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viernes, septiembre 22, 2006

La Yihad y los profesores universitarios

Daniel Pipes
Commentary, Noviembre 2002
Original en Inglés: Jihad and the Professors

La primavera pasada, la universidad de Harvard eligió a un estudiante de último año de su graduación llamado Zayed Yasin para que impartiera una conferencia al comienzo de los exámenes de junio. Cuando se anunció el título de la conferencia –"Mi Yihad americana"–, naturalmente no dejó de plantear preguntas. ¿Por qué Harvard querría difundir el concepto de yihad –o "guerra santa"– precisamente unos meses después de que miles de americanos habían perdido la vida por una yihad llevada a cabo por diecinueve secuestradores suicidas que obraban en nombre del Islam? Yasin, un antiguo presidente de la Sociedad Islámica de Harvard, respondió a punto. Relacionar yihad con la guerra, dijo, era malinterpretarlo. Más bien, "en la tradición musulmana, yihad representa una lucha por hacer lo correcto." Su propia intención, añadió Yasin, era "reclamar la palabra por su verdadero significado, que es combate interior."

En la misma conferencia, Yasin desarrollaría a este respecto:

La yihad, en su forma más auténtica y pura, la forma a que todos los musulmanes aspiran, es la determinación de obrar bien, de hacer justicia incluso contra sus propios intereses. Es un combate individual por una conducta moral personal. Especialmente hoy, es un combate que existe en niveles diversos: auto-purificación y conciencia, servicio público y justicia social. A escala global, es una lucha que afecta a gente de todas las edades, colores y credos, para el control de las Grandes Decisiones: no sólo quien controla cierto trozo de terreno, pero de modo más importante quien consigue medicinas, quien puede comer.

¿Sería esto exacto? Para estar seguros, Yasin no era un académico del Islam, ni tampoco lo era el decano de Harvard, Michael Shinagel, que respaldó con entusiasmo su "profundo discurso" y declaró en nombre propio que la yihad es un combate personal "para promover la justicia y la comprensión en nosotros mismos y en nuestra sociedad". Pero ambos reflejaron fielmente el consenso de los especialistas en el Islam de esa universidad. Así, David Little, un profesor de Harvard de religión y asuntos internacionales, ha dicho, después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, que la yihad "no es una licencia para matar", mientras que para David Mitten, un profesor de arte y arqueología clásicos y consejero universitario de la Sociedad Islámica de Harvard, la verdadera yihad es "la constante lucha de los musulmanes para conquistar sus instintos básicos, para seguir el camino hacia Dios, y para hacer el bien en la sociedad." En un espíritu semejante, el profesor de historia Roy Mottahedeh afirmó que "una mayoría de intelectuales musulmanes, sirviéndose de una erudición impecable, insisten que la yihad debe ser entendida como una lucha sin armas."

Los académicos de Harvard no son excepcionales en este punto. La verdad es que quien busca orientación en el importantísimo concepto islámico de yihad obtendría una enseñanza casi idéntica de los miembros de la clase profesoral de los Estados Unidos. Averigüé examinando las declaraciones a los medios de comunicación de esos especialistas universitarios que tienden a presentar el fenómeno de la yihad de una manera notablemente similar, sólo que el retrato no deja de ser falso.

Algunos temas interrelacionados emergen de los más de dos docenas de expertos que investigué. Sólo cuatro de ellos admiten que la yihad tiene cierto componente militar, e incluso ellos, con una única excepción, insisten en que este componente es de naturaleza puramente defensiva. Valerie Hoffman de la Universidad de Illinois es la única que dice (en palabras de un periodista) que "ningún musulmán conocido por ella hubiera defendido esos actos terroristas [los ataques del 11 de septiembre], porque va contra las normas islámicas del acuerdo." Ningún otro estudioso llegaría a tanto como esta sugerencia implícita de que la yihad contiene un componente ofensivo.

