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jueves, diciembre 24, 2009

Día mundial de la infancia

Psic. Claudina Salazar Serrano
Catedrática de la Licenciatura en Psicología, UCC
Navegar Juntos - Boletín electrónico del ICCE-América, XI.2009

¿Quién no ha reaccionado a la sonrisa de un niño?, ¿quién no se ha conmovido con su cara de sorpresa cuando toca por vez primera una planta o una hormiga?, ¿quién no ha sido testigo de su decepción cuando se le cae su paleta y llora? Todos, -al menos eso creo-, hemos tenido alguna buena experiencia con ellos, seamos madres o no, pero sin importar cuál sea el caso, nos han provocado sensaciones auténticas que difícilmente se pueden expresar con palabras, algunos les llamamos amor, ternura, deseos de protección o afecto; otros lo llaman instinto materno y otros más explican este vínculo afectivo por la liberación de una sustancia cerebral llamada oxitocina, la cual se libera al momento del parto o en respuesta a la estimulación por la succión del bebé provocando lazos de confianza entre la madre y el niño.

Cualquiera que sea la postura que tomemos, podríamos preguntarnos entonces si todas las que han sido madres o quieren serlo poseen ese instinto; pero resultaría muy arriesgado asegurarlo porque si esto fuera así, entonces cómo podríamos explicarnos los abandonos, maltratos, muertes por privación afectiva o de alimento; y por el contrario, niños afortunados que tienen de sus padres amor, protección y una vida digna. Tal vez no haya una explicación certera de lo antes dicho, pero lo que sí es cierto es que reducir este apego madre – hijo sólo a partir de explicaciones biológicas, no sería lo conveniente ya que sin duda el ambiente y la historia de vida, influyen de manera importante en la relación que el menor mantiene con los miembros de su familia o de sus cuidadores quienes son los encargados de procurar su bienestar físico, social y emocional.

Por lo anterior, valdría la pena preguntarnos: ¿para qué queremos tener hijos?, si es por nuestro deseo de trascender y contribuir con la evolución de la humanidad o para crear un vínculo emocional con nuestra pareja de la que nos sentimos distanciados, para dar un hermanito, o bien para cumplir con las expectativas de la familia y de la sociedad, cuando en realidad considero que la única respuesta válida es para ofrecerle todo lo que se merece; tal vez las respuestas no sean lo que deseamos escuchar, pero reflexionar sobre los motivos que tenemos al adquirir esta gran responsabilidad podría reducirle al niño complicaciones para relacionarse, o expectativas de los padres que no pueden o no saben cómo cumplir y por ende fracasos escolares o bien sentirse responsables de mantener unida una familia que desde antes que naciera, ya se había quebrantado .

Tal vez estas experiencias de vida no se puedan evitar del todo, pero sin duda podríamos evitar que se hagan crónicas. Está por demás decir, que las experiencias de la infancia pueden llegar a marcar la vida adulta; no debemos olvidar que la infancia es una edad decisiva que tiene sus propias características y que si nos tomamos la molestia de conocerlas podríamos favorecer el desarrollo de un mundo mejor para todos.

¡Cuidemos la infancia desde el inicio de la vida!

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