EUSEBIO MILLÁN, Escolapio y el baloncesto
Pionero en baloncesto
En 1995 se crea la EMDE (Eusebio Millán para el Deporte Escolar). Eusebio Millán era un escolapio, nacido en La Ouiñonería (Soria), pero desde muy joven residente en Barcelona. A él se debe la introducción del baloncesto en España en 1921, el deporte de moda tras el triunfo en el Mundial de Japón. Había conocido este deporte estando de misionero en Cuba, llevado a la isla por los soldados que la invadieron en 1906. El padre Millán implantó el nuevo deporte en las Escuelas Pías de San Antón, de Barcelona. En 1922, fundó el primer club de la ciudad de Barcelona: el Layetano. El empeño de este sacerdote por infundir los valores del deporte entre los más pequeños y también en los barrios marginales, donde los jóvenes eran presa de las bandas juveniles, impulsó a los organizadores a utilizar el nombre de este amante del deporte para los juegos escolares.
MILES DE ESCOLARES PARTICIPAN EN LOS CAMPEONATOS ORGANIZADOS POR FERE-CECA
Vida Nueva; 9 de setiembre de 2006; 2532 (32,33)
Sara de la Torre
Que el deporte no es un simple juego de niños lo saben los millones de aficionados deportivos que hay en el mundo. Pero la importancia del deporte para los jóvenes (y no tan jóvenes), va más allá. A través del deporte se puede lograr algo más que medallas y copas: el compañerismo, la deportividad y el trabajo en equipo son algunos de los triunfos menos conocidos del juego.
Ahora comienza el curso escolar y por lo tanto las primeras jornadas de competición deportiva denominadas EMDE (Eusebio Millán para el Deporte Escolar). Son cada vez más los colegios que a lo largo de la geografía española participan en los campeonatos de fútbol, baloncesto o voleibol, organizados por FERE-CECA. Hasta aquí, podría parecer un simple campeonato intercolegial, pero hay algo que distingue a estos juegos escolares; ya que, además de promocionar el deporte, los organizadores galardonan al equipo y jugador que haya "ganado" en juego limpio. Es el premio más importante de la competición, el de la deportividad que se recompensa con un Fair Play a los valores humanos. Podríamos decir que se trata de conseguir una goleada en valores.
"El deporte es el complemento a la actividad educativa que se hace en nuestros colegios. Con esta idea comenzaron a celebrarse estos juegos Escolares", recuerda el secretario general de FERE-CECA, Manuel de Castro.
"El deporte lleva implícito muchas cosas, como el trabajo en equipo, el respeto a los demás y la transmisión de valores. Casi 2.000 escolares han participado este año en la final nacional de los juegos escolares", señala el religioso salesiano.
La transmisión de valores es el objetivo fundamental de estas olimpiadas. "Debemos volvernos hacia la realidad social de nuestros educandos para colaborar en su formación humana. Para ello se nos exige enseñar conceptos, procedimientos, actitudes y normas que ayuden a construir una sociedad con más valores. Para hacer realidad este deseo debemos conocer la realidad en la que viven nuestros alumnos y alumnas. Las canciones que escuchan, las revistas que leen, los programas de TV que están llenos de contravalores. De sobra es conocido que una de las actividades que más atrae a los jóvenes es el fútbol, además de otros deportes, por eso a través del ejercicio físico nuestra idea es ayudarles a reflexionar y ponerles en contacto con sentimientos que a menudo no se les presentan en el día a día o en otros entornos: el trabajo en equipo, la solidaridad con el contrario, saber perder y reconocer al ganador. Además también tenemos en cuenta que la tecnología avanza y hay tareas que cada vez requieren menos esfuerzo. Esto es positivo, pero no puede llevarnos a pensar que todo puede conseguirse sin mover un dedo. El sedentarismo de los jóvenes, las consolas y televisiones tienen que perder el partido frente a un balón, una carrera o un juego en equipo", afirma De Castro.
