Imágenes de Dios de la espiritualidad de S. José de Calasanz
(en los 350 años de su muerte: 1648-1998)
Folleto Con – Él
ÍNDICE
EL CAMINO ESCOLAPIO HACIA DIOS:
IMÁGENES CALASANCIAS DE DIOS DESDE LA PERSONA DEL PADRE
Dios, persona activa y presente en la vida del hombre
Dios, el Padre que educa a su pueblo
Dios, Padre providente y fiel
IMAGENES DE CRISTO, EL HIJO Y SEÑOR
El Hijo, siervo paciente
Cristo, amigo de los niños
Cristo esposo
IMÁGENES DEL ESPÍRITU SANTO
El Espíritu Santo, "alfarero del alma"
El Espíritu Santo, vida de la comunidad religiosa
El Espíritu Santo, orante en nosotros
MARÍA, ESPEJO DE LA TRINIDAD
"Como padre espiritual, que deseo la perfección de todos los hijos de la Religión, quiero en todos un ánimo grande de servir a Dios y de unirse a él por la caridad y el amor. Cuando se da este amor no existen particularismos egoístas, sino una franqueza grande al servicio de su divina majestad".
(S. José de Calasanz, carta 4028)
S.José de Calasanz (1557-1648) fundó en Roma una familia religiosa para la reforma de la sociedad y de la Iglesia a través de la educación "en piedad y letras" de todos los niños, especialmente de los pobres, que fue reconocida públicamente en 1621 por el Papa Gregorio XV con el nombre canónico de Orden de clérigos regulares, pobres de la Madre de Dios, de las Escuelas Pías. Sus religiosos son llamados popularmente escolapios (países latinos) o "piaristas" (países eslavos, francófonos y anglófonos).
La impenetrabilidad cognoscitiva del misterio divino, la incapacidad humana para ver palpablemente su realidad (Jn 1,18) impone necesariamente el recurso a mediaciones, a imágenes y signos tomados de la experiencia de los hombres. Toda experiencia espiritual, que dice apoyarse en Dios, está condicionada por las imágenes de lo divino que se ha forjado el hombre. No accedemos a Dios directamente sino por medio de representaciones tomadas de la experiencia humana. Muchas nos son dadas en la Palabra revelada, otras las ha ido acumulando la historia espiritual y religiosa de la humanidad.
Nada encierra totalmente a Dios, ser inabarcable por definición. Nada lo define o explica totalmente. "Si dices Dios es esto, estás ya equivocándote", dejó escrito San Agustín. La espiritualidad cristiana, sobre todo la oriental, ha conocido y practicado la "vía apofática", callar, estar en silencio y adorar sin más el misterio porque toda palabra sobre Dios es como una distracción, un desvío en el camino. Occidente ha seguido más la "vía analógica", decir cosas de Dios desde la experiencia humana aun a sabiendas que dichas formulaciones son precarias, incompletas y confusas. Pero ilustran, en parte, lo que Dios es y, sobre todo, lo que Dios es para el hombre, su dimensión salvífica.
La manifestación de Dios, más cercana, completa y definitiva, la reconoce el cristianismo en Jesús de Nazaret, su Mesías o Cristo. Desde él, muchos de sus seguidores y discípulos han presentado a lo largo de la historia cristiana de dos milenios incontables representaciones y figuraciones de Dios, de su misterio trinitario. En esta significación de lo divino destacan en primer lugar los santos; y más si son iniciadores de escuelas de espiritualidad o fundadores de familias religiosas dada su proyección en el tiempo a través de sus seguidores y de la Obra por ellos fundada.
Caben lenguajes plurales sobre Dios; caben incontables nombres y descripciones, imágenes y expresiones, signos y figuras. Ninguna imagen, por ser una representación parcial y limitada, dirá todo sobre Dios, pero en su conjunto -y en cada una por separado- encontraremos una aproximación a su misterio. Si en su elección acudimos a la Palabra revelada encontraremos, además, una automanifestación de Dios.
El necesario recurso a la mediación no quita valor en sí a la experiencia de Dios. Es cierto que no hay experiencia de Dios o camino hacia él que no esté usando determinadas imágenes o señales de Dios. Es muy importante para conducirse rectamente en el camino que éstas correspondan a verdad. Conocer bien las mediaciones -las imágenes de Dios que están funcionando en la experiencia espiritual propia o ajena- es muy importante en toda espiritualidad. Hay imágenes de Dios que, por la tergiversación de lo que él es, enferman a la persona que las usa; hay otras, las genuinas y verídicas, que resultan en cambio salud y salvación para el hombre.
EL CAMINO ESCOLAPIO HACIA DIOS:
Toda vocación cristiana es un camino hacia Dios. El camino escolapio tiene inicio en la experiencia fundacional de San José de Calasanz y ha ido delineándose por la marcha histórica de la Orden escolapia hasta nuestros días. Lo fundacional, sin embargo, reviste un carácter especial en todo camino espiritual por ser comienzo de marcha; deja su impronta y marca orientación en todo el recorrido posterior. En esta exposición, por tanto, se recurre en primer lugar al Fundador de las Escuelas Pías: veremos qué imágenes de Dios sustentan la experiencia personal e institucional de S. José Calasanz. Se recoge, en segundo lugar, algunos elementos del proyecto de vida de la Orden, reflejado primordialmente en sus Constituciones.
La experiencia de Dios de Calasanz es una experiencia del misterio trinitario: Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. La educación en los Trinitarios de Estadilla durante su adolescencia y la cercanía a la reforma trinitaria en Roma durante los años de maduración y discernimiento de su Obra dejaron huella indeleble en su espíritu. Las imágenes de Dios que median en su espiritualidad se diversifican normalmente en la pluralidad de personas de la Trinidad. Y, como sucede habitualmente en el Nuevo Testamento, allí donde aparece la palabra Dios, se entiende comúnmente el Padre. Nuestra exposición seguirá en consecuencia un esquema ternario en referencia al Padre (Dios), al Hijo (Cristo) y al Espíritu Santo.
