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lunes, julio 31, 2006

José de Calasanz, Padre de la Escuela Pública Europea - Juan Yzuel

JOSÉ DE CALASANZ
Maestro cristiano, padre de la escuela pública europea

Juan Yzuel Sanz
Director del ICCE
Instituto Calasanz de Ciencias de la Educación


En este pasado mes de noviembre se cumplieron los 400 años de la apertura en Roma de la primera «escuela pía», fruto de la visión y generosidad de José de Calasanz. El 27 de noviembre, fecha en la que recordamos la proclamación de este santo como «patrono universal de todas las escuelas populares» por el Papa Pío XII en 1948, y que hasta principios de los ochenta fue celebrada tradicionalmente en toda España como el «Día del Maestro», por ser San José de Calasanz también patrono de todo el magisterio español, es un buen momento para reflexionar sobre las implicaciones de este aniversario en el mundo educativo español y europeo y lo que este hombre significa para todos los educadores cristianos y profesores de Religión.

Este cuarto centenario ha pasado casi desapercibido para los organismos políticos y culturales españoles. La iniciativa más elevada ha sido, quizá, la del Justicia de Aragón, que el próximo 20 de diciembre entregará a los Escolapios la medalla a los Derechos Humanos, condecoración que viene a remarcar la enorme importancia de la obra de Calasanz y de sus hijos.

Los escolapios en España

La presencia de los escolapios en España se remonta a finales del siglo XVII y su impacto histórico y cultural en nuestro país ha sido enorme. Los escolapios fueron la primera Orden religiosa en la Iglesia –y en España– dedicada exclusivamente a la enseñanza. Garantizaron la enseñanza de varias generaciones de niños pobres de toda España dos siglos antes de que el Estado hiciera obligatoria y gratuita la enseñanza primaria.

De hecho, los escolapios fundaban sus colegios de acuerdo con el ayuntamiento y el obispado de la zona, que se comprometían a garantizar el sustento de los religiosos a cambio de que estos dieran enseñanza gratuita a los niños. Estos religiosos, llamados oficialmente «Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías» hacían voto de «suma pobreza» para poder aguantar los rigores de una existencia muy austera, a veces sólo apoyada en las limosnas y los frutos del trabajo de las tierras que los ayuntamientos cedían a la comunidad para su sustento. La Orden ha llegado a tener, durante estos tres siglos, más de 250 colegios en toda España.

En la actualidad, aparte de los colegios de las congregaciones femeninas afines (Escolapias y Calasancias), mantiene más de un centenar de obras que incluyen colegios, parroquias, centros juveniles, casas de acogida e instituciones especializadas en la pedagogía y la pastoral juvenil.

La Orden cuenta en España con una historia rica en «recursos humanos», tanto entre sus religiosos como entre sus antiguos alumnos. Los escolapios españoles, dedicados a las humildes labores de la escuela, no han brillado como otras congregaciones en la Teología, la cura de almas, la predicación o las grandes empresas misioneras, pero no por ello han estado faltos de grandes maestros en las todas las ciencias humanas y divinas.

Donde han hecho una labor excelente ha sido en la escuela y en su atención a la educación de los pobres. Entre los antiguos alumnos escolapios españoles en contraríamos, sobre todo, millones de niños anónimos de todas las clases sociales, pero hay también una pléyade de grandes figuras cuyos nombres sería difícil de enumerar completamente aquí:

varios premios Nobel (Ramón y Cajal, Aleixandre, Cela), personajes históricos y políticos de todas las tendencias (Blas Infante, Companys, Largo Caballero, Dato, Sanjurjo, Azaña, Figueras, Pi y Margall, varios reyes Borbones, Palafox...); arquitectos y artistas plásticos (Gaudí, Bayeu, Goya, Miró, Benlliure, Segrelles, Rosales, Mingote...); escritores (Larra, Azorín, Bretón de los Herreros, Camón Aznar, Caro Baroja, Casares, Ramón de la Cruz, Díaz Plaja, Dicenta, Guimerá, Jardiel Poncela, Nadal, Rosales, Sender, Cernuda, León Felipe, Blasco Ibáñez...); personalidades eclesiásticas (Pedro Arrupe, Escrivá de Balaguer, Capmany, Javier Osés y otra docena de obispos españoles actuales, varios fundadores de congregaciones españolas, y decenas de mártires beatificados de la guerra civil); y, finalmente, un sinnúmero de figuras de nuestros días en todas las áreas humanas (deportistas, músicos, cantantes, empresarios, políticos, etc.). Nombrarlos ahora sería caer en el peligro del agravio comparativo por omisión.

