LOS ESCOLAPIOS DE GUANABACOA
Carlos Venegas Fornías
Revolución y Cultura; 2 (III.IV, 2007) 14 - 22
Fotografía: Carlos Bruzón
Revolución y Cultura; 2 (III.IV, 2007) 14 - 22
Fotografía: Carlos Bruzón
Carlos Venegas Fornías
Investigador del centro Juan Marinello.
Ha publicado numerosos libros y artículo acerca de la historia de la arquitectura y el urbanismo en Cuba.
El autor nos cuenta sobre el devenir de una de las edificaciones con mayor valor patrimonial e integridad en su conservación dentro de su genero, capaz de transmitir aún un significativo mensaje
El edificio del antiguo colegio de los Escolapios de Guanabacoa se destaca por su alto valor patrimonial, la integridad de su conservación y por la capacidad de transmitir un singular y significativo mensaje dentro de los de su género.
Durante casi tres siglos sus claustros han mantenido una notable actividad docente organizada dentro de la clásica estructura de los colegios y monasterios, en torno a patios cerrados por galerías y habitaciones. Pero sin abandonar este modelo tradicional, han logrado desarrollar una valiosa secuencia arquitectónica en tiempo y espacio, adicionando cuerpos de diferentes estilos, sin superposiciones que anulen la autenticidad de las soluciones originales, inscritas cada una en un acontecer histórico distinto.
El actual conjunto permite apreciar tres etapas constructivas distribuidas sobre un amplio espacio: el convento de San Antonio de Padua de la orden de San Francisco, conocido también como el Convento de los Franciscanos de Guanabacoa (1720-1857), el Colegio de los Escolapios (1857-1942) y su Noviciado (1952-1957).
EL CONVENTO DE SAN ANTONIO
A iniciativa de los terciados franciscanos, (1) el síndico del cabildo de Guanabacoa pidió licencia en 1719 para abrir un convento de frailes de esa orden destinada a la educación de niños y jóvenes. Los franciscanos se encontraban en proceso de expansión por toda la Isla (2) y la villa era por entonces una de las poblaciones mayores de Cuba, después de Puerto Príncipe, Santiago de Cuba y Bayamo, por tanto, el establecimiento propuesto fue aceptado al año siguiente por el obispo y por el capitán general.
El cabildo cedió terreno en los bordes del núcleo poblado y se designó al fraile Alonso Sanjurjo para llevar a cabo la nueva fundación. No se tiene un testimonio concluyente de las obras realizadas entonces. En el siglo XIX se afirmaba que desde el inicio se levantó un templo sólido, de regular tamaño, de una sola nave «... con su sacristía, presbiterio, coro, campanario con frente al oriente, refectorio, cocina y habitaciones para dar clases ...», (3) del cual se conservan aún los techos correspondientes al coro, a la nave principal y al crucero, si se tienen en cuenta los rasgos que distinguen su carpintería, diferentes a los de otras ampliaciones posteriores. La similitud entre los techos de la iglesia del convento y los levantados casi al mismo tiempo en la iglesia parroquial de la población, concluida hacia 1721 por el arquitecto Alejandro Hernández, reafirman este criterio.
En 1747 se dio inicio a la construcción del primer claustro del convento como tal, con donativos de los vecinos de la villa, pero avanzó con lentitud pues aún en 1755 no se consideraba terminado. (4) Una lápida sobre los muros contiene la siguiente inscripción: ¨Día 22 de junio de 1755 a las 11 del día se remataron los arcos¨. Precisamente, la forma peraltada de estos arcos constituye una de las singularidades del convento; aparecen sostenidos sobre pilares de mampostería relativamente bajos con respecto a la altura del medio punto, efecto de contraste que resulta muy atractivo. Tal vez el comentario de la lápida encierre un alarde técnico bien cumplido en su momento y hoy inadvertido, pero digno de memoria para sus realizadores. En la galería alta, toda de madera, algunas soluciones despiertan la atención.
Allí se alternan dos tipos de pies derechos sobre los cuales descansan las pendientes de la cubierta de tejas criollas: uno de estos más elaborado, con el fuste torneado en forma de husos, imitando en gran escala los balaustres de las rejas o balcones; los otros, muy simples y escuadrados como era común. No hay huella que indique que provengan de una sustitución posterior, y se alternan ordenadamente. Otros pies derechos tallados de forma semejante se encuentran también por estos mismos años de la construcción del convento, en algunas casas de la ciudad de La Habana. En realidad, se trata de un motivo de la tradición mudéjar enriquecido bajo la influencia y las libertades creativas despertadas por el barroco, o bien, una reelaboración debida a iniciativas artesanales asumidas con el paso del tiempo.
El patio del convento ha llamado la atención de los historiadores por las soluciones antes descritas. Joaquín Weiss lo consideraba como una anticipación del estilo de las misiones franciscanas de Nuevo México, algo más tardías en su aparición:
El claustro es decididamente lo más substancial, arquitectónicamente, de este viejo convento. En él las altas arcadas de medio punto, sencillamente repelladas y encaladas como en las misiones californianas, y la galería alta de madera, de menor puntal, en cuyos pies derechos y barandas el experto tornero fijó siluetas complicadas y nerviosas, ofrecen un agradable contraste de formas, proporciones y materiales, exaltado por el color: el blanco de la arquería, el verde aplicado al maderamen del piso alto, el rojo del voluminoso tejado, y el verde de la vegetación, entre la que se yerguen las palmas reales, imprimiendo un matiz paisajista al conjunto. (5)
Concluido el convento, se llevaron a cabo a partir de 1788 obras importantes para ampliar la iglesia. La primera de ellas fue la construcción de una nueva fachada, en línea con la pared o muro exterior del claustro, con su torre lateral y coro alto; todo lo cual implicaba una ampliación de la iglesia hacia el frente.
Estas obras han sido atribuidas al constructor José Perera, el mismo que pocos años antes había edificado la iglesia de la ciudad de Santa María del Rosario. En ambas Perera utilizó un sereno diseño de fachadas con dos niveles de órdenes superpuestos de pilastras poco resaltadas y limpias de decoración aplicada. Un tímido barroquismo aparece en el remate superior de los templos con una curva amplia. El mismo estilo desornamentado de fachada ha sido observado en otros templos de Cuba en el siglo XVIII, acompañando cubiertas mudéjares, y, en general, ha sido descrito en otras iglesias de los territorios coloniales hispanos que rodean el mar Caribe. El historiador Diego Angulo Iñiguez, en su capítulo dedicado a las iglesias cubanas, relaciona la fachada de San Francisco con la de la Candelaria en Guanabacoa, así como con la de San Francisco de Paula en La Habana. Después de describir el claustro del convento de modo similar a Weiss —lo consideraba como el patio colonial de más carácter existente en Cuba—, Angulo reparaba en la sobriedad decorativa de su fachada y de su frontón mixtilíneo. (6) La segunda parte de las obras de ampliación de la iglesia fue promovida por la iniciativa de los terciarios franciscanos para hacer su capilla, quienes terminaron por agregar una nave lateral a este fin, comunicada con arcos con la principal, la cual estaba a punto de terminarse en 1796 y no fue concluida hasta 1806.