IMÁGENES CALASANCIAS DE DIOS DESDE LA PERSONA DEL PADRE
Tratándose de la fe cristiana, dentro de la pluralidad de experiencias espirituales existe un denominador común. Es la referencia necesaria, genérica y esencial de toda experiencia cristiana de Dios. Lo específico y concreto, en sentido exclusivo, es más bien reducido, consistente sobre todo en subrayados y acentuaciones de rasgos comunes de las imágenes de Dios. Son, sin embargo, estos brochazos característicos los que dibujan con mayor viveza, concreción y realismo lo "visible" del misterio de Dios. Con su frescor y brillo ayudan a descubrir aspectos siempre nuevos de la realidad inabarcable de Dios. Calasanz refleja en su espiritualidad las experiencias y ambientes religiosos de su tiempo: el barroco de la reforma tridentina. Pero también es cierto que, a partir de lo genérico común de su época, colorea con matices propios el rostro del Dios vivido y deseado. Son subrayados, que sin ser sustantivos de lo divino, muestran rasgos interesantes y atractivos de Dios. En ellos nos vamos a fijar casi exclusivamente, dejando otros aspectos que, aunque presentes en la espiritualidad calasancia, son comunes también a otras experiencias.
En los escritos de Calasanz no vamos a encontrar descripciones de Dios elaboradas expresamente para mostrarnos imágenes del complejo misterio divino. En la casi totalidad de los casos lo que encontramos son supuestos suficientemente gráficos como para hablar de una determinada imagen de Dios en Calasanz o en el camino escolapio. El dato explícito es vivencial, nos enfrenta con las acciones de Dios, con las vivencias que éstas suscitan en el hombre, con aspiraciones, deseos y esperanzas, con planteamientos de vida, lecturas creyentes de la realidad de cada día, con el recato que siempre encubre una experiencia íntima de amor. De todo ello vamos nosotros a entresacar rasgos e imágenes de Dios, del Dios que fue origen y meta del itinerario calasancio y que continúa siéndolo del camino de vida espiritual del escolapio.
Dios, persona activa y presente en la vida del hombre
Calasanz fue un hombre muy centrado en la acción, a la que aumentó con una vivencia espiritual profunda, casi mística. Como a tantos otros corazones generosos le movía la "urgencia del amor de Cristo" a los necesitados. Personalmente le urgía sobre manera poder dar una buena educación humana y cristiana a los niños, sobre todo a los hijos del pueblo que en aquella época eran mayoritariamente pobres, si había que pensar en una transformación de la Sociedad, en una dignificación de las personas, en el progreso de los pueblos y en una renovación de la Iglesia misma. Sintió este impulso claramente como llamada de Dios que socorre al indigente. Se aplicó a sí mismo, como palabra de Dios, el dicho bíblico de las Lamentaciones: "Los niños piden pan y no hay quien se lo dé" (Lam 4, 5). La urgencia de dar el pan del saber y el pan de la fe a los niños ocupó la vida entera de Calasanz.
En esta descomunal y ardua tarea, sin embargo, no se vio solo, ni él ni sus compañeros: le mantuvo el firme convencimiento que detrás, apoyando y conduciendo todo, estaba Dios, Padre amoroso del pobre. Calasanz insistirá en hacer propia del escolapio la vida "mixta" de acción y contemplación: ser "varones apostólicos" con una gran experiencia de oración; buscar apoyo en la oración para la acción y ser ésta el alimento y motivo de aquélla.
De Dios viene todo, como de una causa eficiente -dirá secundando su formación escolástico tomista-; es actor y promotor de tanta vida para el hombre. No es rival ni contrincante del hombre, sino su mejor respaldo, amigo y consejero. Y así se lo hará ver al hombre en la experiencia de la vida, unas veces con sucesos agradables de prosperidad, otras con rasgos amargos de la prueba, pero siempre con amor. Por ello hay que aceptar con serenidad de ánimo tanto lo próspero como lo adverso. Hay que aceptar todas las cosas y todos los acontecimientos como venidos de la mano de Dios. "A los que aman a Dios todo les sirve para el bien" (Rm 8,28).
En su acción continua a favor del hombre y del religioso, en concreto, Dios promueve el cambio de corazón, el conocimiento propio tan importante para seguirle con amor, el espíritu de penitencia; adviene sobre el mal que le amenaza desde el mundo, distribuye los talentos para el bien obrar, acrecienta estos bienes, los premia con toda clase de favores, conduce a la santidad; enciende el fervor del espíritu, da perseverancia, soportación en las pruebas y lo necesario para la propia misión; Dios guía, bendice y conduce todo a buen fin.
El Dios de Calasanz es el Padre que ayuda al hombre, responde por él, lo guía en todo momento y le inspira lo que hay que hacer.
Pensando en la vida religiosa, Dios es quien llama, quien hace de ella su servicio, quien ilumina el camino hacia la perfección de la caridad, quien posibilita la observancia de las Constituciones.
El reconocimiento de un Dios activo y amoroso del hombre, conduce a Calasanz a una experiencia de infancia espiritual: necesitamos aprender la práctica del "si no os hacéis como niños no entraréis en el reino de los cielos" y procurar llegar a sencillez tan grande porque es bien cierto que "con los sencillos (Dios) mantiene su conversación" (carta 912 y 862). El camino escolapio de infancia espiritual es en palabras de Calasanz: "comunicarse con Dios, tratar a solas con él, vivir su presencia".
Porque el camino escolapio es un dejar entrar en la propia vida a un Dios vivo y activo, a un Padre que se desvive por el bien de sus hijos, las Constituciones actuales, formuladas al aire del Concilio Vaticano II pero manteniendo como legado espiritual imprescindible las dadas por Calasanz a la Orden en 1622 , indican que hay que adorarle en espíritu y verdad, encomendarle las necesidades de todos, hacer los Votos religiosos sólo a él, recibir con fe todas las cosas de su mano, empeñarse por buscar su voluntad. El, además, recompensa y concede los dones propios de la vida religiosa, como por ejemplo el don de la castidad.
Hacia Dios se va en búsqueda de un progresivo conocimiento íntimo de su persona y de su voluntad con un trato frecuente, con el testimonio de una vida en pobreza -la única manera de mostrar que Dios es nuestra riqueza-, con el ofrecimiento propio al su servicio y al del prójimo.
