Martínez, ubicada en la comarca Uly, tiene 1,020 manzanas de tierras legalizadas y 98 no legalizadas, que fueron confiscadas. La Unión Cooperativa Agrícola Héroes y Mártires de Siuna cuenta con 19 cooperativas que poseen 18,373 manzanas de tierra legalizadas y 3,178 aún no legalizadas y que han sido reclamadas por sus antiguos dueños. Varias de esas cooperativas están ubicadas en El Hormiguero, rozando la reserva Bosawás. En 1996 eran 1,086 socios: 300 mujeres y 786 hombres. Actualmente probablemente sean alrededor de 1,500 dispuestos a defender con balas su derecho a la tierra sin mayores devaneos retóricos.
Como la imperiosa necesidad práctica de legalizar y legitimar las propiedades se impone, Siuna no ha sido terreno fértil para la retórica apocalíptica que difunden muchas denominaciones protestantes. Basta allí la escueta elocuencia de las balas. No cuaja aquí un fundamentalismo milenarista sino el regionalismo, una identidad con base territorial que sustituye a la identidad de base ideológica.
Aterrados, enterrados, desterrados.
La actual crisis de Siuna -violencia e inseguridad, militarización- ha conseguido que la inmigración se detenga, y que aumente la población del casco urbano. Población aterrada. Se habla de 229 familias de desplazados. Migran a la ciudad abandonando por temor sus tierras para vivir en condiciones precarias. Como era vista la población de América Latina en los años 70, la población de Siuna se compone hoy de desterrados, aterrados y enterrados. En estas condiciones, no faltan quienes piensan que, así como el Che Guevara sostuvo que para salir de todo esto debían crearse uno, dos, tres... muchos Vietnams, también en Nicaragua, para que el gobierno preste oídos al clamor popular, habría que crear uno, dos, tres... muchos triángulos mineros, muchas Siunas. En la cultura nicaragüense está muy enquistado el mito del guerrero como héroe por antonomasia y el mito de las armas como herramientas de adquisición de poder y paso previo obligatorio a toda negociación. Es hora de romper con tan desgastante tradición. Y vale la pena reflexionar mucho y bien sobre cómo y por qué hacerlo.
¿Es el entorno o es la gente?.
A propósito de la actual situación en Siuna, cabe preguntarse como lo hizo Hobsbawm sobre los movimientos rebeldes de la Europa de principios de siglo: ¿En qué medida representan un colapso general de los valores tradicionales en áreas sometidas a una transformación social excepcionalmente rápida o sujetas a tensión excepcional, o en qué medida representan tan sólo las inquietudes excepcionales de hombres que han sido, como lo fueron, arrojados al vacío por el rápido girar de su antiguo y firme universo? Se trata de una pregunta que, buscando respuestas, va del entorno social al impacto del entorno en determinados individuos. Que invita a una reflexión que resulta clave en un país tan pequeño y tan frágil que puede ser desestabilizado por tan sólo una ráfaga de AK-47.
Intentaremos penetrar en la maraña de hipótesis que levantan ésta y otras preguntas el próximo mes siguiendo golpe a golpe la evolución del FUAC, la identidad que lo distingue de otros grupos de rearmados y el desafortunado papel que ha jugado el gobierno liberal en este drama.
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