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Nombre: Alforja Calasanz
Ubicación: Valencia, Malvarrosa, Spain

viernes, enero 30, 2009

Experimento de Robert Rosenthal.

CIENCIA
Mensajes sutiles, ‘Código’ secreto. Sin desearlo ni saberlo, enviamos señales positivas o negativas a otras personas
Enrique Margery Bertoglia
El autor es consultor y miembro de la red internacional de ecología de los saberes (RIES).
ANCORA
LA NACIÓN, 30.XI.2008

En 1891, el profesor de matemáticas Wilhelm von Osten comenzó a exhibir a su caballo por todas las ferias de Alemania. Llamado Hans el inteligente (Kluge Hans), el equino era capaz de responder preguntas golpeando su pezuña contra el suelo. Si la pregunta era aritmética (v. gr.: “¿Cuánto es dos más tres?”), Hans daba cinco golpes; si la pregunta era alfabética, entonces la respuesta era un golpe para una A, dos para una B, etcétera.

Las habilidades intelectuales de Hans eran muy diversas: aparte de las cuatro operaciones básicas, era capaz de calcular raíces cuadradas, diferenciar entre tonos musicales, dar la hora y deletrear palabras. Aunque no siempre daba la respuesta correcta, su tasa de aciertos bastaba para asombrar al público.

Los supuestos talentos de Hans (“comparables a los de un chico de 14 años”, según von Osten) atrajeron oleadas de curiosos. Muy pronto, a este interés se sumaron los científicos. En 1904, el profesor Carl Stumpf buscó indicios de algún truco para explicar las habilidades del animal. Al no encontrar ninguna prueba, el investigador concluyó que la inteligencia del caballo era genuina.

La explicación. Sin embargo, Oskar Pfungst, un psicólogo, se mantenía escéptico. En 1907, en colaboración con Stumpf, decidió revisar el caso. Dentro de una tienda cerrada, sin espectadores o distractores, Hans fue puesto a prueba bajo diversas condiciones: un gran número de preguntas buscaba descartar el efecto del azar; había múltiples interrogadores, que no siempre conocían la respuesta a la pregunta que hacían y, en ocasiones, Hans estaba vendado.

Pronto quedó claro que, para responder correctamente, el cuadrúpedo necesitaba dos cosas: hacer contacto visual (intercambiar miradas) con la persona que hacía la pregunta, y que dicha persona ¡conociera la respuesta!

La conclusión fue que Hans no estaba realmente ejecutando las operaciones, sino respondiendo a claves visuales inconscientemente dadas por el investigador, von Oesten o los espectadores: a medida que los golpes de pezuña se acercaban a la respuesta correcta, Hans “leía” el incremento de tensión en la postura y en la expresión facial del humano, tensión que se liberaba cuando llegaba al golpe “correcto”. Este golpe daba al animal la señal para saber cuándo detenerse.

Por tanto, el comportamiento del animal era influido por claves sutiles y no intencionales dadas por el interrogador. Esto sería conocido como efecto Clever Hans (Hans, el inteligente, en inglés). Pfungst extendió luego el estudio y demostró que ese fenómeno también se verifica entre personas. Más aún, el investigador demostró que los interrogadores producen estas señales involuntarias a pesar de que conscientemente traten de suprimirlas.

En su obra “Las metamorfosis”, el poeta latino Ovidio cuenta la historia del escultor Pigmalión, que esculpe una figura de mujer, de la que se enamora y a la que nombra Galatea. Afrodita, diosa del amor, se compadece de Pigmalión y da vida a Galatea.

Genios de fantasía. En 1964, inspirado en el efecto Clever Hans y en el mito de Pigmalión, Robert Rosenthal (un profesor de psicología social de la Universidad de Harvard) inició un famoso experimento educativo.

Primero, aplicó una prueba de inteligencia a un grupo de escolares. Acto seguido, dividió al grupo en dos clases, al azar. A la profesora del primer grupo le dijo que tenía a cargo a estudiantes normales; a la del segundo grupo le señaló que sus estudiantes eran chicos “situados por encima del promedio, de los que se podía esperar progresos notables”. Claro está, la diferencia entre los dos grupos era pura ficción.

Al final del año, Rosenthal volvió a aplicar la prueba a todos los estudiantes. El resultado fue que los chicos del grupo experimental (los falsamente descritos como superdotados ante sus profesores) habían mejorado mucho más que el grupo de comparación.

Así las cosas, aunque los dos grupos eran igualmente competentes, las expectativas de sus profesores eran muy distintas. En colaboración con Lenore Jacobson, directora de la escuela, Rosenthal descubrió lo siguiente: los profesores que creían que un alumno era bueno, le sonreían con más frecuencia, lo miraban más tiempo a los ojos, le daban más retroalimentación (sin importar si sus respuestas eran correctas o incorrectas) y sus reacciones de elogio eran más claras.

La predicción de Rosenthal probó ser correcta: al darles información de que ciertos estudiantes eran más inteligentes que otros, sus profesores se comportaban inconscientemente de manera que el éxito de estos estudiantes se viera facilitado.

El estudio se titula “Pigmalión en el aula”; fue publicado en 1968 y dio lugar al efecto Rosenthal. Según éste, las personas que tienen expectativas positivas de sus hijos, alumnos o colaboradores (otras personas, en general), generan un clima socioemocional más cálido en ese grupo. Además, entregan más información, dan mejor retroalimentación sobre los resultados alcanzados y ofrecen las mejores oportunidades a este grupo.

De tal modo, los profesores dan más enseñanza a los alumnos de los que esperan más (los incitan a responder frecuentemente, les presentan problemas retadores y los ayudan a encontrar la respuesta correcta).

Empero, el fenómeno funciona en las dos direcciones pues, en posteriores experimentos, Rosenthal encontró que los profesores no respondían bien a los buenos resultados de los estudiantes que consideraban menos inteligentes. En sus propias palabras: “Un buen resultado inesperado tiene riesgos para el que lo alcanza”.

Creer para ver. Igual que Pigmalión esculpió pacientemente en la piedra su imagen de la “mujer ideal”, a través de las expectativas (positivas o negativas) que tenemos de otros estamos ayudando a que esta imagen cobre vida y se vuelva realidad.

Dado que los seguidores internalizan las expectativas de sus líderes y tienden a cumplirlas, la confianza que un líder tenga en sus seguidores es determinante: si los cree diamantes en bruto, alimentará en ellos fuertes creencias de autoeficiencia; pero la mediocridad se verá fortalecida, si los cree unos inútiles.

De ahí proviene la gran responsabilidad que implica el liderazgo. Charles de Talleyrand (un político francés del siglo XIX) lo expresó con contundencia: “Siento más temor de un ejército de cien ovejas dirigido por una leona, que de un ejército de cien leonas dirigido por una oveja”.

El efecto Clever Hans nos recuerda que comunicamos mucho más de lo que suponemos. Así las cosas, no debería sorprendernos la supuesta capacidad de los adivinadores para leer nuestro futuro en las cartas o en el fondo de tazas de té: lo que debería maravillarnos es su habilidad para descifrar las respuestas que nosotros mismos les damos.

Por otra parte, el efecto Rosenthal subraya la importancia de manejar expectativas positivas hacia aquellos a quienes dirigimos, orientamos o enseñamos. Johann Wolfgang Goethe, poeta y dramaturgo alemán, decía que, si tratamos a una persona como lo que es, seguirá siendo lo que es; pero, si la tratamos como lo que podría ser, entonces se convertirá en todo lo que puede llegar a ser.

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