El Dios activo, preocupado por el bien del hombre, induce a Calasanz y al escolapio a poner como lema de su vida entera "para alabanza a Dios y utilidad del prójimo". Alabarle, buscar sólo su gloria, es secundarle en hacer siempre el bien al prójimo.
Dios, el Padre que educa a su pueblo
Se ha descrito la espiritualidad calasancia como una espiritualidad pedagógica, queriendo significar con ello que su fuente experiencial directa es el ministerio educativo del escolapio. Por ello, la experiencia de Dios del escolapio está sustentada sobre la imagen de Dios Educador.
Dios educa a su pueblo; lo educa en definitiva para el amor, para ser perfecto como él en el amor; lo educa en todas aquellas cosas que conducen al amor o para que lo conduzcan al amor. Es el ideal educativo calasancio que coincide con el supremo grado de felicidad para el hombre: "si desde la infancia, el niño es imbuido diligentemente en Piedad y Letras, puede preverse, con fundamento, un feliz transcurso de toda su vida" (C 5).
El escolapio aprende de Dios su misión de educador y se convierte así en padre que educa a sus hijos, a sus alumnos. La base de toda educación está en la actitud amorosa del educador hacia el alumno. Para que esto se factible desde una vocación religiosa como la vocación escolapia, hay que llegar a una "conformación" con la voluntad de Dios. El la muestra día tras día, guía todas las cosas según su querer, manifiesta su voluntad en el servicio de autoridad del Superior y con especial intencionalidad a través de los indoctos y sencillos más que en los sabios y orgullosos.
Conocer y secundar la voluntad de Dios es posible sólo como gracia, a modo de iluminación interior, que hay que pedir constantemente a Dios. En la vida religiosa se favorece esto con la vida comunitaria y la escucha atenta de la Palabra de Dios. Esta es "voz de espíritu, que va y viene, toca el corazón y pasa; uno no sabe de dónde viene y cuándo inspira; por eso es tan importante permanecer siempre vigilante, no sea que venga inesperadamente y pase sin dejar fruto" (carta 131).
En la experiencia diaria, buscar el conocimiento de la voluntad de Dios, que para el escolapio es aprender a ser educador en imitación del Padre, es darse cuenta de los propios fallos olvidando los de los demás, darse cuenta de cómo es estrecha la senda "que lleva al Reino , y que caminos son equivocados para, reconsiderando la vida, volver al buen sendero. En resumen: ayudar al prójimo y remediar cualquier mal.
Si aprender de Dios a ser educador, imitándole, es sólo gracia hay que recurrir a la oración. "Grandes oraciones obtienen grandes gracias" (carta 89). Calasanz tuvo que pedir muchas cosas a Dios, sabedor por experiencia que es mejor dador que los hombres y menos inclinado a sentirse molestado. La oración de petición es escuchada por Dios. Aprecia sobre todo la de los niños (cartas 1200, 1875, 2559). La oración hay que hacerla en silencio, con el fervor debido, sin desmayar, insistiendo incluso inoportunamente, como enseña la Escritura (carta 1537).
Las intenciones que ponía Calasanz en su oración y por las que pedía rezar a otros, sobre todo a los alumnos más pequeños de sus escuelas, ilustran perfectamente cómo imaginaba a Dios. Nadie da de lo que no tiene. Las intenciones más frecuentes eran: la buena marcha de las escuelas, la gloria de Dios, superar las disensiones de la comunidad, la paz y concordia entre los gobernantes, el progreso de la Iglesia, la salud y el bien de los enfermos, el favor de Dios y la perfección en la vida religiosa, el conocimiento de la propia soberbia, la liberación de las ataduras del pecado, el discernimiento correcto ante las decisiones a tomar, por los calumniadores.
Dios, Padre providente y fiel
Si antes hemos hablado de un Dios activo, presente en la historia humana, ahora añadimos un rasgo calificador de dicha presencia: el ser fielmente providente. El sentido providencial invade toda la experiencia espiritual de Calasanz. Su confianza en el Padre providente y fiel es inquebrantable. Por eso en las cosas de Dios no hay que tener prisa; hay que soportar todo con paciencia. Dios conduce todo a nuestro bien.
Que ésta sea la imagen de Dios que media en la espiritualidad calasancia lo demuestra una doble realidad, en apariencia contradictoria, pero que en Calasanz van entrelazadas armónicamente. Son como la doble cara de una misma medalla: amor y temor de Dios.
a. Educar por sólo amor a Dios.
En la vida del escolapio todo ha de estar en exclusiva motivado e imbuido del amor a Dios. El amor que Calasanz vive, y del que continuamente habla, teniendo toda su vida una proyección educativa, viene a ser como una "caridad pedagógica". Una caridad que se transforma en afecto paternal hacia el alumno, afecto tierno y recio a la vez, compasivo y exigente, siempre motivador (cartas 2148, 2412, 2991, 1763). Este amor no es más que el reflejo "del amor a Dios". Educar "por puro -o por solo- amor a Dios", será su fórmula machacona, que encierra todo el secreto personal de su vocación y de la vocación escolapia.
Si ante Dios providente hay que saber esperar pacientemente en la vida, lo mismo cabe esperar, y con idéntica paciencia, en la labor educativa. La paciencia para Calasanz es una de las caras más auténticas del amor. La paciencia es el arte de abandonarse a la providencia de Dios. Trasladado a la educación, la paciencia es el arte de amar a los niños y jóvenes aceptando su condición y no pretendiendo partir de cómo quisiéramos que fueran. Es saber respetar los tiempos y el ritmo de crecimiento que varía de uno a otro. Es saber esperar el momento de la cosecha a su debido tiempo, sin pretender anticiparla, dispuestos incluso a dejar que otros cosechen lo que uno ha sembrado. Es importante subrayar que este pacientar educativo no es forzado ni resignado sino sereno y gozoso.
Al amor paciente se une la humildad en la experiencia educativa. Sólo quien es humilde -afirma Calasanz- es capaz de superar el egoísmo instintivo y abrirse al amor a Dios y al alumno. La humildad es la manera de reconocer que Dios providente actúa en la vida de uno; la humildad ayuda a madurar una recia interioridad sin la que uno ni se educa ni es capaz de educar. Por otro lado -dirá Calasanz- a los pequeños, verdadera imagen de Dios, no podemos acercarnos si no desde una profunda y verdadera humildad (carta 899).