El problema del desconocimiento de la figura de Calasanz

Si la historia escolapia está llena de luz, la persona histórica de Calasanz está marcada, más bien, por la marginación y el olvido. En este aspecto cabe destacar un largo artículo que la UNESCO publicó en su revista Perspectivas el mes de junio de 1997. Su autor, Josep Domènech i Mira, nos dice que, mientras la historia ha hecho una merecida justicia a Comenio (obispo luterano checo, posterior a Calasanz, cuyo nombre está actualmente asociado a un programa de investigación educativa de la Unión Europea, el Programa Comenius, dentro del Programa Sócrates), «no ha sido tan justa con Calasanz, quien, si bien ha tenido en ciertos momentos gran prestigio en España, en Italia o en Europa central, ha sido víctima de un cierto olvido a escala internacional, como demuestra la escasa atención que le han dedicado muchas historias de la educación». ¿A qué se debe este desconocimiento internacional?.

El autor nos da unas pistas: la excesiva exaltación de su santidad por sus biógrafos; el que se haya resaltado su dimensión religiosa en detrimento de la pedagógica; y el que Calasanz haya dejado pocos documentos escritos de carácter sistemático. De hecho Calasanz escribió muchísimo, pero, frente a Comenio, que fue un teórico de la educación, Calasanz fue sobre todo un hombre de escuela, preocupado más por dar respuesta a problemas prácticos y organizativos que a escribir grandes tratados.

La de Calasanz fue una vida larga, hermosa, digna de figurar en cualquier buena biblioteca, y mucho más en la de un educador. Nació en Peralta de la Sal (Huesca) en 1557. Era el hijo varón menor de María Gastón y Pedro Calasanz, un infanzón (miembro de la baja nobleza aragonesa) con el oficio de herrero, que fue también, por varios años, alcalde del pueblo. Estudió en Estadilla la primera instrucción, y luego en los centros universitarios de Lérida, Valencia y Alcalá. Ordenado sacerdote en 1583, ejerció su ministerio en las diócesis de Barbastro y Seo de Urgell. A los 35 años marchó a Roma en busca de mejores posiciones eclesiásticas pero sufrió allí lo que hoy llamaríamos una «crisis de identidad» de la mitad de la vida y, encontrando algo más hermoso por lo que vivir y luchar, comenzó en 1597 en el barrio marginal del Trastévere la primera escuela popular y gratuita de Europa. Esta opción fue tan radical que cuando luego se le ofrezca una plaza de canónigo en Sevilla o en Zaragoza, responderá: «He encontrado en Roma mejor modo de servir a Dios ayudando a estos pobres muchachos: no lo dejaré por nada del mundo». Más tarde rechazará el convertirse en arzobispo y el capelo cardenalicio. Posteriormente, en 1617, fundó la Órden de las Escuelas Pías para garantizar el compromiso y la estabilidad de los maestros que necesitaba para sus colegios, que por aquel entonces contaban en Roma con más de dos mil alumnos y empezaban a extenderse a otras ciudades. Hasta su muerte en 1648, a la edad de 91 años, dedicó todas sus energías a extender su obra por varios países y a protegerla de las calumnias e intrigas de quienes defendían la ignorancia del pueblo como base de la «paz social».