En 1797 la vida del convento cambió de ritmo con la llegada de los franciscanos recoletos, que rescataban la ortodoxia de las disciplinas de la orden y ciertas condiciones de clausura. Los nuevos frailes eliminaron la docencia, delimitaron el convento con un muro exterior, colocando en una de sus esquinas una hornacina aún conservada, con una imagen de San Antonio, y ampliaron la iglesia hacia el fondo, transformando la antigua sacristía en altar mayor y levantando una nueva de dos planta; el presbiterio original quedó como un crucero. Esta última y tercera parte de la ampliación de la Iglesia se concluyó hacia 1809. En estas obras continuaba predominando el mudejarismo constructivo, sobre todo en las cubiertas de artesonados: la nave lateral con harneruelo y tirantes de simples lacerías; el presbiterio, con artesonado y ventanas con celosías en forma de tribunas. (7)
Al terminarse este conjunto de ampliaciones, el convento quedó caracterizado por la presencia mudéjar en la carpintería constructiva, la vistosa fachada de piedra de la iglesia frente a un amplio atrio, y el hermoso claustro. En lo adelante permanecerá por muchos años sin modificaciones, más bien sumido en la inactividad y la decadencia, a causa de los cambios que el siglo XIX trajo para la vida monástica con el ascenso de las ideas liberales en Europa y América. La secularización de los conventos fue decretada por vez primera en el período constitucional de 1820, y se aplicó en la Isla. Pero en 1824, el convento de Guanabacoa había restablecido su comunidad como otros, ya restaurado el antiguo régimen monárquico en España. En 1835 un período nuevo de auge liberal se instaló y el estado español dictó leyes de extinción de las órdenes religiosas, las leyes de Mendizábal, que no se aplicaron en Cuba hasta 1841, y sin afectar a las órdenes femeninas. En ese año los frailes franciscanos que por su edad o estado de salud no abandonaron el país o no se secularizaron, fueron recogidos en el convento de San Antonio de Guanabacoa, sin hacer vida comunitaria y sostenidos con pensiones de la Real Hacienda que se había incautado los bienes de los regulares, pero sin venderlos a particulares, como sucedió en la metrópoli.
En el convento vivieron desde entonces algunos franciscanos viejos y enfermos. La torre fue derribada en 1846, después de haber sido dañada por un huracán. En este ambiente de deterioro y abandono se destacó la presencia de dos hombres de elevada espiritualidad.
Uno de ellos fue el gaditano Ignacio Moreno y Rapallo. Había emigrado joven, a principios del siglo XIX, hacia La Habana, buscando fortuna para sostener a sus padres en la península, y aquí se hizo comerciante. Fallecidos estos, tomó los hábitos como fray Ignacio del Corazón de Jesús y pasó con los demás hacia el convento de Guanabacoa, oficiando en la cercana ermita de Potosí. Se dedicó a la práctica de la virtud y llevó una vida de prestigio en la localidad, por lo cual se le llamó el Padre Santo hasta su muerte en 1850.
El otro, Andrés Facundo Cristo de los Dolores Petit, era un terciario dominico, mulato, que habitaba con los frailes en el convento, usaba sandalias y recogía limosnas para ayudarlos. Andrés Petit fue además isué de la potencia ñáñiga Bakoko, famoso por haber iniciado a hombres blancos en los misterios abakuá y conocido como ¨el ñáñigo que vendió el secreto a los blancos por ochenta onzas de oro¨, aunque en realidad lo hizo para proteger a algunos de ellos que conspiraban contra España y para fortalecer la secta. (8)
La figura de Petit está envuelta en fábulas. Era un mayombero con éxito en sus curaciones y en el ejercicio de la adivinación. Se decía que leía el pensamiento, y que había visitado al Papa y que éste bendijo su bastón. Fundó la Regla Kimbisa en la parroquia del Santo Cristo del Buen Viaje, templo de raigambre franciscana por la adoración al Cristo de ese nombre, alias Kimbisa o ¨Quien vence¨. La Regla fue un modelo de santería o sincretismo muy acabado y divulgado en toda la Isla, mezcla de espiritismo, catolicismo y cultos africanos. La presencia de Petit en Guanabacoa puede haber influido en ese carácter de meca de la santería que aún acompaña a la población.
EL COLEGIO DE LOS ESCOLAPIOS
En el siglo XIX, en medio de una crisis general de la vida monacal con el derrumbe de las monarquías y el ascenso de las repúblicas laicas, miembros de la orden de los Escolapios o padres calasancios, buscaron una salida o misión hacia el futuro a través de América, que se convertía nuevamente en una tierra de promisión para la expansión del catolicismo: algo similar a lo sucedido en el siglo XVI.
La Isla de Cuba era una colonia estratégica para estos propósitos por su papel de llave de las Américas, aún en poder de España, una monarquía católica que mantenía vigente el Real Patronato. El amplio campo americano se abría ante órdenes que como los Escolapios tenían por objetivo la educación, y Cuba era una puerta o punto de apoyo para la expansión de la docencia católica cuando tantos colegios se le cerraban en Europa. Desde esta perspectiva actuaba el obispo de Santiago de Cuba, nombrado en 1851: José Maria Claret, más tarde confesor de la reina Isabel II, y santo.
Para los gobernantes coloniales, en medio del auge del movimiento anexionista hacia Estados Unidos, la educación de las nuevas generaciones con sentimientos de fidelidad hacia España era un objetivo a lograr, especialmente para el general José Gutiérrez de la Concha, que temía la influencia de los colegios privados, como el de José de la Luz y Caballero, entre la juventud criolla acomodada, y la atracción que ejercían los estudios en el extranjero.
Cediendo a informes del general Concha y del obispo Claret sobre el pésimo estado de la educación pública en la Isla, la Reina dictó una real cédula en 1852 que autorizaba la introducción en Cuba de congregaciones religiosas docentes, algo muy dentro del espíritu del Concordato, siendo los Escolapios unos de los primeros en arribar, en 1857.
Para el Gobernador, preocupado por extender la educación primaria, la llegada de la orden significaba la oportunidad de poner en práctica un acariciado proyecto para la reforma educacional: la fundación de una Escuela Normal para preparar maestros con destino a las escuelas públicas de los numerosos pueblos rurales de la Isla. Con el fin de obtener un apoyo de la administración colonial, los escolapios aceptaron este desvío inesperado de su intención original que era el establecimiento de sus escuelas pías.
La Real Hacienda les entregó a los padres fundadores el antiguo convento de San Antonio y trasladó a los pocos frailes franciscanos que permanecían recogidos en él hacia el de San Agustín en La Habana. La elección fue bien acogida en general. Guanabacoa era por esos años una población de unas quince o veinte mil personas, más bien pobres, a sólo veinte minutos de viaje de la capital por tren y barcos; con un emplazamiento sano y elevado que era utilizado como sitio de veraneo por muchas familias habaneras. Resultaba más conveniente para un internado que el ambiente de La Habana.
