Colegio Nazareno, Roma
San Juan Bosco
escribe al P. Alejandro Cecucci,
Rector del colegio Nazareno, de Roma.
Turín, 26 de septiembre de 1867.
Carísimo P. Rector:
Cuan vivos y sinceros fueron mis sentimientos de alegría y complacencia cuando visite vuestro Nazareno, lo son ahora de amargura y dolor al enterarme de la terrible desgracia que ha herido a la ciudad de Albano, en donde personal y alumnado del mismo colegio se retiraban, para templar los ardores del estío romano, a la espléndida mansión que ahí tenéis. No acierto a deciros, amigo mío, cuán hondamente me llega al corazón tan infausta nueva, por lo que ella es y porque comprendía que, si os veis en la triste necesidad de cerrar el colegio (quod Deus avertat), ¡cuantos frutos de sabiduría y de virtud se iban a perder! Pero rehaciéndome de mi abatimiento, al pensar en las próvidas instituciones, en la excelente disciplina que regula vuestro colegio y también en sus gloriosas tradiciones, y en las tan sabias y amorosas normas que lo gobiernan, tanto en la parte educativa como en la científica, motivos tuve para consolarme; y al temor sucedió pronto la esperanza de un venturoso porvenir, pues cuando lo visité y estudie de cerca me pareció que nada le faltaba de lo que asegura la santa y celosa habilidad para formar el corazón y el ingenio de la juventud en la piedad y en las letras.
¿Y que diré del local magnifico, espacioso, ventilado, como que reside en uno de los puntos mas elevados del centro de Roma, al cual añaden valor las nuevas salas, la enfermería y otros útiles ornatos con que lo habéis recientemente enriquecido, no sin grandes sacrificios por parte vuestra?
Pero esto valdría poco si en mis frecuentes visitas al Nazareno no hubiera admirado, sobre todo, la índole, rescatada (- sic - ¿recatada?), si, pero desenvuelta y festiva, de vuestros alumnos que revelaban claramente, en la fisonomía de cada uno, los benévolos y afectuosos sentimientos de un ánimo sinceramente bueno, sin oropel ni ficción. Y ese corazón a flor de labios que descubrí en todos esos jovencitos, con rasgos inequívocos de cándida sencillez y de tierna amabilidad, me convenció una vez mas de cuán suave es el ejercicio de la virtud si no se impone con la severidad, sino que se insinúa con la dulzura.
También los otros requisitos de la educación civil y moral me parecieron óptimamente ordenados. Y para demostrar la plena satisfacción que experimente, ahí están las varias conversaciones que mantuve con muchas personalidades romanas y con el mismo Padre santo Pío IX, que se alegró muchísimo por el grande cariño que tiene para con el colegio. Diré también que la enseñanza no es la menor prez del Nazareno, habiendo hallado como hallasteis buenos métodos y nobles estímulos, y lo que mas importa, hombres muy competentes, que me alegré de conocer, entre los cuales me place recordar al P. Taggiasco, al P. Farnocchia, al P. Rolletta, y algunos de esclarecida fama, como el P. Chelini, cuya pérdida todavía lamenta la universidad de Bolonia, que admiró su profundo y perspicaz ingenio.
Veis, pues, amigo mío, cuán justos motivos tenéis para reconfortar el animo en medio de las desgracias que salpicaron a vuestro colegio en la desventura de Albano y cuánta esperanza debéis nutrir de que por su propia virtud recobrará fuerza y vida. Y nada digo de lo que significa el constante y bien ganado renombre que el Nazareno ha gozado hasta ahora, y el gran número de alumnos llegados de todas partes de Italia, y de los grandes hombres que ha formado. Muchos de ellos, destacadísimos por altos cargos, por conspicuos oficios, por fama de ciencia y de letras, en testimonio de preclaras virtudes, han merecido adornar con sus retratos (las) aulas del Nazareno. Y me acuerdo de aquellos días pasados en el colegio; gocé mucho contemplando los retratos de hasta cuarenta cardenales, el ultimo de los cuales era el eminentísimo cardenal Morichini, cuyo solo nombre es un esplendido elogio. Como entre los científicos y literatos vi, si mal no recuerdo, los retratos de Paradisi, de Ángelo María Ricci, Pietro Verri, Barlocci, Labindo, César Lucchesini, el senador Patrizzi, Juan Marchetti y otros de gran celebridad.
