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martes, mayo 12, 2009

Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor y Autora

23 de abril 23 de abril
Dr. Emilio García Montiel
Navegar Juntos - Boletín electrónico del ICCE-América


Una de las creencias más constantes a partir del uso masivo de Internet fue la de que “ya no se leía”. La equiparación del concepto lectura con el de libro impreso se hizo evidente, y la creencia llegó al extremo de la “corrección política”, la cual -y sobre todo para aquellos que nunca fueron devotos de la lectura- contenía una cómoda justificación implícita: no leemos por culpa de Internet.

Hoy queda claro que no se puede hablar de una pérdida del hábito de la lectura, sino de un cambio en los temas, modos y medios a través de los cuales ello sucede. Sin contar que, para quienes han crecido dentro de la época de Internet -al menos en lo que se refiere a sus prácticas habituales- el libro impreso ha dejado de constituir la “representación” personal por excelencia del acto de leer o de escribir.

Sin embargo, el que no se haya “dejado de leer” no es sinónimo de una lectura de calidad, tanto por lo que concierne al contenido o estilo de lo que se lee como a la capacidad para analizar o enjuiciar críticamente un texto. Si se presta atención al mercado editorial, puede evidenciarse que éste no ha cesado: continúan tanto los premios literarios de las editoriales o la reedición de clásicos como la publicación de los llamados textos de “autoayuda” o de las novelas rosa. No se alude aquí, por supuesto, a una superficial “crítica del gusto”, sino a que fomentar la lectura es también fomentar la capacidad para acceder cada vez a textos más complejos; para aprender a leer no sólo el contenido, sino cómo está construido; para ampliar los espectros de comparación, afinar nuestro discernimiento de lo novedoso, y por ende, poder disfrutar mucho más de una lectura. Y esto vale tanto para el libro impreso, como para las publicaciones virtuales.

No obstante, a diferencia de estas últimas, libro y revistas impresos son también objetos, pertenecientes al reino de la cultura material, y su relevancia supone no únicamente la calidad de su contenido, sino también la calidad de su particular modo de edición, manufactura y diseño. No pocas editoriales o ediciones han marcado pauta en ello (la Revista de Occidente, o la editorial neoyorquina Alfred A. Knopf, por ejemplo). Libros bien editados -o, al menos sin demasiadas concesiones al mercado- pueden aún encontrarse; sin embargo, lo que parece constituir la mayor dificultad para esta industria del libro (y para los autores) no es precisamente el supuesto hecho de que “no se lea”, sino todo lo concerniente a los derechos de autor, tópico éste que en sus diversas variantes ya ha pasado a constituir una sólida materia de estudio en el ámbito del Derecho.

Por todo ello, la iniciativa de la UNESCO para el fomento de la lectura, de la industria editorial y para la protección del derecho de autor y autora, promulgada en 1995, sigue constituyendo no sólo un espacio para el festejo del disfrute de leer, sino también un programa vigente sobre una materia que compete tanto a la industria del entretenimiento como al sistema educativo en cualquiera de sus niveles.

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