Los normalistas fueron pensionados por los distintos ayuntamientos del país, y la Escuela Normal estuvo abierta diez años, hasta 1868, en que cerró sus aulas porque los ayuntamientos no continuaron pagando las pensiones de los alumnos, después de haber expedido ciento treinta y tres títulos correspondientes a los primeros maestros graduados en la Isla. La Normal y su escuela pública anexa, destinada a las prácticas, fueron alojadas en un pabellón de dos plantas construido a ese fin por el ingeniero militar Juan Modet con un fondo de cincuenta mil pesos dado por la Hacienda, y adicionado al claustro existente, que se dedicó a la vida de la comunidad. (9)
Al desaparecer la escuela, y en medio de una crisis social debida al estallido de la primera guerra de independencia y al derrocamiento de la Reina, los padres emprendieron la tarea de abrir la Escuela Pía, para lo cual estaban autorizados, pues ese había sido el propósito inicial de su establecimiento, con capacidad para internos y un aula gratuita, tal como existían en la península. Resulta asombroso lo exitoso de la obra, en circunstancias económicas difíciles y sólo con los recursos recaudados por la orden.
En 1869 comenzaron con la enseñanza primaria; al año siguiente, la segunda enseñanza, y en 1871 ya contaban con doscientos internos. La transformación de la estructura existente en un nuevo claustro para el colegio parece haberse iniciado por entonces, entre 1871 y 1875, con el incentivo de los rendimientos de un bazar efectuado en 1872. Las obras comenzaron a partir del pabellón de los normalistas, que fue asimilado como el ala norte de un edificio de cuatro lados, cerrado en torno a un patio mayor que el del convento contiguo, de aspecto más sólido y moderno, símbolo de un nuevo contenido social de nuevos tiempos. El claustro viejo continuó siendo el de la vida de los sacerdotes en común, y el nuevo fue para los alumnos internos y sus aulas.
Si se compara el nuevo claustro con el antiguo, se advierten ciertas relaciones de identidad y ruptura que pueden resultar significativas como un contrapunto intencional entre los mismos. El claustro del convento franciscano tenía una planta baja con pilares y arcos de mampostería, que sostenía una galería superior de pies derechos de madera tallada, de aspecto más ligero. En el nuevo claustro diseñado por los padres escolapios, esta relación se mantuvo, o mejor dicho, se acentuó el contraste, con un patio de arcadas bajas y potentes, casi soterrado, sobre el cual se levantaban airosos y esbeltos los pies derechos de hierro fundido de dos corredores altos. Pero el empleo de estos soportes adquirió entonces un contenido de modernidad evidente, en tácita comparación con los del claustro viejo, muy de acuerdo con el sentido de renovación docente que ostentaba la escuela pía de Guanabacoa.
Es difícil establecer una exacta datación cronológica de la construcción de este nuevo cuerpo del Colegio, el de mayor capacidad dentro del conjunto y el cual llegó a tener una destacada presencia. Se ha atribuido la dirección de las obras del mismo a partir de 1871 al padre Ramón Querol, valenciano, y con habilidades para la albañilería y la arquitectura. Diseñó los altares mayores de las iglesias habaneras de San Agustín y de la Merced y se afirma que «... hizo los planes del que había de ser gran Colegio en aquel tiempo y lo sigue siendo aún en los nuestros actuales.» (10)
De todos modos, ya en 1881 no cabe duda de que las obras del mismo habían alcanzado un nivel destacado. En ese año apareció publicado en una revista dedicada a recoger los avances de la cultura en España y sus colonias, un grabado del colegio tal como lo apreciamos hoy, si exceptuamos la fachada neogótica de la iglesia y otros detalles. (11) Al mismo tiempo, un texto editado por la orden describe el conjunto con «Anchos y cómodos patios de juego, plantados de árboles, completos y magníficos gabinetes de Física, laboratorio de Química y Museo de Historia Natural, preciosos modelos para Dibujo y Pintura, Gimnasio sin rival, excelentes baños y espaciosa natatoria …». (12) Es probable que el grabado representara en gran parte un proyecto y no una realidad construida totalmente, y tal vez fue realizado por el mismo padre Querol, pero lo cierto es que debe haber servido de guía a las obras posteriores, como la espadaña de arcos apuntados, construida en 1884, igual a la que muestra el grabado, y que tanto ha llamado la atención por su sobrio diseño. La vigencia de este plan recogido en el grabado de 1881, debe haber alcanzado incluso las reconstrucciones de 1908, posteriores a un incendio que causó grandes daños en el cuerpo principal del colegio.
A este proceso progresivo de mejoramiento material parece aludir la descripción del poeta Julián del Casal publicada en 1890, con una sensible percepción del paisaje y del conjunto:
El edificio del colegio, de construcción sólida, de forma elevada y de aspecto severo, ha sido restaurado en los últimos años. Tiene un sello especial, una fisonomía característica, antigua y moderna a la vez, que contrasta con la desoladora tristeza de los ruinosos edificios de la vieja población. Viéndolo aparecer en medio de aquellas calles inmundas, a la vuelta de una esquina próxima a la estación, al lado de la sombría iglesia parroquial y frente a un parque yermo, solitario y oscuro; se siente un gozo secreto, un estremecimiento voluptuoso y una sensación de profunda alegría, comparada solamente a la que experimenta el peregrino al encontrarse de repente, en mitad del sendero cubierto de escollos y rodeado de abismos, un santuario risueño, donde podrá olvidar las angustias de la jornada, recobrar las fuerzas perdidas y encomendarse a los dioses tutelares. (13)
Casal también alude a la excelencia del plantel y enumera gabinetes, sala de museo, salones, y señala cómo de su seno iban saliendo en esos años muchas de las celebridades intelectuales del país. No sería posible en este artículo confeccionar la lista de personalidades relacionadas con el mismo, pero es conveniente establecer que a pesar de los presupuestos ideológicos colonialistas de que partió la reforma de la enseñanza y la presencia de los colegios de la orden en Cuba al mediar el siglo XIX, estos no parecen haber tenido un gran efecto en la vida política: ya instaurada la república y eliminado el dominio de España, los padres escolapios pudieron contar entre sus egresados a ciento catorce miembros del ejército libertador. (14)
UN PARÉNTESIS CATALÁN
Las Escuelas Pías de Cuba fueron incorporadas desde 1871 a la provincia de la orden establecida en Cataluña. Desde el inicio los frailes catalanes desempeñaron un panel esencial en el colegio de Guanabacoa. El fundador, Bernardo Collazo, era habanero, pero había estudiado y tomado sus hábitos en Barcelona. En los años de la Escuela Normal, de los veintinueve profesores que pasaron por ella, doce eran catalanes, y en 1871, de once sacerdotes siete eran catalanes.