Pero no sólo el ejercicio educativo deberá estar impregnado de amor, el amor a Dios debe regir la práctica de la oración, el ministerio de la predicación, la limosna y el servicio al prójimo, la experiencia del perdón en la vida de comunidad, la exhortación y la vida toda. Tener la experiencia de ser amados por Dios para responder con el mismo amor es tan importante y decisivo en la vida de cada uno que el Superior tendrá como tarea principal confortar con él a los hermanos y el Formador darlo a conocer a los candidatos.
b. El santo temor de Dios.
Esta relación de temor del hombre con respecto a Dios es tan importante para Calasanz que la declara objetivo principal de su Obra: el "instituto" (finalidad, razón de ser) propio de las escuelas pías es educar a los niños en el santo temor de Dios. Nos da reparo afrontar este tema en nuestros días, como si no fuéramos capaces de armonizarlo con el amor a Dios; o no fuéramos capaces de explicarnos o hacernos entender. Calasanz ciertamente no vivió esta dicotomía. Todo lo contrario: "no perdamos nunca el santo temor de Dios para crecer en su amor... siendo éste la verdadera fuente de agua viva y el manantial de probada sabiduría" (carta 2104).
El temor de Dios es desasosiego por el mal secundado y rechazo del mismo: con lo anterior, es también gozo por la amistad con Dios. En esta actitud y modo de entender las cosas no hay nada de miedo (el temor como amenaza) o sentimiento morboso de culpabilidad sino decisión libre de tener a Dios como supremo tesoro del corazón. Lo que implica no vivir en la práctica de espaldas de su voluntad, porque sería como falsear la declaración de amor hecha a él. Tal ofensa acabará por volverse contra uno mismo haciéndole daño. Ciertas caídas morales, según Calasanz, no son más que muestras de esto. A la vigilancia para no traicionar el amor prometido -y de alguna manera debido como respuesta al amor incomparable de Dios-, hay que añadir la conciencia de la propia fragilidad, el saber arrepentirse y pedir perdón a Dios y al prójimo, el aceptar obras de penitencia para reparar lo destruido por el desamor. Y al díscolo y pretencioso ante Dios y los hermanos, no le faltará la reprensión para que recapacite porque "Dios no puede ser engañado". La conversión, como gracia de Dios, implica rezar por el desviado porque, aun en su justicia, "Dios suple con su gracia donde el hombre no llega con sus fuerzas".
Y siempre, en definitiva, quedará la convicción profundamente vivida de que "el Señor, por su misericordia," iluminará el corazón del hombre, tendrá compasión de todos, los bendecirá, tranquilizará el mar impetuoso de la vida, dará la fuerza para obrar el bien, enviará la paz y remediará los peligros de la guerra.
La aflicción no es razón para desconfiar de Dios: "nadie tiene tantos motivos de contrariedad como yo, que de todas partes me acosan; pero pienso que todo me viene de la mano de Dios y que lo que hago lo hago por su amor, siendo como es Padre tan benigno y amable; soporto así con paciencia todo, manteniéndome en la resolución de morir antes que abandonar; así me distraigo de toda aflicción y melancolía" (carta 1148).
El amor a Dios es un amor recio, goza con la prosperidad y no se enfría por la tribulación; ni enfermedad ni persecución podrán apagarlo. "Dios sea bendito al mandarnos tantos enfermos en momentos de suma necesidad: Dios se hace presente en la enfermedad; nosotros haremos cuanto podamos y él disponga como quiera" (carta 600). Calasanz, sin embargo, apreciaba enormemente la buena salud "para poder servir al prójimo, ayudar a los niños, servir mejor a Dios, darle mayor gloria, acrecentar la obra de las escuelas pías, ayudar a los convalecientes. La salud es un gran bien que hay que cuidar. Si Dios no nos da salud, pediremos que al menos nos dé paciencia para aceptar su falta".
Las mismas persecuciones hay que aceptarlas como procedentes de la mano paterna de Dios, porque a través de ellas quiere sacar mayor provecho de la vida del hombre. Las pruebas le vienen al hombre porque Dios quiere ver cómo aquél se conforma a su divina voluntad en semejantes situaciones. Estas pruebas ayudan al hombre a volver a Dios, aquilatan la constancia de su vida y animan a depositar la confianza en él. Aceptadas de buen ánimo son de gran mérito. Dios suele permitir todo esto para acrecentar la vida del cristiano y hacerle volver al buen camino.
IMAGENES DE CRISTO, EL HIJO Y SEÑOR
La cristología ocupa un lugar central en la espiritualidad calasancia en referencia a Cristo como camino hacia el Padre, como siervo paciente y maestro bueno que acoge y bendice a los niños y a los sencillos y pobres.
Cristo es "la puerta para el Reino" (carta 2336) y el camino para llegar es imitarle. Cada Fundador ha marcado un estilo propio en la imitación de Cristo o en la manera de practicar su seguimiento. También Calasanz. Lo veremos después en algunas de las imágenes vivenciales de Cristo que ofrece su experiencia espiritual. Antes vemos el marco más amplio de la imitación de Cristo en el camino escolapio.
Calasanz dejó escrito en las Constituciones de la Orden, en la parte que corresponde a los votos religiosos: "deseosos de vivir sólo para él y de agradarle sólo a él;... siguiéndole presurosos, en cuerpo y alma, al vivir la genuina castidad, pobreza y obediencia" (CC 34, 95). La premura por buscarle, que se asemeja al correr ansioso de la esposa del Cantar en busca del esperado esposo, es una imitación que abarca tantos aspectos de la vida del escolapio. Así por ejemplo: la bondad y el amor, la obediencia al Padre, la diligencia, en los Superiores la caridad pastoral "no tiranizando a los que les han sido encomendados sino, haciéndose modelos del rebaño, orientándolos a la perfección más con obras que con palabras" (carta 283).