Así, John Esposito de Georgetown, quizás el más visible académico sobre el Islam, sostiene que "en el combate por ser un buen musulmán, puede haber veces en que uno sea requerido a defender las propias fe y comunidad. Entonces [la yihad] puede asumir el significado de lucha armada." Otro especialista que sostiene este punto de vista es Abdullahi Ahmed An-Na'im de Emory, quien expone que "la guerra está prohibida por la charia, excepto en dos casos: autodefensa y la propagación de la fe islámica." Según Blake Burleson de Baylor, esto significa que, en el Islam, un acto de agresión como el 11 de septiembre "no sería considerado una guerra santa."

Para otra media docena de eruditos en mi investigación, la yihad puede también incluir compromisos defensivos armados, pero este significado es secundario respecto a las elevadas nociones de auto-perfeccionamiento moral. Charles Kimball, presidente del departamento de religión de Wake Forest, lo expone brevemente: la yihad "significa combatir o esforzarse a causa de Dios. La gran yihad para la mayoría es un combate contra uno mismo. La pequeña yihad es la yihad exterior, defensiva." Del mismo modo se pronuncian autoridades como Mohammmad Siddiqi de Illinois occidental, John Iskander de Georgia, Mark Woodard de Arizona, Taha Jabir Al-Alwani de la escuela para graduados de ciencias islámicas y sociales de Leesburg, Virginia, y Barbara Stowasseer de Georgetown.

Pero un contingente mayor todavía –nueve de los estudiados– niegan que la yihad tenga cualquier significado militar. Para Joe Elder, profesor de sociología de la Universidad de Wisconsin, la idea de que la yihad significa guerra santa es "una burda mal-interpretación." Más bien, afirma, la yihad es "una lucha religiosa, que más de cerca refleja las íntimas y personales batallas de la religión." Para Dell DeChant, profesor de religiones del mundo de la Universidad del sur de Florida, la palabra "tal como se entiende normalmente" significa "un combate para ser sincero con la voluntad de Dios y no guerra santa."

Puntos de vista semejantes han sido expuestos por, entre otros, John Kelsay de la universidad John Carroll, Zahid Bukhari de Georgetown, y James Johnson de Rutgers. Roxanne Euben de Wellesley College, autora de El camino a Kandahar: una genealogía de la yihad en el pensamiento político islámico moderno, afirma que "para muchos musulmanes, la yihad significa resistir las tentaciones y convertirse en una persona mejor." John Parcels, profesor de filosofía y estudios religiosos de la Universidad de Georgia del sur, define la yihad como una guerra "sobre los apetitos y la propia voluntad." Para Ned Rinalducci, profesor de sociología de la universidad Armstrong Atlantic State, los fines de la yihad son: "Interiormente, ser un buen musulmán. Exteriormente, hacer una sociedad justa." Y Farid Eseck, profesor de estudios islámicos del Auburn Seminary de la ciudad de Nueva York, memorablemente describe la yihad como "resistencia frente al apartheid o trabajo por los derechos de la mujer."

Finalmente, están esos estudiosos que se centran en el concepto de yihad en el sentido de "auto-purificación" y luego proceden a universalizarlo, aplicándolo a los no-musulmanes igual que a los musulmanes. Así, para Bruce Lawrence, destacado profesor de estudios islámicos de Duke, no solo la misma yihad es un término flexible ("siendo un mejor estudiante, un mejor colega, un mejor socio en los negocios. Por encima de todo, controlar la propia ira"), sino que también los no musulmanes deberían "cultivar una virtud civil llamada yihad":

"¿Yihad? Sí, yihad, ... una yihad q sería una auténtica lucha contra nuestra propia miopía y negligencia lo mismo que es contra otros de fuera que nos condenan o nos odian por lo que hacemos, no por lo que somos... Para nosotros, americanos, la gran yihad significaría que debemos revisar nuestra política nacional y extranjera en un mundo que actualmente muestra pocos signos de promover la justicia para todos."

Aquí nos encontramos devueltos a los sentimientos expresados por el orador de Harvard del principio, que quería convencer a sus oyentes de que la yihad es algo que todos los norteamericanos deberían admirar.