Al dar el silbato de apertura de estos Juegos Escolares, FERE-CECA tiene el propósito de rescatar los valores de la fe y el deporte, porque tanto en uno como en otro, se promueven las virtudes y lo mejor del ser humano. "El deporte forja a la persona, la educa en virtudes a base de disciplina y esfuerzo. Detrás del balón, están los valores. Ojalá que ninguno se quede rezagado y que el deporte sirva para construir también la cultura del esfuerzo, de la solidaridad, la civilización del amor", señala el secretario general de los religiosos de enseñanza.
Decálogo del buen deportista
Desde FERE-CECA tienen muy claro qué es lo que quieren transmitir a los participantes en los juegos, a los entrenadores y a los árbitros: un decálogo del buen deportista, del jugador elegante y del competidor justo. Para ello inculcan a los más pequeños que el deporte es trabajar junto con otras personas para lograr un mismo fin. En la vida a veces se crean "rivales imaginarios", gente con la que se podría cooperar pero contra la que se compite, perjudicándolos a ellos y a nosotros mismos. En el deporte, quien no coopera, pierde.
Estos Juegos Olímpicos quieren transferir los conocimientos, ideas o emociones del juego a los otros competidores, escuchar y comprender. En el deporte es fundamental, de otro modo no serían capaces de entender el plan de juego del entrenador o no podrían comprender las estrategias de sus compañeros.
Todos los deportes tienen ciertas reglas que hay que respetar para que puedan practicarse. La vida también tiene reglas, como las instrucciones de uso, las normas de seguridad, las normas de tráfico o las leyes. El deporte les enseña hasta qué punto el respeto a unas normas previamente pactadas beneficia y muestra que no es cierto que las reglas priven de libertad, sino que permiten ser libres respetando la libertad de los demás.
Las "liguillas" se desarrollan durante todo el curso con los colegios de la misma provincia o de la Comunidad Autónoma a la que pertenecen. Son diferentes categorías: infantil, alevín y juvenil, desde los 10 hasta los 16 años. Tanto niños como niñas participan en las distintas modalidades deportivas.
Cuando acabe la temporada se repetirán los Juegos Nacionales - ya será la decimoctava edición - y, como viene haciéndose desde hace tres años, la sede de esta gran final es Torremolinos. Padres, primos, abuelos y demás familiares y amigos colapsaron la ciudad malagueña el pasado mes de julio, para acompañar a los participantes de este acontecimiento que clausura el esfuerzo de todo un año. Con esta competición pretenden que los más pequeños aprendan a desarrollar estrategias que, dentro de los límites establecidos por las normas, permiten lograr el objetivo. El deporte fortalece las relaciones con otras personas y les hace estar cerca de un modo especial. El esfuerzo común, los éxitos, los fracasos y el aprendizaje ayudan a aquellos que practican deporte. Los entrenadores se encargan de hacer que todo rival sea importante y cualquier compañero de juego pueda ser decisivo para ganar. Gracias al deporte valorarán y respetarán a los demás por sí mismos y a no menospreciar a quienes juegan en el equipo contrario.
La competición deportiva es un proceso que en realidad comienza mucho antes del primer encuentro. Hay que entrenar, cuidar la alimentación, las horas de sueño y prepararse mentalmente para vivir situaciones de mucho desgaste físico y mental. Por eso, deben estar a punto,
En pocos días comienzan las clases en los colegios españoles y, con ellas, las competiciones y la formación de equipos. Para algunos, sin duda, será una de las pocas alegrías que conlleva empezar de nuevo el 'colé'.
Ochenta años de baloncesto con denominación de origen layetana
Un histórico equipo barcelonés, el Laietà Basketball Club, fue el pionero del baloncesto en España. El deporte de la canasta llegó a Barcelona -y a la Península- de la mano de un escolapio, el padre Eusebio Millán, quien lo trajo desde Cuba hasta las Escuelas Pías de Sant Anton en 1921. Un año después, un grupo de ex alumnos del colegio fundaba su propio club, el Laietà. Los ochenta años del equipo de la camiseta blanca con franja azul nos permiten rememorar los orígenes y los primeros tiempos de este deporte en nuestra ciudad.
