Testimonio educativo
Desde Cuba: Testimonio de mis aprendizajes en el Diplomado de Práctica Docente
Elizabeth María de la Paz Reyes, Maestra de Cuba
Navegar Juntos, X.2009
Al incorporarme en el Diplomado de Práctica Docente (en el que trabajan de forma directa los Escolapios de la UCC y los de la misma Isla), no había meditado sobre qué aspectos trataría éste; pero tenía la expectativa de aprender sobre docencia. Para mí, significaba un gran reto, ya que soy médico y en los cursos que he participado se abordaban aspectos de la Medicina y no de Pedagogía.
Durante el primer módulo tuve la oportunidad de reflexionar, según mi corta experiencia como docente, sobre el concepto de práctica docente porque desde que me gradué hace 17 años enseño a quienes comienzan a estudiar la carrera de Medicina, pero nunca lo había hecho desde un aula y con la formalidad de que se me reconozca como docente.
Durante ese primer módulo comencé a adentrarme a ese gran mundo de la teoría sobre la docencia; conocí diferentes pensamientos de grandes pedagogos acerca de la práctica docente hasta familiarizarme con el nombre de ellos hasta ese momento para mí desconocidos, y no tenía idea de cuánto se había escrito y disertado sobre la práctica docente. Las lecturas de ese primer módulo fueron un despertar de mi conciencia y, como diría Frías, “si quiero ser honesta sólo debo decir lo que me sucede”, e interioricé cuántos errores había cometido o estaba cometiendo.
Mi crítica llegó a dolerme, no para herir mi amor propio sino por mis alumnos, ya que me percaté que les enseñé los conocimientos con los vestigios que me quedaban del tradicionalismo académico con los cuales yo había aprendido, llegando a una gran conclusión: lo pude hacer mejor, pero estaba a tiempo de aprender de mis errores para no volverlos a cometer. A partir de este momento traté de ser auténtica y analizar mi práctica docente con óptica crítica sin ocultarme ante mis propios ojos; había pues, iniciado el viaje de mi transformación, ¡bendita transformación!, la que agradezco a este curso, que me hizo pensar y hacer pensar a mis alumnos:
“Pensaba hablando, pensaba viviendo, que era su vida pensar y sentir y hacer pensar y sentir”.
Creo que todo este proceso de reflexión y cambio favorecía la formación de mi identidad profesional y al reforzamiento del concepto que tenía de profesor; reflexioné sobre la belleza de la arista humana del docente para formar un hombre de buena voluntad capaz de transformar el entorno donde le corresponda brindar sus servicios una vez graduado. Claro, yo desde mis comienzos como profesora tuve presente que debía despertar en los alumnos los valores humanos que tenían adormecidos, pero este proceso de reflexión -me convencía cada momento- que tenía que continuar y no desfallecer.
Y comencé a dejar de sentirme frustrada cuando las cosas no me salían como yo esperaba y por no lograr ser como los ilustres profesores que me impartieron clases en la universidad; pero estaba obteniendo un gran logro: mi propio cambio según los tiempos actuales que vivimos -que son otros-, diferentes a cuando yo era estudiante de Medicina.
Al llegar al aula -y después de haber estudiado cada módulo del Diplomado- aplicaba en el proceso enseñanza aprendizaje algo nuevo, notando asombro en los rostros de mis estudiantes; uno de mis cambios radicaban en aumentar la participación de ellos en la construcción del conocimiento, y tengo la certeza que ellos sabían que yo estaba cambiando mi modo de hacer, pero no sabían el porqué.
Me sentí con más libertad para interactuar con los alumnos, para aportar mis propias experiencias, exploté más el debate, rompiendo con la rigidez y las reglas, llevando siempre presente que el auténtico aprendizaje no se da por asimilación pasiva, sino que se requiere de una búsqueda activa y de una participación tanto del alumno como del maestro.
Recientemente me propusieron elaborar un curso electivo para estudiantes de Medicina; si esta propuesta me la hacen antes de haber participado en el Diplomado, hubiera experimentado el más grande de los temores; sin embargo puedo decir que en ese momento, por mi mente fluyeron múltiples ideas de cómo llevarlo a cabo, pero temor nunca sentí y esa seguridad me la otorgó el haber transitado por esos 4 módulos del Diplomado de Práctica Docente de los que por supuesto estoy agradecida, pero más que yo -seguro- están mis estudiantes.