La profesión religiosa -explican las Constituciones- es configurarse con el amor de Cristo para que el religioso aprenda a dar la vida por los hermanos, abandone todo por alcanzar a Cristo, se haga socio en el sacrificio y coheredero de la gloria de Cristo, adopte el estilo de vida en común que llevó Cristo con sus discípulos, contemple a Cristo crucificado, participe con alegría en la práctica de la pobreza evangélica, entienda la vida como servicio iluminada por la resurrección de Cristo en espera de su venida. La configuración en el amor a Cristo es practicar su imitación. A la imitación se llega por un conocimiento progresivo de Cristo mismo y de su "misterio" personal. Calasanz insistió tanto en la necesidad de un conocimiento de los "misterios de la vida y pasión de Cristo" por parte de los alumnos y de los religiosos. Para aquellos, ya en edad tempranísima, escribió un catecismo breve, pieza magistral de pedagogía cristiana, que tituló "Algunos Misterios de la Vida y Pasión de Cristo Nuestro Señor" (1599). Es una exposición sencilla y atractiva de la vida de Cristo siguiendo los ciclos litúrgicos de Navidad y Pascua-Pentecostés. Dada la importancia que Calasanz concede al misterio de la Pasión, completó el breve catecismo con un "reloj de la pasión" en el que hora a hora, durante una jornada completa, el alumno podía recordar el amor de Cristo paciente.
En paralelo al aprendizaje de los "misterios" de la vida y pasión de Cristo por parte de los alumnos, el religioso deberá, con el mismo fin de ahondar en el conocimiento de Cristo, orar y meditar diariamente la pasión y muerte de Cristo, el "Cristo crucificado" referencia definitiva de la experiencia de fe del escolapio "al estilo de San Pablo". Las Constituciones actuales completan los medios para profundizar en el conocimiento de Cristo incorporando todo lo que el Concilio Vaticano II dijo sobre el uso de la Biblia en la vida del cristiano en la Constitución "Dei Verbum": "La Palabra nos introduce en el Misterio de Cristo" (C 40).
Para alumnos y maestros religiosos el conocimiento de Cristo se actúa vivencialmente, al lado del estudio y la meditación, en la práctica sacramental de la penitencia y de la eucaristía. En ellos encontrarán el mejor estímulo y fuerza para la vida cristiana y religiosa, ya sea como prevención que como correctivo, y en el caso del religioso sacerdote para el ejercicio más adecuado de su ministerio: "ser portadores -embajadores, escribe diversas veces el santo- ante Dios de la vida de los hombres", otra manera de decir que la vida de todo sacerdote es un servicio a la comunidad y al hombre.
En relación más directa con la vida religiosa, las Constituciones explicitan aún más la configuración con Cristo, que corre paralela al progresivo conocimiento de su vida y misterio. Así la vida del escolapio es una "vida escondida en Cristo", los votos -el escolapio añade a los tres votos clásicos un cuarto de enseñar- son una concreción del seguimiento y discipulado de Cristo, la comunidad una reactualización del estilo de vida que llevó Jesús con sus discípulos, la experiencia de fe una adhesión a la acción de Cristo, el celibato, nacido de un corazón indiviso para Cristo, un abrazo a todos los hombres.
La práctica de los votos religiosos se hace más dinámica y cristiana: es concretar significativamente la manera de seguir a Cristo en la vida religiosa. La castidad será un compartir vida con los hermanos en el amor a Cristo; la pobreza un vivir el misterio de Cristo pobre y la obediencia una prolongación en nosotros de la obediencia de Cristo.
¿Qué sentido tiene todo esto? La vida del religioso ha de estar unificada, integrando armónicamente todos sus aspectos y dimensiones. La unificación de la vida sólo es posible desde un significado. El significado unificador hay que localizarlo en lo eclesial: la Orden es un don para la edificación de la Iglesia, de modo que haciendo realidad el proyecto de vida descrito en las Constituciones, "cooperamos a la edificación del cuerpo de Cristo". En comunidad de vida con otros, unidos por el amor a Cristo, resulta más fácil el camino hacia Dios. Nuestra existencia se hace fecunda por la atracción que ejerce sobre otros animándolos a la imitación, confiados en que Dios nunca deja de llamar al seguimiento de su Hijo.
Con este trasfondo de vida, centrada en el misterio de Cristo, recogemos ahora algunas de las imágenes del Hijo que destacan con rasgos propios en la espiritualidad calasancia.
El Hijo, siervo paciente
La vida del escolapio debe ser sobre todo una imitación de Cristo humilde y paciente. El crucifijo ... (esto) solo debe llevar consigo como guía y patente auténtica de superior, como hacían los apóstoles al marchar a predicar el evangelio; si menos cosas lleva consigo, será señal de que se fía del crucifijo; si lleva muchas, confiará menos en él. No me maravilla que en la peregrinación a Santiago les hayan robado varias veces... el Señor nos quiere a la apostólica" (carta 1301). La vida "a la apostólica" la entiende Calasanz como imitación de Cristo humilde y paciente.
Entre los aspectos de la vida de Cristo, el escolapio deberá meditar "a Cristo crucificado". En la contemplación de la pasión de Cristo encontrará fuerza para soportar las contrariedades de la vida, para superar los desvíos promovidos por el amor propio, para entregar la vida al servicio humilde y "vil" (menospreciado o poco valorado) de enseñar a los pequeños, para descubrir el valor de las cosas del espíritu. La contemplación del crucificado motiva a vivir el amor como respuesta al amor experimentado, a vivir en paciencia y humildad.
La imitación de Cristo humilde y paciente, tal como aparece en las narraciones evangélicas de la pasión, motiva a Calasanz para imponerse una vida en pobreza y gratuidad. Calasanz une fuertemente pobreza y gratuidad. La pobreza puede vivirse también autónomamente desligada de la gratuidad; ésta igualmente podría practicarse sin una renuncia a la posesión de bienes ya que, de por si, la gratuidad es la disponibilidad al don desinteresado y motivado sólo por el amor. Calasanz, al unir inseparablemente pobreza y gratuidad, quiere con este comportamiento acercarse lo más posible a Cristo, que de rico que era se hizo pobre, para entregar sin reservas todo por amor. ¿Qué significa en la práctica querer seguir prioritariamente a Cristo, humilde y paciente, encarnando la imagen bíblica del siervo de Dios que se entrega para la salvación de todos? Calasanz responde: vivir en pobreza y gratuidad. El nombre que dio a sus escuelas, llamándolas "pías", quiere decir eso: escuelas gratuitas, ejercidas por "obreros" (así llama a los maestros), que renuncian "a todo sueldo u honorario" por imitación de Cristo pobre (la imagen más representativa del Cristo pobre para Calasanz es la del Cristo desnudo en cruz), movidos únicamente "por puro amor de Dios".