EL PROBLEMA con esta sabiduría atesorada de los estudiosos es simple de enunciar. Apunta a que Osama ben Laden no tenía idea de lo que estaba diciendo cuando declaró la yihad contra los Estados Unidos hace algunos años y luego asesino numerosas veces norteamericanos en Somalia, en las embajadas norteamericanas de África oriental, en el puerto de Adén y el 11 de septiembre de 2001. implica que las organizaciones con la palabra "yihad" en sus nombres, incluida la Yihad Islámica Palestina y el "Frente Islámico Internacional para la Yihad Contra Judíos y Cruzados" del propio Ben Laden están burdamente denominadas. ¿Y qué decir de todos los musulmanes que llevan a cabo violentas y agresivas yihad, con ese mismo nombre y en este mismo momento, en Argelia, Egipto, Sudán, Chechenia, Cachemira, Mindanao, Ambón y otros lugares del globo? ¿No han oído que la yihad es un modo de controlar la propia ira?

Pero sin duda es Ben Laden, la Yihad Islámica y los yihadistas de todo el mundo los que definen el término, no un grupo de apologistas universitarios. Y más significativamente, el modo como los yihadistas entienden el término está de acuerdo con su uso durante catorce siglos de historia islámica.

En tiempos premodernos, yihad significaba fundamentalmente una cosa entre los musulmanes sunníes, entonces lo mismo que ahora, la mayoría islámica.* Quería decir esfuerzo legal, obligatorio, comunitario para expandir los territorios gobernados por los musulmanes (conocidos en árabe dar al-Islam) a expensas de los territorios gobernados por los no-musulmanes (dar al-harb). En esta doctrina predominante, la finalidad de la yihad es política, no religiosa. Persigue no tanto extender la fe islámica como extender el poder musulmán soberano (aunque lo primero ha seguido frecuentemente a lo segundo). La meta es decididamente ofensiva, y su finalidad última es lograr el dominio musulmán del mundo entero.

Ganando territorio y disminuyendo el tamaño de las zonas gobernadas por los no-musulmanes, la yihad logra dos fines: manifiesta la reivindicación del Islam de remplazar otras creencias, y produce el beneficio de un orden mundial justo. En palabras de Majid Khadduri de la universidad John Hopkins, escritas en 1955 (antes de que la corrección política dominara las universidades), Yihad es "un instrumento para la universalización de la religión [islámica] y la construcción de un estado mundial imperial."

En cuanto a las condiciones en que la yihad podría ejecutarse –cuándo, por quién, contra quién, con qué clase de declaración de guerra, con qué clase de conclusión, con qué división del botín, etc.– esos son asuntos que los especialistas religiosos elaboraron en intolerable detalle durante siglos. Pero acerca del significado básico de yihad –guerra contra los infieles para extender los dominios musulmanes– había un consenso ideal. Por ejemplo, la colección más importante de hadices, llamada Sahih al-Bukhari, contiene 199 referencias a la yihad, y todas se refieren a ella en el sentido de guerra con armas contra los no-musulmanes. Citando el Diccionario del Islam de 1885, yihad es "un deber religioso efectivo, fundado en el Corán y en las tradiciones como una institución divina, y ordenado especialmente para hacer progresar al Islam y apartar de los musulmanes el mal."

LA YIHAD fue durante siglos no una obligación abstracta, sino un aspecto clave de la vida musulmana. Según un cálculo, el mismo Mahoma tomó parte en 78 batallas, de las que sólo una (la Batalla del Foso) fue defensiva. Un siglo después de la muerte del profeta en el 632, los ejércitos musulmanes habían llegado hasta la India en oriente y España en occidente. Aunque una expansión tan tremenda nunca iba a repetirse, en siglos posteriores hubo victorias importantes como las diecisiete campañas indias de Mahmud de Ghazna (en 998-1030), la batalla de Manzikert que abrió Anatolia (1071), la conquista de Constantinopla (1453) y las victorias de Osmán dan Fodio en África occidental (1804-1817). En resumen, la yihad fue parte de la trama y de la urdimbre no sólo de la doctrina musulmana premoderna sino también de la vida musulmana premoderna.