La exagerada exaltación de la santidad de Calasanz en sus hagiógrafos fue debida precisamente a los graves problemas que sus seguidores encontraron para defender su proceso de canonización. No fue fácil demostrar ante los tribunales eclesiásticos sus virtudes heroicas debido, en gran parte, a la fuerza y el equilibrio de la personalidad de Calasanz. Fue un gran santo, con una vida interior intensa y un gran amor a Dios y los más pobres y pequeños, pero fue ante todo un gran ser humano, complejo y rico de matices, que supo combinar su obediencia al Papa, aún en las decisiones pontificias que deshicieron su obra, con una gran libertad de espíritu, una impresionante creatividad y un gran respeto y amistad por Galileo y Campanella, ambos sabios perseguidos por la Inquisición, institución que llegó a apresar brevemente a Calasanz en los últimos años de su vida. Este hecho, y el que el Papa desmantelara la Orden unos años antes de la muerte del Fundador, provocó graves dificultades en su proceso de canonización. No es de extrañar, pues, la gran necesidad de sus defensores de exaltar su figura y acentuar ante todo los rasgos religiosos y piadosos de su testamento vital. Al final todo esto, de alguna manera, ha jugado en contra del reconocimiento público e internacional de Calasanz. Una serie de biografías poco críticas y demasiado hagiográficas, junto a una lectura prejuiciada, ha llevado a muchos historiadores de la educación de los países de religión protestante a no subrayar su figura o, a lo más, a considerarlo como un miembro más del movimiento postridentino de la «contrarreforma». Por otra parte, aunque los escolapios están hoy en día en treinta países de cuatro continentes y echaron rápidamente raíces en Italia, Europa Central (Austria, Hungría, Eslovaquia, Polonia, Rumanía...) y España, tardaron en abrir fundaciones en América, y no se extendieron por Inglaterra, Francia, los Países Bajos ni Alemania, países de mayor riqueza e influencia cultural, por lo que la persona de Calasanz pasó desapercibida para las universidades de estos países.

Este desconocimiento no se circunscribe al mundo académico y afecta también, curiosamente, a la Iglesia. Esto se debe en parte a la falta de expansión de los escolapios, y a que éstos no siempre han tenido suficiente interés por promocionar a su fundador. Sólo en las últimas cuatro décadas es cuando vemos en las Escuelas Pías un resurgir de la figura del Fundador, con buenas biografías escritas por escolapios (Santha, Bau, Cueva, Giner, López...) y libros dedicados a su pensamiento espiritual, pastoral y pedagógico. Quizá por la desidia de sus propios hijos, la Iglesia Universal no ha concedido al recuerdo de Calasanz, verdadero «Doctor» de la Iglesia en pedagogía, más que el rango de memoria libre, aspecto que permite a los sacerdotes y religiosos el decidir si quieren o no celebrar la festividad de un santo generalmente poco conocido. Por si fuera poco, esta fiesta litúrgica de San José de Calasanz, que se celebra en el aniversario de su muerte, el 25 de agosto, es compartida por San Luis, rey de Francia, que por orden cronológico aparece primero en los breviarios y misales, lo que provoca que muchos religiosos y sacerdotes del mundo entero no hayan nunca leído nada del padre de la escuela popular y gratuita. Cada iglesia local, por otra parte, ha ido embelleciendo su historia con la aparición paulatina de grandes santos nacionales dedicados a la educación. La iglesia francesa cuenta con la figura de San Juan Bautista de la Salle, fundador, unas décadas después de Calasanz, de los Hermanos de La Salle. La iglesia italiana alaba al Señor por San Juan Bosco, casi contemporáneo nuestro. Por todo ello no es difícil encontrar hoy en día a católicos de muchos países que nunca han oído hablar de Calasanz.

Reivindicar la figura de Calasanz

Como educadores cristianos y españoles es necesario que nos replanteemos la reivindicación de la figura de Calasanz. Hacer esto, pienso que no debiera ser por una simple nostalgia histórica o por orgullo nacional, sino por la permanente actualidad de su mensaje y por la inspiración que puede seguir dando a futuras generaciones de maestros, profesores y catequistas.

Calasanz fue un adelantado de sus tiempos en muchos campos. Fue el verdadero creador de la primera escuela pública del mundo. Hizo una firme opción por la gratuidad de la enseñanza para que los pobres fueran educados, exigiendo para ello a sí mismo y a los escolapios una vida austera. Defendió la enseñanza en las lenguas vernáculas. En plena contrarreforma, acogió a niños luteranos y judíos en sus aulas de Centroeuropa, garantizando a los padres el respeto a sus creencias, y hasta recibió peticiones de abrir escuelas entre los turcos, que no pudo atender por falta de personal. Sistematizó la graduación de la enseñanza en niveles y ciclos. En plena época barroca subrayó la gran importancia del estudio de las matemáticas y las ciencias, hasta el punto de enviar a sus religiosos a estudiar con Galileo. Inició un método preventivo en el uso de la disciplina y el castigo, que él pensaba que debía utilizarse poco y servir más para ayudar a un cambio que para penalizar una falta. Finalmente, subrayó la importancia de una sólida formación moral y cristiana para los niños «desde la más tierna infancia».