Estoy, pues, convencido, como os decía, de todas estas y otras razones barrerán de vuestro ánimo todo dolor y todo temor y que con nuevo ardor proseguiréis mereciendo bien de vuestro instituto y de la publica moral, máxime en tiempos tan tristes y calamitosos; y corresponderéis al mismo tiempo a las benéficas intenciones del sumo pontífice Pío IX, que os eligió para este escabroso y relevante cargo, y que, recordando que un día fue también él alumno de las Escuelas Pías, las ama y las protege, y señaladamente a vuestro colegio, al que ha dado, de mil maneras, solemnes testimonios de simpatía y de soberana bondad, del mismo modo que en otros tiempos honraron al Nazareno con su patrocinio y simpatías los glorioso pontífices Urbano VIII, Clemente XI, Benedicto XIV, Pío VI y Pío VII, y por último Gregorio XVI, como pude deducir por las inscripciones en mármol existentes en el colegio.
Os ruego, finalmente, os acordéis de mí y de mi pobre instituto y me conservéis siempre vuestra cara benevolencia.
Afmo. Amigo.
Don Bosco.
Nota:
Los PP. Escolapios del Nazareno tenían en la villa de Albano de “il Castelli romaní “una espaciosa quinta, donde veraneaba la mayor parte de los alumnos. Ese año Albano fue azotado por el cólera - morbo. En pocas semanas murieron 500 personas, entre ellas la reina de las Dos Sicilias y un hijo suyo y cayeron, aunque curaron, otras 500. Los padres de lo alumnos del Nazareno se apresuraron a retirar a sus hijos. Y se temía que, de contragolpe, hubiera que cerrar el Nazareno. El rector escribió a Don Bosco dejándole entender que su grande autoridad moral podría conjurar el peligro. El santo contestó con esta carta, brotada del corazón, y los padres Escolapios la difundieron en millares de ejemplares, impresos en la tipografía Calasancia, con este titulo: Carta de Don Bosco al P. Rector del Colegio Nazareno. La Carta Produjo el efecto deseado (MB VIII, 295-7).
Gentileza de Yefrín Vargas
escribe al P. Alejandro Cecucci,
Rector del colegio Nazareno, de Roma.
Turín, 26 de septiembre de 1867.
Carísimo P. Rector:
Cuan vivos y sinceros fueron mis sentimientos de alegría y complacencia cuando visite vuestro Nazareno, lo son ahora de amargura y dolor al enterarme de la terrible desgracia que ha herido a la ciudad de Albano, en donde personal y alumnado del mismo colegio se retiraban, para templar los ardores del estío romano, a la espléndida mansión que ahí tenéis. No acierto a deciros, amigo mío, cuán hondamente me llega al corazón tan infausta nueva, por lo que ella es y porque comprendía que, si os veis en la triste necesidad de cerrar el colegio (quod Deus avertat), ¡cuantos frutos de sabiduría y de virtud se iban a perder! Pero rehaciéndome de mi abatimiento, al pensar en las próvidas instituciones, en la excelente disciplina que regula vuestro colegio y también en sus gloriosas tradiciones, y en las tan sabias y amorosas normas que lo gobiernan, tanto en la parte educativa como en la científica, motivos tuve para consolarme; y al temor sucedió pronto la esperanza de un venturoso porvenir, pues cuando lo visité y estudie de cerca me pareció que nada le faltaba de lo que asegura la santa y celosa habilidad para formar el corazón y el ingenio de la juventud en la piedad y en las letras.
¿Y que diré del local magnifico, espacioso, ventilado, como que reside en uno de los puntos mas elevados del centro de Roma, al cual añaden valor las nuevas salas, la enfermería y otros útiles ornatos con que lo habéis recientemente enriquecido, no sin grandes sacrificios por parte vuestra?
Pero esto valdría poco si en mis frecuentes visitas al Nazareno no hubiera admirado, sobre todo, la índole, rescatada (- sic - ¿recatada?), si, pero desenvuelta y festiva, de vuestros alumnos que revelaban claramente, en la fisonomía de cada uno, los benévolos y afectuosos sentimientos de un ánimo sinceramente bueno, sin oropel ni ficción. Y ese corazón a flor de labios que descubrí en todos esos jovencitos, con rasgos inequívocos de cándida sencillez y de tierna amabilidad, me convenció una vez mas de cuán suave es el ejercicio de la virtud si no se impone con la severidad, sino que se insinúa con la dulzura.