Dicho esto, la yihad tuvo también dos significados distintos a lo largo del tiempo, uno de ellos más radical que el significado ordinario y otro bastante pacífico. El primero, asociado principalmente con el intelectual Ibn Taymiya (1268-1328), sostiene que los musulmanes de nacimiento que dejan de vivir conforme a las exigencias de su fe tienen que ser considerados infieles, y por ello objetivos legítimos de la yihad. Esto venía bastante bien cuando (lo que era frecuente) un gobernante musulmán combatía contra otro; sólo presentando al enemigo como no verdaderamente musulmán podía dignificarse la guerra como una yihad.

La segunda variante, habitualmente asociada con los sufíes, los místicos musulmanes, era la doctrina traducida ordinariamente como la "gran yihad" pero quizá más propiamente denominada como "yihad superior". Esta variante sufí alega modos alegóricos de interpretación para dar la vuelta al significado literal de conflicto armado, demandando en su lugar una retirada del mundo para combatir contra los instintos más mezquinos de uno mismo en busca de la conciencia numinosa y la profundidad espiritual. Pero como señala Rudolph Peters en su fundamentada Jihad in Classical and Modern Islam (1995), esta interpretación era "apenas tratada" en los escritos legales premodernos sobre la yihad.

En la gran mayoría de los casos premodernos, pues, yihad significaba sólo una cosa: acción armada contra los no-musulmanes. En tiempos modernos, las cosas se han vuelto obviamente algo más complicadas, al sufrir el Islam cambios contradictorios derivados de su contacto con las influencias occidentales. Los musulmanes al tener que tratar con Occidente, han tendido a adoptar uno de estos tres planteamientos generales: islamista, reformista o secularista. Para fines de este ensayo, podemos ignorar a los secularistas (como Kemal Atatturk), porque rechazan la yihad completamente, y en su lugar centrarnos en los islamistas y los reformistas. Ambos se han fijado en los diversos significados de yihad para desarrollar sus propias interpretaciones.

Los islamistas, además de seguir la idea primaria de yihad como guerra contra los infieles, también han adoptado como propia la llamada de Ibn Taymiya de perseguir a los musulmanes impíos. Este enfoque adquirió relevancia durante el siglo XX cuando intelectuales islámicos como Hasan al-Banna (1906-1949), Sayyid Qutb (1906-1966), Abu al-A'la Mawdudi (1903-1979) y el ayatolá Ruhollah Khomeini (1903-1989) defendieron la yihad contra gobernantes supuestamente musulmanes que no vivían según las leyes del Islam y no las aplicaban. Los revolucionarios que derrocaron al shah de Persia en 1979 y los asesinos que liquidaron al presidente Anwar Sadat de Egipto dos años después eran partidarios declarados de esta doctrina. Lo mismo que Osama ben Laden.

Los reformistas, al contrario, reinterpretan el Islam para hacerlo compatible con las costumbres occidentales. Son ellos –principalmente por los escritos de sir Sayyid Ahmad Khan, un líder reformista indio del XIX– los que se han esforzado en transformar la idea de yihad en una empresa puramente defensiva compatible con las premisas del derecho internacional. Este enfoque, llamado en 1965 por la clásica Encyclopedia of Islam "completamente apologético", debe mucho más a Occidente que a la especulación islámica. En nuestros días, ha incurrido aún más en lo que Martín Kramer ha llamado "una especie de Cuaquerismo oriental", y ello, junto con el resurgimiento de la noción sufí de "yihad mayor", es lo que ha animado a algunos a negar que la yihad tenga cualquier clase de componente bélico, redefiniendo la idea en una actividad puramente espiritual o social.