Por esos mismos años, inició sus viajes a La Habana una de las glorias del renacimiento de la literatura catalana, el padre Jacinto Verdaguer y Santaló, el cual debió ser acogido por sus compatriotas establecidos en el colegio de Guanabacoa con esa misma alegría que experimentara Casal posteriormente. Verdaguer, sacerdote desde 1870, había pasado a Barcelona a recuperar su salud, y allí entró como capellán de la Compañía Trasatlántica y viajó en los vapores «Antonio López Guipúzcoa» y «Ciudad Condal» con los que atravesó varias veces el Atlántico hasta 1875. (15)
El célebre poeta venía escribiendo desde 1866 su poema épico La Atlántida. Su contacto con el mar, a bordo de los barcos que conducían a Cuba a los soldados españoles que tendrían que enfrentar la guerra de independencia, debe haber estimulado el ánimo de un creador que rememoraba en su obra las pasadas glorías de Colón, precisamente cuando la vieja metrópoli española trataba de detener el ocaso definitivo de su imperio americano. Verdaguer recibió el premio de los Juegos Florales por su poema en 1877, y el elogio de la crítica europea. Un ejemplar del mismo fue enviado por el autor a los escolapios de Guanabacoa, de quienes había sido huésped y en cuyos claustros encontró tal vez descanso para continuar su escritura.
Del mismo modo, ya en el siglo siguiente, otros paisanos de los frailes fueron bien acogidos allí. El tenor Hipólito Lázaro cantó «Celeste Aída», como lo hacía en el Liceo de Barcelona; el violincelista Xavier Cugat dio una clase práctica, y el pintor Luís Graner pintó por encargo del colegio un lienzo modernista del Sagrado Corazón de Jesús.
EL NOVICIADO Y EPÍLOGO
En 1957, en pleno auge de las fiestas del centenario de la orden en Cuba y de su colegio, el conjunto edilicio de Guanabacoa experimentó su última ampliación con un nuevo claustro para la inauguración del noviciado realizada ese año por el cardenal Manuel Arteaga. (17)
A estas alturas el edificio original del convento ya tenía un valor arquitectónico reconocido en publicaciones históricas y asumía un valor de símbolo para los mismos escolapios. Por este motivo, el noviciado y su patio se inspiraron en el antiguo claustro de San Antonio. El arquitecto Eloy Norman proyectó una versión basada en el mismo, pero en estilo contemporáneo, con placas de hormigón armado, y un diseño funcional. Los arcos, parabólicos, buscaron un efecto semejante a los antiguos y, del mismo modo, la composición formal de la galería alta con elementos constructivos modernos. La nueva adición del noviciado dentro del amplio radio del territorio de que se disponía vino a ser el tercer y último claustro, con el que se cerraba el ciclo arquitectónico con una especie de regreso simbólico al núcleo original. Entre las obras de su estilo, clasificado como un neocolonial moderno no historicista sino más bien de corte racionalista, el Noviciado ocupa un lugar destacado en estos años por su expresividad.
En este estado fue alcanzado el Colegio por la intervención de los colegios privados después del triunfo de la Revolución. La orden mantuvo bajo su propiedad la iglesia y el noviciado, mientras los otros claustros pasaron al Estado, como antaño había sucedido durante la exclaustración. La función docente no ha abandonado el edificio donde actualmente radica un complejo de escuelas de importancia para la localidad. Después de haber sido restaurado en el año 2002 se encuentra ocupado por dos escuelas primarias, una secundaria, un centro de documentación y la sede de la Universidad para Adultos. La docencia ha perpetuado su presencia en el antiguo colegio y aún alienta su memoria.
Notas.
1. Los terciarios constituyeron agrupaciones de laicos anexas a las órdenes religiosas y a sus templos.
2. Gran parte de las energías acumuladas por los frailes de la provincia eclesiástica de Santa Elena, que abarcaba a cuba y a La Florida, se concentró en el siglo XVIII en la Isla, y a fines de ese siglo se desvió hacia la colonización del norte de México.
3. El cabildo entregó a los primeros frailes unas doscientas varas cuadradas de terreno, espacio que debió ser aumentado muy pronto, pues la iglesia fue orientada con gran amplitud siguiendo la dirección litúrgica de los templos católicos, de levante a poniente. sobre la historia del convento ver Cayetano Núñez de Villavicencio, «Noticias históricas de la villa de la Asunción de Guanabacoa», Los tres primeros historiadores de la Isla de cuba, Tomo 1, Habana, 1876, pp. 633-39.
4. El Obispo Morell de Santa cruz durante su visita de ese año describía el templo como una nave de treinta y cuatro varas de largo, por diez de ancho y nueve y media de alto, con coro, sacristía, ocho altares y un órgano; en cambio, el convento «... aún no está perfeccionado: trátase de ello con celdería y oficina altas y bajas.» Pedro Morell de Santa cruz, La visita pastoral, La Habana: Editorial de ciencias Sociales, 1985, p. 40.
5. Weiss, Joaquín. La Arquitectura colonial cubana. La Habana-Sevilla, 1996, pág. 284.
6. Historia del Arte Hispanoamericano. Tomo III. Barcelona: Salvat, 1956, pág. 120.
7. El investigador Pedro Herrera López ha establecido con rigor estas sucesivas transformaciones en su artículo «La iglesia y convento de Nuestra Señora del Sagrado corazón de Jesús y San Antonio. (Los Escolapios),» en Palabra Nueva. No. 14. La Habana, junio de 1993.
8. La información sobre Petit ha sido tomada de Lydia cabrera y su libro La Regla Kimbisa del Santo cristo del Buen Viaje, Miami, 1986.
9. La documentación existente en el Archivo del Arzobispado de la Habana sobre los escolapios es abundante en datos de presupuestos y obras. El primer presupuesto de 1859 para habilitar el convento fue de doce mil pesos, más tarde se concluyó el pabellón en 1861 a un costo de veintiséis mil pesos, y al año siguiente se amplió el espacio del conjunto con la compra de tres casas y terrenos adyacentes. También se invirtieron algunos miles de pesos en equipamientos docentes, en acondicionar un jardín botánico y en libros de ciencias. Legajo 10, Ordenes y congregaciones.
10. Galofre, Modesto. Notas históricas de la fundación de la Escuela Normal. Habana, 1951, pág. 82. Querol envió desde España casi al final de su larga vida en 1906, una carta acompañada de un croquis donde establecía las etapas constructivas del conjunto.
11. «colegio de los Escolapios. Escuelas Pías de Guanabacoa.» La Ilustración Española y Americana. Año XXV, No. XXIX. Madrid, 8 de agosto de 1881, pág. 77 y 76.
12. Colegio de las Escuelas Pías de Guanabacoa. Habana, 1881.
13. Casal, Julián del. «Academia calasancia». Prosa. Tomo II. La Habana: Editorial Letras cubanas. 1979, pág. 81.
14. Memoria del centenario de las Escuelas Pías. Cuba, 1957.
15. Segura Soriano, Isabel. Viatgers catalans al carib: cuba. Barcelona, 1977, pág. 21.
16. Con anterioridad, en 1942, se había inaugurado una obra nueva en el edificio del colegio que consistía en la ampliación de un ala del mismo según el diseño de los arquitectos Cristóbal Martínez Márquez y Jorge Luís Diviñó, con salón de teatro, club, duchas, y dormitorios. Escolapios de Guanabacoa. Memoria. (1942-1943) Habana, 1943.
