La pasión por la Misión.
Laicos y religiosos
P. Miguel Angel Asiain
Madrid, 19 de diciembre 2005
- La participación e integración de los laicos en el carisma de los Institutos religiosos es una de las manifestaciones más claras de cómo el Espíritu quiere renovar la Vida Religiosa. Una Vida Religiosa necesitada siempre de nueva linfa; que busca por doquier ser más fiel al seguimiento de Jesús y a la entrega de cuantos necesitan sentir en su vida el amor misericordioso de Dios, su preocupación por el hombre, la atención especial por el necesitado, el oprimido, el que está solo, el que no encuentra salida a la situación en la que está sumergido, en una palabra, de todos aquellos que fueron objeto especial de las preferencias de Jesús.
- El centro y la sustancia del mensaje de Jesús fue el “reino”, el “reinado de Dios”, su “señorío”. Reinado de Dios que nada tiene que ver con el de los hombres. En la Biblia rey significa ser defensor del pobre, del extranjero, del huérfano y de las viudas. Que Dios es rey quiere decir que interviene en el mundo a favor de quien no tiene defensor. Pues bien, Jesús predica ese reino de Dios; dice, “el plazo se ha cumplido, el reino de Dios está llegando” (Mc 1,14). Y toda su vida la va a dedicar a predicar esa realidad; para ello se siente enviado y comprende que es ésa su misión. Por tanto el reino de Dios fue el asunto central del mensaje de Jesús.
- Cuando en Mateo 25,18-20 dice Jesús a los once: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes… y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado”, envía a los suyos a predicar lo que Él ha anunciado, a poner en pie el deseo de Dios, a instaurar su reinado. Jesús sueña con el sueño de Dios que ha de hacerse realidad. Jesús quiere, predica, lucha y da su vida por ese mundo donde reine la justicia, donde no sea pisoteado el débil, donde el dolor pueda ser mitigado, la violencia desterrada, el pecador comprendido; un mundo donde se recree a través de su vida, pasión y resurrección la posibilidad de vivir todos como hermanos.
- En el centro de la vida del Señor está, por tanto, la Misión. Una Misión que si es para todos tiene sus preferencias, los más débiles, los menos atendidos, los más marginados, los más pobres, lo que se encuentran solos, los que piden justicia y paz y bienestar, y no los encuentran. Jesús ha venido como manifestación encarnada del amor del Padre para todo hombre. Pero esto lo entienden quienes desde la sabiduría humana menos podrían entenderlo. Definitivamente, en el centro de la vida de Jesús esta la Misión. Lo que explica la vida de Jesús es la Misión. Él ha venido a instaurar el reinado de Dios, el mundo nuevo soñado por Dios, y su vida no es otra cosa que una entrega a fondo perdido a esa Misión.
- Es lo que ocurre en la vida de Calasanz. Podemos afirmar mirando el discurrir de su existencia que la Misión fue el gran cauce en el que se desarrolló su vida. Es cierto que lo conocemos como fundador de una Orden religiosa, la de los escolapios. Pero este hecho fue el resultado de un largo camino en cuyo centro no se encontraba el pensamiento o deseo de fundar una Orden religiosa; también en él, el centro era la Misión. De hecho lo que le cautiva la vida los primeros años de su estancia en Roma, lo que le convierte de los deseos que albergaba al llegar a la ciudad eterna, lo que le causa un trauma interno que bien podemos traducir como crisis vocacional es el encuentro con el niño pobre. Encuentro que desbarata sus planes. Encuentro con una niñez desasistida, necesitada, olvidada, marginada y de la que muchos se aprovechan. El encuentro desestabiliza su vida y ya no va a encontrar paz hasta que no se entregue a ella. El niño pobre es su herencia.
- La donación al niño pobre va siendo cada vez más intensa y más total. Hasta el punto que va a ser lo único que le interese. La Misión se convierte en el centro de su vida. Luego se dará cuenta que para llevarla adelante necesita compañeros que compartan con él la vida. Ha experimentado que no basta la buena voluntad de los maestros; éstos van y vienen, entran y salen, se ofrecen y dejan fácilmente el trabajo, asisten por la mañana y faltan por la tarde. Y ante esta situación, mirando el bien de la Misión, comprende la necesidad del estar juntos. La comunidad va a nacer en un segundo término y va a brotar en función de la Misión. No se reúnen los maestros para estar juntos simplemente, ni tampoco fundamentalmente para ayudarse. Vivir juntos, llevar una vida en común es la mejor manera de resistir las tentaciones de dejar la empresa a la que se habían comprometido y permanecer fieles a la Misión. En consecuencia, es la Misión la que explica la comunidad.
- Y la Misión es la razón de la nueva Vida Religiosa que va a nacer. Conocemos los acontecimientos y no es momento de volver sobre ellos. Pero sabemos el empeño de Calasanz por dar consistencia de continuidad a sus escuelas. Busca una solución porque no quería que lo que le había costado tanto amor y con tanto amor había hecho, se desmoronase en el momento en que él faltara. La Misión, la obra que iba creciendo, no era suya, sino de Dios. Estaban detrás de ella tantos niños pobres, había concebido tantas posibilidades para ellos, que no se podía venir abajo. En ellos se realizaba el reinado de Dios. La vida, los acontecimientos, una búsqueda sincera de solución, el fracaso de otras soluciones intentadas, le lleva, a través de la mediación del Papa, a iniciar una nueva forma de Vida Religiosa. Es decir, que también la Vida Religiosa está en función de la Misión.