Texto: Fundació de Bàsquet Català
Los orígenes del basketball hay que buscarlos en la Univesidad de Springfield (Massachussets), a finales del siglo XIX. Parece ser que el inventor del juego fue el profesor James Naismith cuando colocó dos cajas de melocotones -más abiertas por la parte superior que por la inferior- en las barandas de la galería superior de un gimnasio que, por casualidad, estaban situadas a 3,05 m del suelo. Nadie podía imaginarse, aquel día de 1891, mientras los universitarios intentaban encestar por primera vez en las cajas de melocotones, que se estaba gestando uno de los deportes más espectaculares y populares del planeta.
Treinta años después, el basketball -ya muy conocido tanto en los Estados Unidos como en todo el continente americano- llegó a Barcelona de la mano del padre Eusebio Millán. Este escolapio, nacido en la localidad soriana de La Quiñonería y criado en Barcelona, fue quien introdujo este deporte en España, después de haber pasado diez años como misionero en Cuba, donde se jugaba a basketball por influencia de los soldados norteamericanos que invadieron la isla en 1906.
Tiempos heroicos
Pero la implantación de este juego de puntería y destreza en la Barcelona futbolera de 1921 no fue coser y cantar. Se cuenta que, para combatir el desinterés de los alumnos de las Escuelas Pías de Sant Anton por el nuevo deporte, el padre Millán se vio obligado a esconder todos los balones de fútbol que había en el colegio. Una medida de fuerza que creó un auténtico cisma deportivo en el patio y en las aulas. Finalmente, se tomó la salomónica decisión de jugar tres días a fútbol y tres días a baloncesto. Muy pronto, el entusiasmo hacia el deporte de la canasta, inculcado por el padre Millán, llevó a un grupo de ex alumnos de las Escuelas Pías de Sant Anton a fundar su propio club en 1922, dedicado exclusivamente a la práctica de esta nueva modalidad: el Laietà Basketball Club.
Los integrantes del primer equipo que vestiría la histórica camiseta blanca con la franja azul (Nogués, Mach, Pardiñas, Ferrer, Aragonés, Mons y Sanuy) entrenaban tres veces por semana a las seis de la mañana. El Europa sería su primer adversario, en un partido disputado en el campo del equipo de Gràcia y que acabó (8-2) a favor de los locales. Esto sucedía el 8 de diciembre de 1922.
La semilla del baloncesto enseguida dio sus frutos, y cuatro meses después, se celebró la primera competición oficial con ocho equipos de la ciudad: Laietà, Europa, Societé Patrie, Catalunya, La France, America Stars, Barcelona y Espanyol (los dos últimos llevaban estos nombres para emular a los clubes de fútbol, pero sin que todavía estuviesen relacionados). El torneo, disputado durante tres domingos consecutivos del mes de abril en el Estadio de la Fuxarda, contó con el concurso extraordinario del secretario del cónsul de los Estados Unidos, mister Austin, para arbitrar los partidos. El Patrie fue el ganador
En aquellos tiempos heroicos del baloncesto en Barcelona no había unanimidad ni en lo que respecta al número de jugadores ni sobre las medidas y condiciones del terreno de juego. En palabras de Gabriel Albertí, ex jugador del Laietà y seleccionador nacional en los años cincuenta: "Comencé a jugar en una época en la que los partidos se disputaban entre equipos de siete jugadores y con pelotas tan grandes como bombos..."
De todos modos, la unificación llegaría en 1927, con motivo de la disputa de un partido amistoso entre la Selección Catalana y el Hindú Club de Buenos Aires. Los argentinos, que habían sido cinco veces campeones de Sudamérica, exigieron que el terreno de juego tuviera las medidas reglamentarias y que jugaran cinco contra cinco. Unas normas que ya se aceptarían plenamente a partir de ese momento.
Para este primer partido del combinado catalán fueron seleccionados doce jugadores que pertenecían en su totalidad a clubes barceloneses. Sus nombres, ordenados según las demarcaciones de la época, eran los siguientes: como defensas, Moncho (Europa) Montañés (Sants), Alberich (Laietà) y Ramis (Gràcia); como medios, Prats (Martinenc) y Lagarriga (Europa); y como delanteros, Julià (Martinenc), Guix (Laità), Font (Europa), Gelabert (Sants), Estany (Gràcia) y Rodríguez (Tiberghien).