17. Para el estado del convento ver Restauración del convento de San Antonio de Guanabacoa, trabajo realizado en 1995 por un equipo del CENCREM, en el archivo de esta institución.
Gentileza de Rodolfo Robert
Durante casi tres siglos sus claustros han mantenido una notable actividad docente organizada dentro de la clásica estructura de los colegios y monasterios, en torno a patios cerrados por galerías y habitaciones. Pero sin abandonar este modelo tradicional, han logrado desarrollar una valiosa secuencia arquitectónica en tiempo y espacio, adicionando cuerpos de diferentes estilos, sin superposiciones que anulen la autenticidad de las soluciones originales, inscritas cada una en un acontecer histórico distinto.
El actual conjunto permite apreciar tres etapas constructivas distribuidas sobre un amplio espacio: el convento de San Antonio de Padua de la orden de San Francisco, conocido también como el Convento de los Franciscanos de Guanabacoa (1720-1857), el Colegio de los Escolapios (1857-1942) y su Noviciado (1952-1957).
EL CONVENTO DE SAN ANTONIO
A iniciativa de los terciados franciscanos, (1) el síndico del cabildo de Guanabacoa pidió licencia en 1719 para abrir un convento de frailes de esa orden destinada a la educación de niños y jóvenes. Los franciscanos se encontraban en proceso de expansión por toda la Isla (2) y la villa era por entonces una de las poblaciones mayores de Cuba, después de Puerto Príncipe, Santiago de Cuba y Bayamo, por tanto, el establecimiento propuesto fue aceptado al año siguiente por el obispo y por el capitán general.
El cabildo cedió terreno en los bordes del núcleo poblado y se designó al fraile Alonso Sanjurjo para llevar a cabo la nueva fundación. No se tiene un testimonio concluyente de las obras realizadas entonces. En el siglo XIX se afirmaba que desde el inicio se levantó un templo sólido, de regular tamaño, de una sola nave «... con su sacristía, presbiterio, coro, campanario con frente al oriente, refectorio, cocina y habitaciones para dar clases ...», (3) del cual se conservan aún los techos correspondientes al coro, a la nave principal y al crucero, si se tienen en cuenta los rasgos que distinguen su carpintería, diferentes a los de otras ampliaciones posteriores. La similitud entre los techos de la iglesia del convento y los levantados casi al mismo tiempo en la iglesia parroquial de la población, concluida hacia 1721 por el arquitecto Alejandro Hernández, reafirman este criterio.
En 1747 se dio inicio a la construcción del primer claustro del convento como tal, con donativos de los vecinos de la villa, pero avanzó con lentitud pues aún en 1755 no se consideraba terminado. (4) Una lápida sobre los muros contiene la siguiente inscripción: ¨Día 22 de junio de 1755 a las 11 del día se remataron los arcos¨. Precisamente, la forma peraltada de estos arcos constituye una de las singularidades del convento; aparecen sostenidos sobre pilares de mampostería relativamente bajos con respecto a la altura del medio punto, efecto de contraste que resulta muy atractivo. Tal vez el comentario de la lápida encierre un alarde técnico bien cumplido en su momento y hoy inadvertido, pero digno de memoria para sus realizadores. En la galería alta, toda de madera, algunas soluciones despiertan la atención.
Allí se alternan dos tipos de pies derechos sobre los cuales descansan las pendientes de la cubierta de tejas criollas: uno de estos más elaborado, con el fuste torneado en forma de husos, imitando en gran escala los balaustres de las rejas o balcones; los otros, muy simples y escuadrados como era común. No hay huella que indique que provengan de una sustitución posterior, y se alternan ordenadamente. Otros pies derechos tallados de forma semejante se encuentran también por estos mismos años de la construcción del convento, en algunas casas de la ciudad de La Habana. En realidad, se trata de un motivo de la tradición mudéjar enriquecido bajo la influencia y las libertades creativas despertadas por el barroco, o bien, una reelaboración debida a iniciativas artesanales asumidas con el paso del tiempo.
El patio del convento ha llamado la atención de los historiadores por las soluciones antes descritas. Joaquín Weiss lo consideraba como una anticipación del estilo de las misiones franciscanas de Nuevo México, algo más tardías en su aparición:
El claustro es decididamente lo más substancial, arquitectónicamente, de este viejo convento. En él las altas arcadas de medio punto, sencillamente repelladas y encaladas como en las misiones californianas, y la galería alta de madera, de menor puntal, en cuyos pies derechos y barandas el experto tornero fijó siluetas complicadas y nerviosas, ofrecen un agradable contraste de formas, proporciones y materiales, exaltado por el color: el blanco de la arquería, el verde aplicado al maderamen del piso alto, el rojo del voluminoso tejado, y el verde de la vegetación, entre la que se yerguen las palmas reales, imprimiendo un matiz paisajista al conjunto. (5)
Concluido el convento, se llevaron a cabo a partir de 1788 obras importantes para ampliar la iglesia. La primera de ellas fue la construcción de una nueva fachada, en línea con la pared o muro exterior del claustro, con su torre lateral y coro alto; todo lo cual implicaba una ampliación de la iglesia hacia el frente.
Estas obras han sido atribuidas al constructor José Perera, el mismo que pocos años antes había edificado la iglesia de la ciudad de Santa María del Rosario. En ambas Perera utilizó un sereno diseño de fachadas con dos niveles de órdenes superpuestos de pilastras poco resaltadas y limpias de decoración aplicada. Un tímido barroquismo aparece en el remate superior de los templos con una curva amplia. El mismo estilo desornamentado de fachada ha sido observado en otros templos de Cuba en el siglo XVIII, acompañando cubiertas mudéjares, y, en general, ha sido descrito en otras iglesias de los territorios coloniales hispanos que rodean el mar Caribe. El historiador Diego Angulo Iñiguez, en su capítulo dedicado a las iglesias cubanas, relaciona la fachada de San Francisco con la de la Candelaria en Guanabacoa, así como con la de San Francisco de Paula en La Habana. Después de describir el claustro del convento de modo similar a Weiss —lo consideraba como el patio colonial de más carácter existente en Cuba—, Angulo reparaba en la sobriedad decorativa de su fachada y de su frontón mixtilíneo. (6) La segunda parte de las obras de ampliación de la iglesia fue promovida por la iniciativa de los terciarios franciscanos para hacer su capilla, quienes terminaron por agregar una nave lateral a este fin, comunicada con arcos con la principal, la cual estaba a punto de terminarse en 1796 y no fue concluida hasta 1806.
