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Nombre: Alforja Calasanz
Ubicación: Valencia, Malvarrosa, Spain

viernes, febrero 19, 2010

FORMAS MÁS ELEVADAS DE LA NECEDAD: LOS GRAMÁTICOS

Erasmo de Roterdam
Elogio de la locura
1515

CAPITULO XLIX
FORMAS MÁS ELEVADAS DE LA NECEDAD:

A.LOS GRAMÁTICOS

Pero yo misma soy una necia y muy merecedora de que Demócrito se ría de mí a carcajada limpia, al continuar enumerando las formas de las necedades y de las insanias populares.

Me voy, pues, a limitar a tratar de aquellos que entre los hombres gozan de la reputación de sabios y que aspiran, como vulgarmente se dice, los laureles de Minerva.

Figuran en primer lugar los gramáticos, casta que sería seguramente la más desgraciada, la más afligida y la más menospreciada de los dioses, si yo no acudiera a mitigar los enojos de su triste profesión con cierto género de una agradable locura. No sólo han caído sobre ellos las cinco Furias o maldiciones de que nos habla el epigrama griego, sino cinco mil, pues siempre los veréis hambrientos y sucios en sus escuelas (escuelas dije, mejor haría en llamarlas letrinas o ergástulos) y rodeados de una tropa de rapaces que los hacen envejecer a fuerza de trabajos, que los aturden con sus gritos y que los asfixian por su fetidez y por sus marranadas. Sin embargo, gracias a mis beneficios, estímanse como los primeros hombres del mundo. Hay que ver cómo se engríen cuando con la voz y el aire amenazadores, espantan a su temblorosa chiquillería, cuando desgarran a estos desdichados a palmetazos, vergajazos y latigazos, y cuando, a su capricho, los castigan despóticamente, tengan o no tengan razón, imitando al asno de Crimea

Y, mientras tanto, su mugre les parece el más limpio aseo, los olores de su pocilga son olores de mejorana, y su misérrima esclavitud se les antoja un reino, hasta el punto de que no querrían trocar su tiranía por los imperios de Falaris o de Dionisio.

Pero todavía son más dichosos cuando piensan haber encontrado un nuevo método de enseñanza, porque aunque llenen la cabeza de los niños de puras vaciedades, no obstante, ¡oh santos dioses!, ¿quién sería el que no tratase con desdén todos los Palemones y Donatos del mundo comparados con ellos? Y no sé de qué ilusiones mágicas se valen para que las tontas madres y los padres idiotas les reconozcan los méritos de que blasfeman. Añádase a esta satisfacción la que reciben cuando en algún manuscrito apolillado descubren, por ejemplo, el nombre de la madre de Anquises o una palabreja desconocida por el vulgo, como bubsequa (boyero), bovinator (tergiversador) o mantoculator (ladronzuelo), y si desentierran en alguna parte un fragmento de piedra antigua, en el que leen una mutilada y borrosa inscripción, entonces, ¡oh Júpiter!, ¡qué transportes de alegría!, ¡qué triunfos!, ¡qué encomios! ¡Como si hubiesen conquistado el África o tomado Babilonia!

Y cuando recitan a todos los que se presentan sus versos, los más adocenados e insulsos del mundo, y nunca faltan admiradores, creen firmemente que el espíritu de Virgilio ha pasado a su cerebro.

Pero nada hay más divertido que cuando dos de estos pedantes se prodigan mutuas alabanzas y elogios, y se rascan recíprocamente; mas, si uno de ellos se equivoca en una sola palabra, y el otro, más listo, tiene la suerte de apercibirse, ¡por Hércules!, ¡qué tragedia!, ¡qué de peleas!, ¡qué de insultos y de invectivas! … Y si miento en el detalle más pequeño, ¡que caiga en mi cabeza la cólera de todos los gramáticos!

He conocido a un erudito que domina el griego, el latín, las matemáticas, la Filosofía y la Medicina y no sé cuántas cosas más, que siendo ya sexagenario, abandonó todas estas ciencias para dedicarse exclusivamente a la Gramática, en la que hace más de veinte años se rompe la cabeza y se devana los sesos, diciendo que sería completamente feliz si le fuera dado vivir solamente el tiempo preciso para determinar claramente el modo de distinguir las ocho partes de la oración, cosa que, hasta ahora, según él, ni los griegos ni los latinos han logrado hacer de una manera satisfactoria, como si fuera un casus belli el confundir una conjunción con un adverbio.

De aquí que, habiendo tantas gramáticas como gramáticos, o, mejor dicho, más (pues sólo mi amigo Aldo Mauricio ha impreso más de cinco), no se encuentre ninguna, por bárbara y enojosa que sea, que nuestro hombre no haya hojeado y meditado, para no tener que envidiar al más inepto pedante que se dedique a estas especulaciones.

¡De tal modo teme que se le quite su gloria y que se malogren tantos años de trabajo!

¿Cómo queréis llamar a esto locura o necedad?

Llámese con uno u otro nombre, poco importa, con tal que reconozcáis que, gracias a mis beneficios, el animal más miserable de todos goza de tal felicidad, que no querría trocar su suerte por la de los reyes de Persia.

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