El Hindú Club, dirigido por su capitán Barbier, ofreció un auténtico recital baloncestístico como nunca antes se había visto por estos lares, y derrotó a la Selección Catalana (50-16). Más allá del escandaloso resultado, el enfrentamiento con aquel fabuloso equipo argentino dio un gran impulso a la evolución de nuestro baloncesto a todos los niveles.
La rivalidad entre el Laietà y el Patrie
Los franjiazules layetanos consiguieron en 1928 el Campeonato de Cataluña, con un excelente equipo formado por Romeva, Pla, Muscat, Cardó y Guix, bajo la presidencia de Ricard Pardiñas. Al revalidar el título en la temporada siguiente, el Laietà se confirmó como el mejor equipo de la década; con el permiso, claro está, de su eterno rival, el Societé Patrie, contra el que protagonizó duelos memorables, como recuerda el jugador del Laietà, Guix: "Eran otros tiempos. Había una gran rivalidad, pero fuera de la cancha éramos grandes amigos. Los partidos eran muy duros: una personal era un garrotazo."
A mediados de los años treinta, se empiezan a jugar las primeras competiciones de ámbito estatal, que muy pronto tendrían un campeón barcelonés. Corría el año 1935 cuando el Patrie se proclamaba con todos los honores campeón de España, destronando al primer ganador de la competición: el legendario Rayo Club de Madrid. En aquel magnífico Patrie jugaban Armando Maunier y Fernando Font, dos valiosos elementos que, años más tarde, contribuirían a difundir el baloncesto a través de colaboraciones periodísticas en Barcelona Deportiva, El Correo Catalán y El Mundo Deportivo.
La posguerra provocó cambios importantes en la sociedad, entre otros la obligación de eliminar cualquier tipo de terminología "extranjerizante" de los clubes y las entidades. Por tanto, el Laietà se vio obligado a abandonar la denominación Basketball Club y a emplear en lo sucesivo la de Club Deportivo Layetano (desde finales de los años veinte ya existía la sección de tenis). Pero la nueva realidad política tendría efectos todavía más devastadores en otro gran club de baloncesto de Barcelona: el Societé Patrie: debido a su "afiliación" francesa, el nuevo régimen prohíbe sus actividades.
Durante la primera mitad de la década de los cuarenta, el Laietà se confirmó como el mejor equipo del Estado español al ganar la Copa (en aquel entonces la máxima competición española) en 1942. Los franjiazules se llevaron el trofeo después de derrotar al Barça (30-28) en una emocionante final jugada en Zaragoza.
En aquel prodigioso equipo figuraban jugadores de la categoría de Carretero, Gallén, Albertí, Esteva, Navarrete, Font, Galve, Areny, Llopis o Eduard Kucharski (uno de los mejores jugadores de la historia del baloncesto español). Dos años después, el Laietà volvería a proclamarse campeón de España, esta vez en Vigo y contra el Real Madrid (32-18).
De hecho, durante aquel quinquenio la hegemonía catalana fue absoluta en el baloncesto estatal. Primero el Hospitalet, después el Espanyol de Anselmo López (futuro presidente de la Federación Española) y, más tarde, el Barça de "Met" Ferrando, también consiguieron el campeonato.
A partir del año 1947 se empezó a notar de forma ostensible la profesionalización del baloncesto, cuya primera víctima fue el Laietà. Sus mejores jugadores se van a otras entidades que les ofrecen importantes compensaciones económicas. Tanto es así que en 1948 el primer equipo se quedó en cuadro (sólo con tres jugadores), lo que obligó al club a solicitar a la Federación Catalana un año de excedencia para poder rehacerse. Al final de esa temporada en blanco, el Laietà volvió a la competición, pero ya con otras miras, y pasó de ser un equipo de primera línea a convertirse en un club formador de jugadores. Las penurias del Laietà coinciden con la mejor época de un Barça, repleto de ex jugadores franjiazules, que ganó media docena de campeonatos de Cataluña y varias copas de España.