El lema de la escuela calasancia se resume en dos palabras acuñadas por el mismo fundador: «Piedad y Letras». Para Calasanz era impensable una educación «sin alma», una pura instrucción en contenidos que no trajera consigo una mejora de la persona y de la sociedad. Las «letras» garantizaban a los niños pobres de Roma la posibilidad de encontrar un empleo digno y honrado; la «piedad» les ayudaba a saberse hijos de Dios y a vivir como tales. En su espiritualidad destacará siempre la importancia de la Virgen, a quien Calasanz encomendará el cuidado de los niños y de la Orden.

Calasanz mismo, al tomar el nombre de religioso en su profesión, se llamará a sí mismo «José de la Madre de Dios». Para incrementar su devoción escribió una sencilla oración llamada «La Corona de las Doce Estrellas», alabanza bíblica a la Trinidad por lo que ha hecho en María.

Recomendará siempre que los niños sean instruidos no sólo en el catecismo, sino en la oración mental y la práctica asidua de los sacramentos. Cuando Calasanz ya no podía celebrar misa, en los últimos días de su vida, bajaba a recibir la comunión junto con los niños de su colegio de San Pantaleo. Goya pintará más tarde esta escena y nos regalará así lo que se ha calificado como «una de las obras cumbres de la expresión religiosa en el arte».

Su mensaje pedagógico y su visión siguen siendo motivo de reflexión e inspiración para todos los educadores de hoy, enfrentados a los enormes retos, oportunidades y peligros del final del milenio: la multiculturalidad, la ausencia de un proyecto integral de persona, el trabajo por la igualdad de oportunidades frente al elitismo que pueden generar las nuevas tecnologías y el abandono y la falta de escolarización de decenas de millones de niños del Tercer Mundo, que no pueden aprender ni los rudimentos de la instrucción.

Recuperar a Calasanz y su mensaje para la Historia y para Europa no será una simple tarea de historiadores y pedagogos, sino el fruto de la acción coordinada de las instituciones políticas y culturales españolas. Muy acertado el gesto del Justicia de Aragón. Ojalá sea imitado. Se podría empezar, por ejemplo, volviendo a dejar el 27 de noviembre fijo como «Día de la Educación» en España, tal como lo fue por muchas décadas. Y se podría continuar presentando a las autoridades europeas la propuesta de un «Proyecto Calasanz» dentro del Programa Sócrates que se dedicara, sobre todo, a la potenciación de las escuelas más pobres y marginadas de Europa y los países del Sur.

Por último, una sugerencia para tutores y profesores de Enseñanza Religiosa en la Escuela: el libro de Severino Giner titulado San José de Calasanz (Biblioteca de Autores Cristianos-Editorial Católica, Madrid, 1993) resulta muy interesante para ampliar el conocimiento del patrono de todas las escuelas. Esto puede darnos pie a preparar una unidad didáctica sobre Calasanz con elementos que afectan a varias disciplinas (Historia, Geografía, Religión, Lengua) y a varios contenidos transversales: la educación para la paz, la educación moral y cívica.

Siguiendo la tradición calasancia de usar la «pedagogía del héroe» para motivar la búsqueda de los grandes ideales en los niños, la figura de Calasanz puede dar también pie a reflexionar sobre muchas virtudes evangélicas: la humildad, la generosidad, la paciencia, la obediencia...

Es una persona que encarna profundamente la vivencia de las palabras de Jesús: «Dejad que los niños se acerquen a Mí y no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el Reino», y puede ser motivo de una charla para padres y madres de alumnos alrededor del «Día de la educación» o «Día del Maestro».

Finalmente, apunto esta oración de su fiesta litúrgica, muy apta para todos los maestros, sobre todo en estos tiempos difíciles donde tanta «caridad y paciencia» se necesitan en la escuela:

Señor, Dios nuestro, que has enriquecido a San José de Calasanz con la caridad y la paciencia, para que pudiera entregarse sin descanso a la formación humana y cristiana de los niños; concédenos, te rogamos, imitar en su servicio a la verdad al que veneramos hoy como maestro de sabiduría. Amén.