En 1797 la vida del convento cambió de ritmo con la llegada de los franciscanos recoletos, que rescataban la ortodoxia de las disciplinas de la orden y ciertas condiciones de clausura. Los nuevos frailes eliminaron la docencia, delimitaron el convento con un muro exterior, colocando en una de sus esquinas una hornacina aún conservada, con una imagen de San Antonio, y ampliaron la iglesia hacia el fondo, transformando la antigua sacristía en altar mayor y levantando una nueva de dos planta; el presbiterio original quedó como un crucero. Esta última y tercera parte de la ampliación de la Iglesia se concluyó hacia 1809. En estas obras continuaba predominando el mudejarismo constructivo, sobre todo en las cubiertas de artesonados: la nave lateral con harneruelo y tirantes de simples lacerías; el presbiterio, con artesonado y ventanas con celosías en forma de tribunas. (7)
Al terminarse este conjunto de ampliaciones, el convento quedó caracterizado por la presencia mudéjar en la carpintería constructiva, la vistosa fachada de piedra de la iglesia frente a un amplio atrio, y el hermoso claustro. En lo adelante permanecerá por muchos años sin modificaciones, más bien sumido en la inactividad y la decadencia, a causa de los cambios que el siglo XIX trajo para la vida monástica con el ascenso de las ideas liberales en Europa y América. La secularización de los conventos fue decretada por vez primera en el período constitucional de 1820, y se aplicó en la Isla. Pero en 1824, el convento de Guanabacoa había restablecido su comunidad como otros, ya restaurado el antiguo régimen monárquico en España. En 1835 un período nuevo de auge liberal se instaló y el estado español dictó leyes de extinción de las órdenes religiosas, las leyes de Mendizábal, que no se aplicaron en Cuba hasta 1841, y sin afectar a las órdenes femeninas. En ese año los frailes franciscanos que por su edad o estado de salud no abandonaron el país o no se secularizaron, fueron recogidos en el convento de San Antonio de Guanabacoa, sin hacer vida comunitaria y sostenidos con pensiones de la Real Hacienda que se había incautado los bienes de los regulares, pero sin venderlos a particulares, como sucedió en la metrópoli.
En el convento vivieron desde entonces algunos franciscanos viejos y enfermos. La torre fue derribada en 1846, después de haber sido dañada por un huracán. En este ambiente de deterioro y abandono se destacó la presencia de dos hombres de elevada espiritualidad.
Uno de ellos fue el gaditano Ignacio Moreno y Rapallo. Había emigrado joven, a principios del siglo XIX, hacia La Habana, buscando fortuna para sostener a sus padres en la península, y aquí se hizo comerciante. Fallecidos estos, tomó los hábitos como fray Ignacio del Corazón de Jesús y pasó con los demás hacia el convento de Guanabacoa, oficiando en la cercana ermita de Potosí. Se dedicó a la práctica de la virtud y llevó una vida de prestigio en la localidad, por lo cual se le llamó el Padre Santo hasta su muerte en 1850.
El otro, Andrés Facundo Cristo de los Dolores Petit, era un terciario dominico, mulato, que habitaba con los frailes en el convento, usaba sandalias y recogía limosnas para ayudarlos. Andrés Petit fue además isué de la potencia ñáñiga Bakoko, famoso por haber iniciado a hombres blancos en los misterios abakuá y conocido como ¨el ñáñigo que vendió el secreto a los blancos por ochenta onzas de oro¨, aunque en realidad lo hizo para proteger a algunos de ellos que conspiraban contra España y para fortalecer la secta. (8)
La figura de Petit está envuelta en fábulas. Era un mayombero con éxito en sus curaciones y en el ejercicio de la adivinación. Se decía que leía el pensamiento, y que había visitado al Papa y que éste bendijo su bastón. Fundó la Regla Kimbisa en la parroquia del Santo Cristo del Buen Viaje, templo de raigambre franciscana por la adoración al Cristo de ese nombre, alias Kimbisa o ¨Quien vence¨. La Regla fue un modelo de santería o sincretismo muy acabado y divulgado en toda la Isla, mezcla de espiritismo, catolicismo y cultos africanos. La presencia de Petit en Guanabacoa puede haber influido en ese carácter de meca de la santería que aún acompaña a la población.
EL COLEGIO DE LOS ESCOLAPIOS
En el siglo XIX, en medio de una crisis general de la vida monacal con el derrumbe de las monarquías y el ascenso de las repúblicas laicas, miembros de la orden de los Escolapios o padres calasancios, buscaron una salida o misión hacia el futuro a través de América, que se convertía nuevamente en una tierra de promisión para la expansión del catolicismo: algo similar a lo sucedido en el siglo XVI.
La Isla de Cuba era una colonia estratégica para estos propósitos por su papel de llave de las Américas, aún en poder de España, una monarquía católica que mantenía vigente el Real Patronato. El amplio campo americano se abría ante órdenes que como los Escolapios tenían por objetivo la educación, y Cuba era una puerta o punto de apoyo para la expansión de la docencia católica cuando tantos colegios se le cerraban en Europa. Desde esta perspectiva actuaba el obispo de Santiago de Cuba, nombrado en 1851: José Maria Claret, más tarde confesor de la reina Isabel II, y santo.
Para los gobernantes coloniales, en medio del auge del movimiento anexionista hacia Estados Unidos, la educación de las nuevas generaciones con sentimientos de fidelidad hacia España era un objetivo a lograr, especialmente para el general José Gutiérrez de la Concha, que temía la influencia de los colegios privados, como el de José de la Luz y Caballero, entre la juventud criolla acomodada, y la atracción que ejercían los estudios en el extranjero.
Cediendo a informes del general Concha y del obispo Claret sobre el pésimo estado de la educación pública en la Isla, la Reina dictó una real cédula en 1852 que autorizaba la introducción en Cuba de congregaciones religiosas docentes, algo muy dentro del espíritu del Concordato, siendo los Escolapios unos de los primeros en arribar, en 1857.
Para el Gobernador, preocupado por extender la educación primaria, la llegada de la orden significaba la oportunidad de poner en práctica un acariciado proyecto para la reforma educacional: la fundación de una Escuela Normal para preparar maestros con destino a las escuelas públicas de los numerosos pueblos rurales de la Isla. Con el fin de obtener un apoyo de la administración colonial, los escolapios aceptaron este desvío inesperado de su intención original que era el establecimiento de sus escuelas pías.
La Real Hacienda les entregó a los padres fundadores el antiguo convento de San Antonio y trasladó a los pocos frailes franciscanos que permanecían recogidos en él hacia el de San Agustín en La Habana. La elección fue bien acogida en general. Guanabacoa era por esos años una población de unas quince o veinte mil personas, más bien pobres, a sólo veinte minutos de viaje de la capital por tren y barcos; con un emplazamiento sano y elevado que era utilizado como sitio de veraneo por muchas familias habaneras. Resultaba más conveniente para un internado que el ambiente de La Habana.