La gratuidad de las escuelas, vivida en espíritu de pobreza por los maestros, suponía abrir las puertas del saber a todos, quitando el impedimento económico que las cerraba a tantas familias pobres -el coste debía caer sobre las instituciones públicas o los titulares- y una garantía de libertad para el alumno y su familia. Podemos resaltar que Calasanz instituyó la gratuidad de las escuelas de forma totalmente desinteresada, alejada incluso de un posible condicionamiento moral o religioso. Lo que daba en las escuelas no debía ser una especie de hipoteca o presión sobre la libertad de los alumnos respecto a sus elecciones de fondo, morales o religiosas. Judíos (en Roma) y protestantes (en Germania) frecuentaron las escuelas pías en pleno respeto a sus credos religiosos. El alma no puede ser comprada por nada ni nunca, ni por favores de promoción cultural o espiritual. Este desinterés total es el que convierte a la gratuidad -valga la redundancia- en totalmente gratuita.
Cristo, amigo de los niños
Por su vocación educativa, Calasanz entiende el seguimiento de Cristo bajo el prisma de la imitación de Cristo "que bendice y enseña a los niños". Hay como una doble referencia a la hora de centrar motivadoramente la vocación educativa: Cristo modelo de educador, por una parte, y el niño representación de Cristo, por otra. Cristo Maestro motiva al educador escolapio y el niño, alumno de las escuelas, es la representación viva de Cristo.
La imagen de Cristo educador lleva a Calasanz a definir al maestro escolapio como "cooperador de la Verdad" (C 6). Esta feliz expresión calasancia encierra un doble significado. Por un lado, alude sin duda a la conciencia que puede tener el educador de estar al servicio de la verdad, entendiéndola como verdad total, al convencimiento de poder dar una aportación al encuentro del educando con la verdad que éste trata de buscar en el aprendizaje. Si faltara esta mediación o arbitraje del educador, se pondría en grave peligro, la consecución o meta del ejercicio educativo. En este sentido, el servicio o ministerio educativo da sentido y valor a un compromiso o consagración de por vida.
Por otro lado, la expresión "cooperador de la Verdad" encierra también -y ello concuerda perfectamente con lo cristológico- el reconocimiento sencillo de que la verdad transciende tanto al maestro como al alumno, porque todos -parafraseando a San Agustín- somos discípulos del único Maestro interior, que es Cristo. "Yo soy camino, verdad y vida" (Jn 14,6). El maestro humano no se identifica con la verdad, no tiene monopolio alguno sobre ella; es sólo su servidor. El educador cristiano reconoce en Cristo la verdad y, reconociéndolo, se hace su colaborador que deberá limitarse normalmente a eliminar pantallas y velos que lo ocultan o deforman a los ojos del educando. Después de haber hecho todo lo posible por desvelar la Verdad, reconocerá que ha hecho lo que debía hacer "siendo siervo inútil". Retomamos de nuevo la humildad paciente que Calasanz aprendió de la meditación cotidiana de la pasión de Cristo.
El niño, además, es para Calasanz representación viva de Cristo. Advertía así a un religioso estimulándole a mayor diligencia en el ministerio educativo: "estoy convencido que sería más diligente si tuviera presente que cuanto se hace por un niño pobre lo recibe el mismo Cristo en persona (carta 2441). En el proemio de las Constituciones apoya este proceder sobre las palabras mismas de Jesús (Mt 25,40). El P. Valentín Caballero, en su "Orientaciones pedagógicas" (Madrid 1945), pone en boca de Calasanz: "me gusta enseñar a los pobrecillos, porque veo en ellos al Niño Jesús".
Cristo esposo
Es un aspecto poco conocido del pensamiento de Calasanz. La imagen de Cristo "esposo" no deriva en sus escritos de su actividad educativa en la escuela, sino más bien de la actividad como consejero espiritual de adultos. Una faceta poco estudiada de la vida de Calasanz. Numerosas personas, benefactores de las escuelas o simplemente padres de alumnos, acudieron con frecuencia a él para aconsejarse espiritualmente; o en los problemas de la vida, buscando a un hombre experimentado en años (murió a los noventa y uno), pero sobre todo en la virtud. En su epistolario existen cartas dirigidas a personas que piden su orientación o consejo.
La imagen de Cristo "esposo" es muy frecuente ya desde antiguo en la tradición cristiana espiritual. La misma Sagrada Escritura usa con gran colorido y desenvoltura el simbolismo del amor humano para exponer la relación de amor entre el pueblo elegido y su Dios. Recientemente se ha vuelto a despertar un interés progresivo por el Cantar bíblico, cosa que en ciertas épocas, antiguas y cercanas, hubiera suscitado mil recelos. Pero la naturalidad de la narración, unida a una indiscutible belleza expresiva, a la que hay que añadir la experiencia cercana e íntima del ser humano, hacen que una y otra a vez salga a flote un simbolismo tan elocuente y comprensible a todo ser humano. Calasanz emplea también este lenguaje con gran espontaneidad cuando, en su dirección espiritual, se dirige a personas casadas, pero también a personas consagradas en la vida religiosa. "Me alegra especialmente que, si el Señor no ha querido conceder a la hija del Sr. Ramón la perfección del matrimonio, se haya podido casar con Cristo haciéndose monja, que será éste mejor esposo" (carta 81). "Al Señor, que no ha querido darle hijos corporales, le agradará darle muchos hijos espirituales, es decir, todas las buenas obras que hará por la unión espiritual de su alma con su esposo Cristo bendito...; dé por amor de su esposo alguna limosna a persona pobre que sepa sufre necesidad y rece todavía por mi, que por la pesada edad de 84 años ya no puedo casi valerme" (carta 3987). "Me duele enormemente la disensión que el enemigo común ha suscitado en los esposos vecinos nuestros y bienhechores tan queridos; les conceda el Señor su paz y unión significadas en ellos por el santísimo sacramento del matrimonio, que representa la unión de Cristo con la santa iglesia. No dejaré de rezar y de recordarlos en todas las misas por el reconocimiento obligado que tenemos respecto a esta pareja y casa" (carta 2218).