Elizabeth María de la Paz Reyes, Maestra de Cuba
Navegar Juntos, X.2009
Al incorporarme en el Diplomado de Práctica Docente (en el que trabajan de forma directa los Escolapios de la UCC y los de la misma Isla), no había meditado sobre qué aspectos trataría éste; pero tenía la expectativa de aprender sobre docencia. Para mí, significaba un gran reto, ya que soy médico y en los cursos que he participado se abordaban aspectos de la Medicina y no de Pedagogía.
Durante el primer módulo tuve la oportunidad de reflexionar, según mi corta experiencia como docente, sobre el concepto de práctica docente porque desde que me gradué hace 17 años enseño a quienes comienzan a estudiar la carrera de Medicina, pero nunca lo había hecho desde un aula y con la formalidad de que se me reconozca como docente.
Durante ese primer módulo comencé a adentrarme a ese gran mundo de la teoría sobre la docencia; conocí diferentes pensamientos de grandes pedagogos acerca de la práctica docente hasta familiarizarme con el nombre de ellos hasta ese momento para mí desconocidos, y no tenía idea de cuánto se había escrito y disertado sobre la práctica docente. Las lecturas de ese primer módulo fueron un despertar de mi conciencia y, como diría Frías, “si quiero ser honesta sólo debo decir lo que me sucede”, e interioricé cuántos errores había cometido o estaba cometiendo.
Mi crítica llegó a dolerme, no para herir mi amor propio sino por mis alumnos, ya que me percaté que les enseñé los conocimientos con los vestigios que me quedaban del tradicionalismo académico con los cuales yo había aprendido, llegando a una gran conclusión: lo pude hacer mejor, pero estaba a tiempo de aprender de mis errores para no volverlos a cometer. A partir de este momento traté de ser auténtica y analizar mi práctica docente con óptica crítica sin ocultarme ante mis propios ojos; había pues, iniciado el viaje de mi transformación, ¡bendita transformación!, la que agradezco a este curso, que me hizo pensar y hacer pensar a mis alumnos:
“Pensaba hablando, pensaba viviendo, que era su vida pensar y sentir y hacer pensar y sentir”.
Creo que todo este proceso de reflexión y cambio favorecía la formación de mi identidad profesional y al reforzamiento del concepto que tenía de profesor; reflexioné sobre la belleza de la arista humana del docente para formar un hombre de buena voluntad capaz de transformar el entorno donde le corresponda brindar sus servicios una vez graduado. Claro, yo desde mis comienzos como profesora tuve presente que debía despertar en los alumnos los valores humanos que tenían adormecidos, pero este proceso de reflexión -me convencía cada momento- que tenía que continuar y no desfallecer.
Y comencé a dejar de sentirme frustrada cuando las cosas no me salían como yo esperaba y por no lograr ser como los ilustres profesores que me impartieron clases en la universidad; pero estaba obteniendo un gran logro: mi propio cambio según los tiempos actuales que vivimos -que son otros-, diferentes a cuando yo era estudiante de Medicina.
Al llegar al aula -y después de haber estudiado cada módulo del Diplomado- aplicaba en el proceso enseñanza aprendizaje algo nuevo, notando asombro en los rostros de mis estudiantes; uno de mis cambios radicaban en aumentar la participación de ellos en la construcción del conocimiento, y tengo la certeza que ellos sabían que yo estaba cambiando mi modo de hacer, pero no sabían el porqué.
Me sentí con más libertad para interactuar con los alumnos, para aportar mis propias experiencias, exploté más el debate, rompiendo con la rigidez y las reglas, llevando siempre presente que el auténtico aprendizaje no se da por asimilación pasiva, sino que se requiere de una búsqueda activa y de una participación tanto del alumno como del maestro.
Recientemente me propusieron elaborar un curso electivo para estudiantes de Medicina; si esta propuesta me la hacen antes de haber participado en el Diplomado, hubiera experimentado el más grande de los temores; sin embargo puedo decir que en ese momento, por mi mente fluyeron múltiples ideas de cómo llevarlo a cabo, pero temor nunca sentí y esa seguridad me la otorgó el haber transitado por esos 4 módulos del Diplomado de Práctica Docente de los que por supuesto estoy agradecida, pero más que yo -seguro- están mis estudiantes.
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