Para la mayoría de los musulmanes contemporáneos, estos distanciamientos del antiguo sentido de yihad son bastante remotos. Pues ni ven a sus propios gobernantes como destinatarios de la yihad ni están listos para convertirse en cuáqueros. En lugar de ello, la noción clásica de yihad continúa resonando en vastas multitudes de ellos, tal como lo señaló en 1993 Alfred Morabia, destacado experto francés en el tema:

"La yihad ofensiva, bélica, codificada por los especialistas y los teólogos, no ha dejado de despertar un eco en la conciencia musulmana, individual y colectiva... Ciertamente, los apologistas contemporáneos ofrecen un cuadro de esta obligación religiosa que se adecua bien con las normas contemporáneas de los derechos humanos, ... pero la gente no es convencida por ello... La abrumadora mayoría de los musulmanes siguen estando bajo la influencia espiritual de una ley... cuyo mandato fundamental es la exigencia, por no hablar de la esperanza, de hacer que la Palabra de Dios triunfe por todas partes en el mundo."

En resumen, la yihad en su estado original sigue siendo una fuerza poderosa en el mundo musulmán, lo que llega a explicar el inmenso atractivo de una figura como Osama ben Laden en las secuelas inmediatas del 11 de septiembre de 1001.

Contrariamente al estudiante de último año de su graduación de Harvard que aseguraba a sus oyentes que "la yihad no es nada que hiciera que alguien se sintiera a disgusto", este concepto ha producido y continúa produciendo no sólo disgusto sino sufrimientos indescriptibles: en palabras de la especialista suiza Bat Ye'or, "guerra, desposesión, dhimmitud [subordinación], esclavitud y muerte." Señala Bat Ye'or que los musulmanes "tienen derecho como musulmanes a decir que la yihad es justa y espiritual" si lo desean; pero por la misma razón, una exposición verdaderamente justa tendría que dar la voz a los innumerables "infieles que fueron y son víctimas de la yihad" y que, no menos que las víctimas del nazismo o del comunismo, tienen "su propia opinión de la yihad que les apunta".

LOS ISLAMISTAS que quieren desarrollar su programa en círculos occidentales, no musulmanes – Por ejemplo, como agentes en Washington, d.C.– no pueden divulgar sus opiniones abiertamente y seguir desempeñando un papel en el juego político. Para no despertar miedos y para no aislarse, pues, estos individuos y organizaciones disimulan su verdadera faz con un lenguaje moderado, al menos cuando se dirigen al público no-musulmán. Cuando se refieren a la yihad, adoptan la terminología de los reformistas, presentando la guerra como secundaria respecto al objetivo de lucha interior y mejora social. Así, el Consejo de Relaciones Americanas-Islámicas (CAIR), el grupo islamista más agresivo y destacado de los Estados Unidos, insiste en que la yihad "no significa ‘guerra santa'", sino más bien es "un concepto islámico general que incluye la lucha contra las malas inclinaciones de uno mismo, la lucha para mejorar la calidad de vida en la sociedad, la lucha defensiva en el campo de batalla (por ejemplo, manteniendo un ejército dispuesto para la defensa nacional) o luchando contra la tiranía o la opresión."

Esta clase de discurso es pura desinformación, evocador del lenguaje de los grupos pro-soviéticos de décadas pasadas. Un ejemplo dramático de ello fue ofrecido en el juicio de John Walker Lindh, el adolescente del condado de Marin que fue a realizar una yihad a beneficio del régimen talibán de Afganistán. En su juicio en octubre (de 2002), Lindh dijo al tribunal que, de acuerdo con "la mayoría de los musulmanes de todo el mundo", él mismo entendía la yihad como un conjunto de actividades que iban "desde esforzarse en superar los propios defectos, a proclamar la verdad en circunstancias adversas, a la acción militar en defensa de la justicia."

