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sábado, marzo 28, 2009

CARTA ABIERTA A BENEDICTO XV

José Ignacio González Faus, SJ
15 de marzo de 2009

Hermano Pedro:

es muy de agradecer que un Papa pronuncie los elogios de la razón que venimos oyéndote, así como el reconocimiento hecho a J. Habermas de que puede haber –y hay– unas patologías de la religión; y la oferta del cristianismo como síntesis entre la razón humana y esa relación del hombre con el Trascendente a la que llamamos fe.

Cuando leo agradecido esas palabras, temo caer en aquello del Evangelio de ver la irracionalidad en el ojo ajeno y no ver la sinrazón en el propio. Me atrevo por eso a presentar algunas sinrazones que me parece percibir en nuestro catolicismo actual.

1. No es racional la falta de procedimientos democráticos en la Iglesia de hoy. Sabes que, cuando Bellarmino defendía al papado contra los protestantes, se apoyaba en argumentos de razón y no en los textos revelados: la monarquía (pensaban entonces) es el sistema más racional; es así que Dios quiere lo mejor para su Iglesia. Luego… Mucho antes de Bellarmino, las iglesias primeras fueron estructurándose en torno a los ancianos (eso significa la palabra griega presbíteros). Entonces, cuando la vida era más corta, los ancianos representaban la experiencia; por eso parecía que la manera más racional de estructurar un grupo era en torno a los que hoy llamaríamos expertos. Lo mismo pensaba la sociedad civil, como muestra la palabra senadores (derivada de seniores que es la traducción latina del griego presbíteros). Hoy en día hemos progresado algo, y estamos convencidos de que, pese a sus lastres y defectos, la democracia es el modo más razonable de estructurar una sociedad. No constituye pues buen testimonio la falta de democracia en nuestra Iglesia, por más que el autoritarismo sea más cómodo. También en este punto sería fácil atisbar la síntesis entra la razón y el evangelio (remito a Lucas 22: vosotros no procedáis como los poderes autoritarios de las naciones).

2. No parece señal de racionalidad el lugar que ocupa la mujer en la Iglesia. Algún filósofo de la historia dijo que una civilización se mide por el lugar que en ella ocupa la mujer. No creo que nuestra iglesia dé aquí un testimonio de aprecio a la razón. Ni hacemos un servicio a Dios cuando lo presentamos como salvaguarda de esta situación irracional nuestra. Porque también en este punto sería fácil encontrar la síntesis entre lo que parece decirnos la razón y lo que dice el Nuevo Testamento, que va mucho más lejos (Gal 3,28: “en Cristo Jesús” no hay distinción entre varón y mujer).

3. Tampoco es racional valorar más la costumbre acrítica que el uso de la sensatez, en la configuración de las comunidades. Muchos cristianos conocen esta anécdota de tu pontificado: a poco de ser elegido criticaste la costumbre de nombrar obispos como premio de ascenso, por unos servicios prestados. Reivindicabas que el concilio de Calcedonia (ya en el s. V) prohibió que se nombraran pastores sin rebaño. Como puesta en acto de este criterio destinaste a Cracovia al antiguo secretario de Juan Pablo II, a quien éste había hecho obispo para agradecerle sus servicios. Hasta aquí perfecto. Pero poco después, la curia romana te obligó a consagrar obispos a tres monseñores que habían accedido a un argo, no de responsables de una iglesia concreta, sino de gestión en la burocracia curial. Se te arguyó que era una venerable tradición de la Iglesia… Pero queda la duda de si a esa tradición de nombrar gobernadores de ningún lugar se la debe llamar venerable o irracional. Si uno lee las palabras de Jesús en Mt 15 (“quebrantáis la voluntad de Dios por aferraros a vuestras tradiciones”) encontraríamos otra vez que la razón y la fe se abrazan. Podría seguir con otros ejemplos (el tema de los milagros para las canonizaciones no parece funcionar según los dictámenes de una razón serena sino de otros intereses. La frase de que los hábitos o el vestido talar son una señal de trascendencia suscita la sospecha de si no estaremos confundiendo lo Transnacional con lo irracional o incluso lo estrafalario... También aquí la razón y la fe podrían encontrarse con facilidad, si nos decidiéramos a ser más sensatos y más creyentes).

Pero no hay espacio para más, y quiero terminar con una anécdota. Hace unos veinte años la Iglesia era –según las encuestas– la institución con más crédito en Brasil. Se degolló a la teología de la liberación (calumniándola de marxista cuando, a lo más, tenía dos o tres mechas de marxismo), se decapitaron las comunidades de base (calumniándolas de iglesia paralela cuando sólo eran críticas con la institución eclesial), se descafeinó a casi todo el episcopado brasileño, y se apagó la mecha humeante de muchas liturgias que intentaban ser inteligibles y celebrativas.

Hoy asistimos a un declive de la Iglesia en Brasil y, en lugar de reconocer la propia culpa romana, se acusa a los brasileños de no evangelizar… Por eso es un ejemplo a agradecer tu valentía para rectificar lo que dijiste allí de que la evangelización de América Latina no supuso maltrato ni crímenes contra los indios. Desgraciadamente los supuso: tanto que un obispo de Tucumán pedía a los jesuitas fundar unas reducciones “para mantener a los indios lejos de los maléficos ejemplos de los blancos”. Sí que tuvo la Iglesia una pléyade de defensores de los indios (Las Casas, Valdivieso, Vasco de Quiroga y otros muchos), maltratados por poderes oficiales, políticos y religiosos. Gracias, pues, por haber sabido rectificar. Es una prueba más de que la falta de miedo nos lleva a la verdad y ésta nos hace libres.

José Ignacio González Faus, SJ

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