También los otros requisitos de la educación civil y moral me parecieron óptimamente ordenados. Y para demostrar la plena satisfacción que experimente, ahí están las varias conversaciones que mantuve con muchas personalidades romanas y con el mismo Padre santo Pío IX, que se alegró muchísimo por el grande cariño que tiene para con el colegio. Diré también que la enseñanza no es la menor prez del Nazareno, habiendo hallado como hallasteis buenos métodos y nobles estímulos, y lo que mas importa, hombres muy competentes, que me alegré de conocer, entre los cuales me place recordar al P. Taggiasco, al P. Farnocchia, al P. Rolletta, y algunos de esclarecida fama, como el P. Chelini, cuya pérdida todavía lamenta la universidad de Bolonia, que admiró su profundo y perspicaz ingenio.
Veis, pues, amigo mío, cuán justos motivos tenéis para reconfortar el animo en medio de las desgracias que salpicaron a vuestro colegio en la desventura de Albano y cuánta esperanza debéis nutrir de que por su propia virtud recobrará fuerza y vida. Y nada digo de lo que significa el constante y bien ganado renombre que el Nazareno ha gozado hasta ahora, y el gran número de alumnos llegados de todas partes de Italia, y de los grandes hombres que ha formado. Muchos de ellos, destacadísimos por altos cargos, por conspicuos oficios, por fama de ciencia y de letras, en testimonio de preclaras virtudes, han merecido adornar con sus retratos (las) aulas del Nazareno. Y me acuerdo de aquellos días pasados en el colegio; gocé mucho contemplando los retratos de hasta cuarenta cardenales, el ultimo de los cuales era el eminentísimo cardenal Morichini, cuyo solo nombre es un esplendido elogio. Como entre los científicos y literatos vi, si mal no recuerdo, los retratos de Paradisi, de Ángelo María Ricci, Pietro Verri, Barlocci, Labindo, César Lucchesini, el senador Patrizzi, Juan Marchetti y otros de gran celebridad.
Estoy, pues, convencido, como os decía, de todas estas y otras razones barrerán de vuestro ánimo todo dolor y todo temor y que con nuevo ardor proseguiréis mereciendo bien de vuestro instituto y de la publica moral, máxime en tiempos tan tristes y calamitosos; y corresponderéis al mismo tiempo a las benéficas intenciones del sumo pontífice Pío IX, que os eligió para este escabroso y relevante cargo, y que, recordando que un día fue también él alumno de las Escuelas Pías, las ama y las protege, y señaladamente a vuestro colegio, al que ha dado, de mil maneras, solemnes testimonios de simpatía y de soberana bondad, del mismo modo que en otros tiempos honraron al Nazareno con su patrocinio y simpatías los glorioso pontífices Urbano VIII, Clemente XI, Benedicto XIV, Pío VI y Pío VII, y por último Gregorio XVI, como pude deducir por las inscripciones en mármol existentes en el colegio.
Os ruego, finalmente, os acordéis de mí y de mi pobre instituto y me conservéis siempre vuestra cara benevolencia.
Afmo. Amigo.
Don Bosco.
Nota:
Los PP. Escolapios del Nazareno tenían en la villa de Albano de “il Castelli romaní “una espaciosa quinta, donde veraneaba la mayor parte de los alumnos. Ese año Albano fue azotado por el cólera - morbo. En pocas semanas murieron 500 personas, entre ellas la reina de las Dos Sicilias y un hijo suyo y cayeron, aunque curaron, otras 500. Los padres de lo alumnos del Nazareno se apresuraron a retirar a sus hijos. Y se temía que, de contragolpe, hubiera que cerrar el Nazareno. El rector escribió a Don Bosco dejándole entender que su grande autoridad moral podría conjurar el peligro. El santo contestó con esta carta, brotada del corazón, y los padres Escolapios la difundieron en millares de ejemplares, impresos en la tipografía Calasancia, con este titulo: Carta de Don Bosco al P. Rector del Colegio Nazareno. La Carta Produjo el efecto deseado (MB VIII, 295-7).
Gentileza de Yefrín Vargas
Etiquetas: Colegios, Escuela Pía, Historia, Roma
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