- Con todo esto no se quiere mediatizar ni hacer de la Vida Religiosa o la comunidad una realidad simplemente funcional. Simplemente queremos recordar que la pasión por la Misión es el centro de la vida religiosa escolapia y que en Calasanz ocupa el centro de su vida. En la experiencia escolapia todo está en función de la Misión. Con esto no se rebaja ni la Vida Religiosa ni la comunidad; simplemente se las entiende en su consistencia más real. La Misión es, por tanto, lo que ha de dar unidad a todo en la vida escolapia. Se es para la Misión, se vive para la Misión, se entrega uno por la Misión. Y ésta queda en el horizonte de la vida y en el corazón del escolapio, incluso cuando no puede hacer otra cosa: los niños son tu herencia. Todo escolapio, no importa la edad que tenga, aun en medio de su ancianidad, siempre podrá amar, orar, ofrecer sus sufrimientos por aquellos que fueron objeto de sus fatigas y por aquellos que ahora lo son de sus hermanos.
- En la Vida Religiosa también se ha despertado el afán y el deseo de muchos laicos por participar del carisma de la Vida Religiosa. La Orden escolapia ha respondido con el documento “El laicado en las Escuelas Pías”. Y en él aparece una manera original de presentar la vinculación de los laicos por medio de lo que han sido llamadas “modalidades”. Hemos hablado de las modalidades, se ha procurado indicar su sentido, se ha evitado la comparación entre ellas y más aún la superioridad subjetiva que podría crearse entre las mismas. Si objetivamente existe sin duda una gradación, subjetivamente, es decir, para la persona que se encuentra viviendo en una o en otra, no se da gradación, y es que se han comprendido y se viven con un sentido vocacional. Y en las vocaciones no hay superioridades, sino obediencia al Dios amado y a su voluntad santísima. Esta llamada contiene un componente personal, el individuo que se siente llamado, discierne y responde, y otro componente institucional, la Institución que reconoce y acepta esa llamada.
- Las modalidades se han considerado con frecuencia como realidades separadas. Y mayor separación aún hemos establecido a veces cuando hablamos por una parte de laicos y por otra de religiosos. No se trata ahora de ocultar o marginar la identidad propia de cada una de estas dos vocaciones. Pero podemos hacernos una pregunta: ¿no existe algún elemento que manteniendo cuanto de positivo y acertado se haya dicho de las modalidades pueda ser un lazo de unión entre ellas y entre laicos y religiosos? Creo que sí, y ese lazo de unión es la Misión. Y es que también aquí, en el tema de la vinculación de los laicos, todo va dirigido a la Misión.
- La modalidad de Cooperación se ofrece a cuantos colaboran con los proyectos y obras de una demarcación y pretende suscitar y cultivar la vocación educadora, impulsar el sentido de pertenencia y responsabilidad en la obra escolapia, y despertar procesos que puedan desembocar en nuevas propuestas de vinculación. Si es así, el elemento que sostiene toda esta modalidad de Cooperación es la Misión. Es cierto que no de una manera explícita. Y quienes se encuentran en esa modalidad pueden no pensar en ella ni buscarla. Pero todo su trabajo, si es llevado con responsabilidad, es una preparación para que la Misión se encarne mejor y sea mejor aceptada por quienes son educados en una obra concreta. Quienes cooperan en los proyectos y obras escolapias no pueden crear barreras para la Misión escolapia porque entonces no tendría sentido su trabajo en ellas.
- La modalidad de Participación en la Misión, por su propia definición va encaminada a llevar a la práctica, a la vida de cada día, al trabajo que se desarrolla la Misión de las Escuelas Pías y pretende profundizar en ella y en sus claves vocacionales y, al mismo tiempo, ofrecer espacios comunitarios desde los que cada uno pueda alimentar y compartir la vocación educativa escolapia. Aquí se ve claramente cómo el centro de quien se encuentra en esta modalidad es la Misión. Precisamente ella es la razón de pertenencia a esta modalidad.
- La modalidad de Integración carismática tiene por objeto aquellas personas que se sienten llamadas a participar comunitariamente el carisma calasancio. En el carisma entra como elemento constitutivo la Misión. También otros elementos, es verdad, como la espiritualidad y la vida fraterna.
- Si nos acercamos a la modalidad de Integración jurídica, aún es más claro el tema de la centralidad de la Misión. Quienes se encuentran en esta modalidad son escolapios laicos que viven cuanto se ha dicho en el punto anterior (su integración es también carismática), garantizando jurídicamente su pertenencia a las Escuelas Pías, su donación a lo que ellas significan y por lo que se desviven día a día, por medio de vínculos que llegan a tener valor jurídico.