IMÁGENES DEL ESPÍRITU SANTO
En el prólogo a las Constituciones, Calasanz confiesa que toda familia religiosa nace en la Iglesia, y en ella vive buscando la perfección del amor, "bajo la guía del Espíritu Santo" (Spiritu Sancto duce). No es de extrañar, consecuentemente, que tantas cosas de la vida religiosa las ponga como frutos de la acción del Espíritu. A los frutos del Espíritu tomados conjuntamente los llama "tener espíritu" de tal o tal cosa. Con el uso de la misma palabra parece querer expresar gráficamente la connaturalidad existente entre el Espíritu de Dios y el hombre renovado o movido por su acción.
El Espíritu Santo crea "espíritu" en el religioso para padecer por Cristo, servir a Su Divina Majestad, cumplir su voluntad, observar las Constituciones, vivir dando gloria al Señor, atraer a otros al servicio del Señor, ser humilde, realizar bien el cargo de superior, poder desempeñar con fruto el propio ministerio, fundar el Instituto allí donde uno es enviado, ayudar al prójimo y especialmente a los niños en las escuelas, superar las tribulaciones y tentaciones, ayudar a los enfermos, conocerse a sí mismo, ser devoto y mortificado.
Las Constituciones señalan, como ayuda al discernimiento, las metas hacia las que conduce el Espíritu sin duda alguna: Cristo, el evangelio, la conversión propia, la oración, la pobreza, la libertad y caridad, la fe, el gozo, la cooperación, la inteligencia y la piedad.
Dejándose orientar por el Espíritu atraemos los hombres a Dios, impregnamos la caridad en las relaciones con los demás con la suave modestia (sencillez, delicadeza) de Cristo, buscamos nuevas formas de pobreza, buscamos la voluntad de Dios y realizamos cualquier acto de virtud.
Calasanz se muestra radical y escueto a la hora de exponer cómo entrar en una verdadera experiencia espiritual, la que provoca la acción del Espíritu Santo en el hombre: viviendo sólo para Dios, experimentaremos su fuerza. Entre las anotaciones espirituales, tomadas de diversos autores, que el santo recogió para sus religiosos hay unas que llevan por titulo "Diez reglas, dignas de recordarse para los que viven según el espíritu" (S. López, Documentos de San José de Calasanz, Bogotá 1988, PP. 223-231).
El Espíritu Santo, "alfarero del alma"
Optar vocacionalmente por la vida religiosa es como elegir una nueva configuración de toda la persona. La formación recibida, tanto la inicial como la permanente, tiende a ayudar al religioso en este intento, inspirado por Dios. Calasanz explica que fundamentalmente será un trabajo del mismo Espíritu Santo en la raíz misma de la personalidad del candidato, convirtiéndose en su "interna propensión". Importa mucho, por ello, que el Maestro de novicios advierta y conozca esta "interna propensión" del novicio para ayudarlo a secundar la acción del Espíritu en él, de la que depende el transcurso feliz de toda su vida religiosa. En realidad es una visión profundamente espiritual de la formación y maduración de la persona del religioso, en la que el educador actúa sólo como lúcido instrumento que secunda la moción del verdadero constructor de la persona: el Espíritu Santo. Se da aquí el verdadero hecho educativo (educere = ayudar a surgir lo que se oculta dentro como fuerza interior emergente de cada persona), que por tratarse de una experiencia espiritual reviste el carácter también de hecho teológico. "Sobre un punto queremos advertir encarecidamente al Maestro de novicios: que investigue con diligencia en cada novicio su tendencia profunda o sea la orientación del Espíritu Santo (scrutetur internam propensionem seu Spiritus Sancti ductum) (CC 23) La Comunidad del noviciado deberá igualmente discernir, previa oración, si el candidato viene a la vida religiosa guiado por el Espíritu (Divino ductus Spiritu) (CC 17).
La referencia al Espíritu Santo en estos artículos de las Constituciones parece ser original de Calasanz, pues de estos textos no figuran antecedentes -ni en la letra ni en el significado- en las Constituciones de otros Fundadores de las que tomó apuntes para redactar las suyas.
En el mencionado artículo 23 de las Constituciones, Calasanz equipara la propensión interna del novicio a la moción del Espíritu Santo. Lo que podía, tal como está expresado, oler a iluminismo -tan perseguido y condenado por la Iglesia de aquella época en los alumbrados-, resulta en Calasanz un principio educativo-teológico de primer orden. La personalidad del religioso es obra del Espíritu. Importa mucho, por tanto, dejar obrar al Espíritu en obra tan delicada. Aquí se reconoce, en primer lugar, la libertad de Dios y por otra se muestra un respeto mutuo a la libertad de la persona.
Podemos traer aquí, como imagen viva e ilustrativa del espíritu que modela la personalidad del religioso, la figura del alfarero a la que tanto Jeremías (18, 1-6) como Pablo (Rom 9, 20-24) recurren como símbolo de la acción libre de Dios en cada hombre y pueblo.
El Espíritu Santo, vida de la comunidad religiosa
Al Espíritu Santo de le describe en la teología cristiana como alma y vida de la Iglesia, la comunidad del pueblo de Dios. Calasanz aplica también este símil a la comunidad religiosa. Una manera de actuar del Espíritu Santo es con su asistencia a los reunidos en comunidad. Vive en la comunidad misma cuando en ella hay concordia y no existen capillismos (conventicula). Está presente en los encuentros comunitarios para tratar de la marcha de las escuelas, del ministerio sacerdotal o en las reuniones de Congregación del P. Provincial y Asistentes experimentarán la presencia del Espíritu. "He asignado al P. Provincial como consultores a los dos Superiores ("Ministros") de las Casas; si se reúnen movidos por el celo de la mayor gloria de Dios y el mejor aprovechamiento de los alumnos, experimentarán en la práctica que el Espíritu Santo estará entre ellos, porque ubi sunt duo vel tres in nomine meo in medio eorum sum" (carta 2757). En las reuniones de familia religiosa se podrá oír su voz por boca de cualquiera, no necesariamente de los más doctos o instruidos. "Por la boca de los sencillos, sobre todo de los devotos" habla el Espíritu, pues "la sencillez es muy querida al Señor y con los sencillos suele tratar con gusto" (cartas 2581 y 862).