Del huracán verdinegro al doblete del Barça
La década de los cincuenta vio surgir al denominado "huracán verdinegro" de Badalona, un equipo fantástico que practicaba un baloncesto vibrante, de una gran velocidad y atractivo. El Joventut acabaría con el reinado catalán del Barcelona, y con el dominio estatal del Real Madrid. Mientras que el Espanyol, de la mano de Joaquín Hernández, un base genial que los técnicos pericos habían descubierto en Bélgica, se convertiría en uno de los grandes animadores del campeonato.
A finales de los años cincuenta, se organizaron las primeras ediciones de la liga española que, en un principio, estuvo restringida a seis equipos. Más tarde se ampliaría hasta diez, entre los que figuraban cuatro barceloneses: el histórico Laietà, el Barça, el Espanyol y La Salle Josepets.
Después de los dos primeros títulos del Real Madrid, el Barcelona conseguiría pararle los pies en la temporada 1958-1959. Los Bonareu, Alfonso Martínez, Buscató, Canals, Meléndez y compañía acabaron el curso con matrícula de honor, remontando de forma extraordinaria la ventaja que tenían el Real Madrid y el Joventut, ambos colíderes de la liga al acabar la primera vuelta. Con una impresionante racha azulgrana de trece partidos consecutivos sin conocer la derrota, el Real Madrid acabó perdiendo todas las opciones al caer en Sabadell, en la penúltima jornada frente al Orillo Verde por un contundente 65-38.
Los barcelonistas, entrenados por Isal, completarían esta gran temporada consiguiendo el "doblete". En la final de Copa se enfrentaron al Aismalibar de Montcada, un equipo muy potente que estaba preparado por el ex jugador del Laietà, Kucharski. Entre sus puntales se encontraba el pívot Francesc Borrel (el primer "dos metros" del baloncesto español) y un alero infalible que haría historia: Emiliano. No obstante, el Barça se hizo, de forma brillante, con el partido (50-36) y con el título.
Después de aquel año glorioso, el baloncesto azulgrana iría perdiendo potencia hasta disolver la sección en 1961, para, más adelante, recuperar la categoría y acabar bajando a Segunda por deméritos propios. El Espanyol corrió igual suerte. En cambio, el Laietà, tras ser campeón de Segunda División en 1962 con el gran Agustí Bertomeu, no consiguió consolidarse en la máxima categoría.
La década del Picadero
El testigo del baloncesto barcelonés al más alto nivel lo recoge en los años sesenta el Picadero Jockey Club. Con una trayectoria meteórica en Primera División, el Picadero consigue en 1964 el subcampeonato de la liga por detrás del Real Madrid de Saporta. Los blancos, que estaban a punto de ganar su primera copa de Europa, volverían a encontrarse con los barceloneses, entrenados por Esteve, en una semifinal de la Copa española, disputada aquel mismo año en Lugo. El Picadero no tuvo piedad del Real Madrid, e infligió una paliza memorable a los futuros campeones de Europa (104-64).
El adversario de la final sería todo un clásico copero: el Aismalibar de Eduard Kucharski (que volvía al equipo de Montcada tras haber entrenado durante tres años a la mítica Virtus de Bolonia).
Aunque "Nino" Buscató, con sus genialidades, adelantaría a los del Vallès en el primer periodo, después del descanso, el Picadero dio muestras de un baloncesto fluido y espectacular que daría la vuelta al marcador hasta el definitivo 63-51.
Según las crónicas de la época, en Lugo se vio "un partido sensacional que se recordará durante muchos años". Albanell, con 24 puntos, fue el máximo anotador de aquel formidable Picadero, que contaba con la fuerza en el tablero del colosal Alfonso Martínez y Joan Martos (el gigante de la costa), bajo la sabia dirección de Joaquim Enseñat, y con un par de aleros de primera línea, como Nora y Josep Maria Jofresa (iniciador de la conocida saga barcelonesa de los Jofresa).
Cuatro años más tarde, el equipo de la Travessera de les Corts volvería a quedar campeón de España, en esta ocasión magistralmente conducido por el base Jesús Codina, y en una reñida final contra el Joventut de Badalona (58-55).
Durante una década marcada por el abusivo dominio de los pívots norteamericanos del Real Madrid (Hanson, Luyk, Burgess, Aiken...), el Picadero conquistó hasta cuatro subcampeonatos de liga, perdiendo sólo por un punto (un maldito empate) el título de la temporada 1696-70.