Los normalistas fueron pensionados por los distintos ayuntamientos del país, y la Escuela Normal estuvo abierta diez años, hasta 1868, en que cerró sus aulas porque los ayuntamientos no continuaron pagando las pensiones de los alumnos, después de haber expedido ciento treinta y tres títulos correspondientes a los primeros maestros graduados en la Isla. La Normal y su escuela pública anexa, destinada a las prácticas, fueron alojadas en un pabellón de dos plantas construido a ese fin por el ingeniero militar Juan Modet con un fondo de cincuenta mil pesos dado por la Hacienda, y adicionado al claustro existente, que se dedicó a la vida de la comunidad. (9)
Al desaparecer la escuela, y en medio de una crisis social debida al estallido de la primera guerra de independencia y al derrocamiento de la Reina, los padres emprendieron la tarea de abrir la Escuela Pía, para lo cual estaban autorizados, pues ese había sido el propósito inicial de su establecimiento, con capacidad para internos y un aula gratuita, tal como existían en la península. Resulta asombroso lo exitoso de la obra, en circunstancias económicas difíciles y sólo con los recursos recaudados por la orden.
En 1869 comenzaron con la enseñanza primaria; al año siguiente, la segunda enseñanza, y en 1871 ya contaban con doscientos internos. La transformación de la estructura existente en un nuevo claustro para el colegio parece haberse iniciado por entonces, entre 1871 y 1875, con el incentivo de los rendimientos de un bazar efectuado en 1872. Las obras comenzaron a partir del pabellón de los normalistas, que fue asimilado como el ala norte de un edificio de cuatro lados, cerrado en torno a un patio mayor que el del convento contiguo, de aspecto más sólido y moderno, símbolo de un nuevo contenido social de nuevos tiempos. El claustro viejo continuó siendo el de la vida de los sacerdotes en común, y el nuevo fue para los alumnos internos y sus aulas.
Si se compara el nuevo claustro con el antiguo, se advierten ciertas relaciones de identidad y ruptura que pueden resultar significativas como un contrapunto intencional entre los mismos. El claustro del convento franciscano tenía una planta baja con pilares y arcos de mampostería, que sostenía una galería superior de pies derechos de madera tallada, de aspecto más ligero. En el nuevo claustro diseñado por los padres escolapios, esta relación se mantuvo, o mejor dicho, se acentuó el contraste, con un patio de arcadas bajas y potentes, casi soterrado, sobre el cual se levantaban airosos y esbeltos los pies derechos de hierro fundido de dos corredores altos. Pero el empleo de estos soportes adquirió entonces un contenido de modernidad evidente, en tácita comparación con los del claustro viejo, muy de acuerdo con el sentido de renovación docente que ostentaba la escuela pía de Guanabacoa.
Es difícil establecer una exacta datación cronológica de la construcción de este nuevo cuerpo del Colegio, el de mayor capacidad dentro del conjunto y el cual llegó a tener una destacada presencia. Se ha atribuido la dirección de las obras del mismo a partir de 1871 al padre Ramón Querol, valenciano, y con habilidades para la albañilería y la arquitectura. Diseñó los altares mayores de las iglesias habaneras de San Agustín y de la Merced y se afirma que «... hizo los planes del que había de ser gran Colegio en aquel tiempo y lo sigue siendo aún en los nuestros actuales.» (10)
De todos modos, ya en 1881 no cabe duda de que las obras del mismo habían alcanzado un nivel destacado. En ese año apareció publicado en una revista dedicada a recoger los avances de la cultura en España y sus colonias, un grabado del colegio tal como lo apreciamos hoy, si exceptuamos la fachada neogótica de la iglesia y otros detalles. (11) Al mismo tiempo, un texto editado por la orden describe el conjunto con «Anchos y cómodos patios de juego, plantados de árboles, completos y magníficos gabinetes de Física, laboratorio de Química y Museo de Historia Natural, preciosos modelos para Dibujo y Pintura, Gimnasio sin rival, excelentes baños y espaciosa natatoria …». (12) Es probable que el grabado representara en gran parte un proyecto y no una realidad construida totalmente, y tal vez fue realizado por el mismo padre Querol, pero lo cierto es que debe haber servido de guía a las obras posteriores, como la espadaña de arcos apuntados, construida en 1884, igual a la que muestra el grabado, y que tanto ha llamado la atención por su sobrio diseño. La vigencia de este plan recogido en el grabado de 1881, debe haber alcanzado incluso las reconstrucciones de 1908, posteriores a un incendio que causó grandes daños en el cuerpo principal del colegio.
A este proceso progresivo de mejoramiento material parece aludir la descripción del poeta Julián del Casal publicada en 1890, con una sensible percepción del paisaje y del conjunto:
El edificio del colegio, de construcción sólida, de forma elevada y de aspecto severo, ha sido restaurado en los últimos años. Tiene un sello especial, una fisonomía característica, antigua y moderna a la vez, que contrasta con la desoladora tristeza de los ruinosos edificios de la vieja población. Viéndolo aparecer en medio de aquellas calles inmundas, a la vuelta de una esquina próxima a la estación, al lado de la sombría iglesia parroquial y frente a un parque yermo, solitario y oscuro; se siente un gozo secreto, un estremecimiento voluptuoso y una sensación de profunda alegría, comparada solamente a la que experimenta el peregrino al encontrarse de repente, en mitad del sendero cubierto de escollos y rodeado de abismos, un santuario risueño, donde podrá olvidar las angustias de la jornada, recobrar las fuerzas perdidas y encomendarse a los dioses tutelares. (13)
Casal también alude a la excelencia del plantel y enumera gabinetes, sala de museo, salones, y señala cómo de su seno iban saliendo en esos años muchas de las celebridades intelectuales del país. No sería posible en este artículo confeccionar la lista de personalidades relacionadas con el mismo, pero es conveniente establecer que a pesar de los presupuestos ideológicos colonialistas de que partió la reforma de la enseñanza y la presencia de los colegios de la orden en Cuba al mediar el siglo XIX, estos no parecen haber tenido un gran efecto en la vida política: ya instaurada la república y eliminado el dominio de España, los padres escolapios pudieron contar entre sus egresados a ciento catorce miembros del ejército libertador. (14)
UN PARÉNTESIS CATALÁN
Las Escuelas Pías de Cuba fueron incorporadas desde 1871 a la provincia de la orden establecida en Cataluña. Desde el inicio los frailes catalanes desempeñaron un panel esencial en el colegio de Guanabacoa. El fundador, Bernardo Collazo, era habanero, pero había estudiado y tomado sus hábitos en Barcelona. En los años de la Escuela Normal, de los veintinueve profesores que pasaron por ella, doce eran catalanes, y en 1871, de once sacerdotes siete eran catalanes.