El Espíritu Santo, orante en nosotros
"Siempre que les sea dado permanecer en su habitación, se esforzarán en practicar actos externos, y sobre todo internos, de humildad, arrepentimiento, acción de gracias y otros según el Espíritu les sugiera" (CC 48). El Espíritu Santo, que a los sencillos y humildes enseña a orar "con gemidos inefables" , ora en nosotros sobre todo en esa oración oculta, muy recomendada por Jesús en el discurso de la montaña (Mt 6, 5-8). Por esta razón Calasanz quiere que a los novicios se les enseñe "a hacer oración mental por sí solos en la habitación, aparte de la oración en común" (carta 3853). Esta oración no es más que el eco de la voz del Espíritu que resuena con insistencia, pero mansamente y sin estrépito, en el interior de cada novicio -costumbre que deberá mantener a lo largo de toda la vida-, dirigiéndose a Dios como al Padre. "Sabe Dios con cuánto afecto le deseo la asistencia continua del Espíritu Santo, de modo que tratando con él "a puerta cerrada" (clauso ostio) (Mt 6,6), al menos una o dos veces al día, sepa guiar la navecilla de su alma por el camino de perfección religiosa hacia el puerto de la felicidad eterna" (carta 3858).
MARÍA, ESPEJO DE LA TRINIDAD
La espiritualidad calasancia ha dado un precioso legado de Calasanz a la devoción mariana universal. Se trata de la llamada "Corona de doce estrellas". En referencia a la mujer coronada de doce estrellas que aparece en el libro del Apocalipsis (12, 1), desde antiguo existió una práctica devota de invocar a María con doce Avemarías en recuerdo de doce dones o gracias extraordinarias concedidas por Dios a la Madre de Jesús. El número doce está tomado de las doce estrellas de esa corona misteriosa de la visión del Apocalipsis. En vida de Calasanz circulaban diversas fórmulas oracionales de la corona. El difundió en las escuelas pías una versión propia, que se presenta con características originales. Su estructura es claramente trinitaria. Tanto que podemos preguntarnos si se trata de una oración mariana o más bien de una oración trinitaria. Aunque Calasanz tituló su corona "de la Inmaculada Concepción de la Beata Virgen", pasa inmediatamente a resaltar que es un reconocimiento de las doce gracias "que la Santísima Trinidad le concedió, es decir, cuatro el Padre Eterno, cuatro el Hijo y cuatro el Espíritu Santo". Para acentuar más este cariz explícitamente trinitario concluye cada ternario con un "Gloria al Padre..." y los encabeza con la referencia especial de María con cada una de las tres divinas personas (hija, madre y esposa) seguido de un Padrenuestro.
La Corona calasancia es una expresión diáfana de piedad trinitaria, donde relaciona a María con las tres divinas Personas, que vierten en ella sus gracias con generosidad y amor respectivamente de Padre, de Hijo y de Esposo. Como queda dicho, las alabanzas al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo están motivadas por diversos favores divinos concedidos exclusivamente a María. Corresponden cuatro por cada persona divina, sumando doce en total. Esta "Corona de doce estrellas", escrito en su manera de rezarse de puño y letra de Calasanz, fue enviada a todas casas escolapias hacia el año 1628 para que fuese recitada diariamente por maestros y alumnos. No es original en todo el redactado, pero podemos concluir después de los estudios recientes sobre la originalidad o no del texto calasancio, que a Calasanz se debe el encabezamiento de cada ternario al que sigue el Padrenuestro. En la lista de las doce gracias o favores divinos, siete al menos la diferencian de otras fórmulas, como por ejemplo de una de las más difundidas durante el s. XVII, la del teatino Francisco Olimpo publicada en Roma el año 1616: en referencia al Padre, el haber sido adornada de todas las virtudes en su nacimiento y el haberle concedido el desposorio con San José su castísimo esposo", en referencia al Hijo, el haber sido educado por ella en su infancia y haberle revelado los misterios de la salvación del mundo, en referencia al Espíritu Santo, el haber sido la primera en manifestársele la voz Espíritu Santo, el ser al mismo tiempo virgen y madre y el haberla hecho templo vivo de la Santísima Trinidad. Original es también, como queda dicho, el Gloria al final de cada ternario y las intenciones o preces conclusivas con la recitación o canto de la Salve Regina.
Del texto de esta práctica devota, tan mariana y trinitaria a la vez, despuntan algunas imágenes de la divinidad: el Padre Amoroso y Providente que predestina, preserva, adorna y desposa, el Hijo Maestro y Alumno, que revela y es alimentado y educado; el Espíritu Santo Esposo y dador de vida, que habita en María como en su templo, claro símbolo de la Iglesia y de cada bautizado, templos del Espíritu según Pablo. Calasanz sugerirá también que el espíritu habita en la comunidad religiosa que sabe vivir en armonía. La espiritualidad calasancia es trinitaria y eminentemente mariana. La Corona de doce estrellas es sólo el signo devocional, escueto y profundamente teológico casi a modo de un "símbolo" de fe, que muestra esta doble, pero inseparable dimensión. La meta de la vida religiosa y lo que la mueve desde dentro es la gloria de la Trinidad, encarnada en el servicio útil al prójimo. Una guía privilegiada para llegar a tal meta es el ejemplo de María. Las Constituciones lo expresan de este modo: María es el modelo a la hora de conocer íntimamente a Dios y su voluntad; es modelo igualmente a la hora de cumplir el designio del Padre sobre su propia vida. María nos precede en el seguimiento de Cristo e, imitándola, nos introducirnos en su participación en el misterio de Cristo. María es modelo de educadora y de vida religiosa en pobreza "porque Jesús escogió a su Madre entre los pobres"