Por una Escuela Pía Cubana de 150 años
Evocación de un aniversario escolapio
P. Juan Jaime Escobar Valencia, Sch. P.
Ahí estaba Cuba, una vez más, aplaudiendo de nuevo, diciendo entre aplausos lo que tal vez no expresan las palabras. El P. Pini nos presentaba uno a uno, y ellos, la gente venida de Guanajay, la gente humilde —todos lo son— de Guanabacoa,
los de la parroquia de San Nicolás y San Judas, los exalumnos, aplaudían y aplaudían como su forma de agradecer nuestro paso por Cuba. El P. General presidió la solemne eucaristía en la cual celebramos el sesquicentenario de la presencia escolapia en la isla. Allí, con él, solidarios con quienes han mantenido encendida contra todos los vientos la lámpara de la Orden, estuvimos los que asistimos al Encuentro de Superiores Mayores de América. Y, mientras tanto, la gente de Cuba aplaudía. Aplaudía una labor educativa escolapia de ciento cincuenta años.
Aplaudía la fidelidad de quienes, contra tantas dificultades, no han abandonado la isla y han mantenido viva la presencia de Calasanz en Cuba. Y aplaudía exigiendo sin palabras el derecho de la Iglesia, el derecho de los escolapios a educar en la Piedad y en las Letras a los niños cubanos.
No fue ésta la primera salva de aplausos cubanos que escuchamos. Unos días antes, en el marco de la misa con la que se conmemoraron los diez años de la visita de Su Santidad Juan Pablo II, escuchamos al pueblo cubano aplaudir a sus sacerdotes, a sus obispos, a su Iglesia. Pero sobre todo, en esa misma misa, después del canto de la paz, la gente aplaudió, y aplaudió de tal forma, que ese aplauso era algo más que una plegaria por la paz: era un anhelo noble, valiente, lleno de coraje por una Cuba con deseos de tener de nuevo esperanza.
Nuestro encuentro comenzó el lunes 18 de febrero. Durante ese día meditamos las reflexiones que sobre la conversión de los pastores y sobre la vida espiritual nos hizo el Cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga. Los días 19 y 20 de febrero los dedicamos a realizar un acercamiento a la realidad actual de América, teniendo como telón de fondo las cifras de la CEPAL y el documento de «Aparecida». A partir de lo anterior trabajamos por grupos y sacamos algunas conclusiones ela línea de impulsar la conversión nuestra y de nuestras comunidades y mantenernos atentos a la realidad que nos rodea. En los días siguientes dedicamos tiempo para conocer la realidad cubana y la labor de los escolapios y escolapias en la isla, tuvimos reunión por sectores y celebramos la asamblea anual de la
Fundación Calasanz para la Juventud («Calasanz Youth Foundation»).
El viernes 22 por la tarde, anduvimos por las calles de La Habana tocando un poco de su rica historia. Por las calles los cubanos, por las calles los recuerdos, por las calles Cuba buscando esperanzas. Y por esas calles y por esa Cuba, que para nosotros tiene ciento cincuenta años, pasamos como un signo de compromiso con la gente y como un gesto de fidelidad con quienes hace siglo y medio comenzaron una andadura por la isla. Fue por Cuba, por una Cuba de ciento cincuenta años, para descubrirnos a nosotros mismos discípulos del Maestro, enviados a ser misioneros en medio de los pueblos, que por sus calles busca esperanza y desde sus corazones aplaude anhelando paz y libertad.
Queda como recuerdo de este pasar por Cuba, lo que nos dijo el Cardenal Rodríguez Maradiaga:
«Hay que encontrar de nuevo nuestra vocación de discípulos que hacen discípulos en el nombre del Señor. Esto implica convertirnos para ser misioneros, sentir pasión por el Reino y transmitir esa pasión a los demás. Así, no hay que estar angustiados tanto por los códigos, las normas, las prohibiciones, sino por el anuncio gozoso del Dios que ama y nos sigue llamando a su Reino. Muchos ven a la Iglesia como un conjunto de normas. La Iglesia debe ser el lugar de las Bienaventuranzas, el lugar donde éstas se anuncian y se viven. Recobremos, pues, el fervor espiritual. Incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas, debemos hacerlo con la fuerza interior que movió a los apóstoles y a los grandes misioneros de la Iglesia. Que nuestras vidas irradien la alegría de Cristo. Recobremos el valor y la audacia apostólica. Eso fue lo que tuvo Calasanz entre los niños pobres y esto es lo que necesitamos nosotros».