Que un yihadista capturado en el acto de guerra ofensiva profiriera sin recato una definición edulcorada de sus actos puede parecer extraordinario. Pero está en perfecta sintonía con la justificación de la yihad divulgada por los especialistas universitarios, así como por las organizaciones islamistas ocupados en relaciones públicas. Para usar el término en su sentido llano, tenemos que acudir a islamistas sin compromisos. Esos islamistas hablan abiertamente de la yihad en su verdadero sentido militar. Aquí tenemos a Osama ben Laden: Allah "nos ordena que llevemos a cabo la sagrada lucha, la yihad, para elevar la palabra de Allah por encima de las palabras de los infieles." Y aquí está el molá Muhammad Omar, anterior jefe del régimen talibán, exhortando a la juventud musulmana: "adelante a la yihad y con los fusiles listos."

ES UN ESCÁNDALO intelectual que, desde el 11 de septiembre de 2001, los especialistas de las universidades norteamericanas han hecho repetida y unánimemente afirmaciones públicas que evitan o encubren los significados básicos de yihad en el derecho islámico y la historia musulmana. Es exactamente como si los historiadores de la Europa medieval fueran a negar que la palabra "cruzada" hubiera tenido nunca connotaciones bélicas, señalando en su lugar a palabras tales como "cruzada contra el hambre" o "cruzada contra las drogas" para demostrar que la palabra significa un esfuerzo para mejorar la sociedad.

Entre los especialistas universitarios que se han dedicado a higienizar este concepto islámico clave, muchos sin duda actúan por impulsos de corrección política y un deseo multicultural de proteger frente a la crítica a una civilización no occidental, haciéndola que parezca igual que la nuestra. Pero los islamistas, entre tales especialistas, algunos al menos tienen un propósito distinto: como CAIR y otras organizaciones semejantes, se esfuerzan por enmascarar un concepto peligroso, presentándolo en términos aceptables en el discurso académico. Los colegas no musulmanes que participan en este engaño se les puede considerar como que han asumido de hecho el papel de dhimmíes, término islámico para los cristianos y judíos bajo dominio musulmán que son tolerados mientras doblan la rodilla y aceptan la superioridad del Islam.

Como puedo dar fe, quien se atreve a disentir y a proclamar la verdad acerca de la yihad, incurre en una censura formidable –y no sólo en las universidades. En junio de este año, en un debate con un islamista en el programa Nightline de la ABC, declaré: "El hecho es, hablando históricamente –hablo como historiador– que yihad ha significado extender el imperio del Islam mediante la guerra." Más recientemente, en Lehrer NewsHour, un programa de la PBS sobre una supuesta discriminación contra los musulmanes en los Estados Unidos, se mostró un vídeo de un seminario, presentado por el Consejo Musulmán de Asuntos Públicos, en el que los "activistas" musulmanes ensayaban como tratar a los críticos "hostiles". Como parte de este ejercicio, mi imagen se mostraba en el seminario cuando yo estaba diciendo esas palabras del debate de Nightline. El locutor del programa de la PBS hizo sobre esta escena el siguiente comentario: "Los activistas musulmanes han sido molestados por críticos que han condenado públicamente el Islam como religión violenta e inmoral." Hemos llegado a un punto en que el mero hecho de declarar un hecho bien conocido sobre el Islam le hace ganar a uno la consideración de fanático hostil en un programa prestigioso y pagado con fondos públicos.

LOS NORTEAMERICANOS que se esfuerzan para encontrar el sentido de la guerra declarada contra ellos en nombre de la yihad, ya sean políticos, periodistas o ciudadanos, están con toda razón profundamente confundidos acerca de quien es su enemigo y cuales son sus fines. Incluso la gente que cree saber que yihad significa guerra santa están a merced de los esfuerzos combinados de los especialistas y de los islamistas que proclaman nociones como "resistencia al apartheid o actividad en pro de los derechos de la mujer". El resultado es nublar la realidad, impidiendo la posibilidad de alcanzar una comprensión clara y veraz de qué y a quién estamos combatiendo, y por qué.

Por esta razón la casi universal falsificación de yihad por los especialistas universitarios norteamericanos es una cuestión de consecuencias profundas. Debería ser un asunto de urgente preocupación no sólo para quien está relacionado o afectado directamente por la vida universitaria, sino para todos nosotros.