Por esos mismos años, inició sus viajes a La Habana una de las glorias del renacimiento de la literatura catalana, el padre Jacinto Verdaguer y Santaló, el cual debió ser acogido por sus compatriotas establecidos en el colegio de Guanabacoa con esa misma alegría que experimentara Casal posteriormente. Verdaguer, sacerdote desde 1870, había pasado a Barcelona a recuperar su salud, y allí entró como capellán de la Compañía Trasatlántica y viajó en los vapores «Antonio López Guipúzcoa» y «Ciudad Condal» con los que atravesó varias veces el Atlántico hasta 1875. (15)
El célebre poeta venía escribiendo desde 1866 su poema épico La Atlántida. Su contacto con el mar, a bordo de los barcos que conducían a Cuba a los soldados españoles que tendrían que enfrentar la guerra de independencia, debe haber estimulado el ánimo de un creador que rememoraba en su obra las pasadas glorías de Colón, precisamente cuando la vieja metrópoli española trataba de detener el ocaso definitivo de su imperio americano. Verdaguer recibió el premio de los Juegos Florales por su poema en 1877, y el elogio de la crítica europea. Un ejemplar del mismo fue enviado por el autor a los escolapios de Guanabacoa, de quienes había sido huésped y en cuyos claustros encontró tal vez descanso para continuar su escritura.
Del mismo modo, ya en el siglo siguiente, otros paisanos de los frailes fueron bien acogidos allí. El tenor Hipólito Lázaro cantó «Celeste Aída», como lo hacía en el Liceo de Barcelona; el violincelista Xavier Cugat dio una clase práctica, y el pintor Luís Graner pintó por encargo del colegio un lienzo modernista del Sagrado Corazón de Jesús.
EL NOVICIADO Y EPÍLOGO
En 1957, en pleno auge de las fiestas del centenario de la orden en Cuba y de su colegio, el conjunto edilicio de Guanabacoa experimentó su última ampliación con un nuevo claustro para la inauguración del noviciado realizada ese año por el cardenal Manuel Arteaga. (17)
A estas alturas el edificio original del convento ya tenía un valor arquitectónico reconocido en publicaciones históricas y asumía un valor de símbolo para los mismos escolapios. Por este motivo, el noviciado y su patio se inspiraron en el antiguo claustro de San Antonio. El arquitecto Eloy Norman proyectó una versión basada en el mismo, pero en estilo contemporáneo, con placas de hormigón armado, y un diseño funcional. Los arcos, parabólicos, buscaron un efecto semejante a los antiguos y, del mismo modo, la composición formal de la galería alta con elementos constructivos modernos. La nueva adición del noviciado dentro del amplio radio del territorio de que se disponía vino a ser el tercer y último claustro, con el que se cerraba el ciclo arquitectónico con una especie de regreso simbólico al núcleo original. Entre las obras de su estilo, clasificado como un neocolonial moderno no historicista sino más bien de corte racionalista, el Noviciado ocupa un lugar destacado en estos años por su expresividad.
En este estado fue alcanzado el Colegio por la intervención de los colegios privados después del triunfo de la Revolución. La orden mantuvo bajo su propiedad la iglesia y el noviciado, mientras los otros claustros pasaron al Estado, como antaño había sucedido durante la exclaustración. La función docente no ha abandonado el edificio donde actualmente radica un complejo de escuelas de importancia para la localidad. Después de haber sido restaurado en el año 2002 se encuentra ocupado por dos escuelas primarias, una secundaria, un centro de documentación y la sede de la Universidad para Adultos. La docencia ha perpetuado su presencia en el antiguo colegio y aún alienta su memoria.
Notas.
1. Los terciarios constituyeron agrupaciones de laicos anexas a las órdenes religiosas y a sus templos.
2. Gran parte de las energías acumuladas por los frailes de la provincia eclesiástica de Santa Elena, que abarcaba a cuba y a La Florida, se concentró en el siglo XVIII en la Isla, y a fines de ese siglo se desvió hacia la colonización del norte de México.
3. El cabildo entregó a los primeros frailes unas doscientas varas cuadradas de terreno, espacio que debió ser aumentado muy pronto, pues la iglesia fue orientada con gran amplitud siguiendo la dirección litúrgica de los templos católicos, de levante a poniente. sobre la historia del convento ver Cayetano Núñez de Villavicencio, «Noticias históricas de la villa de la Asunción de Guanabacoa», Los tres primeros historiadores de la Isla de cuba, Tomo 1, Habana, 1876, pp. 633-39.
4. El Obispo Morell de Santa cruz durante su visita de ese año describía el templo como una nave de treinta y cuatro varas de largo, por diez de ancho y nueve y media de alto, con coro, sacristía, ocho altares y un órgano; en cambio, el convento «... aún no está perfeccionado: trátase de ello con celdería y oficina altas y bajas.» Pedro Morell de Santa cruz, La visita pastoral, La Habana: Editorial de ciencias Sociales, 1985, p. 40.
5. Weiss, Joaquín. La Arquitectura colonial cubana. La Habana-Sevilla, 1996, pág. 284.
6. Historia del Arte Hispanoamericano. Tomo III. Barcelona: Salvat, 1956, pág. 120.
7. El investigador Pedro Herrera López ha establecido con rigor estas sucesivas transformaciones en su artículo «La iglesia y convento de Nuestra Señora del Sagrado corazón de Jesús y San Antonio. (Los Escolapios),» en Palabra Nueva. No. 14. La Habana, junio de 1993.
8. La información sobre Petit ha sido tomada de Lydia cabrera y su libro La Regla Kimbisa del Santo cristo del Buen Viaje, Miami, 1986.
9. La documentación existente en el Archivo del Arzobispado de la Habana sobre los escolapios es abundante en datos de presupuestos y obras. El primer presupuesto de 1859 para habilitar el convento fue de doce mil pesos, más tarde se concluyó el pabellón en 1861 a un costo de veintiséis mil pesos, y al año siguiente se amplió el espacio del conjunto con la compra de tres casas y terrenos adyacentes. También se invirtieron algunos miles de pesos en equipamientos docentes, en acondicionar un jardín botánico y en libros de ciencias. Legajo 10, Ordenes y congregaciones.
10. Galofre, Modesto. Notas históricas de la fundación de la Escuela Normal. Habana, 1951, pág. 82. Querol envió desde España casi al final de su larga vida en 1906, una carta acompañada de un croquis donde establecía las etapas constructivas del conjunto.
11. «colegio de los Escolapios. Escuelas Pías de Guanabacoa.» La Ilustración Española y Americana. Año XXV, No. XXIX. Madrid, 8 de agosto de 1881, pág. 77 y 76.
12. Colegio de las Escuelas Pías de Guanabacoa. Habana, 1881.
13. Casal, Julián del. «Academia calasancia». Prosa. Tomo II. La Habana: Editorial Letras cubanas. 1979, pág. 81.
14. Memoria del centenario de las Escuelas Pías. Cuba, 1957.
15. Segura Soriano, Isabel. Viatgers catalans al carib: cuba. Barcelona, 1977, pág. 21.
16. Con anterioridad, en 1942, se había inaugurado una obra nueva en el edificio del colegio que consistía en la ampliación de un ala del mismo según el diseño de los arquitectos Cristóbal Martínez Márquez y Jorge Luís Diviñó, con salón de teatro, club, duchas, y dormitorios. Escolapios de Guanabacoa. Memoria. (1942-1943) Habana, 1943.
17. Para el estado del convento ver Restauración del convento de San Antonio de Guanabacoa, trabajo realizado en 1995 por un equipo del CENCREM, en el archivo de esta institución.
Gentileza de Rodolfo Robert
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