P. Juan Jaime Escobar Valencia, Sch. P.
Ahí estaba Cuba, una vez más, aplaudiendo de nuevo, diciendo entre aplausos lo que tal vez no expresan las palabras. El P. Pini nos presentaba uno a uno, y ellos, la gente venida de Guanajay, la gente humilde —todos lo son— de Guanabacoa,
los de la parroquia de San Nicolás y San Judas, los exalumnos, aplaudían y aplaudían como su forma de agradecer nuestro paso por Cuba. El P. General presidió la solemne eucaristía en la cual celebramos el sesquicentenario de la presencia escolapia en la isla. Allí, con él, solidarios con quienes han mantenido encendida contra todos los vientos la lámpara de la Orden, estuvimos los que asistimos al Encuentro de Superiores Mayores de América. Y, mientras tanto, la gente de Cuba aplaudía. Aplaudía una labor educativa escolapia de ciento cincuenta años.
Aplaudía la fidelidad de quienes, contra tantas dificultades, no han abandonado la isla y han mantenido viva la presencia de Calasanz en Cuba. Y aplaudía exigiendo sin palabras el derecho de la Iglesia, el derecho de los escolapios a educar en la Piedad y en las Letras a los niños cubanos.
No fue ésta la primera salva de aplausos cubanos que escuchamos. Unos días antes, en el marco de la misa con la que se conmemoraron los diez años de la visita de Su Santidad Juan Pablo II, escuchamos al pueblo cubano aplaudir a sus sacerdotes, a sus obispos, a su Iglesia. Pero sobre todo, en esa misma misa, después del canto de la paz, la gente aplaudió, y aplaudió de tal forma, que ese aplauso era algo más que una plegaria por la paz: era un anhelo noble, valiente, lleno de coraje por una Cuba con deseos de tener de nuevo esperanza.
Nuestro encuentro comenzó el lunes 18 de febrero. Durante ese día meditamos las reflexiones que sobre la conversión de los pastores y sobre la vida espiritual nos hizo el Cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga. Los días 19 y 20 de febrero los dedicamos a realizar un acercamiento a la realidad actual de América, teniendo como telón de fondo las cifras de la CEPAL y el documento de «Aparecida». A partir de lo anterior trabajamos por grupos y sacamos algunas conclusiones ela línea de impulsar la conversión nuestra y de nuestras comunidades y mantenernos atentos a la realidad que nos rodea. En los días siguientes dedicamos tiempo para conocer la realidad cubana y la labor de los escolapios y escolapias en la isla, tuvimos reunión por sectores y celebramos la asamblea anual de la
Fundación Calasanz para la Juventud («Calasanz Youth Foundation»).
El viernes 22 por la tarde, anduvimos por las calles de La Habana tocando un poco de su rica historia. Por las calles los cubanos, por las calles los recuerdos, por las calles Cuba buscando esperanzas. Y por esas calles y por esa Cuba, que para nosotros tiene ciento cincuenta años, pasamos como un signo de compromiso con la gente y como un gesto de fidelidad con quienes hace siglo y medio comenzaron una andadura por la isla. Fue por Cuba, por una Cuba de ciento cincuenta años, para descubrirnos a nosotros mismos discípulos del Maestro, enviados a ser misioneros en medio de los pueblos, que por sus calles busca esperanza y desde sus corazones aplaude anhelando paz y libertad.
Queda como recuerdo de este pasar por Cuba, lo que nos dijo el Cardenal Rodríguez Maradiaga:
«Hay que encontrar de nuevo nuestra vocación de discípulos que hacen discípulos en el nombre del Señor. Esto implica convertirnos para ser misioneros, sentir pasión por el Reino y transmitir esa pasión a los demás. Así, no hay que estar angustiados tanto por los códigos, las normas, las prohibiciones, sino por el anuncio gozoso del Dios que ama y nos sigue llamando a su Reino. Muchos ven a la Iglesia como un conjunto de normas. La Iglesia debe ser el lugar de las Bienaventuranzas, el lugar donde éstas se anuncian y se viven. Recobremos, pues, el fervor espiritual. Incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas, debemos hacerlo con la fuerza interior que movió a los apóstoles y a los grandes misioneros de la Iglesia. Que nuestras vidas irradien la alegría de Cristo. Recobremos el valor y la audacia apostólica. Eso fue lo que tuvo Calasanz entre los niños pobres y esto es lo que necesitamos nosotros».
Etiquetas: Cuba, Escuela Pía, Historia, Reflexión
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