- Con todo ello podemos decir que la Misión aúna las diversas modalidades y que todas ellas, con intensidad diferente, se centran en la Misión como elemento fundamental de la misma y que constituye el denominador común entre ellas. Por eso también podemos decir que en la integración del laicado en las Escuelas Pías se mira la Misión como aspecto central. O bien será como cimiento de todo el obrar –lo que ocurre en la modalidad de Cooperación–, o como búsqueda explícita de algo que configura la existencia cristiana de una persona –y estamos en la modalidad de Participación–, o como parte de una vivencia comunitaria que se extiende a encarnar y vivir otros aspectos además de ese –lo que sucede en la modalidad de Integración carismática–; o como escolapios laicos que viven y se entregan en su condición laical a la misma Misión que los escolapios religiosos –y estamos en la modalidad de Integración jurídica–; lo cierto es que la Misión y la pasión por ella, da unidad a todo el proceso del laicado.
- Pero la Misión ¿sólo aúna las modalidades? Diría que no, que tiene una proyección más amplia y más rica para nosotros. Porque también la Misión es el centro de la vida religiosa escolapia. El religioso escolapio mira la vida del Fundador como modelo por una parte, y, por otra, como explicación de lo que a él le ocurre. Ve lo que fue la vida de Calasanz y descubre en ella cómo fue ganado por la Misión que no fue otra cosa que trabajar de lleno por el reinado de Dios, según hemos señalado antes. Calasanz buscaba un nuevo mundo a través de la entrega a los más desfavorecidos de su tiempo. Y en ese sentido encarnaba y trabajaba por el reinado de Dios, que consiste precisamente en la presencia de Dios en lo más débil y humillado. Desde ahí le crece al escolapio el deseo de seguir a Calasanz. Pero, al mismo tiempo, y sin considerar el aspecto de ejemplo, él se siente enamorado de la misión escolapia. Vive para la Misión. Se entrega de lleno a la Misión. La Misión es su hambre, su locura, su gozo y su “todo”. Por lo tanto la vida del escolapio religioso se centra en la Misión. Ha dado su vida por ella; es su norte y guía. Es su manera de contribuir a la instauración del reinado de Dios.
- ¿Qué nos da, en consecuencia, la Misión? La unidad de todos los que participan de alguna manera, se cual fuere, del proyecto de Calasanz. Todos aquellos que se han entregado al sueño de Calasanz se encuentran unidos por la Misión, pertenezcan a cualquier modalidad y no importa que sean laicos o religiosos. Con lo cual se comprende mejor que, conservando y sosteniendo sin duda la propia identidad, tenemos que acentuar lo que nos une en esta entrega para la llegada del Reina do de Dios. Por eso si algo tenemos que hacer es el intento de caminar más juntos, más unidos – manteniendo la propia identidad, ¡que sí!– en nuestra donación y vivencia de lo que impulsó José de Calasanz. Y eso fue la lucha por la venida del reinado de Dios, que él lo expresó de esta manera: “Y ya que profesamos ser auténticos Pobres de la Madre de Dios, en ninguna circunstancia menospreciaremos a los niños pobres; sino que con tenaz paciencia y caridad nos empeñaremos en enriquecerlos de todas las cualidades, estimulados especialmente por la Palabra del Señor: ¡Lo que hicisteis con un hermano mío de esos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (C 4). “Manténganse todos con la firme esperanza de que Dios responderá por nuestro Instituto, el cual se funda en la caridad de enseñar a los niños, especialmente pobres, para que no se pueda decir los pequeñuelos piden pan; no hay quien se los reparta” (26-4-1647). “Quien no tiene espíritu para enseñar a los pobres, no tiene vocación de nuestro Instituto o el enemigo se la ha robado” (9-2-1630). Moltmann, de una manera teológica lo dice así: “El reino de Dios es Dios que ha llegado a su descanso, que habita en su creación y hace de ella su morada. Todas las criaturas se tornan sus compañeras de casa”. Y Leonardo Boff: “El reino es otro nombre para la revolución absoluta, para la resolución por la justicia de todos los conflictos, para la reconciliación con las propias raíces, con los demás, descubiertos hermanos y hermanas, con la naturaleza vivida como nuestra madre y hermana, con Dios experimentado como padre y madre de infinita ternura, y nosotros mismos, considerándonos hijos e hijas de Dios, de verdad”. Y Schillebeeckx: “El reino de Dios es un mundo nuevo en el que el sufrimiento ha sido abolido, un mundo totalmente redimido o de hombres salvados que conviven bajo el imperio de la paz y en ausencia de toda relación amo-esclavo”.
¡Que sí! Que en nuestra vida tiene que darse una pasión que ha de consumirnos, la Misión. Así nos encontramos dentro de la Iglesia, siguiendo el camino de Calasanz, cumpliendo lo que él deseaba, y caminando, laicos y religiosos, cada vez más unidos, al unísono de quereres y proyectos, en estas Escuelas Pías tan amadas, tan viejas y tan jóvenes, tan pobres pero con la riqueza que tienen tantos hermanos nuestros. ¡La pasión por la Misión es nuestra hambre y nuestro gozo!
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