Desde la desaparición del Picadero (cuyos socios acabarían integrándose finalmente en el seno del Laietà), el FC Barcelona ha sido el máximo representante del baloncesto de la ciudad condal en la elite. Salvo unas cuantas temporadas del RCD Espanyol y del fugaz ascenso de La Salle Barcelona, la antorcha, durante los últimos veinticinco años, ha quedado en manos del equipo azulgrana.
El sólido tejido de la base
Sin embargo, y lejos del profesionalismo, los clubes de base barceloneses han seguido trabajando duramente y en la actualidad forman uno de los tejidos baloncestísticos más sólidos y envidiados de toda Europa. Prácticamente cada barrio cuenta con su propio equipo, y, además, el baloncesto es el deporte de referencia en muchos centros escolares. Entidades como el JAC Sants, el Ciutat Vella, los Lluïsos de Gràcia, el Les Corts, el SESE, el Grup Barna o el Sagrada Familia (por nombrar sólo unos cuantos) son la prueba de la fuerte implantación del baloncesto, ochenta años después de que se fundara en Barcelona el primer equipo.
Hoy el histórico Laietà goza de buena salud, cuenta con 1900 socios y con ocho equipos de baloncesto que compiten en las diferentes categorías, de benjamines a seniors, siempre en el plano amateur.
Pero seguir al pie del cañón no ha sido tarea fácil. El club decano tuvo problemas y estuvo a punto de desaparecer cuando, en 1964, fue desahuciado de su tradicional recinto de Viladomat-Rosselló (inaugurado en 1932). Hay que agradecer al colegio Pare Mañanet (que acogió durante tres años a las secciones de baloncesto y de hockey sobre patines), así como al Club de Tennis Pompeia, el apoyo que ofrecieron al Laietà en su complicadísima travesía por el desierto.
Afortunadamente, desde 1967, y con sucesivas ampliaciones, el club dispone de unas magníficas instalaciones en la calle Pintor Ribalta (16 pistas de tenis de tierra batida, 4 de pádel, 3 pistas polideportivas...) y el futuro de la histórica camiseta blanca con la franja azul está garantizado.
Los layetanos, que fueron los primeros pobladores de Barcelona, se convirtieron en el siglo veinte, por obra y gracia del misionero padre Millán, en los pioneros del deporte de la canasta en la Península. Como dice el dicho, roda el món i torna al Born.
El tren de la costa
Siguiendo el recorrido histórico del primer tren, el baloncesto se extenderá rápidamente por la fachada costera al norte de la ciudad. Tres años después de su llegada a Barcelona, el padre Eusebio Millán difunde y populariza el juego a su paso por los Escolapios de Mataró y de Calella.
No tardarán en surgir los primeros equipos, algunos de ellos de gran calidad, como el Iris, de la capital del Maresme. En 1928 se crea el primer equipo en Calella, llamado New Star. Al año siguiente aparece otro, el Avenç Marià, que celebra su primer partido contra el Iris de Mataró, y que pierde por 31 a 9.
Pero el deporte de la canasta cuajará de un modo especial en Badalona. En 1930 se funda la Penya Spirit of Badalona, que, posteriormente, adoptará la denominación de Club Joventut. Otros equipos, como el Círculo Católico, se suman a al aventura del baloncesto y, muy pronto, la ciudad se convertirá en un gran vivero de jugadores.
La fiebre baloncestística hace que, a finales de la década de los sesenta y principios de los setenta, Badalona cuente con hasta tres equipos representativos de la ciudad jugando simultáneamente en Primera División: el Sant Josep, el Círculo Católico y el Joventut (equipo que siempre ha militado en la máxima categoría).
Después de haber visto cómo la Penya se proclamaba campeona de Europa en los años noventa, el gran reto de Badalona de cara al siglo XXI es la Ciudad del Baloncesto, un proyecto de primera magnitud que sin duda está destinado a consolidar su posición de referencia en la élite de este deporte.
Otras localidades del entorno barcelonés, como L'Hospitalet, Cornellà, Santa Coloma de Gramenet, Montcada o Montgat, también han tenido su importancia a la hora de escribir la historia del baloncesto en la Península.
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